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Más allá de la muerte: así transcurre la vida después de un siniestro vial

Las cifras de siniestralidad vial en Bogotá y el país han aumentado en los últimos cuatro años. Otro aspecto de esta problemática son los lesionados, quienes ejercen una presión en el sistema de salud y, en ocasiones, se ven imposibilitados para reinsertarse en la vida cotidiana y laboral.

Miguel Ángel Vivas Tróchez

30 de mayo de 2025 - 06:00 p. m.
Víctimas de siniestros viales en el ORVI (Centro de Orientación Para Víctimas de Siniestros Viales)
Foto: El Espectador - José Vargas
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Una colisión en moto, a más de 30 kilómetros por hora, no solo puede dejar a los sobrevivientes mutilados, fracturados o lesionados, sino también con recuerdos difíciles de borrar, en especial la fecha. Recordar el día, el mes y el año en el que, por un instante, se estuvo de cara a la muerte es todo un tormento. Así le ocurre a July Lizet Briña con el 14 de abril de 2022. “Ocurrió exactamente hace 37 meses”, dice, al corte de un suspiro. Ella es una del millón de lesionados graves que, según la ADRES, acudieron a los servicios de urgencias tras un siniestro vial en los últimos cinco años.

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De ese día, lo último que recuerda Briña es la parte frontal de un bus. Ella, con su hijo de 16 años como parrillero, iba de Bogotá rumbo al Espinal (Tolima). En carretera, una flota, a alta velocidad, la chocó y le pasó por encima. Tras el accidente perdió el brazo derecho y por poco una pierna. Su hijo también sufrió una herida en una pierna, tan grave, que por poco le cuesta la vida. A partir de ahí, dice, su vida, la de su hijo y la de su esposo, José Hernández, cambió para siempre.

A Hernández, quien esperaba que su esposa le informara que había llegado bien, le sonó el celular dos horas después de la hora prevista. Cuando vio que era un número desconocido, pensó lo peor. Y así fue: en la llamada le notificaron del grave accidente. “¡Debe venir ya!”, le indicaron. La prisa le impidió anticipar la magnitud de los hechos. Ya en el hospital, la evidenció cuando una enfermera, a secas, le dijo: “Su esposa perdió el brazo”.

Esta familia soportó un periplo de 20 días, en los que July resistió a un paro respiratorio y a un letargo del que despertó, en medio de máquinas; un tubo en su garganta y amarrada a una cama. Después de la imagen del panorámico del bus que la embistió, el níveo contorno de las paredes del hospital le indicó que, por un milagro y los médicos, no había abandonado el mundo de los vivos. “Los médicos me decían que era la paciente más delicada de la UCI”, relata Hernández.

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Ahí July y su esposo descubrieron por qué la muerte es solo la punta del iceberg de los siniestros viales, como dice Evelyne Degraff, asesora internacional de Familia, Promoción de la Salud y Curso de Vida de la OMS. Según la experta, aunque la muerte genera consternación, hay datos que dimensionan la problemática alrededor de los lesionados: su atención médica cuesta US$9 billones anuales a escala global y por cada fallecido se estima que un sobreviviente queda hasta con 15 traumatismos que requieren tratamiento.

En Colombia, la estadística del último lustro indica que hubo 129 lesionados por cada fallecido, de los cuales 4,2 son graves y el 62 % de ellos iba en moto. Según los expertos y las víctimas, esta dimensión del problema recibe poca atención, pese a que su impacto, tanto en el sistema de salud como en el tejido social y económico, se extiende más allá de cada siniestro.

El suplicio de la rehabilitación

Juan Manuel Martínez, cirujano de trauma y miembro del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Bogotá, ha atendido a cientos de pacientes en siniestros viales. Dice que, aunque las probabilidades de sobrevivir a un choque, son reducidas, la parte más difícil para él llega cuando debe decirles a sus pacientes: “Logré salvarle la vida, pero… ahora deberá aprender a vivir sin una extremidad, soportar un daño grave en las articulaciones o el estrés postraumático”, menciona y explica que, aunque la mayoría de daños tras un siniestro son internos, precisamente por la liberación de energía del choque de un cuerpo a alta velocidad, la rehabilitación de algunos miembros como las manos o los tobillos son difícilmente curables y dejan secuelas para toda la vida. En realidad, incluso una fractura, la cual se puede atender con material de osteosíntesis (tornillos, láminas de platino o alambres) dejará mella en el bienestar de los lesionados debido a la incomodidad y rigidez de estos elementos.

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Las heridas de un siniestro vial se dividen en dos grupos: fatales y no letales, que pueden ser graves o leves. En ese orden de ideas, el politraumatismo es la lesión más común en los casos de lesión fatal (58 %) y en los no letales (65 %). En segundo lugar, está el trauma craneal (30 %) en los casos fatales y el de miembros (21 %) para las no fatales, según el SIRAS, RUNT y Medicina Legal.

Hernán Ortiz, coordinador de datos y vigilancia de la Iniciativa Bloomberg para la Seguridad Vial Global (BIGRS) en Colombia, opina que hace falta una base de datos unificada para los heridos con el fin de tener información precisa y, sobre todo, “una política orientada a la prevención, para evitar que sigan creciendo estas cifras”.

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Rehabilitar estas heridas requiere un proceso integral en el que deben estar involucradas varias ramas de la medicina, como la psicosocial, la ortopédica y la fisioterapéutica. En este punto aparecen las fallas de atención, según el doctor Martínez, ya que en Colombia “tenemos un gran componente de atención en emergencias. Somos muy buenos, pero en la parte de rehabilitación tenemos varios problemas”.

Demoras en la autorización de citas con especialistas y terapias que no se extienden a las sesiones que deberían, que duran menos de 30 minutos, suelen dificultar el proceso de rehabilitación. En el caso de July, por ejemplo, el verdadero reto llegó con el alta hospitalaria. Tutelas con las EPS y peleas diarias por conseguir la tan ansiada consulta y las terapias, los pusieron a ella y a su esposo contra la pared.

Por fortuna, en Bogotá existe el Centro de Orientación a Víctimas de Siniestros Viales (ORVI), de la Secretaría Distrital de Movilidad, en donde las víctimas encuentran asesoría jurídica, social y psicológica. Aquí July recibió acompañamiento y orientación para acudir a otras instancias en donde le fue posible acceder a las terapias necesarias. Gracias a esto, mientras usted lee este artículo, algunos, como ella, han podido volver a caminar con la ayuda de un bastón. Sin embargo, no todos los finales son felices.

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Jacobo Cárdenas, de 42 años, sufrió fractura de rótula el 30 de agosto de 2021, al estrellarse con una volqueta. Hoy, cuatro años después, ya no puede flexionar toda la rodilla y ha desarrollado una cojera que ha ido deteriorando su cadera. “Creo que ahora me van a tener que operar de la cadera, porque el balance del cuerpo se perdió”. Dice que, aunque tuvo fisioterapias, el SOAT solo le cubrió 10 sesiones. A través de su EPS, solo consiguió autorizar cinco más, las cuales fueron insuficientes para recuperar del todo la movilidad de su rodilla. “Me decían que aprendiera las terapias para continuarlas en la casa, pero muchas veces no tenía los elementos o el espacio para hacerlas”.

El costo para los heridos

La siniestralidad vial es un tema de salud pública, concuerdan Ortiz y Martínez. Las lesiones tienen consecuencias más severas sobre los grupos de personas más vulnerables. “En Bogotá 90 % de lesionados son estratos 1 a 3, en su mayoría peatones y motociclistas. En general, cabeza de hogar. Pérdida de productividad, sobrecarga en labores de cuidado para familiares, secuelas físicas y psicológicas, e incapacidad temporal o permanente son algunos de los efectos, Intensificados por niveles bajos de ingresos”, explica Ortiz.

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En su experiencia atendiendo pacientes, que incluso llegan con cobertura de SOAT, el doctor Martínez dice que el presupuesto de este seguro para atender lesionados en accidente de motos es de $13 millones, que se suele esfumar en apenas tres días tras un episodio de politraumatismo. Esto sin contar el costo de las terapias y demás tratamientos de rehabilitación.

Al monstruo de la siniestralidad vial le aparecen otros tentáculos. Al dolor de perder vidas en el asfalto se le suma la tragedia de cientos de vidas arruinadas por la pérdida de capacidad. La prevención de accidentes, centrada en la reducción de la velocidad, debe seguir siendo la constante, pero es responsabilidad de todos los actores viales. Justo ahora, que viene temporada de vacaciones y puentes festivos, antes acelerar (en carro o en moto), piense en sí ese efímero ahorro de tiempo compensa los riesgos de un accidente y una eventual vida llena de suplicio.

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Por Miguel Ángel Vivas Tróchez

Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia interesado en Economía, política y coyuntura internacional.juvenalurbino97 mvivas@elespectador.com
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