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Gritos sin voz: maltrato animal en Bogotá, entre la normalización y la impunidad

El 2024 cerró con un aumento de más del 80% en los reportes de violencia contra los animales. Pese a innegables avances, la violencia contra los animales sigue siendo una constante. Este es el panorama.

Camilo Tovar Puentes

06 de marzo de 2025 - 08:00 a. m.
Marchas desde la Plaza de Bolívar hacia la Plaza de Toros La Santamaría en contra del maltrato animal.
Foto: Liz Durán
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Basta pasar tiempo con un animal para reconocer que, además de sentir hambre, frío y dolor, también experimentan miedo, alegría, amor y hasta tristeza. Algunos dicen, incluso, que “solo les falta hablar”. No obstante, a lo largo de la historia, los humanos se han dedicado a tratarlos como objetos desprovistos de derechos. Pero esta realidad viene cambiando: las nuevas generaciones cada vez son más empáticas con el sufrimiento de los animales, al punto de haber creado leyes que castigan el maltrato.

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En contexto: Opinión: El IDPYBA y sus retos en la gestión del bienestar animal

Lamentablemente, falta un largo camino para que se cumplan a cabalidad. Y es que, si bien hay avances en materia de protección y bienestar animal en Colombia; más promotores de derechos de los animales, y canales de denuncia, el maltrato sigue tan enquistado en la sociedad que, cada vez, se conocen peores casos y las cifras son tan altas que desbordan la capacidad de las instituciones que luchan contra este flagelo. Basta con conocer los datos, para ratificar esta realidad.

Según el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (Idipyba), entre julio de 2021 y octubre de 2023 se recibieron 56.938 llamadas sobre presuntos casos de maltrato en Bogotá, es decir, en promedio, 3.795 alertas al mes. Animales agredidos en su entorno; negligencia en la alimentación, en los cuidados sanitarios, abandono, explotación laboral, así como abuso sexual y tráfico de especies silvestres fueron algunas de las modalidades que se denunciaron.

Sin embargo, por múltiples razones, no todos los llamados se pudieron atender. Según el propio Idipyba, entre 2020 y 2024 su Escuadrón Anticrueldad (que acude a los llamados de violencia contra animales domésticos y silvestres) atendió cerca de 26.000 denuncias y rescató a 2.543 animales. Es decir, un promedio de 433 casos al mes, que, comparado con la cantidad de llamadas, representa apenas el 11%.

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Poca investigación

Y peor son las cifras de los casos que llegan a la justicia. Según datos suministrados por el concejal Julián Sastoque (Alianza Verde), si bien las denuncias crecieron 87%, al pasar de 186 en 2023 a 349 en 2024, en promedio, esto no representa siquiera el 1% de los llamados. “Esto sin contar el subregistro, pues todos los días se reportan casos en redes sociales”, advierte. A nivel nacional, el año pasado las denuncias también crecieron 55%, siendo Cundinamarca, Antioquia, Valle del Cauca y Boyacá los departamentos con mayor problemática.

Los datos de la Fiscalía General de la Nación dan cuenta de esta situación se repite en todo el país. Según la entidad, desde el 2020 hasta el 31 de enero de 2025 se registraron 11.871 noticias criminales (denuncias). De estas, 10.876 siguen en indagación (91%); 75 están en investigación (0,7%); 426, en juicio (3,5%) y solo hay 212 en condena (1,7%). En síntesis, si bien las denuncias aumentaron, la impunidad es la que prima a la hora de impartir justicia

En este punto cabe mencionar que los casos de maltrato animal, al ser un problema de índole cultural y social, por lo general, están íntimamente relacionados con otras formas de violencia. Dice el ente acusador que el 41% de las personas condenadas por delitos violentos y el 82% de los hombres condenados por violencia de género tiene antecedentes de maltrato animal. Además, el 86% de las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar ha sido testigo de maltrato a sus animales de compañía.

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Formas de maltrato que coexisten en Bogotá

El maltrato animal es, básicamente no garantizar el bienestar de un animal, bien sea por negligencia (cuando están bajo nuestra custodia) o por violencia. “Sin embargo, lo que vemos es que la Policía y los veterinarios que acompañan la atención en Bogotá necesitan ver a un animal al borde de la muerte para considerarlo violencia. La negligencia de quienes los dejan encerrados, amarrados, sin comida y sin agua, etc, por lo general, pasan desapercibidos”, dice la senadora Andrea Padilla, una de las caras más visibles de la causa animalista y autora del proyecto Ley Ángel, que busca endurecer las penas por este delito.

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En general, la mayoría de las denuncias tienen que ver con negligencia en la tenencia, los que deriva en otros líos como el abandono, la proliferación de animales callejeros, la explotación de animales para usos turísticos (como las llamas que se ven en zonas del centro de la ciudad) o para fines comerciales (criaderos ilegales, venta de animales vivos, por ejemplo), son algunos de los extremos de maltrato, los cuales escalan por normalizarlos al considerarlos leves. En las sombras de la capital permanecen formas extremas de violencia, varias de ellas, lamentablemente normalizadas, como el tráfico de especies silvestres y la zoofilia.

De acuerdo con la Secretaría de Ambiente, en 2024 recuperaron casi 5.276 animales, víctimas de tráfico, que atendieron y liberaron, tras ser hallados en distintas circunstancias. De ese total, 165 los encontraron muertos y se decomisaron 1.563 artículos hechos con pieles como carteras y varios accesorios más elaborados con partes de animales silvestres, y 451 kilos de carnes, huevos y conchas, cuyo destino era el consumo humano. En ese sentido, acciones sencillas como dejar de usar materias primas de origen animal y no consumir carne ni derivados de fauna silvestre ayudaría a reducir el tráfico de especies, el cual, como toda forma de tráfico, se alimenta de la demanda.

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Por otro lado, se han identificado rutas nacionales e internacionales en las que Bogotá cumple un rol determinante como centro de acopio y ciudad de paso y destino de estas especies, siendo su punto neurálgico el aeropuerto internacional El Dorado. En cuanto al tema de zoofilia, por ser un trastorno vergonzante que yace oculto en la intimidad de quien actúa como victimario y en donde la víctima tiene la imposibilidad de señalar el abuso, el subregistro es la regla. Sin embargo, un logro del movimiento animalista en la ciudad es el hecho de que, cada vez más, las situaciones de maltrato se denuncian, y es por esta vía, con el compromiso de la comunidad, que muchos de estos casos logran exponerse, salvar al animal y empezar con el respectivo proceso judicial.

¿Cómo entiende la ley colombiana el maltrato animal?

Un problema que incide de manera definitiva en el déficit de la atención de los casos de violencia contra los animales es el marco normativo. al que esta problemática está supeditada. Su modificación es fundamental, no solo para endurecer las penas, sino para propiciar vías legales que garanticen la investigación y la sanción efectiva, además de tipificar los delitos más graves, como el caso de la zoofilia.

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“Para empezar, la ley no es precisa en definir el maltrato animal. Es tan imprecisa que considera dentro del mismo tipo penal las lesiones graves y la muerte. Es una aberración en la técnica legislativa y en el derecho penal, porque no es lo mismo causar daño que la muerte. Es como si equiparáramos las lesiones con el homicidio” explica la senadora Andrea Padilla, autora de la Ley Ángel, la cual fue aprobada en primer debate el pasado 25 de febrero y que llevaría a la actualización del Estatuto Nacional de Protección de los Animales.

La ley introduce medidas más estrictas y tres componentes clave: penal, policial y pedagógico, para enfrentar el maltrato animal de forma integral. Entre los cambios más relevantes están el aumento de penas por maltrato; multas más severas; prohibición de tenencia de animales para maltratadores, y capacitación y mejores rutas de atención. Actualmente, ni la Policía que atiende los casos de maltrato leve, ni la Fiscalía, que atiende las denuncias cuando se considera que hay delito, tienen una definición precisa para maltrato, ni una guía útil a la hora de emitir conceptos.

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“No tener una definición ni una guía clara causa, por ejemplo, que cuando un veterinario va a emitir un concepto, queda a su libre albedrío. Y hemos visto casos en lo que el veterinario no considera un animal desnutrido o con problemas graves de piel un caso de maltrato. Casi que tienen que ver sangre”, señala Padilla. Ese vacío, que en últimas termina propiciando la impunidad, es el que busca corregir la Ley Ángel, en el que, entre otras cosas busca que el acceso carnal violento a los animales sea tipificado como delito y no un agravantes, modificando la Ley 599 de 2000. El objetivo es crear un tipo penal que castigue la realización, difusión y promoción de actos sexuales con animales.

“Existe un altísimo nivel de subregistro, porque las personas no saben cómo denunciar, ya que el delito no está tipificado. Muchas veces, cuando intentan denunciar, los devuelven porque el delito no existe. Es decir, hoy en día, violar a un animal no es considerado un delito. Incluso cuando finalmente se logra interponer la denuncia, fiscales, investigadores y jueces no cuentan con las herramientas necesarias para condenar. En resumen,”, indicó la senadora Esmeralda Hernández, otra autora del proyecto.

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Por otro lado, los líos que desde hace años se señalan en la operación del IDPYBA (denuncias por malos manejos en los casos de eutanasia, líos en la contratación, infraestructura insuficiente, demoras en las atenciones, pocos funcionarios en campo, esterilizaciones insuficientes, disminución en los procesos de adopción, entre otros líos que se tratarán en detalle en este especial) se suman a los palos en la rueda para una mejor atención.

En síntesis, la mejora de la atención de maltrato animal en Bogotá pasa, necesariamente, por la modificación del marco legal y por una restructuración del IDPYBA, pero también por un compromiso de las instituciones para fomentar estrategias de carácter social y cultural, que apunten a la construcción de una relación entre iguales con los animales, sujetos que aun sin voz, como un río o un páramo, tienen derechos que poco a poco superan la destructiva idea de que el ser humano es el centro de la creación y todo gira a su alrededor.

Entender que violentar la naturaleza es violentarnos a nosotros mismos, es la tarea que debe ocuparnos. Al final, los animales, como nosotros, son víctimas de un país en conflicto permanente que en su afán de superar la crisis les ha volteado la espalda y los ha dejado relegados. Y en ese sentido, mientras su bienestar no sea una prioridad, el circulo de violencia que acompaña este país difícilmente podrá desdibujarse.

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