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Memorias de política científica

La ciencia no necesita protagonismo. La política científica necesita ser una realidad. ¿Cuándo será que los gobernantes no solo prometan, si no realmente crean e inviertan en la actividad científica?

Lisbeth Fog Corradine
26 de julio de 2023 - 02:34 p. m.
Genérica Opinión EE
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Foto: Diego Peña Pinilla

Tiempos aquellos cuando había espacio para pensar, analizar, darle vueltas a las propuestas y políticas de ciencia. Cuando por los corredores de Colciencias veía uno pasar a los científicos, a los ‘senior’, que en ese momento no se llamaban así, pero eran los que en la década de los años 90 lideraban la investigación científica, y a los pocos —pero cada vez más— jóvenes que también se acercaban con el sueño de continuar estudios de postgrado o participar en algún proyecto de investigación de las convocatorias de entonces. (Lea: Nueva imagen revela secretos de cómo nacen los planetas gigantes)

Datos que demuestran lo que sucedía: Se acababa de aprobar la primera ley de ciencia y tecnología (29 de 1990), como resultado del Año Internacional de la Ciencia (mediados de 1988 a mediados de1989) y de la Misión de Ciencia y Tecnología. Cuando el presidente César Gaviria nombró al economista Clemente Forero como director de Colciencias, lo primero que hizo antes de tomar alguna decisión fue tomarse su tiempo con sus colaboradores de primer nivel, todos científicos activos, para reflexionar sobre cómo aprovechar las facultades extraordinarias que le daba al gobierno esta ley para diseñar el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología, SNCT, reorganizar a Colciencias, facilitar la contratación y disminuir los trámites que ahogaban la investigación, entre otras.

Es en esa década cuando la investigación científica colombiana se inserta en el contexto internacional y se empieza a consolidar el SNCT, —que cada vez ha tenido más apellidos, como innovación, desarrollo, sociedad, competitividad—. La ciencia va migrando de reconocer en la producción de nuevo conocimiento a una cabeza, a pasar a entender que los chispazos tienen historia y se producen gracias a los aportes de diferentes miembros en grupos de investigación.

Recuerdo la Red Caldas, un intento para eliminar barreras geográficas de la comunidad científica colombiana en cualquier lugar del mundo, generando conciencia y permitiendo que esos colombianos en el exterior tuvieran aún un pie puesto en nuestro territorio, no solo por sus familias, sino por su compromiso con el país.

En 1993 se conforma la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, la Misión de Sabios, con diez colombianos de diferentes profesiones a la cabeza, quienes produjeron la Colección Documentos de la Misión, una serie de libros en los que proponían una ruta para ir resolviendo los problemas del país, —entre ellos y principalmente el acceso a una educación adecuada y pertinente, un país creativo, emprendedor, con unos ciudadanos alfabetizados científicamente—. Veinte años después se reunieron con sabor amargo. Las recomendaciones, resumidas en el libro Colombia al filo de la oportunidad, se quedaron en el papel. Muchas de ellas, a pesar de los avances y desarrollos de las comunicaciones y el acelere de la vida, son vigentes. Un documento realmente esperanzador.

Recuerdo también la enseñanza del escritor Jairo Aníbal Niño cuando le pedimos escribir el primer libro de la colección juvenil de Colciencias sobre Francisco José de Caldas, El inventor de lunas lo tituló, pero no entregó el manuscrito sino que propuso una sesión con las directivas para leerles el libro completo, sin interrupciones de llamadas, ni visitas, y menos de whatsapp o de timbres de diferentes tonos de celulares. Le dedicamos esas horas a escuchar, de su propia voz, su lectura del libro. Luego entregó el manuscrito, lo publicamos y aún es posible adquirirlo. Había tiempo para escuchar. (Puede ver: Este lugar de la Tierra recibe tanta irradiación como Venus)

El mundo no era perfecto, por supuesto, porque también se presentaban obstáculos y había ‘incendios’ por apagar. Pero no existía el antipático Orfeo, ni el SECOP ni el SIGEP, ni el eterno estrés que nos agobia hoy en día, ni las demandas para contestar mensajes de WhatsApp 24-7, ni los cambios de política científica cuando la hay, ni Ministerio de Ciencia (me reconozco como una de las pocas que nunca estuvo de acuerdo con su creación). La ciencia no necesita protagonismo.

La política científica necesita ser una realidad. ¿Cuándo será que nuestros gobernantes no solo prometan, si no realmente crean e inviertan en la actividad científica, que, aunque es un riesgo y sus resultados pueden ser impredecibles, en el mejor de los casos puede producir conocimiento nuevo y útil para el país? Los miembros de la comunidad científica deberían tener más tiempo para pensar que para reunir requisitos y cumplir requerimientos agotadores. Nunca pierdo la esperanza de que eso suceda. (Le puede interesar: ¿Por qué los gatos caen de pie? La física podría tener una respuesta)

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Por Lisbeth Fog Corradine

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