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“Para mí, la vida se convierte en realidad cuando escribo sobre ella”, dice Isabel Allende sobre por qué, después de ser periodista, es, por encima, escritora. No es psicóloga —ni ella ni algunos de quienes nos dedicamos a escribir— y, a menos de que hayamos estudiado las implicaciones técnicas, no podemos definir a ciencia cierta por qué escribir resulta un ejercicio para liberar, pero también para guardar. Una paradoja que siempre depende del caso.
Una de las experiencias más dolorosas de Isabel Allende dio origen a Paula, un libro que se convirtió, desde que lo leí, en mi favorito. La hija de la escritora, protagonista de este libro, cayó en coma en 1991. Un año después, luego de todo lo que eso implicó para ella y su familia, Paula falleció en California: “La escritura fue la única cosa que me mantuvo relativamente cuerda. El dolor fue un largo viaje a los infiernos, fue como caminar sola en un túnel oscuro. Mi manera de recorrer el túnel fue escribiendo”.
Y lo que para Allende fue un libro, para cada uno de nosotros puede ser una nota en el celular, un cuaderno lleno de garabatos a medio hacer, un diario ordenado, el chat de WhatsApp que tenemos con nosotros mismos o con un ex o un amigo bloqueado que nunca sabrá lo que allí escribimos. También puede ser un cuaderno al que acudimos cuando todo colapsa.
Más allá de lo que deja reposar en nuestros sentimientos, el bienestar que proviene de la escritura es tan amplio como todo lo que se podría escribir. Lo pueden explicar los expertos, la ciencia y quienes ya han comprobado que es una necesidad más que un deseo.
Escribir para hacer catarsis
Intentando explicar esto más allá de los papers y el lenguaje académico (necesario, por supuesto), encontré el podcast En la voz de Mario Guerra.
Guerra es psicoterapeuta y define la escritura, en este contexto, como si el papel o la pantalla se convirtieran en un amigo que “nunca interrumpe y nunca juzga”. Explica que nuestra necesidad de hacerlo es tan antigua como la escritura misma: “Hace más de 4.000 años, un sumerio tomó una tablilla de arcilla y escribió lo que hoy conocemos como El hombre y su dios, considerada la primera autobiografía espiritual de la historia… plasma sus dudas, sus sufrimientos y sus reflexiones más profundas, igual que muchos de nosotros”, dice en el episodio titulado El poder de la escritura terapéutica: escribir para entendernos.
Aquí reconocemos algo que hemos escuchado con frecuencia, y que Freud estudió: la catarsis, un “proceso de liberación de emociones reprimidas”. Aunque esta sección no es propiamente académica, es importante entender que, a nivel psicoterapéutico, la catarsis permite purgar, purificar y expulsar sentimientos, episodios y pensamientos que siguen provocando dolor y forman parte de los traumas que nos acompañan. La mayoría de ellos se presentan de manera inconsciente, como aseguraba Freud.
Sigamos con Guerra, que compara nuestro cerebro con una oficina revuelta llena de papeles que no se hallan. Al escribir, al hacer catarsis mediante palabras que quizá desconocemos hasta que las plasmamos, logramos ordenarlas y se vuelve más fácil navegar por nuestro mundo interno.
En la escritura terapéutica nos enfrentamos a nosotros mismos desde la honestidad. Reconocemos sentimientos que quizás desconocíamos y encontramos otros que nos confrontan. Es normal que duela, que lloremos, y que no sea fácil releerlo, aunque sí necesario. Como cualquier proceso de autocomprensión, puede generar “caos y desorden”, pero también nos ayuda a clarificar ideas.
Algunos ejercicios de escritura terapéutica
Guerra explica cuatro métodos que pueden adaptarse libremente a la rutina. Por supuesto, además de los descritos, es posible que cada quien tenga uno propio y funcione de maneras distintas.
- Escritura libre (al menos 10 minutos)
Sentarse frente a la libreta o la pantalla y escribir lo que sentimos, sin importar redacción, ortografía o sentido. Puede ser mientras tomamos café por la mañana o en cinco minutos libres; lo importante es incorporar la práctica.
- Cinco minutos de escritura diarios
Similar al ejercicio anterior, la idea es escribir sin parar, “vomitando” pensamientos y emociones. Después se puede releer inmediatamente o días más tarde para entender la evolución de los sentimientos.
- Diario de gratitud
Agradecer al menos tres cosas al iniciar o terminar el día. Pueden ser simples: “el sabor del café, una sonrisa amable, un momento de paz”, dice Guerra.
- Cartas que no enviamos
Escribir a alguien sin intención de enviar el mensaje como una forma de liberar emociones, como una “preparación” para una charla que estemos próximos a tener. También puede ser una carta para nosotros mismos en el futuro, para reflexionar o motivarnos a llegar a ciertos objetivos.
(Por cierto, esta última estrategia también la abordamos en un artículo que se puede leer aquí: Duelo por una amistad, una experiencia poco nombrada)
¿Escribimos mejor a mano o digitalmente?
Según la Universidad UNIR, “Al escribir se implican la parte artística, irracional y emocional de la creatividad, y la parte lógica, racional y estructurada del lenguaje, activando ambos hemisferios cerebrales y regulando el sistema límbico”.
Estudios de Harvard y California —que Guerra mencionaba y explicaba en su podcast— muestran, además, que escribir a mano previene el deterioro cognitivo y ayuda a procesar y recordar mejor. El ejercicio digital, en cambio, suele ser más práctico y rápido; el celular o el computador suelen estar a la mano, y funciona escribir allí para desahogarnos.
“Escribo porque necesito recordar y superar”, dice la escritora chilena con la que comenzó este texto. Porque no necesitamos ser expertos en letras para entrar en el ejercicio del autoconocimiento y poder, de a poco, enfrentarnos y encontrarnos.
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