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Haciendo País

Fatigante polarización partidista

Laura Baron-Mendoza
22 de agosto de 2020 - 06:37 p. m.

En una ordinaria tarde del mes de agosto, la rutina en medio de la pandemia fue interrumpida por aquella noticia, tan inadvertida, tan anhelada por unos, tan inconcebible, tan malquerida por otros.

No hay un reciente episodio tan gráfico de nuestra heredada cultura de violencia como el video que circuló el día en que las redes estallaron con la noticia del decreto de medida de aseguramiento domiciliaria, por la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, al expresidente Álvaro Uribe Vélez en medio del proceso que cursa en su contra por presunta manipulación de testigos y fraude procesal. Una pintoresca escena que me atrevo a relatar así:

En una ordinaria tarde del mes de agosto, la rutina en medio de la pandemia fue interrumpida por aquella noticia, tan inadvertida, tan anhelada por unos, tan inconcebible, tan malquerida por otros. Las notas de prensa demoraron en dar información detallada, mientras los televisores y radios en todo el territorio nacional no suspendían la transmisión del acontecimiento. Pensé en lo que habrían sentido en países como Guatemala con el caso de Ríos Montt, en Chile con Pinochet, la frustración en Haití con Duvalier, en Costa de Marfil con Laurent Gbagbo…

Las reacciones de los bandos enemigos entre ellos no tardaron en florecer. Mensajes de whatsapp del tío ex militar; del papá progresista; del grupo de amigos de derecha y del grupo de la izquierda; los memes que sacan a flote el humor colombiano como la mejor arma de retaguardia; el amigo que no entiende lo que pasa; y, finalmente quienes salieron a las calles exteriorizando su contento o descontento. En plena carrera séptima con calle 72, dichos bandos encontrados pelearon como perros y gatos hasta que se escuchó “¡páseme la pistola!”. Cuando el video llegó a manos del abuelo, él exclamó “¡henos ahí! la Colombia en pasta”.

(Lea también: Venezuela occidental y uribista)

Derecha, izquierda, centro, centro-derecha, centro-izquierda ¡Nada más fatigante que una etiqueta carente de sentido! La creación de partidos políticos en la primera mitad del siglo XIX, conservador y liberal, que en su forma embrionaria se conocían como ministerial y progresista, nunca respondió a líneas divisorias claras o rígidas. Si bien muchos autores han tratado de explicar la dicotomía (bi)partidista, sus diferencias nunca han podido esclarecerse.

Ni las diferencias sociales, ni económicas, ni ocupacionales dieron explicación en su momento, salvo por el hecho de que los conservadores eran fuertes en zonas de importancia económica y política mientras que los liberales predominaban en la periferia. Con esto, muchos se han atrevido a decir que la diferencia puede estar en términos de prestigio social y conexiones familiares. Ambos partidos eran multiclasistas aunque cierto si es que la religión significó una claro punto de polarización. Hoy los puntos de diferencia pueden ser abismales, aunque los de convergencia también.

(Lea también: Los argumentos de la defensa de Uribe para pedir que su caso vaya a la Fiscalía)

Dicho esto, la existencia de intereses compartidos entre unos y otros ha sido un constante, aunque negado obstáculo para establecer diferencias precisas entre partidos. La nubosidad persiste y, con ella, el uso de la fuerza, del fraude y de la mentira, como medios de manipulación política y social. Esa violencia política alimenta la violencia verbal que vemos minuto tras minuto en las redes sociales, la violencia física, como aquella reflejada en la masacre de Samaniego y asesinatos selectivos que no dan tregua y, entre otras, la violencia estructural que se percibe en la inequidad y las barreras de acceso a servicios de base ¿por qué insistimos en reproducir la violencia sin antes buscar un punto de convergencia?

 

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