En un suave baile provocado por el movimiento de un bus de transporte público, Marcela Castillo, lideresa del barrio El Codito, atraviesa su mirada por la manta del cerro que arropa los barrios de la parte alta de su localidad, la número uno de Bogotá: Usaquén. Sus ojos observan cómo los colores de las casas humildes del borde oriental se van convirtiendo en modernas edificaciones y centros comerciales que dejan atrás un territorio que parece dialogar con la historia.
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De un pasado colonial que aún preserva cierta esencia, a la moderna cascada de edificaciones y centros campestres que hablan otra historia de desarrollo y gentrificación.“Yo vivo en una zona de gente humilde, pero luchadora, orgullosa de esta localidad, que ha cambiado mucho su estructura y su economía con los años”, relata.
Marcela recuerda que, en su niñez, viviendo con su madre cerca de la calle 176, en un colegio de hermanos jesuitas, veía las canteras de El Codito, donde vivía gente muy humilde. “Nunca imaginé que terminaría viviendo allá. En esa época era una invasión, pero con el tiempo y la ayuda de muchas personas, el barrio creció. Hoy somos una comunidad grande, con 17 barrios, desde la Autopista Norte hasta San Luis de Venezuela. Empecé como líder hace 29 años, cuando mi hijo tenía tres meses”.
He tenido muchas experiencias, más bonitas que feas. He visto crecer a la comunidad, he visto jóvenes salir adelante y también he visto a otros perderse por malas decisiones o por la droga.
Marcela, líderesas de El Codito.
De municipio a localidad 1
Antes de la llegada de los españoles, el territorio que hoy se conoce como Usaquén era una loma de la sabana donde se asentaban los muiscas bajo el dominio del cacique Tisquesusa. Según 'Usaquén centro: historia, transformación urbana y social’, un estudio realizado por el Giovanni Romero Santana de la U. Rosario, el lugar era un punto estratégico dentro del sistema agrícola y ceremonial, un corredor que se extendía entre lagunas y las faldas de los cerros orientales, donde se cultivaba maíz, papa y quinua, y se intercambiaban insumos con los pueblos de Suba y Chía.
La llegada de los españoles transformó esa organización comunitaria en un pueblo de encomienda llamado Santa Bárbara de Usaquén, donde la princesa Usaca, hija del cacique, fue entregada en matrimonio a un capitán español como parte del sometimiento político y territorial. Casi cinco siglos después, en ese mismo territorio vive una población de más de 590 mil habitantes, distribuida en nueve UPZ y alrededor de 78 barrios cuenta con más de 160 colegios y una composición que va desde el estrato 1 en los cerros hasta el estrato 6 en Santa Bárbara.
Miguel Ángel Pardo, historiador y filósofo de la Universidad Javeriana, añade a esta historia: “la transformación del antiguo poblado de Usaquén refleja las tensiones históricas entre territorio, propiedad y urbanización en la sabana de Bogotá. Tras la disolución del resguardo indígena en el siglo XVIII, la idea inicial de redistribuir equitativamente las tierras heredadas de los muiscas se desvirtuó rápidamente. En lugar de una reforma agraria justa, el proceso derivó en un acelerado acaparamiento de tierras por parte de los sectores con mayor poder económico, lo que configuró una nueva estructura social y espacial en el norte de la capital”.
Una fecha que marca la historia de la localidad, que había tenido un crecimiento urbano lento hasta que, es el año de 1955, cuando Usaquén fue anexada al Distrito Especial de Bogotá. A partir de este momento, el proceso de gentrificación se hace más evidente y ocurre otro evento que marcará el crecimiento de la localidad como un nodo de riqueza.
Además, el impacto del Bogotazo, con la salida masiva de familias pudientes del centro de la ciudad hacia el norte, desencadenaría la parcelación y urbanización de las antiguas haciendas ganaderas como la del Chicó y Santa Bárbara, en viviendas y quintas de estilo inglés y francés para dar alojamiento a estratos altos.
“Usaquén centro: historia, transformación urbana y social”, Giovanni Romero Santana (2021).
No obstante, no fue hasta 1991 que pasó a ser oficialmente una localidad de Bogotá: “Usaquén fue incorporada al Distrito Capital de Bogotá en 1991 y se convirtió en una de sus localidades. Su desarrollo urbano se aceleró en el siglo XX, cuando las haciendas tradicionales (como Santa Ana y El Cedro) fueron parceladas y se urbanizó el territorio, transformando el antiguo pueblo en parte de la expansión norte de Bogotá, que alguna vez fue escenario de la misión doctrinera y del trabajo artesanal”, añadió el historiador.
Gentrificación: modernidad y exclusión
En la memoria de Marcela Castillo recuerda cómo fue para ella y sus siete hermanos, en los años setenta, luchar por la legalización de barrios altos que aprovecharon el cerro y la montaña para edificar viviendas. “Cuando llegamos, el barrio no tenía servicios ni reconocimiento. Nos tocó luchar para que no nos desalojaran. Mi madre fue una de las primeras en esa lucha. Al principio hubo intentos de desalojo, pero gracias al esfuerzo de la comunidad logramos que nos reconocieran”.
La legalización del barrio fue en 1987. A partir de ahí empezaron a invertir en nosotros: llegaron los servicios públicos, los colegios y fuimos consiguiendo las escrituras poco a poco. Hoy algunos aún faltan, pero todo se ha hecho de manera legal, con trabajo y perseverancia
Pardo agrega al relato: “Hacia la década de 1990, el paisaje de Usaquén experimentó una transformación radical: las antiguas casas de descanso y talleres artesanales dieron paso a un pujante circuito comercial y gastronómico. Bares, galerías, restaurantes y centros comerciales ocuparon el lugar de las viejas haciendas, marcando el inicio de un proceso de renovación urbana que convirtió a Usaquén en uno de los epicentros culturales y turísticos más representativos del norte de Bogotá”.
Daniel Ortiz, alcalde local, dice que hoy “Usaquén es una localidad que lo tiene todo: todos los estratos socioeconómicos, los cerros orientales, la carrera Séptima —emblemática para Bogotá— y un importante clúster de servicios médicos alrededor de la Fundación Santa Fe, donde se han desarrollado consultorios, hoteles y oferta gastronómica. Es, en muchos sentidos, un microcosmos de la ciudad”.
Entre los lugares de la cartografía cultural de la localidad que destaca la lideresa están el centro, donde está la Alcaldía y la iglesia Santa Bárbara: “Es hermoso y muy turístico, lleno de restaurantes, visitantes y vida cultural. También están zonas como Cedritos, que aunque parecen de estratos altos, tienen pobreza oculta. Tenemos sitios icónicos como el centro comercial Santa Fe, Santa Bárbara y muchos espacios donde se mezcla la diversidad social”, añadió, conversando desde un bus.
La iglesia fue declarada Monumento Nacional y es uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura religiosa de la sabana. Más allá de su valor artístico, su presencia sigue marcando la vida del barrio: los domingos, cuando repican las campanas y se llena la plaza de visitantes, el antiguo pueblo revive su espíritu fundacional, recordando que antes de los cafés, los mercados y los restaurantes, Usaquén fue, ante todo, un lugar de encuentro, de fe y de memoria.
Miguel Ángel Pardo, historiador.
Necesidades actuales
“Sin embargo”, continúa su narración la mujer, “hay sectores orientales con barrios no legalizados, donde falta agua y servicios. No culpo solo a las autoridades; también hay personas que se apropian de zonas forestales. Se necesita intervención, pero con equilibrio: proteger el medio ambiente y ayudar a quienes realmente lo necesitan. Otro problema es el de los escombros en los cerros, que deterioran las zonas verdes. Hay que buscar soluciones para evitar que esas áreas se sigan llenando de residuos”.
Las necesidades generales de la localidad son las mismas que en toda la capital, con sus bifurcaciones propias de las características de la zona: movilidad, seguridad y bienestar de la población más vulnerable.
Movilidad
Quizá es porque va sentada en un bus que avanza lento, pero a Marcela Castillo una de las cosas que se le vienen a la cabeza, pensando en las necesidades de su localidad, es la movilidad, que para muchos habitantes se ha vuelto una prueba diaria de paciencia. “Uno de los problemas más grandes que tenemos es el embotellamiento, sobre todo en la Séptima, donde los fines de semana es terrible. Hace falta ampliar las vías para no tener este trancón tan feo que tenemos”. Su diagnóstico coincide con la percepción de miles de residentes que padecen los cuellos de botella entre la calle 183 y la salida norte, donde el crecimiento urbano superó la capacidad vial hace años.
La lideresa agrega que, aunque algunas obras han mejorado tramos específicos, la congestión sigue siendo el principal obstáculo para la calidad de vida en sectores como Codito, Verbenal y Toberín, donde los buses, motos y vehículos particulares compiten por el mismo espacio.
El alcalde local, Daniel Ortiz, reconoce el problema y asegura que la administración trabaja para aliviarlo con intervenciones: “Este fin de semana entregaremos seis tramos viales renovados para que la ciudadanía disfrute de una malla vial en buen estado”, explicó. Además, anunció la entrega parcial de la obra de la carrera Novena en el sector de Laureana Gómez, que busca destrabar un corredor vital para la movilidad del norte.
“En total, la localidad destina más de 16 mil millones de pesos a la recuperación de vías, aunque el reto de fondo —dice— sigue siendo equilibrar el flujo vehicular con la seguridad vial y el transporte sostenible en una zona donde convergen todos los ritmos de Bogotá”.
Seguridad
Usaquén, con su mezcla de barrios residenciales, zonas comerciales y sectores populares, concentra un panorama de seguridad tan diverso como su geografía social. En sus calles se cruzan los delitos de menor impacto que agobian a los bogotanos —hurtos a personas, celulares y vehículos— con manifestaciones de delincuencia común y oportunista. Pero también existen zonas donde las dinámicas son más complejas: disputas por microtráfico en sectores como Verbenal y Codito, hurtos organizados en corredores comerciales e incluso crímenes de alto perfil que han salpicado a empresarios, abogados o esmeralderos.
Esa combinación hace de Usaquén una de las localidades donde la seguridad no puede medirse con una sola vara: conviven la tranquilidad de sus parques con la tensión soterrada de un territorio en disputa.
Ortiz menciona: “Recientemente tuvimos nuestro Consejo Local de Seguridad, y la buena noticia es que en todos los delitos hemos presentado reducciones. En algunos casos, como el hurto de automotores, las disminuciones se acercan al 50 %. En otros delitos que afectan la vida cotidiana —como hurto a personas o a celulares— las reducciones rondan el 10 %”.
La Policía Metropolitana de Bogotá señaló a este diario que, durante 2025, en Usaquén se registraron 1.103 capturas en flagrancia y 69 por orden judicial, además de la incautación de 21 armas de fuego. En materia de recuperación de bienes, las autoridades reportaron 31 bicicletas, 27 motocicletas, 17 vehículos y 63 celulares hurtados. Los indicadores delictivos muestran una tendencia a la baja frente a 2024. Por ejemplo, en homicidios:
“La localidad tiene una reducción en el delito de homicidio con un 39 % menos en comparación con el año 2024. Este año se han registrado 11 homicidios, y el año pasado, para la fecha, se registraron 18”, señaló la Mebog.
Aunque las cifras son alentadoras, la percepción ciudadana sigue marcada por el temor cotidiano, como sucede en las demás localidades de la ciudad: los robos menores, las riñas y las disputas por microtráfico continúan siendo los mayores retos para el nuevo modelo de seguridad local.
Hacia un nuevo futuro
Con el tiempo, otros temas se han ido insertando en el sentir de esta vieja localidad. Para sus habitantes, son todavía muchas las luchas y pequeñas batallas que vivir. “Para mí, Usaquén es la mejor localidad. Nunca me iría de aquí. Prácticamente me crié en este territorio desde los cuatro años. Vivimos tiempos duros: pobreza, esfuerzo, pero también unión. Hoy hay un orgullo grande: ver barrios desarrollados, ver la participación comunitaria crecer a través de los presupuestos participativos, que antes no existían. Hoy la comunidad tiene voz y logra avances. Todo esto ha sido posible gracias a muchos líderes que hemos trabajado juntos por Usaquén”.
“Trabajamos juntos en temas como el ruido, que es una preocupación constante por la mezcla de usos de suelo. En muchos casos, los comercios han llegado a zonas residenciales, generando tensiones. Resolver esas situaciones requiere comunicación y autoridad. A los comerciantes les decimos: si pueden generar empleo y trabajar, háganlo cumpliendo los requisitos y sin afectar a sus vecinos. Quienes lo hacen mantienen buenas relaciones con la comunidad; quienes no, han recibido medidas correctivas en coordinación con la Secretaría de Ambiente”, señaló Ortiz.
Al final de la conversación, Marcela Castillo, todavía sentada en transporte público, dice que esto es apenas un resumen diminuto de lo que es Usaquén y de lo que significan estos 486 años que se celebrarán por lo alto este 25 y 26 de octubre. En sus calles aún resuena la memoria del pueblo de Santa Bárbara, pero también el eco de los nuevos desarrollos, los cafés y la cultura.
Celebrar sus 486 años no es solo recordar su antigüedad, sino mirar de frente los desafíos que deja su propio crecimiento: el equilibrio entre memoria y modernidad, entre el patrimonio y la ciudad que nunca deja de expandirse.
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