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La ciencia como la cenicienta

Lisbeth Fog opina sobre el cierre de un centro clave para la investigación científica, la expedición al océano profundo que Colombia perdió y la falta de financiación a ciencia en el país.

Lisbeth Fog Corradine

29 de agosto de 2025 - 07:52 p. m.
Opinión
Foto: El Espectador
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No paran las malas noticias sobre la ciencia en este país. Hace unas semanas nos sorprendió la noticia del cierre del centro de investigación del Grupo Nutresa, empresa que produce las chocolatinas Jet, entre otros productos tradicionales en la mesa de los colombianos. En 2009 a sus empresarios no solo les interesaba generar nuevo conocimiento científico, sino que este fuera aplicado a los productos alimenticios que producen logrando balances nutricionales apropiados para nuestra dieta.

Así, crearon el Centro de Investigación, Salud y Bienestar, Vidarium, a cuya inauguración acompañé a la doctora Angelita, la microbióloga paisa Ángela Restrepo Moreno. Posiblemente le estaba haciendo una entrevista y me invitó a que la acompañara. Era la muestra de que nacía un proyecto en el que la empresa privada creía en la ciencia y apoyaba un centro que sería referente, con el apoyo fundamental de la Universidad de Antioquia, principalmente con su Grupo de Investigación en Alimentación y Nutrición Humana.

Recordé el día, por allá a inicios de los años ochenta, cuando escuché en un congreso al ingeniero, economista y matemático Gabriel Poveda Ramos responder una pregunta del público que cuestionaba por qué la empresa y la comunidad científica estaban divorciados y él, muy hábilmente respondió: no están divorciados porque es que nunca se han casado.

Son muy pocas las experiencias como la de Vidarium. Existen los ‘cenis’, como el Centro Nacional de Investigaciones del Café, Cenicafe, creado en 1938 por los cafeteros asociados a la Federación Nacional de Cafeteros, y desde entonces otros sectores agrícolas del país crearon sus centros de investigación como Cenicaña en 1977, Cenipalma en 1991, Ceniflores en 2004, entre otros. Seguramente hay otros ejemplos que se me escapan.

Ahora Sergio Silva Numa vuelve con otra noticia que es para irse de pa’tras: desentierra algo que pasó en 2017. Resulta que a pocos días de empezar una investigación financiada por filántropos estadounidenses en la que Colombia podría conocer los misterios del océano profundo a más de mil metros de profundidad, ¡suaz! una carta de la Dimar resuelve que ‘no considera conveniente ni viable la autorización para llevar a cabo dichas exploraciones’. Se refiere al proyecto titulado ‘Caracterización de la biodiversidad desconocida en las aguas profundas del Parque Nacional Natural Corales de Profundidad’ en el Caribe colombiano. Ya habían conseguido vistos buenos de la Unidad Administrativa Especial Parques Nacionales Naturales de Colombia, del Minambiente y de la Comisión Colombiana del Océano. Todo estaba financiado. Colombia no tenía que poner ni un peso. El buque que vendría del Woods Hole Oceanographic Institution estaba equipado con robots sumergibles que tomaban imágenes de alta resolución y con laboratorios para procesar muestras.

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No solamente se pierden estas oportunidades, sino que además echan tijera al presupuesto de entidades como Agrosavia, la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria, así como al del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación… Eso ya no es noticia. Noticia sería que el gobierno, no solamente el actual sino muchos de los anteriores —o de los que vendrán—, incrementara el presupuesto para la investigación científica, la tecnología y la innovación para llegar al tan anhelado punto del Producto Interno Bruto. O que nuestros tomadores de decisión se convencieran de que la comunidad científica colombiana es seria y que invertir en ciencia y tecnología es eso justamente: una inversión, no un gasto. Pero no. Seguimos desde hace años invirtiendo menos del 0,4 % del PIB. Una vergüenza. Si no nos montamos al bus de la cultura científica, seguiremos viviendo en este caótico país.

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Por Lisbeth Fog Corradine

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