Las problemáticas en América Latina: La semiótica del horror

Albeiro Guiral
28 de enero de 2025 - 10:50 p. m.
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En los últimos tiempos, hemos presenciado una acumulación incesante de símbolos de muerte y desesperanza, principalmente en el escenario político, que se extiende incluso a los aspectos más cotidianos de nuestra vida. Hemos tenido que leer cada suceso reciente como un síntoma perverso de la enfermedad de la Historia. Sin que hubiésemos terminado de reponernos de la pandemia, y sin lograr entender plenamente sus consecuencias, los conflictos, como la guerra entre Ucrania y Rusia y el genocidio sionista en Palestina, nos mostraban, de forma cruda y directa, la fragilidad de cualquier esperanza en el futuro.

Ya en un contexto más cercano a Colombia, mientras nuestro primer presidente de izquierda gobierna a pesar del país mismo, en Argentina, contra todo pronóstico, o como dijera Ángel González: “contra toda esperanza”, un gobierno neoliberal, simpatizante del sionismo y arribista de los derechos humanos, enemigo de la cultura, es elegido por votación popular.

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Y tal vez el peor símbolo en este sentido sea, que opaca, aunque no lo queramos, nuestro cielo como un sol negro, la reelección de Trump. De Argentina no nos esperábamos a Milei, pero de Estados Unidos sí esperábamos esta muestra de deshumanización. Es un reflejo de un país cuyas decisiones sorprenden por su crudeza y pragmatismo extremo. Ejemplo de ello fue el espectáculo mediático de la posesión presidencial, un prisma que refractaba un futuro en el que tal vez no queramos, o no vayamos a estar. El antidirigente se hizo acompañar de los jefes de las multinacionales más influyentes de su país, Facebook, Amazon, X, entre otros. Incluso el multimillonario que es timonel del extinto Twitter aprovechó para hacer un saludo nazi a la bandera. El mensaje es claro: no hay nada oculto a propósito de las formas que llevaron de nuevo a este sujeto al poder, ni hay nada oculto acerca de las políticas fascistas que no sólo se proyectan desde este país, sino que ya se decretan apenas unos días después de la posesión.

Leer bien estos índices no es difícil, porque están despojados de complejidad. El mal nos habla claramente y con cinismo, despojando sus acciones de toda sutileza y revelando, sin escrúpulos, sus intenciones de dominio y destrucción. En su claridad, nos desafía a comprenderlo sin posibilidad de evasión, dejando pocas dudas sobre su naturaleza.

Ahora, a propósito de la semiótica del espanto, otro símbolo de la terminación de una época donde creíamos en la reinvención de la utopía tal vez sea la enfermedad de Pepe Mujica. El expresidente y revolucionario uruguayo se va quedando atrás del telón. Su mensaje de austeridad y de paz no se olvidará, por supuesto, pero su pronta ausencia significa la finalización de una era que ni siquiera acabó con la muerte de Fidel Castro.

El fin de la era de la lucha guerrillera, que tan bien se ve en Colombia masacre a masacre, vejamen tras vejamen del ELN. Una guerrilla que, evidentemente, hace décadas perdió su norte, y tras el Acuerdo de Paz se quedó sin coartadas para hacerle la guerra no al Estado, sino a la población civil. Una guerrilla que salió por la puerta de atrás de nuestra historia y no le importa mostrar ante la sociedad su verdadero rostro de banda criminal o de clan narcotraficante.

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Asimismo, en esta lectura, y a pesar de todo, hay signos de resistencia, como los de las madres de desaparecidos en La Escombrera, en Medellín, que nunca han dejado de persistir en la búsqueda y que hoy sabemos que el tiempo les dio la razón: los cuerpos de sus hijos sí fueron arrojados a este nefasto lugar por el gobierno de entonces, en alianza con el paramilitarismo. Tenían, tienen la razón, a pesar de que el alcalde de turno intente, en vano, tapar la verdad que grita en las paredes de la ciudad, donde estas madres se ven representadas como símbolos de lo sagrado.

Las madres tenían la razón. Y hoy, en esta época de la semiótica del horror, tal vez nuestra tarea sea emularlas: como si fuéramos personajes de Fahrenheit 451, la novela de Ray Bradbury, nos corresponde ser lectores críticos de la realidad; proteger un fragmento de la Historia, un relato de la verdad, y guardarlo en la memoria como si nuestro cuerpo fuera ese mismo relato, por si sobrevivimos a la tragedia y nos piden testimonio.

Por Albeiro Guiral

 

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