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Cada vez más mujeres toman las calles para correr, ya sea de forma libre, en grupo o inscribiéndose en eventos. Se trata de un fenómeno que va más allá del ejercicio físico y que apunta a transformaciones culturales, sociales y urbanas. En muchas ciudades, el running femenino ya no es solo una actividad de nicho: se ha convertido en una expresión visible de empoderamiento, salud y reivindicación del espacio público. Mientras que antiguamente era más habitual ver a hombres poblar los parques al amanecer con sus zapatillas, ahora las mañanas y las tardes también se llenan de mujeres que ocupan rutas de asfalto, ciclovías, parques y avenidas para correr.
Este avance tiene varias razones interrelacionadas. Por un lado, la mayor conciencia sobre salud y bienestar ha impulsado a muchas mujeres a buscar formas de moverse que se ajusten a sus tiempos —por ejemplo, antes o después del trabajo—, sin depender de los horarios de un gimnasio. Por otro lado, la proliferación de carreras femeninas, comunidades de running “solo para mujeres” y el uso de tecnología wearable han generado redes, referencias y una visibilidad que antes no existían. Además, es clave el papel de la ciudad: entornos urbanos más seguros, bien iluminados y con ciclovías o rutas verdes han facilitado que las mujeres se sientan más cómodas al correr al aire libre.
María Fernández, doctora en Sociología del Deporte de la Universidad Nacional, explica que “correr en grupo o en ruta abierta da a muchas mujeres una sensación de territorialidad: reclamar la calle, sentirse parte del espacio urbano, no solo como peatona sino como atleta”. Ella considera que esta toma de la calle tiene un componente de visibilidad. “Cuando ve a otra mujer pasar con sus zapatillas y auriculares, se plantea: ‘yo también puedo’”, asegura.
En cambio, Carlos Ramírez, urbanista y profesor de Movilidad Urbana en el colegio Gimnasio Los Sauces, apunta que “la infraestructura importa: la presencia de ciclovías, iluminación, paraderos concurridos y cámaras hace que las mujeres se sientan más seguras y, por tanto, integren más fácilmente el running en su rutina”. Su análisis, pues, complementa la dimensión social planteada por Fernández con la dimensión del entorno físico urbano.
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Un estudio ofrece datos sólidos sobre este aumento de la participación femenina en el running callejero. El trabajo se titula “Gender differences in urban recreational running: A data-driven approach”, publicado en 2025 en la revista Journal of Transport Geography.
Tres resultados para no perder de vista
- Las mujeres mostraron una mayor preferencia por correr por la mañana, mientras los hombres corrían más a última hora de la tarde o noche.
- Las rutas elegidas por mujeres tendían a estar más cerca de ciclovías y parques, mientras que los hombres corrían más en zonas de menor densidad poblacional.
- El entorno construido (acceso a espacios verdes, infraestructura peatonal/cicloviaria) y factores socioeconómicos influenciaron de forma distinta a mujeres y hombres. El estudio concluye que esta “apropiación femenina de la calle para correr” está condicionada tanto por la disponibilidad de infraestructura urbana segura como por dinámicas de género que motivan a las mujeres a elegir rutas y horarios que les generen mayor seguridad y sensación de pertenencia.
A partir de estos datos, se pueden extraer varias claves que explican por qué cada vez más mujeres corren en las calles. Primero, el running se ha vuelto una modalidad flexible, accesible y visible, que se adapta a los nuevos ritmos de vida, especialmente para mujeres que combinan trabajo, familia y otros compromisos.
Segundo, la existencia de comunidades de corredoras crea referentes que motivan a otras y reducen barreras de entrada: “si ellas van, yo también”, como señala Fernández. Tercero, la mejora progresiva de los espacios urbanos —iluminación, ciclovías, parques y rutas para peatones— permite que las mujeres se sientan más cómodas para salir a correr, como indica Ramírez: “una ciudad que invita al movimiento para mujeres es más una ciudad viva”. Finalmente, la visibilidad de mujeres corriendo genera, a su vez, un efecto de imitación en el espacio público.
No obstante, también existen desafíos. Aunque muchas mujeres se animan a correr, el estudio muestra que siguen prefiriendo horarios más seguros (principalmente por la mañana) y rutas más protegidas, lo que indica que aún persisten miedos o barreras relacionadas con la seguridad, la visibilidad, la iluminación y la valoración social. Asimismo, la dimensión socioeconómica no puede obviarse: el acceso a zonas seguras, la compra de equipo o la participación en carreras puede depender de los ingresos y del contexto urbano.
¿Usted ya practica running? Cuéntenos su experiencia, la leemos en los comentarios
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