Una mañana, en un ruta seis de Transmilenio, rumbo al norte, se escuchó un ritmo salsero y un tararear del tema “Por qué ahora”, tocado rústicamente, con una ligereza y un ritmo que conmovían, pero en manos de alguien que sabía lo que hacía. Había que inclinarse para ver al artista sentado sobre el ennegrecido suelo del articulado que parece un tapete sucio de estrellas ennegrecidas, sacándole notas a un balde blanco al revés. Era el Halcón de Colombia, quien hace 30 años se hizo famoso por su voz y sus éxitos. Hoy se le conoce por pertenecer a Son Callejero, una orquesta conformada por exhabitantes de calle salseros. También, por sus “conciertos” en el transporte público, donde oculta su potente voz, limitándose únicamente a insinuarla.
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Los que saben del género no podían creer que fuera el Halcón, que a sus 71 años siguiera tocando en los buses. Al bajarse del articulado, dijo que Son Callejero seguía vivo y que ahora tenían una casa en el centro, donde todos podían escuchar los temas clásicos de la salsa y los de la agrupación. Hoy la orquesta cuenta con más de 30 canciones, dos álbumes y cuatro sencillos, interpretados por las leyendas de siempre: el Halcón de Colombia, junto al maestro Édgar Espinosa (voz, saxofón, pianista, todero…) y Antonio Ortiz (Toño), en la percusión. Solo falta, o permanece en la memoria de la orquesta, Roberto Echavarría, quien murió en 2022.
Hijos del asfalto
La casa que mencionó el Halcón está en la calle 27 n.° 5-78, detrás de las Torres del Parque, cruzando el parqueadero de la plaza de toros. En medio de una cuadra inclinada, reluce blanca la fachada de una casona que la Sociedad de Activos Especiales (SAE) entregó este año a la fundación. Un letrero anuncia Son Callejero. “Era de narcos”, dice Dairo Cabrera Rodríguez, de 52 años, fundador de la orquesta y terco, quien creó este proyecto único con un poeta de la calle, .
Los que pasan al frente de la casa un martes o un jueves en la mañana logran escuchar el ritmo magnético que producen en sus ensayos. No son Héctor Lavoe, Richie Ray ni Bobby Cruz, pero algunos transeúntes se quedan viendo por la ventana a los músicos practicar las canciones de Navidad y al Halcón soltar el poder de su voz como no lo hace en Transmilenio. La casa, recién entregada, también hace las veces de escuela de enseñanza cultural y comunitaria, donde imparten clases de iniciación en música y disciplinas del arte, para niños y jóvenes de sectores vulnerables del centro de Bogotá. Algunos viernes se abre la casona desde las 6:00 y tocan mientras el público baila.
En medio de los ensayos, Cabrera, con su guacharaca en la mano, cuenta que es originario de Montes de María, pero “adoptado por la capital”. Para él, todo nació de un encuentro entre la calle y la música. Llegó por accidente a trabajar con habitantes de calle en los hogares de paso del Distrito y descubrió talentos que nadie veía: músicos con pasado en grandes orquestas de salsa que habían perdido su carrera y vivían al margen. “No soy músico, pero vi todo ese talento”.
A los mismos servicios de la Alcaldía había llegado otro hombre, pero como beneficiario: Alberto López de Mesa, un samario, también “adoptado” por Bogotá, arquitecto de profesión, reconocido por ser parte del equipo creativo de “Sin preservativo ni pío”, famosa campaña de los años 90. Luego, por lo que él llama “descuidos de la conciencia”, cayó en las drogas y terminó habitando la calle. Tras varios años trasegando, López encontró “El Camino” (servicio de la Alcaldía), donde conoció a Cabrera y se unieron sus caminos.
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El Halcón y el maestro Echavarría
Alberto Puello Villarreal, el Halcón, llega a la casona, conquistando a pie la loma con su balde en la mano. López de Mesa explica que cada integrante tiene una historia distinta que moldea el carácter del grupo. “El Halcón, el más viejo y cantante principal, viene de Cartagena. Lo trajeron a Bogotá y nunca quiso entrar a un centro del Distrito”. Cabrera añade que él fue su principal inspiración para crear el grupo. “Fue la prueba viviente de que la calle no borra el talento. Me confirmó que este proyecto tenía que existir”.
López dice que es un sonero puro, que cantó con El Nene y Los Traviesos, y viene de la tradición cartagenera de La Terraza. “Está viejo, pero canta”. Hoy día el Halcón se la juega en buses de Transmilenio y con la orquesta. Hace unos meses se ilusionó al saber que iba a recibir sus regalías por la canción “El palote”, una champeta criolla pionera. Al recibirlas, mostró en un video los COP 56.000 que le dio Sony Music. “Después de 30 años, me pone triste”, suspiró. No obstante, el cantante se alista para cantarla en diciembre, época en la que Son Callejero piensa poner a bailar a la ciudad.
Otro caso fue el de Roberto Echeverría, ya fallecido, a quien López de Mesa dice haber amado profundamente por su talento: componía, arreglaba, tenía oído excepcional y escribió “Sobre las olas”. “A veces trabajaba escribiendo música para mariachis en los andenes”. Echavarría fue quien aportó y ayudó a consolidar lo que Cabrera llama “el sonido callejero”: “Ellos comenzaron a traer a sus pares. Identificamos que en Colombia había otros músicos que tenían la misma condición. Así ubicamos a Édgar Espinosa, en Cali; a Saulo Sánchez, en Medellín, y al Halcón de Colombia, en Cartagena. Los reunimos en Bogotá”.
El poeta, por su parte, volvió a caer en las drogas poco después de que el grupo comenzó a consolidarse. “Pero regresé cuando la orquesta ya tenía instrumentos, para ayudar a darle identidad escribiendo las letras del primer disco”. Entre ellas la más reconocida es “Soy callejero”, que dice “soy hijo del asfalto / protegido de la noche. / Yo tengo por techo el cielo y los prados por colchón”.
“Para mí ‘Son callejero’ significa un cambio: aquí aparezco yo”, dice el Halcón, después de un ensayo agitado. “Lo que pasa es que tengo que ir a cantar ahora en el TM con este tambor [señala el balde]. Por eso es que tú ves… Ahora tengo que irme”.
El maestro Espinosa
“Vengo de una familia muy musical”, dice Édgar Espinosa Hurtado, de 67 años, para explicar el origen de su talento. A los 14 años ya trabajaba en una orquesta profesional y, con el tiempo, pasó por formaciones históricas: “Estando en Bogotá conocí al maestro Jairo Varela, entonces integré el Grupo Niche [del cual se retiró al menos tres veces, dice]… después estuve con Guayacán, Los Tupamaros, Los Niches, Los Caribes y muchas otras orquestas”. Estuvo después en la Orquesta Internacional Los Niches, donde “acompañé a muchos artistas extranjeros: Celia Cruz, Héctor Lavoe, Frankie Ruiz, Papo Rodríguez...”.
Espinosa es el multiinstrumentista del grupo: “Toco piano, bajo, timbal, bongó, conga, todos los saxofones, clarinete, flauta, canto y hago arreglos y transcripciones”. Antes de irse, canta: “La Navidad en mi casa, yo no la cambio por nada, que es tan alegre y bonita, aunque la más anticuada”. “Qué pena que trabajo en un restaurante y tengo que tocar a las 12 m”, concluye.
Toño
“Este señor llegó aquí a Bogotá hace 50 años, desde el Chocó”, dice Cabrera al presentar a Glauco Antonio Ortiz (Toño), de 67 años, en una de sus presentaciones en vivo. “Se instaló en lo que hoy es la Plaza de las Nieves y allí, donde confluían todos los músicos de Bogotá para presentarse, comenzó a ser parte de la historia musical de este país”. Ortiz nació en Quibdó y se formó viendo tocar a su hermano timbalero. Antes de Bogotá ya había hecho parte de proyectos con Niche y Guayacán, y al llegar, en 1983, se convirtió en un percusionista querido en las tabernas salseras. Ha tocado timbal, conga, bongó, batería y todo el set de percusión. Cabrera recuerda que años atrás, para que el grupo se presentara, había que buscar a los músicos entre los recovecos.
“No, que mira que por ahí anda el niche, que anda por ahí en el billar, que dile a Toño que, por favor, se presente en tal parte, que Son Callejero va a tocar”. Hoy, afortunadamente, tienen un celular y los puedo llamar: ‘Hey, Toño, preséntate en tal sitio a las 8:00 de la noche. Y llega a las 6:00”. Como sus dos compañeros excallejeros, Toño también se la sigue rebuscando.
Los retos de Son Callejero, coinciden Dairo Cabrera y Alberto López de Mesa, han estado siempre más allá de la música: encontrar a los músicos, sostenerlos y demostrarle al país que el talento que la calle ocultó seguía intacto. Sostienen que mantener una orquesta de doce músicos es muy difícil en tiempos donde “las big bands de la época de Lucho Bermúdez y Pacho Galán ya no existen; sostener una orquesta grande es jodido”, dice López de Mesa. Juntos sostienen que el reto ahora es no dejarlos apagar.
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