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¿Podrá nacer una nueva Colombia en paz?

30 de junio de 2022 - 04:43 p. m.

Gustavo Petro es hijo de un proceso de paz, la paz entre el M-19 y el gobierno de Virgilio Barco a principios de los años noventas, lo cual permitió (entre otras cosas) la Constitución Política de 1991. Militó casi 14 años en esta guerrilla, digamos que se hizo hombre defendiendo los ideales revolucionarios en Colombia. Sobrevivió a la arremetida del Estado contra sus compañeros aun firmada la paz y, años después, como congresista de la república, fue quien desnudó el paramilitarismo: proyecto político-militar en el país con su líder más importante a la cabeza (según algunos paramilitares desmovilizados) el ex-presidente Uribe.

La élite colombiana jamás le perdonará a Juan Manuel Santos que en 2016 empujara la puerta para abrir la democracia. Era como si un representante del establecimiento y la aristocracia, traicionara el proyecto narco-paramilitar y terrateniente al cual, su propia clase de sangre azul, parecía haberse adherido definitivamente. El caudillo de Antioquia, Álvaro Uribe, fundador de la seguridad privada, y al parecer líder natural del proyecto paramilitar, parecía ser la única salida para la clase dirigente tradicional del país, pero el proceso de paz con las Farc, fue tal vez, la única manera de Santos para salvar la decadencia de su clase.

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El proceso de paz con las Farc fue la traición de Santos al proyecto narco-paramilitar de derecha para salvar su propia clase. Por supuesto que este salvamento tuvo sus costos. Uno de ellos, que no le perdonarán nunca: abrir la puerta para que un ex-guerrillero sea hoy presidente. Tener unas cosas implica la renuncia de otras, Santos lo sabía y por esto aún hoy intenta calmar los gritos de dolor de la decante aristocracia bogotana. Se abrió entonces una grieta: reformar el Estado para que sean posibles próximos gobiernos populares y de izquierda en Colombia.

La guerra, la larga y vieja guerra, tuvo sus efectos a costos altísimos: obligar a las oligarquías colombianas a abrir, aunque fuera a empellones, la institucionalidad del Estado. Guerra, por supuesto, a la que jamás deberemos volver y que sacrificó vidas de amigos y amigas, líderes y dirigentes brillantísimos de la historia de nuestro país. El Petro presidente de hoy, y la posibilidad de que el Acuerdo de paz sea cumplido a cabalidad, son las consecuencias de un proceso de confrontaciones históricas entre las élites y los procesos populares-campesinos, unas veces en armas y otras en las calles. Pero sobre todo, es la consecuencia de una élite que se encerró en sí misma sobre el proyecto narco- paramilitar-terrateniente dividiéndose sin salida.

Por esto, un proceso de paz de Petro con el ELN será diferente. No será un proceso fruto de la impotencia de una élite por ganar la guerra, dividida en su propia decadencia. Tampoco (y esperamos que no), la instrumentalización para negociar con esa clase hoy dividida y en proceso de re-configuración. El proceso con los elenos deberá ser la posibilidad de continuar abriendo mucho más ese Estado, cerrado desde su fundación republicana, para que accedan las clases populares en sus organizaciones sociales de todas las regiones del país. Deberá ser, queremos imaginar, la posibilidad de poner el “tornillo” que falta para tener otro Estado pluricultural y diverso, como reza la Constitución del 91.

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Por supuesto, la élite, que ha tenido el poder en doscientos años, no es boba y sabe que es un tiempo de “depuración” de sí misma, de sepultar a su manera el uribismo y emerger para una nueva disputa por el Estado que lo reclamarán, como “hacendado peleando por su hacienda”.

Se re-inventarán, claro que sí, tratando de ser parte de los cambios aunque ellos jamás hayan creído en los verdaderos cambios, disfrazándose y conspirando. La tarea estará en las calles, en continuar formando nuevas generaciones empoderadas con el apoyo de este nuevo Estado. Que “los nadie” sean el nuevo sujeto de la lucha política para el país del presente y del futuro, y que cuando vuelva la élite, porque un día van a volver, encuentren esa nueva Colombia dispuesta a sacarlos cuantas veces sea necesario. Es el momento de crear las bases para todo esto. Ya no hay excusas.

 

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