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Cómo se había alertado, la degradación social y las prácticas delictivas desalojadas de las extintas calles del Cartucho y del Bronx desembocaron y resurgieron en las siete cuadras, al costado nororiental, del barrio San Bernardo.
Allí ya existían expendios de drogas, pero tal dinámica ha venido creciendo con el emplazamiento de las nuevas generaciones de capos, herederos de los capturados en los operativos de las zonas extintas. Era lógico, pues la acción militar y el propósito gentrificador del alcalde Peñalosa, nunca procuró soluciones estructurales en lo social. En ambos operativos, el propósito era un urbanismo deshumanizado, por la rentabilidad del suelo.
Tampoco otras instancias, con más obligatoriedad con la gente de la calle como la Secretaría de Integración Social y el Idipron, concibieron medidas preventivas. Apoyados en sus inamovibles paradigmas de atención vieron estupefactos como desembocaban allí las diásporas de habitantes de calle, consumidores de sustancias psicoactivas.
En lo que va del siglo, en el Samber (que es como le dicen los ñeros al rincón urbano bajo la carrera décima y sobre la avenida sexta) la problemática se ha acrecentado, tal cual se advirtió. Lo que nadie se esperaba, porque era imprevisible, es que migrantes venezolanos llegarían a participar en todos los negocios de dicha zona de tolerancia.
Se hicieron a locales y osaron irrumpir en terrenos de los carteles locales. En un principio, los capos de la zona aceptaron qué los foráneos abrieran expendios, con la ventajosa condición de que vendieran la droga que ellos les proveyeran y así empezaron. No obstante, tal pacto no duró mucho, porque los recién llegados necesitaban competir y para ello, lo mejor era vender su propia mercancía (habló de drogas, licores, juegos y mujeres.)
Vale decir, a ver si algún día las instancias de salud pública toman cartas en el asunto, que en el Samber se vende la cocaína y el bazuco más puerco y barato de la ciudad. Por ejemplo, las papeletas de bazuco cuestan $2.000, mientras en otras partes del centro valen $5.000. Ya se podrán imaginar el menjurje que consumen los ñeros allí.
La parte oscura de la película está en el abastecimiento de armas a los diferentes bandos, quién sabe por parte de quién. Lo cierto es que en el Samber todos saben que unos y otros tienen secuaces armados. Así se mantuvieron en guerra fría hasta que hace 15 días explotó una granada de fragmentación, qué dejó un muerto y seis heridos. Esto fue en una “olla” de los capos locales, quienes en retaliación el lunes explotaron otra en predios de venezolanos. Es una reyerta perversa, porque las víctimas son los ñeros inocentes.
Hasta ahora, los ataques son intimidatorios, demostrando cada cual que tiene armamento y arrojo, aunque también determinan avances en la toma de territorios. Se dice que en esto ganan los venezolanos, porque se apuran en comprar los predios que por destruidos se abaratan y así han ido tomándose manzanas en terrenos de los rivales.
Mientras las víctimas de los ataques sean clientes, ñeritos inermes y sin dolientes, “todo bien”. Pero donde muera alguno de los dueños o de sus secuaces, seguramente ahí sí se desatarán combates directos. ¿Y quién protegerá a los callejeros? ¿Qué se les puede ofrecer para salvarlos del fuego cruzado? Por lo que se ve, esta alcaldía no tomará ninguna medida contundente. Le dejará la torta podrida al sucesor.
Entre tanto 3.000 habitantes de calle, que frecuentan y/o parchan en la zona, seguirán expuestos a balas pérdidas y a las consecuencias en su salud, de las porquerías que les venden. Me atrevo a vaticinar que el devenir social del Samber será mucho peor que el Bronx y la solución más compleja, porque entre el despelote también hay viviendas de familias con niños y adolescentes.
