Jorge Reynolds, el hombre que no inventó el marcapasos

Desde la Casa de Nariño hasta colegios por toda Colombia se ha repetido orgullosamente que un colombiano, Jorge Reynolds, inventó el marcapasos que ha salvado millones de vidas. Él mismo lo ha confirmado en entrevistas y conferencias. La historia de la medicina, sin embargo, dice otra cosa.

Pablo Correa - Lisbeth Fog
30 de junio de 2019 - 02:00 a. m.
Jorge Reynolds, el hombre que no inventó el marcapasos

El 13 de diciembre de 2018, el presidente de la República, Iván Duque, llegó hasta la clínica Shaio, en el noroccidente de Bogotá, para rendir un homenaje a Jorge Reynolds Pombo y a dos médicos de la institución, Gilberto Estrada Espinosa y Luis Hernando Orjuela Lobo. Vestido con un traje negro y corbata rosada, el joven mandatario subió a la tarima y frente a un selecto auditorio de invitados, que de paso celebraba el aniversario 61 del centro médico, exaltó la trayectoria de Reynolds:

“Así se tiene que reconocer su impronta en la ciencia. Porque usted, portando ese corazón colombiano, hizo de nuestro país un país admirado por su evolución científica, tras haber desarrollado e implementado el marcapasos como tecnología que ha salvado vidas en todo el planeta”.

Un mes más tarde, el 31 de enero de 2019, Reynolds, de 82 años, recibió un reconocimiento aún mayor. La Academia Nacional de Medicina lo elevó a miembro honorario, la máxima categoría posible. Ese día experimentó la gloria de ver su nombre escrito en las páginas más importantes de la historia de la medicina colombiana. En el solemne auditorio de una vieja casa de arquitectura inglesa en la carrera séptima con calle 69 de Bogotá, el médico Jorge León hizo un recuento de anécdotas de su vida. Entre ellas, relató el viaje de Reynolds a la isla Gorgona para intentar tomar un electrocardiograma a una ballena jorobada disparando una saeta que llevaba en su punta un electrodo para captar los impulsos eléctricos del gigante corazón.

Uno de los patriarcas de la medicina colombiana, José Félix Patiño, exrector de la Universidad Nacional y expresidente de la Academia Nacional de Medicina, también lo elogió:

“Pocas personas he conocido con la capacidad de Jorge Reynolds con un gran sentido de innovación. Él va adelante de la frontera de la ciencia. Ha sido una de las personas más importantes que he conocido en mis 92 años de vida”.

El 2019 traía una sorpresa extra para Reynolds. En febrero fue llamado a integrar la Misión de Sabios con la que el Gobierno quiere trazar una visión de largo plazo para la ciencia y la educación. Reynolds fue el único asignado, entre los 47 elegidos, a dos de las comisiones: Ciencias de la vida y la salud y Océano y recursos hidrobiológicos.

Los homenajes parecían insuficientes para un hombre que dice haber inventado un aparato que cambió la historia de la medicina. Enfermedades cardíacas que antes cortaban de un tajo la vida de los seres humanos, de repente, y gracias a un sistema de estimulación eléctrica, dejaron de ser mortales. La expectativa de vida de los pacientes operados se extendió para cumplir con un nuevo destino y muchas veces morir por otra razón. Cada año se implantan unos 600.000 marcapasos alrededor del mundo.

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Con ligeras variaciones, Reynolds ha repetido la historia de su invento a estudiantes y a periodistas, y también la ha dejado consignada en libros. En uno que tituló Marcapasos cardíaco, escrito en coautoría con el médico Rodolfo Vega, editado por la Universidad Simón Bolívar, que de paso le otorgó en el año 2000 un doctorado honoris causa, narró los detalles de su descubrimiento. El año de su momento “eureka” fue 1958. Había regresado de Inglaterra luego de terminar estudios de ingeniería en el Trinity College de Cambridge, y tras una breve visita a Estados Unidos pudo, “ver los experimentos y equipos con los que se investigaba la estimulación cardíaca, desde el punto de vista de electrodos y marcapasos externos, y observar varios ensayos en perros”.

Reynolds cuenta que trabajó unos meses para la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, ayudando en la instalación de equipos de electrofisiología. Tenía apenas 22 años. Contactos con algunos colegas lo acercaron a la Fundación Shaio de Bogotá, que acababa de nacer y donde hoy, al fondo de una antigua casa que la clínica se tragó, conserva una oficina y, al lado, un museo con decenas de modelos de marcapasos.

“En ese tiempo, la Fundación Shaio iniciaba experimentalmente la cirugía de corazón abierto en perros”, se lee en el libro cuando a Reynolds se le ocurrió trabajar en un sistema de impulsos eléctricos que ayudaría a los corazones a recuperar su ritmo. Con ampollas de vidrio al vacío, un temporizador con el que se podría obtener pulsaciones que oscilaban entre 55 y 80 contracciones por minuto, un multivibrador, un transformador para aumentar el voltaje y una batería de 12 voltios que duraba 24 horas, “quedó conformado el primer marcapasos artificial”. Lo probó primero en perros y observó “una estimulación cardíaca eficaz”. El aparato pesaba más de 45 kilogramos.

A Reynolds le gusta describir su aventura científica como “una opereta tragicómica”. Cuenta que ese diciembre de 1958 llegó a la Fundación Shaio un sacerdote ecuatoriano con un “bloqueo aurículo-ventricular completo y crisis de frecuentes episodios de Stokes Adams”. Un bloqueo AV, como lo llaman de forma abreviada los médicos, no es otra cosa que la interrupción de la transmisión eléctrica de una parte del corazón a otra, al igual que puede ocurrir con un daño en la red eléctrica de una ciudad que deja algunos barrios sin luz. En el caso del corazón, eso significa una mala contracción y un bombeo inadecuado de sangre a todo el sistema circulatorio.

Reynolds no estaba de acuerdo con implantar ese marcapasos, “ya que había experimentado en perros pero no en humanos”. Pero la gravedad de la situación y la falta de alternativas médicas finalmente doblegaron su resistencia: “se acordó la implantación del primer marcapasos cardíaco externo con electrodos epicárdicos”.

El sacerdote le prometió a Reynolds un lugar en el cielo si lo salvaba. Del marcapasos salía un cable de 5 metros de largo, el cual iba conectado a los electrodos que salían del tórax del paciente y otro más a la batería que había desmontado de su propio carro. La cirugía fue un éxito y, según Reynolds, el paciente vivió 104 años. Sabía que su invento podía perfeccionarse y, más tarde, “con la llegada de los transistores y los elementos que mejoraron considerablemente la elaboración de los electrodos y con la comercialización de las baterías de 9 voltios, que salían al mercado con una duración de aproximadamente 15 días, pudo construir marcapasos del tamaño de una cajetilla de cigarrillos, reduciendo enormemente el peso”. Inicialmente, los marcapasos para otros pacientes se fabricaron en la clínica Shaio, pero más adelante se fundó la Industria Colombiana de Productos Electrofisiológicos (ICPE), cuyo propósito básico era seguir la producción de marcapasos, electrodos y accesorios.

En octubre de 2016, medio siglo más tarde del año en que Reynolds aparentemente se ganó el cielo que le prometió el cura ecuatoriano, la periodista Claudia Palacios lo invitó a su programa de entrevistas en Canal Capital, y asombrada por las hazañas de su entrevistado preguntó:

- ¿El suyo fue el primero en el mundo entero?

- En el mundo entero”, respondió él

- ¿Cómo no se ha ganado el Nobel?

- No lo sé

Una vez más, Reynolds fue incapaz de detener una mentira que dejó crecer y alimentó a lo largo de décadas y nadie atajó. Ese día no tuvo la fortaleza para aclarar que él no inventó el marcapasos.

(Imagen: en agosto de 2018 el alcalde Enrique Peñalosa condecoró a Reynolds).

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Descubrimientos electrizantes

La historia de la estimulación cardíaca abarca al menos 300 años. Hacia 1640, los médicos comenzaron a especular sobre la naturaleza bioeléctrica del corazón, pero fue en 1791 que el italiano Luigi Galvani presentó evidencia irrefutable de ese hecho casi mágico. Aplicando descargas eléctricas a las patas y corazones de ranas, viendo cómo se contraían, demostró que, más allá de un soplo divino, la naturaleza era gobernada por fenómenos como la electricidad.

En un artículo titulado Una breve historia de la estimulación cardíaca, el cardiólogo Oscar de Aquilina, del St. Luke’s Hospital, en Malta, reconstruyó otro momento crucial en esta historia. En 1882, una mujer de 46 años, Catharina Serafin, tocó la puerta de la clínica de Hugo von Ziemssen en Prusia para convertirse en una de las pacientes más célebres de la medicina. Se le había extirpado un tumor en el pecho, junto con la parte anterior izquierda de su pared torácica, y su corazón había quedado apenas cubierto por una delgada capa de piel. La frágil barrera le permitió a Von Ziemssen estimular su corazón usando una corriente eléctrica y cambiar su ritmo cardíaco. Las dudas una vez más quedaron disipadas.

Medio siglo más de experimentación y una suma de desarrollos tecnológicos en otras áreas dejaron al mundo muy cerca de adueñarse casi por completo del corazón humano. “El crédito para el primer marcapasos cardíaco externo ha sido compartido por dos médicos: el anestesiólogo australiano Mark Lidwell y el fisiólogo estadounidense Albert Hyman. Trabajando de forma independiente, desarrollaron las primeras máquinas de estimulación cardíaca”, escribió Aquilina.

Lidwell, en el Congreso Médico de Australia en 1929, declaró: “Hace un tiempo diseñé una máquina mediante la cual se puede aplicar estimulación directa al músculo del corazón”. Lidwell lo probó en un recién nacido con problemas cardíacos. Hyman, por su parte, acuñó en Nueva York el término “marcapasos artificial” hacia 1932 y describió un instrumento electromecánico accionado por un motor de manivela de resorte que mediante una aguja descargaba un pulso eléctrico regular sobre la aurícula derecha del corazón. Hyman realizó experimentos con animales, pero el establecimiento médico se resistió a aceptar su técnica.

(Imagen: Recorte de prensa de 1933 donde se narra el dispositivo creado por Albert Hyman en 1928).

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En Canadá, cuando apenas terminaba la Segunda Guerra Mundial, exactamente en 1949, en el Instituto Banting, Wilfred Bigelow y John Callaghan comenzaron a inducir hipotermia en sus pacientes para operar a corazón abierto. Sabían que a bajas temperaturas el metabolismo celular se reduce y el ritmo cardíaco se ralentiza hasta casi detenerse. El problema que arrostraban era restablecer el ritmo normal en los pacientes al terminar la cirugía.

John Hopps, ingeniero electrónico del National Research Council of Canada, se unió al equipo para sortear el reto. De vuelta en su laboratorio diseñó un aparato parecido a una radio de mesa pequeña, de unos 30 centímetros de largo, accionado por tubos de vacío y alimentado por corriente doméstica de 60 Hz, que transmitía los impulsos eléctricos a través de un electrodo de catéter bipolar que se implantaba en la aurícula del corazón.

En alguna ocasión, Hopps comentó: “Siempre ha habido una discusión en torno a la ‘invención’ del marcapasos. En verdad, nadie lo inventó. Sin embargo, el nuestro fue el primero de su tipo”.

(Imagen: Marcapasos desarrollado por Hopps. Los electrodos descargaban sobre la piel del torax).

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Un cardiólogo de Boston, Paul Zoll, al tanto del trabajo de Hopps, creó el primer marcapasos usado directamente en un paciente en 1952. Lo bautizó PM-65. Un problema era que los electrodos descargaban sobre el pecho del paciente y resultaban dolorosos. Otra dificultad era el peso y su volumen, al punto de limitar exageradamente la movilidad del paciente que, por si fuera poco, debía mantenerse cerca de una toma eléctrica. Sin embargo, el camino para el marcapasos estaba despejado.

Fue entonces cuando Walton Lillehei, pionero en el campo de las cirugías de corazón abierto, en la Universidad de Minnesota en Minneapolis, le pidió a Earl Bakken, un ingeniero eléctrico dedicado a la reparación de televisores y que había fundado en abril de 1949 una compañía que a la vuelta de medio siglo se transformaría en multinacional de dispositivos médicos, Medtronics, que le ayudara a fabricar un marcapasos portátil.

En Una breve historia de la estimulación cardíaca, el médico Glen Nelson relata que Bakken regresó al garaje de Minneapolis que servía como sede de su incipiente empresa y unas pocas semanas más tarde regresó donde Lillehei con el primer marcapasos portátil en la mano: “Tenía el tamaño de una gran barra de jabón. Estaba alimentado por transistores en lugar de voluminosos tubos de vacío y estaba equipado con cables de miocardio que eliminaban la vieja incomodidad de los electrodos conectados”. En 1957 Bakken y su gente fabricaron la primera serie de diez marcapasos, que se conoció como el 5800 (porque salió al mercado en 1958).

(Imagen: paciente con el marcapasos de Bakken).

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Hacía falta un paso importante: lograr un aparato de estimulación cardíaca implantable. El de Bakken lo cargaban los pacientes sobre el pecho o cintura como un horrible cepo electrónico. “Tomó 26 años (a partir de Hyman en 1932) para que esto sucediera. Esto se debió a que las tecnologías no estaban disponibles antes de 1948”, escribieron sobre esta historia Catherine Ward, Susannah Henderson y Neil H. Metcalfe, de Wellcome Library, en un artículo publicado en el International Journal of Cardiology.

El honor recayó en Åke Senning y Rune Elmqvist, del hospital Karolinska de Estocolmo, que incorporaron los transistores fabricados con silicio y crearon un generador lo suficientemente pequeño para ser implantado debajo de la piel del epigastrio, la región debajo del esternón de un paciente. Muchas de las incomodidades del pasado quedaron saldadas. “Era barato, pequeño, no se desgastaba y necesitaba voltajes y energía extremadamente bajos para su funcionamiento. Esto lo cambió todo”, apuntaron.

La primera persona en beneficiarse del nuevo marcapasos fue Arne Larsson, un caballero de 43 años. “Este primer dispositivo funcionó durante solo tres horas y tuvo que ser reemplazado por un segundo el mismo día. Recibió un total de 26 marcapasos diferentes y vivió hasta la edad de 86 años en 2001”. Senning y Elmqvist informaron sus avances en la Segunda Conferencia Internacional sobre electrónica médica en 1959 y los detalles se publicaron en 1960. El dispositivo pesaba aproximadamente 180 gramos.

(Imagen: el diminuto marcapasos implantable creado por Åke Senning y Rune Elmqvist)

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El mito que se salió de control

El nombre de Reynolds, salvo en una de las entradas de Wikipedia sobre la historia del marcapasos, no aparece en las citas de los historiadores de la medicina. Para 1958, cuando él y la clínica Shaio reclaman la invención del primer marcapasos “con electrodos epicárdicos y la unidad externa”, los tubos de vacío que usaron ya habían sido reemplazados por transistores, las baterías de carro sustituidas por baterías diminutas, y además había aparecido un marcapasos implantable y no uno externo. También habían sido probados en humanos.

Reynolds, parapetado detrás de su escritorio en la clínica Shaio, se defiende de esta versión de la historia diciendo que “los americanos tienen unas versiones. Los franceses otra. Los ingleses otra. Los italianos dicen que Volta y Galvani, y es cierto, porque ellos estimularon el corazón de una rana. Pero el primer paciente al que se puso de manera definitiva fue este sacerdote”.

En cuanto a qué era lo novedoso de su invento de 1958, insiste: “Un marcapasos con electrodos epicárdicos y la unidad externa. Ese es el desarrollo. Eso lo pongo en todas partes”.

(Imagen: Jorge Reynolds recibiendo el doctorado honoris causa en la U. de la Sabana en 2015).

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En su defensa, José Félix Patiño argumenta que en aquella época no existía internet y las noticias médicas viajaban mucho más despacio. Así que pudo ocurrir que mientras ellos desarrollaban un marcapasos en la clínica Shaio, en otras partes del mundo alguien hiciera lo mismo. “Lo de Reynolds puede ser que nunca se enteró. Lo conozco y es una persona sencilla. Es intelectualmente un tipo muy honesto”, insiste Patiño.

¿Qué tan despacio viajaban las noticias médicas? Patiño recuerda que a Colombia llegaban tomos del Index Medicus, unos volúmenes que enumeraban las principales investigaciones de cada mes. Sin embargo, el retraso informativo no explica esta gran confusión. En 2019, con todo un universo digital al alcance de la mano, se sigue repitiendo la misma historia. En la página de la clínica Shaio se lee: “En 1958 el ingeniero electrónico Jorge Reynolds creó el primer marcapasos cardíaco externo con electrodos internos, el cual fue implantado exitosamente en la Fundación Clínica Shaio… Desde su creación ha salvado más de 78 millones de vidas”.

El médico Jorge León, al teléfono, dice que “realmente nunca he oído a Jorge decir eso (que inventó el marcapasos). En la Academia no se dijo. Hicimos un recuento de su labor como investigador, como generador de nuevas ideas. No mencionamos eso”. Lo cierto es que recurrentemente Reynolds se atribuye la invención.

Un silencio histórico

Las comparaciones son delicadas y se deben tomar con pinzas, pero al buscar en la base de datos Scopus, con la ayuda de un bibliotecario de la Universidad Nacional, el nombre de otro colombiano inventor, Salomón Hakim, quien creó una válvula para tratar la hidrocefalia con presión normal que le trajo gran renombre internacional, aparece en 17 documentos publicados en revistas indexadas, las cuales ha sido citadas 2.094 veces en 1.692 documentos.

Al buscar en la base de datos científica Scopus el nombre de Reynolds, solo aparecen 10 documentos. Dos de ellos son ponencias publicadas en eventos académicos. Entre 2005 y 2019 lo citaron dos veces y entre 1991 y 2005 lo citaron una vez. “Es decir, su desempeño en cuanto a citaciones es muy pobre”, comentó el bibliotecario.

(Imagen: Por años los medios de comunicación han contribuido a reforzar la idea de Reynolds como inventor del marcapasos. Tomado de El Tiempo, Semana, El Espectador y Parque Explora).

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¿Alumno de Einstein?

Escarbar un poco más en la vida de Reynolds y sus declaraciones públicas conduce a sorpresas. En el currículum académico inscrito en Colciencias, Reynolds dice que se formó como ingeniero electrónico en el Trinity College de Cambridge. En sus charlas repite con frecuencia un chiste. Al regresar a Colombia a mitad de siglo y revelar su nueva profesión comentaban: “Este debe saber de la bomba atómica y de arreglar planchas”.

Una consulta a la Universidad de Cambridge, de la que hace parte el Trinity College, para verificar que Reynolds en efecto obtuvo su diploma arrojó un resultado negativo. Jacqueline Cox, a cargo de los archivos de la universidad, respondió: “He buscado los registros centrales de estudiantes a mi cargo, 1895-1965, sin encontrar ninguna referencia a este hombre”. Puede ser que la mala suerte haya borrado el apellido de Reynolds de esa base de datos y sí tenga el título bajo el brazo. Algo que él podrá demostrar fácilmente.

Otras pequeñas confusiones parecen adornar la biografía de Reynolds. En algunas entrevistas ha dicho que tomó un curso con Albert Einstein en 1954. “Sí, él fue uno de mis profesores y nos dio unas clases que eran de lógica matemática. Fue corto el tiempo que lo tuvimos, pero pudimos conocer mucho de su manera de pensar, su filosofía de vida, pequeños ítems que los conservo muy bien y los aplico cuando creo que es necesario”. Sin embargo, Einstein se había retirado de su posición como profesor de física teórica en Princeton (Estados Unidos) en 1945 y falleció en 1955, un año después del momento en que Reynolds asegura haber tomado un curso de un mes con el genio de la relatividad en Inglaterra. La archivista del Trinity College tampoco encontró referencias a ninguna visita de Einstein ese año a la universidad. De haber ocurrido, lo más probable es que hubiera sido documentado ampliamente.

Las razones del corazón

En los años ochenta, Reynolds comenzó a obsesionarse con el corazón de los animales. Una nota firmada por la periodista Ángela Sánchez en El Tiempo, del 10 de septiembre de 1990, relata el esfuerzo de Reynolds por medir la primera señal del corazón de un pez después de la fecundación. “Con sofisticados sistemas de micromanipulación, construidos en el mismo laboratorio, los científicos vieron alborozados los primeros resultados, al conectar dos microelectrodos en la frágil membrana del huevo. A las 72 horas de fertilizado, se registró la primera actividad eléctrica: cerca de 15 microvoltios, con una frecuencia de espiga de 120 por minuto y duración de 100 microsegundos”. Al huevo de un pez capitán de la sabana lo siguieron, según cuentas del propio Reynolds, los corazones de otras 270 especies. Las ballenas fueron sus favoritas, pero en la lista también entraron los más humildes zancudos.

El valor y el alcance de todos estos trabajos de Reynolds está por ser verificado y corroborado por sus colegas. ¿Qué lo llevó en tantas ocasiones a tantas imprecisiones sobre su propio trabajo? Con su ingenio, Reynolds pudo haber diseñado un tipo de marcapasos con los recursos con los que contaba el país en la década de los años 50, pero eso no quiere decir que sea el inventor del marcapasos.

Hace tres siglos Blaise Pascal escribió: “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Esas razones serán difíciles de rastrear en el corazón de Jorge Reynolds.

Vea quí la entrenvista con Jorge Reynolds: “No me interesa atribuirme nada”: Jorge Reynolds en la que expresa su postura frente a estos cuestionamientos.

Por Pablo Correa - Lisbeth Fog

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