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Los catatumberos no quieren vivir la Semana Santa en medio de la guerra. La población civil no se ha cansado de pedir el cese de la violencia en esa región de Norte de Santander. La “Caravana de la esperanza SOS Catatumbo”, que se realizó el 28 marzo, dio cuenta de que los sectores sociales que habitan esa zona no quieren ni un día más de guerra.
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A pesar de la zozobra por los enfrentamientos que se viven en la región, el 28 de marzo los catatumberos vieron dos caravanas de vehículos con banderas blancas. Una parte de la movilización partió desde Ocaña y otra desde Tibú, se encontraron en El Tarra a las 9:30 am donde se celebró una eucaristía. La comitiva contó con la presencia de obispos de la zona, del Defensor del Pueblo, Carlos Negret, de alcaldes de cuatro municipios, de organizaciones humanitarias y personas que se iban sumando a lo largo del recorrido.
Los catatumberos temían hace meses un recrudecimiento de la guerra en la región que durante décadas ha sido teatro de operaciones del Ejército de Liberación Nacional (Eln) y el Ejército Popular de Liberación (Epl). En la década pasada, y parte de esta, también operaron en la zona las Autodefensas Unidas de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
La esperanza de que la paz llegara a la región tras la entrega de armas de las Farc se fue diluyendo. El Epl empezó a fortalecerse y el Eln seguía haciendo presencia en la región. Esas dos guerrillas, que en otros tiempos operaron de manera conjunta y tenían acuerdos de no agresión, se encontraron con una realidad: las Farc dejaron unos espacios que el Estado no copó.
El crecimiento del Epl empezó a desbordarse. Los acuerdos entre ese grupo armado y el Eln empezaron a hacer agua en enero, cuando la guerrilla del Eln atacó a unos indígenas barí, pobladores de la región. El Epl condenó el hecho públicamente, lo que fue leído por los catatumberos como una degradación en la relación entre los dos grupos.
Fue el 14 de marzo de 2018 cuando los rumores se convirtieron en hechos. Empezó una guerra entre el Epl y el Eln. Desde ese mismo día los civiles se empezaron a ver afectados, dos personas salieron heridas en medio de un intento de asesinato en San Pablo, corregimiento de Teorama, al Norte de Santander.
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La guerra se traduce en un drama humano en la región. Las afectaciones han llegado a más de 20.300 personas que habitan en 35 veredas de los municipios de San Calixto, El Carmen, Hacarí, Sardinata, El Tarra y Convención, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha). El mismo organismo señala que 2.480 personas se han desplazado forzosamente.
El obispo de la diócesis de Tibú, Omar Alberto Sánchez, lleva siete años de labor eclesial en el Catatumbo. Hace parte de una delegación de religiosos de la Conferencia Episcopal Colombiana que ha servido de mediadora entre el Gobierno y el Eln en varios momentos críticos de la mesa de negociación de Quito (Ecuador).
Sánchez, que promovió y acompañó la “Caravana de la esperanza”, hace un llamado para que el Catatumbo pueda vivir en paz. Le habla tanto a los civiles como a los armados, cree que el diálogo es la salida a un momento tan difícil como el que se vive en la región y resalta la importancia de la movilización social en medio de la guerra.
¿Qué los motivó a hacer la marcha sobreponiéndose al miedo que impera en la región?
Tomamos la decisión como Iglesia de venir hasta el centro del Catatumbo y convocar a la comunidad a expresar con esta acción simbólica el dolor, la preocupación y el drama que están viviendo en perspectiva de esperanza. Dejamos el mensaje de una paz completa e invitamos a los grupos a retomar el camino del diálogo para salir definitivamente de la guerra. El Catatumbo no es para la guerra ni la guerra es para el Catatumbo. Nuestros campesinos suelen mirar su contexto con poca esperanza porque tal vez se adaptan a la idea de que aquí siempre va a haber grupos armados.
Como Iglesia fuimos para ayudar en el crecimiento de la esperanza de un pueblo que cada vez ve más profundizado el drama de la guerra. Todos fuimos signos de esperanza. Fue un momento muy emotivo, muy esperanzador y aunque el territorio está lleno de miedo la participación fue significativa.
¿Por qué en un ambiente de guerra como el del Catatumbo son importantes las apuestas simbólicas?
El ruido y el estruendo de la guerra intimida y paraliza, pero la voz de lo simbólico es poco amenazante, es suave, es serena, es una voz que se deja sentir en la sencillez de las personas y eso tiene un efecto multiplicador muy grande. Multiplica la esperanza, da un valor muy grande a la acción del que no está armado, al que aparentemente es frágil, que no cuenta, que debe callar, que se debe resignar. Lo que hicimos es una resistencia pacífica para subir el nivel de expectativa de futuro de los catatumberos. Los que no están en las armas también tienen que hacer sonar su voz de otra manera para que retroceda la cultura del silencio, de la indiferencia y de la resignación permanente.
¿Cuál es el mensaje de Semana Santa para la población civil del Catatumbo?
Tenemos que recordarle al pueblo catatumbero que no está solo, Dios camina con él. Esta Semana Santa debe ser una ocasión para reconocer un Dios que es cercano, que le duele la esclavitud de un pueblo.
¿Qué mensaje tiene para las personas que están empuñando las armas y haciendo la guerra?
De modo especial al Eln le hice una invitación a fortalecer la idea de la mesa de Quito. La confrontación y la guerra cuesta más que el ejercicio de buscar la paz. Al Epl lo invitamos a que busque un acercamiento en el marco de lo posible para encontrar una salida negociada con el Gobierno. A las Farc, que sostengan radicalmente esa idea de salir definitivamente de las armas y que todas sus ideas las defiendan no desde la orilla de la fuerza, sino desde la lógica del escenario político. Esta no es una guerra entre dos grupos, esta es una guerra entre familias porque los hijos que se están enfrentando son hijos de familias de esta tierra, muchos de ellos amigos y conocidos. Da dolor ver cómo catatumberos contra catatumberos se están enfrentando. No vale la pena la guerra. El diálogo es la alternativa y cuando todo esto pase definitivamente entenderán que no valió la pena haber matado por ninguna razón.
¿Cómo explicarle a la gente que está en las ciudades el drama de las familias del Catatumbo?
Las personas que están muy lejos no logran entender ninguna guerra, las que han visto los dolores por televisión nunca podrán entender lo que significa el dolor que produce ver un soldado bajo disparos, pasando necesidades en este calor. El dolor que produce unos jóvenes guerrilleros enfrentando a un actor armado. El dolor que produce este entorno que se llena de zozobra, muerte y disparos. Es muy difícil describirle eso a la gente de la ciudad, es casi que inútil porque tienen una versión muy virtual de lo que significa este conflicto. No tienen el olor, la temperatura, la escasez, la zozobra, la amenaza, el escenario de la muerte. Es un esfuerzo, por ahora, desafortunadamente inútil. Construir sensibilidad es una tarea.
¿Una persona de la ciudad cómo puede aportar a la solución de una guerra como la del Catatumbo?
Es una pregunta muy difícil. La primera manera de poderle ayudar a estos territorios y a la paz completa del país es habilitarse en la historia del conflicto. Una persona que desconoce las raíces, que no ha estudiado, fácilmente se siente al margen de esta realidad, hace juicios demasiado superficiales o ligeros. Para que las personas de la ciudad tengan un poquito de responsabilidad con el resto del territorio tendrían que ocuparse ante todo de entender la raíz, las condiciones, lo que ha pasado en la historia del país. Entonces, la gente tendría una actitud más crítica a la hora de elegir a sus candidatos para estos cargos públicos. Tendría un criterio más riguroso a la hora de determinar quién tiene que regir los destinos del país, quién se debe sentar en el Congreso. Quien conoce a fondo la dinámica y quiénes han sido protagonistas del conflicto, desde todas las orillas, seguramente hará crecer una cultura política que nos permitirá estar gobernados correctamente con una sensibilidad entre colombianos para hacerle frente a estos espacios de la Colombia olvidada.
¿Cuál va a ser el papel de la iglesia para alcanzar la paz en el Catatumbo?
Estamos desde el inicio de todo esto y estaremos hasta el final. La Iglesia no se puede retirar, no busca los lugares cómodos y fáciles. Por el contrario, para nosotros es un reto acompañar a nuestras comunidades. Estamos haciendo muchas tareas en términos de construcción de paz. Nos ocupamos de eso sin descanso. No entendemos el ministerio al margen de la realidad.
¿Cómo ha cambiado la región desde que usted llegó en el 2011?
Un gran avance, desde mi punto de vista, es el hecho de que las Farc se hayan desmovilizado, se generó una dinámica positiva en el territorio. Hay unas comunidades y unos liderazgos muy poderosos, más afirmados. En los indígenas, en los líderes de las juntas de acción comunal. En otras cosas hemos retrocedido, tenemos el dolor de más coca, el dolor de más ilícitos en el territorio, tenemos nuevos actores que aunque no están en esta parte del Catatumbo están en otra y representan una amenaza, que están construyendo grandes lógicas en la ilegalidad.
¿Qué tiene el Catatumbo para ofrecerle a Colombia?
Es una frontera, toda frontera siempre es una promesa. El Catatumbo tiene reserva hídrica, un gran potencial ambiental, aunque lo hemos devastado con la coca. El Catatumbo tiene petróleo, tiene una riqueza enorme en productividad agrícola si la quisiéramos explotar. Tiene la gente más valiente y trabajadora que yo haya conocido en el país. Es sorprendente la capacidad. Si esta guerra no existiera, con estas personas echando adelante el campo sería una despensa realmente importante para la seguridad alimentaria.