Las caras largas, los episodios de ansiedad, la furia, la frustración, la depresión y el estrés generado por el caos vehicular de Bogotá se han vuelto escenas recurrentes que, incluso, se instalaron en el imaginario colectivo y cada vez inciden más en la salud mental de los actores viales de la capital. Es lo que concluye un estudio de la Universidad Manuela Beltrán, que indagó en el impacto de los trancones en la salud mental de quienes a diario padecen la hostilidad de transportarse en una ciudad que parece atrapada en el círculo vicioso de sus líos de movilidad.
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Y la cotidianidad da muestra de ello: escenas de conductores insultándose o yéndose a los golpes por circunstancias nimias, que potenciadas por el estrés de conducir escalan a preocupantes grados de violencia, hacen parte del panorama de una movilidad difícil, que se está llevando la tranquilidad de los usuarios de las vías bogotanas.
Ocho de cada 10 conductores lidian con trancones a diario
El estudio, que analizó las respuestas de 518 conductores, indica que el 85 % de los encuestados dijo enfrentarse todos los días a un trancón, situación que, en mayor o menor medida, termina minando su tranquilidad. Del resto, el 13,3 % se enfrenta a esta situación un par de veces a la semana y solo el 1,3 % rara vez se enfrenta a un atasco en la vía.
“Normalmente, la gente que está expuesta a embotellamientos puede desarrollar estrés crónico porque, claramente, son estímulos que generan ansiedad, frustración o ira, entre otros comportamientos, que van en detrimento de la salud mental y pueden, además, generar aislamiento social”, explica Luis Barragán, sociólogo de la U. Manuela Beltrán e integrante del equipo que desarrolló el estudio.
El profesional agrega que, al estar expuestos a los trancones a diario, “nuestra rutina cambia, para evitar ciertas actividades o espacios, con el fin de escapar del caos vehicular diario. Esto desemboca en que mucha gente deje de hacer actividades importantes para su bienestar, ya que ese tiempo, que debería ser de calidad, lo gasta en un trancón o viendo cómo salir de él”.
Esta situación hace más mella en los miles de conductores de transporte público quienes, así quieran, no pueden hacerle el quite a los embotellamientos. Es más, lidiar con estas situaciones hace parte de su trabajo y para asumirlo no les queda más opción que tener paciencia. Sin embargo, muchos no lo logran, como lo demostraron dos conductores del SITP que, en marzo y en noviembre del año pasado, abandonaron el bus en medio del recorrido con pasajeros a bordo. Así renunciaron a la insoportable rutina de los trancones, los largos turnos y la imposibilidad de ir a un baño (entre otras malas condiciones laborales) que junto a la inseguridad (muchos de ellos son víctimas de hurtos o terminan heridos en medio de estos hechos) e incluso el mal comportamiento de algunos usuarios crean un ambiente propicio para perder los cabales.
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A los bogotanos se les va la vida en un carro
La frase suele repetirse desde hace años y pese a la fama que tiene Bogotá como una de las ciudades en donde más tiempo se gasta atascado en el tráfico, los cambios apenas se perciben. En cuanto al tiempo perdido, el 44 % de los conductores encuestados pasan más de 60 minutos diarios atrapados en el tráfico; el 28 %, entre 30 y 60 minutos, y el 22,7 %, entre 15 y 30 minutos”, señala el estudio. Es decir, por bien que le vaya, un usuario de las vías bogotanas, sea conductor o pasajero, tiene que cambiar su rutina para poder llegar a tiempo, decisión que también va en detrimento de la salud mental e incluso de la productividad pues, por ejemplo, se les resta tiempo a actividades elementales como compartir con los seres queridos o dedicarle las horas necesarias al descanso.
Según el informe, este tiempo prolongado en el tráfico tiene un impacto directo en las emociones de las personas: el 57,3 % reportó sentirse estresado, el 26,7 % frustrado y el 8 % ansioso. “El estar expuestos a tráfico denso hace que los desplazamientos sean mayores, entonces, se sale de la casa más temprano y se llega más tarde. Es un sacrificio, en el que no se ve una recompensa; al contrario, afecta el tiempo en familia y los ratos de ocio que son fundamentales para liberar las cargas de estrés”, señala Barragán.
Pero ¿qué haría la gente si no perdiera tanto tiempo en los trancones? Según los encuestados, el 50 % lo dedicaría a compartir con su familia, el 38,9 % a hacer ejercicio el 29,2 % a descansar o dormir más y el 25 % a trabajar o estudiar. Otros mencionaron actividades de ocio (19,4 %) y el aprendizaje de nuevas habilidades (25 %).
En 2024 aumentó el tiempo de viaje de rutas escolares
Otra población que padece a diario los líos de movilidad de la ciudad son los estudiantes. Un estudio de la organización OnTrack, que lleva 10 años monitoreando el recorrido de las rutas de colegios privados de Bogotá, halló que más de 150.000 estudiantes duraron hasta 32 días en un vehículo escolar en 2024.
Entre las conclusiones resalta que el tiempo promedio de las rutas escolares aumentó un 26 % entre 2018 y 2024, pasando de una hora y 54 minutos (114 minutos) a dos horas y 24 minutos (144 minutos).
Se encontró que el 63 % de las rutas duran entre una hora y hora y 41 minutos por trayecto en los recorridos de la mañana. En cuanto a la tarde, el 38,3 % de las rutas duran una hora, cerca del 15,5 % supera las dos horas y los estudiantes pueden pasar más de tres horas diarias en rutas escolares de colegios ubicados en municipios aledaños como Chía.
¿Qué hacer entonces?
Como pinta el panorama, los medios de transporte alternativos, el teletrabajo y, sobre todo, la paciencia forman parte de la clave para que transitar por la capital no sea motivo de estrés. ¿Por qué? Bogotá empezó el 2025 con más de 1.000 frentes de obra, que, si bien buscan alivianar el colapso vial a corto y mediano plazo, mientras se terminan, entre los consabidos retrasos y ampliaciones de plazos de entrega, se suman los obstáculos para tener una movilidad fluida y dinámica.
Entre las soluciones más urgentes que pueden ayudar a optimizar la movilidad, los encuestados señalaron la necesidad de mejorar el transporte público (54,8 %), ampliar la infraestructura vial (50,7 %), lidiar con los mal parqueados (53,4 %), acelerar la ejecución de las obras (53,4 %), fomentar el teletrabajo (28,8 %), incrementar el uso de bicicletas (12,3 %) y vehículos compartidos (6,8 %) y robustecer el número de agentes de tránsito (31,5 %).
Este estudio, entre otros tantos, demuestra una verdad a voces: que manejar en Bogotá o incluso ser pasajero, con todos los problemas de infraestructura, contaminación auditiva, manifestaciones, infracciones y embotellamientos, sumados a las prácticas socioculturales alrededor del ejercicio de la conducción (la violencia exacerbada, por ejemplo), puede fácilmente llevarnos a perder el control y por eso el manejo individual de los avatares que a diario nos encontramos en las calles es fundamental.
Sí, es un hecho que la movilidad es un nudo gordiano y que muchas veces no está en nuestras manos una salida, pero es necesario bajarle al acelere propio al transitar por la ciudad. ¿Cómo? Explorar alternativas de transporte que brinden algún grado de autonomía, como caminar o usar la bicicleta, por ejemplo, que pueden repercutir en nuestra salud física y mental. Sin embargo, ya que no es una opción viable para el grueso de la población, solo queda exigir y auditar cada obra y estrategia que busque mejorar el abigarrado tráfico capitalino. Hacerlo, más que una obligación ciudadana, es una urgencia, pues del resultado dependen nuestra tranquilidad y salud. Mientras la ciudad continúa adecuándose, la paciencia tendrá que ser parte del equipo de carretera de cada vehículo que ruede por la ciudad.
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