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Campesinos bogotanos resisten al cambio climático y a la expansión urbana

Fortalecer las unidades productivas del campo bogotano, diversificar los cultivos e implementar la transición agroecológica son grandes luchas que lidera el campesinado capitalino, con apoyo de universidades, organizaciones sociales y el Distrito.

Juan Camilo Parra

01 de marzo de 2025 - 06:00 p. m.
José Ignacio Cuervo González, líder desde hace más de 20 años de la vereda Chiguaza.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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Aunque Bogotá es el arquetipo de ciudad de concreto gris, caótica y ruidosa, el 75 % de su territorio es rural. Allí, donde acaba el concreto, comienza el campo que, a pesar de ser en extensión tres veces la zona urbana y extenderse como un manto montañoso que conecta con el páramo más grande del mundo, apenas alberga a 51.200 habitantes, de los ocho millones que registra la ciudad, haciendo de este grupo casi una población en vía de extinción.

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Campesinado de Usme, 2025.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

De este pequeño grupo, 17.000 se concentran en la localidad quinta, incluyendo a José Ignacio Cuervo González, líder desde hace más de 20 años de la vereda Chiguaza, quien no se siente precisamente bogotano, aunque es consciente de que vive en Usme. “Ante todo, soy campesino”, dice admirando su cultivo de lechuga morada. Esta localidad alberga el 34 % de los campesinos de Bogotá y tiene una particularidad: el concreto se ha ido insertando poco a poco en el paisaje, a tal punto de que las huertas y los edificios se miran de frente.

“El campo es la vida de la ciudad”, afirma Myriam Cecilia Pérez Tarquina, de 67 años, quien vive a unos lotes de donde José. En la vereda viven alrededor de 200 familias (poco más de 1.200 personas) y tienen 225 puntos de agua para todos. “Sin dinero, allá no se puede hacer nada. Viví en la ciudad, pero cuando se crece en el campo, uno no se puede desprender”, agrega Myriam. Nació en Silvania (Cundinamarca) y en sus primeros 25 años de vida fue netamente campesina y, aunque no pasó de segundo de primaria, sabe cómo cultivar hortalizas y mantener una huerta para el autoconsumo y algo para vender y tener su ingreso.

Myriam Cecilia Pérez Tarquina, de 67 años.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Según datos de la administración, la capital tiene 163.636 hectáreas, de las cuales 124.227 son suelo rural, distribuidas en las localidades de Suba, Chapinero, Santa Fe, Ciudad Bolívar, Usme y Sumapaz (única localdidad 100 % rural). “El campo es vida”, coincide José Ignacio. “Los citadinos se han ido dando cuenta de eso, ahora que no tienen agua”, agrega y no se le pasa decir: “Estamos alejados de la ciudad. Allá, desde el Concejo de Bogotá, la gran ciudad, los alcaldes, son muy pocos para quienes existimos”.

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El campo sitiado

La fuerte sequía del 2024, que mantiene a la región capital en alerta de escasez de agua, está presente en la memoria de Myriam y doña Blanca Magnolia Salazar, también campesina de Chiguaza. El efecto climático ubicó de repente en el mapa a la ruralidad bogotana y resaltó la necesidad de conservar el extenso mar de biodiversidad, que podría proteger a la urbe, siendo ejemplo de soberanía alimentaria y agricultura sostenible. Esto, a pesar de que desde 2009 Bogotá tiene una Política de Ruralidad.

Panorámica de La Reliquia, Usme. / Daniel Garrido, para el proyecto SUSTENTO de la Universidad Javeriana.
Foto: Daniel Garrido

Datos de la Secretaría de Ambiente estiman que 16.429 bogotanos son pequeños y medianos productores del campo, distribuidos en 3.322 familias. Carolina Chica Builes, directora de Economía Rural y Abastecimiento Alimentario de la Secretaría de Desarrollo, entidad que está en la tarea de fortalecer unidades productivas y avanzar en transición agroecológica, señala que esta “es una ruralidad muy particular”, y lo explica así: “De ese 75 % de suelo rural, solo el 8 % es productivo; lo demás es zona de conservación del páramo. La zona productiva es, además, muy frágil, por eso es tan importante el trabajo del campesinado productivo. Por estar tan alto, el cambio climático tiene un efecto dramático sobre Bogotá y toda la región cundiboyacense. Uno de estos son los períodos de sequía a los que somos vulnerables”, dijo a El Espectador.

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Para José, todos efectos asociados al cambio climático, por pequeños que sean, son palpables. Como la desaparición, en época de verano, del chorro de agua que bajaba por la vereda todo el año, o cada descuido de los terratenientes con afanes productivos. “Al campesino, que tiene una tradición del campo, le gusta conservar, mantener vivas las plantas, que haya pájaros, pero a los finqueros solo les interesa producir y sacar. Es diferente apropiarse. Aquí es donde vivimos y nos proporcionamos alimentación”, dice.

Campesinado de Usme, 2025.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Neidy Clavijo Ponce, profesora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, hace parte del proyecto “Sustento”, financiado por el IDRC (International Development Research Centre) de Canadá, que busca, además de investigar las dinámicas del campo (tarea en la que la facultad está desde hace 20 años), es brindar a las comunidades del borde sur de La Requilina, en Usme, insumos para mejorar los sistemas agroalimentarios, volviéndolos resilientes al cambio climático.

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“Son comunidades valiosas, porque son guardianas de los recursos fundamentales de la vida: el agua, la biodiversidad, el páramo. Si eso no lo priorizamos y, por el contrario, le apostamos a llenar de cemento la tierra cultivable, esta situación terminará, como dicen las mujeres campesinas, borrándolas del mapa”. Explica que el cambio climático ha tenido un impacto fuerte en los suelos que van perdiendo su cobertura vegetal original: bosques, arbustos, plantas nativas... Esto, debido al despeje de vegetación para sembrar monocultivos, lo que ya ha tenido impactos como deslizamientos de tierra.

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“Hemos tenido también inundaciones, problemas con heladas, granizadas que han terminado con techos y cultivos; es decir, esto es una afectación fuerte. Desde la universidad hacemos un estudio en el marco de ‘Sustento’, de cómo de el clima ha variado en los últimos 40 años, algo que no es diferente a lo que viene pasando en el resto del país. Las estaciones antes conocidas de lluvia y de sequía ahora están dispersas en todo el año, con mayor intensidad de los días calurosos y los días lluviosos”.

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Campesinado de Usme, 2025.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Transición agroecológica

La idea de cultivar su propia comida de manera orgánica, con total control de los procesos agroecológicos, es una práctica de Myriam y por eso volvió al campo. Gran parte de la tarea de conservación del campo capitalino recae en las mujeres, como ocurre en La Requilina: “Las mujeres son las que lideran estos procesos de lucha y resistencia frente a la expansión urbana. Y ellas, al tiempo, tienen la responsabilidad, porque así lo asumen y porque, pues, tristemente, los temas de la triple carga, el cuidado del hogar y los asuntos domésticos están sobre su espalda”, sostiene Clavijo.

De esta manera, los proyectos que intentan fortalecer el campo, tanto de “Sustento” como de la Secretaría, se suman, no solo transformando la infraestructura de los cultivos, en sistemas que no contaminen ni usen agroquímicos, sino que se cultive diverso, se proteja el medio ambiente y, sobre todo, fomente una alimentación sana, local y diversa para sus habitantes. “La seguridad alimentaria en esa zona trasciende a la soberanía alimentaria”, dice Clavijo.

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En Chiguaza, campesinos como José, Myriam y Blanca recibieron, hace unos meses, tanques australianos que funcionan como reservorios de agua, para mitigar la sequía. Aplican, además, la diversificación productiva. Así lo explica Carolina Chica: “Se busca ampliar el rango de opciones de cultivo, que trasciendan la papa, la leche o la carne a cultivos que aporten a la sostenibilidad del ecosistema rural. Los anteriores son cultivos agresivos con el campo, por decirlo de alguna manera. Por ello, buscamos intervenciones en predios que antes no recibían apoyo y que producen otros productos, como pueden ser hongos comestibles o la apicultura en unidades, que se dedican a la miel”.

Blanca, una de las beneficiadas con tanques para cosecha de agua. Campesinado de Usme, 2025.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Las suculentas, plantas ornamentales y aceites esenciales son la clase de cultivos que tienen menor impacto en el ecosistema y empiezan a ser parte de la producción local para autoconsumo. José tiene cebolla, acelga, uchuva y varios tipos de lechugas, como morada, crespa, batavia, cogollo y tudela. Myriam, por su parte, presume su cebollín, kale de tres variedades, papa nativa, cilantro, remolacha, tomate cherry, frijol blanco y rojo.

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La directora de economía rural añade: “Estamos trabajando hacia prácticas que mejoran la capacidad y resiliencia que tienen estas unidades productivas al cambio climático. Y es que la ciudad se comprometió a que en un período de 30 años debe hacer una transición a la agroecología y estamos haciendo un esfuerzo enorme para aplicar prácticas que reduzcan el impacto en los ecosistemas”.

Futuro

La autogestión y la soberanía alimentaria son ideas atractivas, pero el campo atraviesa una crisis de relevo generacional, pues los campesinos envejecen y muchos de sus hijos migraron a la ciudad. Pero “las nuevas generaciones, que tuvieron que atravesar el embate de la pandemia, sí ven a la zona rural de esa localidad como una opción de vida. Y eso nos ha parecido interesante, porque hay procesos que nosotros venimos acompañando donde los jóvenes son los protagonistas. Por ejemplo, uno de los muchachos con el que trabajamos el proceso de sustento tiene una biofábrica de abonos orgánicos. Se ha capacitado, viene a Bogotá a estudiar en la universidad pública y se devuelve, hace sus tareas y todo lo que tiene que hacer, pero se dedica a apostarle como un medio de vida a este proceso de abonos orgánicos, porque ven, además, la importancia de generar su medio para subsistir en su territorio, brindando a sus vecinos opciones amigables con el medio ambiente”, cuenta la docente de la Javeriana.

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Este año la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico fortalecerá 250 unidades productivas con reservorios de agua o implementos que diversifiquen los cultivos, continuando con procesos con las comunidades de toda la ruralidad capitalina. La Universidad Javeriana, por su lado, continuará sus procesos de investigación y soporte al campo capitalino con “Sustento” unos años más, impulsando la labor de mujeres campesinas.

Estos procesos se están convirtiendo en la semilla de la que brotará el futuro del campo, de la mano de estos guardianes de la biodiversidad bogotana. Concluye Neidy Clavijo, recordando una frase de don Belisario Villalba, líder de la localidad de Usme, quien, al considerar la vastedad del campo de Bogotá, afirmó que quizás algún día “el sur pueda darle el norte a la ciudad”.

Panorámica de La Reliquia, Usme. / Daniel Garrido, para el proyecto SUSTENTO de la Universidad Javeriana.
Foto: Daniel Garrido

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Por Juan Camilo Parra

Periodista egresado de la Universidad Externado de colombia con experiencia en cubrimiento de orden público en Bogotá.jparra@elespectador.com
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