Ser infiel no es un delito. Deshonesto, doloroso y triste, sí, pero no ilegal. Y aunque en un mundo ideal el castigo podría ser severo, en este nuestro mundo terrenal no es más que una falta que pesa (o no) en la conciencia.
Ser infiel no es un delito, pero exponer a quienes lo son, aunque parezca divertido —y algunos consideren que es una “labor social” en cuestiones del corazón— sí puede convertirse en uno.
Desde hace varios días comenzaba a circular en X (Twitter) un enlace, acompañado de descripciones como “Amo llegar a la casa y chismosear el Excel de infieles” o “La lista de infieles en Colombia es lo más cerca que estuvimos de la paz mundial”. El enlace, de carácter público y al cual se podía acceder sin solicitar permiso, era básicamente una tabla de Excel que incluía:
Nombre, edad, ocupación, descripción física, ciudad, orientación sexual, cómo lo descubrieron siendo infiel.
Casi como un viejo directorio telefónico de papel amarillo, de aquellos que circulaban hace años, pero convertido en una vitrina digital que exhibe la vida íntima de las personas.
¿Cuáles son las consecuencias legales?
La despreocupación y falta de prevención ante la situación es casi nula. Aunque ya circulan algunas explicaciones sobre lo que implica este tipo de ejercicio, parece que da pocos motivos para la reflexión.
“Dar ese tipo de información, sobre todo en esos términos, es una violación de orden legal, de orden constitucional”, explica el abogado Germán Navas, egresado de la Universidad del Rosario, especializado en derecho de familia y que, actualmente, trabaja como asesor jurídico.
Cualquier persona que se sienta agredida o violentada puede acudir a las autoridades para proteger su derecho a la intimidad.
“De ahí para abajo, siguiendo la jerarquía de la guía normativa, perfectamente puede estar incurriendo en conductas de orden penal”. Un delito. Un delito como la injuria o la calumnia. Un delito que incluye sanciones dependiendo de la magnitud de los procesos que conlleve, si alguno de los afectados decide llevarlo a instancias legales. Sin contar, además, que también implica una violación a la ley que regula los datos que se manejan a través de internet.
Riesgos indirectos de la exposición
El acceso libre a esta información podría derivar en delitos mucho más graves, y no necesariamente porque también recaigan sobre quienes crearon el Excel, sino sobre quienes, por su disponibilidad sin restricciones, puedan usar los datos “libremente”. “Ahora, ese tipo de información susceptible, sensible, puede derivar en otras conductas por vía indirecta, como prestarse para extorsiones, para secuestros”, advierte el abogado.
El problema práctico, como lo llama Germán Navas en términos coloquiales, es averiguar quién montó la información. “En principio, algo complicado por la condición de anonimato, pero puede llegar a determinarse. Podrían considerarse protegidos por esa especie de ‘blindaje’, pero hay consecuencias jurídicas y no vale la pena que se arriesguen por pura ‘diversión’”, asegura.
La Fiscalía no va a “desmantelar” infieles. Eso, como ya dijimos, no constituye ningún delito. Pero hay una perspectiva distorsionada por parte de la gente que asegura que, al ser una lista con un número alto de personas, “nadie va a investigar caso por caso”.
Error. Así lo explica el experto: “El sujeto que individualmente se sienta y se vea afectado y se considere víctima, puede aportar información que ayude a la Fiscalía a individualizar a la persona que terminó por afectar su nombre”.
Igualdad en la protección de la intimidad
“El hecho de que una persona sea catalogada o reciba imputaciones que afecten su imagen puede dar lugar a los llamados perjuicios morales y, eventualmente, también a perjuicios materiales”, dice el abogado, refiriéndose al tema desde la perspectiva no del derecho penal, sino del derecho civil.
Argumento que da pie a uno de los debates que hoy circula en redes sociales: existe una indignación masiva frente a la lista de hombres infieles, pero no ocurre lo mismo cuando se abren canales de Telegram o grupos de WhatsApp en donde se difunden fotos o videos íntimos de mujeres.
El Estado tiene la obligación de proteger el derecho a la intimidad. Lo establece la Constitución: es una responsabilidad que interpela a la sociedad. La indignación debería ser la misma en todos los casos, y la exigencia de investigación y sanciones debería aplicarse con igual rigurosidad, sin dobles estándares según quién resulte expuesto.
El tema de la difusión de material íntimo es reprochable y condenable y, por supuesto, no debe olvidarse ni ponerse en comparación con lo que está sucediendo con el Excel. Se trata de hechos distintos, pero ambos parten de la misma vulneración: la exposición no consentida de la intimidad.
Del dolor a la viralidad
Aunque jurídicamente sea necesario consultar a un experto para entender el panorama legal y advertir sobre las consecuencias, este es también un tema que debemos hablar desde el bienestar emocional.
“Publicar el nombre completo de una persona, o incluso su número telefónico, no constituye un delito. Lo que sí puede convertirse en delito es cuando se le atribuyen hechos o se formulan acusaciones que afectan su imagen”, aclara Navas.
Detrás de ejercicios como el del Excel aparecen motivaciones que no pueden ignorarse: el dolor, la rabia, la sororidad para evitar que a otra mujer le ocurra lo mismo o incluso el “castigo social” hacia quienes conscientemente han decidido hacer daño. Son argumentos comprensibles desde el sentir, pero se desdibujan cuando se enfrentan con la vara de lo legal.
Nadie puede asegurar que quienes crearon la tabla pensaron con anticipación que los datos pueden aterrizar en manos de terceros (o que tendrían el alcance que finalmente tuvieron).
Pareció, en principio, un ejercicio de catarsis, de risas y advertencias compartidas, de una búsqueda de una justicia —al menos simbólica—. No obstante, participar en tendencias cuyas consecuencias se desconocen puede llevar a escenarios más complejos que aquellos que ya provocó la traición inicial.
La ansiedad, el desamor, el dolor y la tristeza empujan a reacciones que buscan alivio inmediato. Pero la exposición no repara ninguna herida. Por el contrario, multiplica el daño y acarrea responsabilidades para quienes la promueven.
Una infidelidad puede —y debe— tener consecuencias en la esfera privada y emocional, pero una especie de "paloterapia digital” no sana, no repara y, en muchos casos, termina por abrir nuevas heridas que nadie sale ganando al provocar.
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