He crecido caminando por Bogotá, en esta ciudad que se esconde entre cerros, terrazas, habitaciones y el bochinche de un carnaval autista. En el paso ligero y en el trueno de los aviones me encontré con Emilia Pardo Umaña, de frente, en la auténtica epifanía.
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Sin brújula y sin predicciones del Almanaque Bristol una imagen se fue revelando: estatura de 1.49, cabello corto, labios delgados y mirada altiva. Vestida de blusa organdí, corbata al mejor estilo de Coco Chanel, falda plisada, bléiser y zapatos de taco bajo.
Emilia nació el 9 de diciembre de 1907 en Bogotá. Busco el barrio de su niñez: Santa Bárbara, ubicado al oriente de la ciudad. Allí posiblemente la futura periodista se sentó en las escaleras e imaginó con gallardía un destino lejano, muy distinto del que pensaban su mamá María Pardo Camacho y su padre Luis Pardo Carrizosa, que creían que una muchacha de bien no trabajaba.
Quizás las señoras saludaban a Emilia por la calle con un gesto cordial porque creían que sería una señorita ejemplar. Pero pronto cambiarían el tono del saludo y la “señorita Emilia” se vivió el tormento de los murmullos: cambió la enfermería, no se casó y empezó a trabajar en la redacción de El Espectador en 1934.
Allí empezó sin ninguna experiencia, salvo la afición por la lectura, las historias de sus hermanos periodistas y su genialidad. Sobre todo, fue muy importante la figura de su hermano Camilo Pardo, autor del libro ‘Haciendas de la Sabana’ (Editorial Kelly,1946), que fue su confidente y su mayor guía en la aventura del periodismo.
Emilia tenía cancha, nada de ingenuidad, tener tertulias en los prestigiosos hoteles de la ciudad como El Granada y El Regina, ubicados en el parque Santander, la habían entrenado para estar a la altura de las controversias de la época.
Además, a medida que se convertía en una talentosa cronista, empezó a frecuentar los cafés emblemáticos de la ciudad, lugares que eran las redes sociales del momento.
Ahora, cerca de 80 años después y tras decirle adiós a la Bogotá a blanco y negro, se encienden las noches con letreros de neón. Muy diferentes a las vividas por una de las primeras mujeres que ejercieron el oficio periodístico en Colombia.
Emilia frecuentó el café Windsor a donde iba Jorge Eliécer Gaitán y la generación literaria de quienes eran llamados ‘Los Nuevos’. Algunos de sus integrantes fueron los hermanos Felipe y Alberto Lleras Camargo, Rafael Maya, Germán Arciniegas, Elíseo Arango, José Enrique Gaviria, Abel Botero, Jorge Zalamea, León de Greiff, Francisco Umaña Bernal, José Mar, Manuel García Herreros, Luis Vidales y C. A . Tapia y Sánchez.
También pasó por el café El Automático con la algarabía e inteligencia cómplice de la poeta y periodista Maruja Vieira. En este lugar fue donde un policía paró a Pardo en la entrada y le dijo que se fuera porque no había baño para las mujeres y ella contestó: “No importa, yo hago de pie”.
De igual manera, la cronista visitó el café El Rhin que estaba situado en donde hoy queda la Plazoleta del Rosario, lugar famoso porque allí se inventó la palabra “churro”, según lo cuenta Álvaro Castaño Castillo, fundador de la emblemática emisora cultura HJCK.
Este último tertuliaba con Emilia Pardo y quizás fue allí en donde acordaron escribir libretos, grabar radionovelas y realizar curiosas pautas publicitarias como la que hicieron para Icopesca: “Los enemigos del hombre son tres: el demonio, el mundo y la carne. Coma pescado”.
En este mismo sitio se fundó el Independiente Santa Fe, en el año 1941, de la mano de estudiantes de la Universidad El Rosario. Emilia no hablaba muy bien del equipo, en una de sus crónicas escribió: “al Santa Fe lo derrotan todas las veces que se presenta —con un horrible uniforme, sea dicho de paso—.”
Con tantos tropiezos, peleas ganadas y gracias a esquivar las inclemencias achacadas por ser mujer, Emilia Pardo se aseguró de ser en El Espectador una cronista relevante. Allí hizo de ella misma un personaje porque en sus crónicas narradas en primera persona descubrimos a una mujer sincera, crítica, graciosa y con miles de defectos, descalificando su escritura y su opinión.
La honestidad fue su manera de acercarse a las personas que leían sus columnas. Emilia, sin tapujos, en la contradicción, en la sencillez, escribiendo del voto femenino, de moda, cine, vacaciones, la autoridad, inmigrantes… Siempre en su máquina de escribir con paso transeúnte y con filosofía de bolsillo.
Pardo creó su “Consultorio Sentimental” con la ‘doctora Ki-Ki’ que se encargaba de solucionar todas las encrucijadas amorosas de sus lectores, que eran bastantes. Su amigo del alma Lucas Caballero Calderón “Klim” y su colega Eduardo Zalamea Borda “Ulises” le ayudaban a contestar con disparatados consejos, dignos de las locuras amorosas que recibían.
Hasta llegó el caso de una mujer que se iba a tirar desde el Salto del Tequendama por una decepción amorosa y con humor e indignación le dijo que se tirara, pero “que los suicidas no leen los periódicos”. Sucede que en ese tiempo el retrato de las personas suicidas salían en la prensa y había gente que se tiraba por la banal razón de figurar y salir en los periódicos.
Emilia Pardo trabajó hasta 1944 en El Espectador, luego estuvo en el periódico ‘El Siglo’ hasta 1946. De estos periódicos se fue por contradicciones políticas conservadoras y liberales. Hasta tuvo que exiliarse en Ecuador en el intento de golpe de Estado que se le hizo al presidente Alfonso López Pumarejo en Pasto en 1944.
Todo fue porque en su carro le encontraron incendiarios volantes con propaganda conservadora. Pronto la periodista tuvo que regresar al país y enfrentar un consejo de guerra, no solo por esos volantes, también por ser una mujer distinta, trasgresora. Menos mal Emilia salió absuelta y no corrió la suerte de Policarpa Salavarrieta.
Luego partió rumbo a Europa, se convirtió en corresponsal de ‘El Tiempo’ en 1947 y fue agregada de prensa en la embajada colombiana en España. A su regreso a Bogotá, Emilia presentó su primera y única novela de tinte policiaco: ‘Un muerto en la legación’ en 1951. Redacción que alternaba con sus columnas alusivas al cambio de la Bogotá antigua a la modernidad.
Pero no todo fue felicidad; también se tuvo que enfrentar a la censura de la prensa instaurada por Gustavo Rojas Pinilla. Por eso se marchó a trabajar como administradora de una finca en los llanos, pero regresó a la ciudad a trabajar en el periódico ‘El Mercurio’, en el cual escribió su exitosa serie de crónicas “Memorias de un mal periodista” y las columnas de su personaje inventado ‘Rupestra Cabezas’, muy parecido al de ‘Dioselina’ del inolvidable Jaime Garzón.
Después de la censura siguió escribiendo, lo hizo hasta sus últimos días, no con la misma fuerza de los años 30 y 40, pero lo siguió haciendo a pesar de sus complicaciones de salud hasta que el 18 de diciembre de 1961 falleció en su residencia.
Emilia Pardo Umaña nos dejó un cúmulo de crónicas, tantas que aún falta mucho por recuperar de su trabajo. Nos dejó una radiografía de Bogotá y el perfil de una mujer valentona; pero, sobre todo, nos dejó el asombro de seguirla buscando.
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