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La seguridad es la gran preocupación de la ciudadanía, el temor, el miedo y la ansiedad de caminar por una ciudad en la cual se puede perder la vida por un celular no permite que se disfrute la urbe.
El ciudadano paga impuestos para que se le garantice el cuidado de su vida, honra y bienes, además de poder hacer uso del espacio público como un lugar para desconectarse de los problemas y no para que sea una preocupación por el peligro de cada día.
No hay una fórmula universal o única para la seguridad ni una varita mágica que haga el milagro de un día para otro; sin embargo, sí hay planes y estrategias que han mostrado resultados para diferentes ciudades en el pasado y Bogotá no es la excepción.
El asunto es que crear estrategias, pasa por entender que la seguridad no es un asunto solo de Policía o de exigirles y “mandarles a hacer más” a los uniformados, la seguridad debe concebirse como una consecuencia de múltiples factores y no como el origen de problemáticas sociales. En otras palabras, no se trata, por ejemplo, que la ciudad esté insegura y por eso está mal, sino que es por lo que está mal en múltiples campos que está insegura.
Cambiar la perspectiva, permite entender que las fallas en campos como la equidad, la justicia, resocialización, oportunidades laborales dignas, falta de reconocimiento del mérito, la rentabilidad de delinquir y débiles rutas de atención a violencias, se suman a condiciones como el mal estado de espacio público, falta de poda de árboles e iluminación, lo que lleva a que se consolide un ambiente propicio para la inseguridad, tanto en percepción como en victimización.
Cada ciudad requiere una estrategia de seguridad única, innovadora, potente y sobre todo aplicada a su contexto social, político y económico, entendiendo que el copiar acciones de otras zonas o ciudades no siempre será efectivo y que la academia mucho teoriza, habla y plantea pero en el fondo desconoce los marcos normativos, institucionales, operacionales y doctrinales del sector seguridad y defensa.
De allí la brecha entre los artículos científicos o universitarios y las reales soluciones a los problemas que afectan a la ciudadanía en el día a día cuando se llega a gobernar sin experiencia “de calle”.
Así, mientras se teoriza en las aulas, se toman decisiones en escritorios en las instituciones sin experiencia y hay rupturas evidentes entre la administración y las autoridades, el ciudadano de a pie, lucha por poder interponer una denuncia, costeando no solo el hecho de haber sido víctima de hurto o violencias, sino acarreando el costo que significa el tiempo que conlleva hacer un registro formal del hecho.
Incluso con desazón porque en el fondo sabe que no llevará a que la justicia actúe, pero se hace para no perder además del teléfono, su trabajo por no tener una “justificación” por llegar tarde o no ir ese día.
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