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Opinión: Algunos centros de rehabilitación, una inquisición teoterapéutica

Por las precariedades de nuestro sistema de salud y las escasas y erráticas medidas de prevención, proliferan centros pseudo terapéuticos de garaje, manejados como perversos negocios, bajo la excusa de salvar a los adictos.

Alberto López de Mesa
06 de septiembre de 2023 - 08:25 p. m.
hoy en día desde el mercado de la salud y de la asistencia social, abundan profesionales y teguas, por cuyo modo de atender a los adictos a sustancias psicoactivas, no están lejos de parecerse a los verdugos de la inquisición. EFE
hoy en día desde el mercado de la salud y de la asistencia social, abundan profesionales y teguas, por cuyo modo de atender a los adictos a sustancias psicoactivas, no están lejos de parecerse a los verdugos de la inquisición. EFE
Foto: EFE - Isaac Fontana
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Entre los efectos colaterales de la fallida “guerra contra las drogas” están los vejámenes a los que son sometidos los usuarios de sustancias psicoactivas, denominadas oficialmente como drogas ilícitas o prohibidas y, por lo tanto, quienes las usan son discriminados como asociales; estigmatizados desde la moralidad aceptada, y, en el peor de los casos, criminalizados por contravenir códigos policiales.

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Todo lo ilícito termina incidiendo de mala manera en la conciencia colectiva, asumiéndose como lo culturalmente inaceptado y todas las instancias proceden consecuentes con tal ética. Así, los consumidores de drogas ilícitas son, para sus familias, para el vecindario, para los centros educativos, personas “problemáticas”; para los profesionales de la salud, enfermos mentales; para la policía, potenciales delincuentes, y para los religiosos, posesos del demonio.

Y si bien es cierto que desde la edad media los prefectos de la Inquisición satanizaron el uso de alucinógenos y quemaron en piras públicas a sabias sibilas acusadas de brujas, por el irreverente uso de psicoactivos naturales, y decapitaron a alquimistas, dizque por endemoniados oficiantes de ciencias paganas, hoy en día desde el mercado de la salud y de la asistencia social, abundan profesionales y teguas, por cuyo modo de atender a los adictos a sustancias psicoactivas, no están lejos de parecerse a los verdugos de la inquisición.

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En Colombia con las precariedades de nuestro sistema de salud y las escasas y erráticas medidas de prevención, proliferan los centros pseudo terapéuticos de garaje, manejados como perversos negocios de engrupidores mucho menos que empíricos, cuyos clientes son las familias, sobre todo las más pobres, que por adolecer la falta de alguna instrucción sobre el cómo atender a los parientes drogadictos, recurren a tales lugares donde la cura que se les ofrece más parece un exorcismo que psicoterapia.

Para ejemplificar está afirmación transcribo el patético testimonio de Ómar, quien trabajó como operador en uno de estos centros. Tiene 42 años, 1.90 de estatura, fue soldado profesional del Ejército Nacional, con experiencia en combate antiguerrilla, razón por la cual fue enrolado en el batallón que fue a combatir al Sinaí junto al ejército norteamericano. Al volver recibió indemnizaciones y compensaciones en efectivo, pero pidió la baja, según dice, porque en esa guerra se hizo poliadicto y adquirió las malas mañas de los marines gringos.

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En menos de dos años se gastó la plata en prostíbulos, ollas del microtráfico y bares de mala calaña. Luego de cinco años de rumba licenciosa cumplió procesos de desintoxicación y sanación en centros de toda índole: unos con atención psiquiátrica, que lo medicaban; también conoció los que usaron las terapias de choque; luego en los de confrontación, y hasta los de modos teoterapéuticos. Dice que dejó los psicotrópicos y que ahora es adicto a los ansiolíticos y opiáceos de venta formulada.

De ese periplo por distintos métodos de rehabilitación aprendió los conceptos, los rituales y el argot de la psicoterapia al tanteo, que iniciaron hace 120 años los dos médicos pioneros fundadores de Alcohólicos y Narcóticos Anónimos. Gracias a ello, ha trabajado en centros de rehabilitación y hace dos años, al final de la pandemia, hallándose sin plata, aceptó trabajar como operador terapéutico en una fundación, con sede en el barrio Santa Helenita, propiedad dirigida por un sujeto que se hace llamar pastor Emanuel y que, según Ómar. es en realidad un alias.

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La Fundación tiene dos sedes: la principal en Santa Helenita es una casa verde, medianera, de tres pisos, donde atienden hacinados a 120 pacientes varones. Otra en Kennedy, de la que no tuve descripción, con capacidad para 70 personas. Los atendidos en uno y otro lado pertenecen a familias de los estratos dos y tres que, con mucho esfuerzo, pagan entre $500 mil y $1 millón. A los que les cobran menos se les considera becados.

De cuatro maneras ingresan los “pacientes” a Volver a Soñar. Unos, la minoría, voluntariamente, casi todos mayores de 40 años, a quienes los parientes logran persuadir de que accedan al tratamiento. Otros los hacen ir con engañifas: les dicen, por ejemplo, que a tal hora asistan a una entrevista de trabajo y cuando están dentro, en la oficina de la dirección de la Fundación, los esbirros del director trancan las puertas y ventanas de la casa.

Con descaro, cínicamente le informan al retenido que tuvieron que decirle la mentirita de la entrevista, para que accediera a ir y recibir el necesario tratamiento. Y le advierten que no intente irse, porque tienen la autorización de su familia de retenerlo, si es preciso, por la fuerza. Al engañado, custodiado por dos macancanes malencarados, no le queda otra que resignarse al cautiverio terapéutico.

Las otras dos modalidades son más drásticas e ignominiosas. Se aplican a rebeldes e insumisos, por lo general consumidores de bazuco, cocaína, opioides o alcohol, que ya encumbran la compulsividad de la curva adictiva o están en el grado crónico e irreversible de la intoxicación. A estos, si son acuerpados y fuertes, los sedan valiéndose de un pariente que furtivamente le pondrá en un jugo o en el café 10 gotas de Sinogan, suficientes para rendir a un potro salvaje. Una vez dormido lo sacan en camilla, para disimular la afrenta con el vecindario.

Cómo la dosis del sedante no la decide un especialista sino un chambón, con algunos se les ha ido la mano en la posología y les ha tocado llevar a la víctima en coma de urgencia a un hospital. Por eso prefieren usar la fuerza bruta. Los macancanes de la Fundación llegan de improviso a la casa de la familia que los contrata, simulado ser oficiales del CTI, con orden de capturar al paciente, por un supuesto pedido de la Fiscalía. Está apariencia les sirve también para no delatarse ante el vecindario. Así, no obstante, la deplorable violación de derechos humanos, con licencia para la impunidad, mantienen el cupo completo en las dos sedes de la Fundación.

Si deplorable es el ingreso es aciago el diario vivir de los internos. Dice Ómar que Tafur es mezquino, sádico, que no disimula la avaricia. Los pacientes duermen en camarotes de tres puestos estrechos, como anaqueles de la morgue. Los despiertan a las cuatro de la mañana, porque sólo hay cuatro duchas, para un baño por turnos de tres minutos estrictamente controlado. El aseo de la casa, la preparación de los alimentos les corresponde a los castigados, porque la concepción del tratamiento es un suplicio o, mejor decir, un linchamiento por el pecado de haber consumido sustancias diabólicas. Luego están las homilías increpativas del Pastor Emanuel y los enjuiciamientos de valor de los pseudo terapeutas.

El conductismo ramplón es el método, con la premisa de que hay conductas asociadas al vicio, luego al vicioso hay que extirparle los impulsos hacia las malas conductas. Llaman El Banco al sitio en donde sientan e incriminan a los de modales agresivos y ¡hay de aquel que cometa un hurto u ofenda a alguno de los del staff de serviles! Lo mínimo que sufre es el escarnio público, porque también lo obligan a permanecer horas en una misma e incómoda pose, como un cepo sicológico, en castigo por su falla.

En brigadas van a Corabastos a buscar alimentos que han desechado los vendedores por maltratados o en estado no óptimo, sea vegetal o cárnico, porque los que adquieren en el Banco de Alimentos o de donaciones de las familias, los negocia José Tafur por otro lado.

Es famosa, entre los que han estado en estos centros terapéuticos de garaje “La sopa de visages”, que es un menjurje sin el menor tino culinario, hecha con lo que haya, pero en Volver a Soñar, dice Ómar, el mazacote que resulta es vergonzante.

El tratamiento dura nueve meses, los que no están castigados reciben visitas cada 30 días, las que coinciden obviamente con el pago de la mensualidad. La teoterapia también se imparte a los acudientes, con un discurso macabro, en el que se les mete a los parientes “el miedo a las tentaciones de Satanás, el cachano que siempre está al acecho de las gentes impías y de las almas débiles por falta de fe”

Ómar me contó muchas infamias que presenció y hasta sufrió en esa casa, pero prefiero resaltar de su testimonio la tristeza que la daban las madres inocentes, manipuladas por el Pastor Emanuel, para que mantuvieran la falsa esperanza de que su hijo en ese lugar recibiría el influjo mágico que le exorcizaría por siempre al demonio del vicio.

En la oficina del presunto pastor están colgados los retratos de los egresados victoriosos. Son pocos y esto lo justifica una frase de publicidad engañosa, que en letras grandes también está colgada en la oficina: “Sólo tú puedes, pero no puedes solo”. Con este argumento, si el egresado no supera la dependencia a las drogas o recae en el vicio, no hay derecho a reclamos, pues como ahí lo dice, “sólo él puede. Depende de su fuerza de voluntad y de lo que Dios quiera.”

Las ofertas de tratamiento a adictos a sustancias psicoactivas ya son un negocio más de los muchos que se dan colaterales a la guerra contra las drogas. Las secretarías de Salud les dan las licencias de funcionamiento sin mayor reparo, pues a la larga los funcionarios de estas instancias también han sido curtidos con la misma moralidad, y, peor los que llevan años atornillados en sus cargos, porque intransigentes asumen los caducos paradigmas como verdades axiomáticas.

De suerte que en este siglo ya se promulgan los conceptos vanguardistas de la Reducción de daños y riesgos desarrollados en Europa del norte, en consenso de sicólogos, pedagogos, antropólogos entre otros humanistas, cuyos criterios en pro de la dignidad y del respeto a la libertad de conciencia han logrado posicionar en las constituciones artículos en defensa de los derechos humanos de los usuarios de sustancias psicoactivas. En nuestro país su incidencia en los gobiernos y la cultura aún es una lucha en ciernes, vale decir que también hace falta que tales criterios se adecúen a la realidad cultural y social de cada país.

Se requieren cambios estructurales en todas las instancias para que trascendamos las nociones, la comprensión y el tratamiento del uso y el goce de sustancias psicoactivas. Ojalá no sólo sean los avispados negociantes quienes inventen los medios para la sensibilización ante el fenómeno o para su eventual legalización y cundan el mercado junto a las licoreras y las cigarrerías con producto a base de alcaloides, opioides, cannabicos, etc. con marcas de los monopolios de la industria farmacéutica. Ojalá participen los modos ancestrales de nuestros indígenas, y los saberes al respecto de los druidas y sabios de la antigüedad.

Amanecerá y veremos.

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