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Detrás de cada premio Nobel hay una historia de descubrimientos, pero también una de desplazamientos. Desde el año 2000, más de 200 científicos han recibido el Nobel en física, química o medicina. Sin embargo, según un reciente análisis de la revista Nature, 63 de ellos (casi uno de cada tres) ganaron el galardón lejos de su país de origen. Algunos emigraron por estudios, otros por falta de recursos o por la necesidad de un laboratorio que sus naciones no podían ofrecerles.
El artículo, publicado esta semana bajo el título “Nobel flows”, traza un panorama inusual: menos del 70 % de los galardonados en este siglo recibieron el premio en el país donde nacieron, lo que sugiere que la ciencia más premiada del mundo se construye en tránsito.
Entre los casos recientes están Richard Robson, nacido en Reino Unido pero residente en Australia, y Omar Yaghi, el primer científico nacido en Jordania en recibir un Nobel, aunque radicado en Estados Unidos. Ambos fueron reconocidos este año con el Nobel de Química. En física, la tendencia se repite: Michel Devoret, de origen francés, y John Clarke, británico, también recibieron el premio como residentes estadounidenses.
El estudio cita a la economista Ina Ganguli, de la Universidad de Massachusetts Amherst, quien resume el fenómeno en una frase sencilla: “El talento puede nacer en cualquier parte, pero las oportunidades no”. La observación no es nueva, pero cobra otra dimensión al mirar los datos. Nature calcula que 41 de los 63 Nobel que emigraron vivían en Estados Unidos al momento del premio, consolidando al país como el destino más frecuente para científicos migrantes. El Reino Unido aparece como el segundo destino más común, seguido de Alemania, Francia y Japón.
La concentración de talento en ciertos territorios no es accidental. Nature recuerda que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en un “imán científico”: su red de universidades, la inversión pública en investigación y el acceso a equipos de última generación crearon un ecosistema casi inigualable. Muchos países, incluso con tradición académica sólida, no lograron competir con ese atractivo. Como consecuencia, naciones que alguna vez formaron a sus científicos más brillantes, como Reino Unido, Alemania o Rusia, también figuran ahora como las que más exportan futuros Nobel.
La revista muestra cómo esta migración varía según el campo. En física, el 37 % de los premiados del siglo XXI habían emigrado antes de recibir el Nobel; en química, el 33 %; y en medicina, el 23 %. La explicación, apunta la especialista en políticas de ciencia y tecnología Caroline Wagner, de la Universidad Estatal de Ohio, tiene que ver con los recursos: “Los grandes colisionadores, telescopios y detectores que permiten la física de frontera están en manos de unos pocos países. En medicina, los avances pueden lograrse con menor infraestructura y eso permite quedarse en casa”.
Más allá de las cifras, lo que Nature describe es un paisaje desigual: la ciencia global sigue dependiendo de una geografía limitada de instituciones, fondos y redes. La migración científica, aunque vital para el progreso, también refleja brechas estructurales entre países del norte y del sur. A veces, dice Wagner, esas fronteras no se cruzan por ambición, sino por supervivencia académica.
El físico Andre Geim, ganador del Nobel en 2010 por el descubrimiento del grafeno, lo resume con ironía: “Si te quedas en un solo lugar toda tu vida, te pierdes la mitad del juego”. Nacido en Rusia, de padres alemanes, trabajó en Dinamarca, Países Bajos y Reino Unido antes de consolidarse en la Universidad de Manchester. Su frase captura algo que las estadísticas de Nature no muestran del todo: la movilidad no solo obedece a un cálculo racional, sino que también tiene que ver con la curiosidad, la necesidad de moverse hacia donde la ciencia ocurre.
Pero el análisis también advierte que esa movilidad enfrenta hoy nuevos obstáculos. Nature menciona los recortes presupuestales y las políticas migratorias más restrictivas en Estados Unidos, así como los límites recientes en Australia al número de estudiantes extranjeros y los planes de Japón para reducir apoyos a posgraduados internacionales. En conjunto, son señales de que el flujo global de conocimiento podría estar en riesgo.
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