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Mártires de Charalá, ustedes salvaron la patria

Hace 200 años, en Charalá ocurrió una masacre que acabó con la vida de 300 personas. Hoy, con motivo del bicentenario, se pretende acomodar una versión que rememore el hecho como una gran batalla en la que los charaleños murieron peleando por la independencia.

Farouk Caballero / especial para El Espectador
18 de agosto de 2019 - 08:12 p. m.
En Charalá, municipio ubicado en el departamento de Santander, se construirá un monumento que recuerde la “Batalla” de Pienta. / Farouk Caballero.
En Charalá, municipio ubicado en el departamento de Santander, se construirá un monumento que recuerde la “Batalla” de Pienta. / Farouk Caballero.

Con sangre y sacrificio hace 200 años esta patria consiguió su libertad. El Ejército Libertador le dijo al rey que en esta tierra él ya no era soberano. La Campaña Libertadora fue un proceso que dejó a su paso masacres como la de Charalá del 3 y 4 de agosto de 1819. Ese momento histórico particular definió, circunstancialmente, el triunfo patriota de la Batalla de Boyacá el 7 de agosto. Por eso, merece la pena que conozcamos el relato sobre el holocausto de un pueblo, cuya dignidad traspasó la muerte y cuyos 300 cadáveres dibujaron el horror dantesco en suelo comunero.

Charalá fue una parroquia que antes de ser proclamada Villa, en 1824, ya había marcado su nombre en la historia de la Gran Colombia. Sus pobladores son descendientes de indígenas guanes y chalaláes. Su nombre rinde honor al cacique Chalalá. De allí los habitantes obtuvieron un fuego beligerante que se concentró históricamente en dos próceres de talla incontrovertible: José Antonio Galán y José Acevedo y Gómez. Ellos son la representación de un poblado que siempre batalló y que hoy los hizo merecedores del título de Cuna de la Libertad de América.

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3 y 4 de agosto de 1819

En Boyacá los dos ejércitos estaban diezmados. Las batallas dejaban un saldo irrecuperable. La del Pantano de Vargas del 25 de julio fue durísima para realistas y patriotas. Entre tanto, en el Socorro, el gobernador español Lucas González fusilaba el 28 de julio a la heroína Antonia Santos Plata. La ejecución fue el detonante de una reacción guerrillera en cadena. González olvidó la consigna de Galán, El Comunero, quien revivió en la voz del pueblo insurrecto: “Ni un paso atrás, siempre adelante, y lo que fuere menester, sea”.

Esa propagación de libertad subió por todas las veredas, montañas y ríos hasta posarse en Charalá. Las guerrillas de los poblados vecinos se organizaron y se reunieron dispuestas a dar sus vidas. Así fue. González recibió el llamado de auxilio de Barreiro, quien a su vez le escribió al virrey Sámano el 31 de julio: “he prevenido al gobernador de aquella Provincia, don Lucas González, que con todas las fuerzas disponibles que tenga acabe de ahuyentar las partidas de ladrones y se corra sobre el páramo de Cerinza, amagando caer a la retaguardia de los rebeldes”.

González prometió llegar el 4 de agosto, pero no cumplió. Se dedicó, en conjunto con sus 800 hombres (300 españoles y 500 reclutas entre peninsulares, africanos y esclavos) a masacrar Charalá. Arribó el 3 de agosto al río que antecede la población, el río Pienta. Era paso obligado para llegar a Boyacá y ahí se encontró con el incalificable valor de los guerrilleros, quienes no eran los más aptos para el combate, pues la población ya había sumado sus mejores guerreros al Ejército Libertador en lo que se llamó Batallón de voluntarios del Socorro.

Los charaleños sabían que su destino los puso como escudos humanos, pues según el historiador Horacio Rodríguez Plata, “prontamente habían tenido conocimiento de que las fuerzas realistas se estaban desplazando en marcha hacia la comarca boyacense. Era indispensable atajarlas porque el Ejército Libertador […] se vería perdido si no se le auxiliaba pronta y eficazmente”.

No fue una batalla, fue una masacre. Lucas González alcanzó a dar parte escribiendo que en el Pienta le bastó “un cuarto de hora” para diseminar la resistencia y era lógico, pues los guerrilleros carecían de táctica militar y armamento. Por eso corrieron, por eso se refugiaron en la iglesia de Nuestra Señora de Monguí y ahí la muerte los alcanzó. Pelearon a puño y piedra contra escopetas y cuchillos. Fueron acribillados por tres días. Sus cadáveres quedaron insepultos por más de dos semanas y el pueblo fue arrasado.

Para escenificar el salvajismo de la masacre, hay que repasar la imagen brutal que describió el superviviente Fernando Arias Nieto y que recuperó el historiador Édgar Cano Amaya: “Bajé a la plaza no sé por qué, encontrándome con la escena más terrible de mi vida. Estaban frente a mí personas colgadas de los balcones, unos del cuello, otros de los pies, aun de los árboles de la plaza, o amarrados a los troncos, sin cabeza, o con sus brazos y piernas mutilados, sin orejas, narices. Algunos degollados, abiertos sus vientres con las tripas colgando. Los gallinazos, los cerdos, los perros habían hecho un festín; mujeres desnudas, seguramente vejadas y luego asesinadas”.

De todos los mártires, la que más marcó la memoria del horror fue la sobrina de Antonia Santos, Helena Santos Rosillo. Como conjetura, el mismo Rodríguez Plata sostiene que la que hoy se conoce como Niña Mártir debió ser devorada por perros y chulos, pues al no encontrar información de su muerte en los libros parroquiales, esta hipótesis cobró validez, ya que ella pertenecía a una élite social que demandaría, al menos, el registro.

3 de agosto de 2019

La fiesta llegó. La pompa del Bicentenario hizo que el pueblo se pusiera de gala. Las banderas de Colombia, de Santander y de Charalá vistieron las casas. Los colegios de las poblaciones vecinas desfilaron. Todos homenajeaban el valor de los mártires. Me acerqué a dos estudiantes flacos y campesinos, ambos de 13 años. Fabián Paredes estudia en el colegio que lleva el nombre de la Niña Mártir, Helena Santos Rosillo, y Carlos Sarmiento, el más bajito, estudia en la Escuela Normal Superior. Ambos me explicaron la memoria colectiva que impone la bandera del municipio. La bandera, en las tres franjas verticales del centro, es igual a la de Perú, pero tiene dos franjas más a cada extremo, una azul y una verde.

Los dos estudiantes me recitaron en tono de salmo responsorial, que “el color blanco es por la paz que siempre ha querido el municipio”, que “el doble rojo es por la sangre, tanto de los comuneros de Galán en 1781, como de los charaleños de 1819. El verde es por las lomas y montañas del paisaje y el azul por los dos ríos que bañan sus tierras, el Táquiza y el Pienta”.El río Pienta fue el protagonista principal de todo el festín. La Alcaldía, en cabeza de Gil Antonio Méndez, organizó el festejo “Bicentenario Batalla del Pienta”, así en el Pienta hubiesen peleado apenas un puñado de minutos de los tres días que duró la masacre.

El sábado 3 de agosto una misa precedida por el obispo de Socorro y de San Gil, monseñor Germán Mesa Ruíz, brindó el clásico homenaje católico a los caídos. En el puente que atraviesa el río Pienta se reunieron más de mil personas, hasta los militares homenajearon a las guerrillas de Charalá con su presencia. La banda militar tocó y los soldados contraguerrilla empuñaron sus fusiles al lado de las banderas que hace dos siglos ondearon los guerrilleros charaleños.

Monseñor dijo en su sermón que “los más de 300 mártires dieron su vida por la libertad de Colombia”. Instó a los asistentes a no pensar en los bienes como la propiedad privada sino a dedicar sus vidas a conseguir lo que él llamó “los bienes de arriba”, cerró al decir que dichosos son “los que tienen espíritu de pobres, porque el reino de los cielos es para ellos”. La misa, además, tenía la intención de bendecir el Monumento a Charalá que restauró el artista santandereano Jaime Jaimes Guevara y que se ubicó justo en la entrada del pueblo sobre el puente del Pienta.

Guevara, hombre de 66 años, 165 centímetros, barriga digna y barba gris que va en cascada hasta su ombligo, tomó el micrófono. Dijo que él, por su arte, no estaba recibiendo una millonada como dicen las malas lenguas. Concluyó: “Hace 200 años unos hombres dieron sus vidas. Charalá quedó cubierta de sangre y aún está cubierta de sangre. Ahora nos matamos unos a otros. No soy político, no soy paraco, no soy guerrillero; soy simplemente un artista que quiere sembrar esperanza”. La celebración religiosa terminó y todo el pueblo marchó en silencio con faroles para recordar a los mártires desde la solemnidad del fuego.

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4 de agosto de 2019

Los invitados especiales marcaron el protocolo. El 4 de agosto arribaron a Charalá el gobernador de Santander, Didier Tavera, la vicepresidenta, Martha Lucía Ramírez, otra vez el obispo, senadores, ministras, comandantes del Ejército y demás. La pólvora levantó al pueblo a las 5:30 am. Ya no había solemnidad, era fiesta. Hubo de nuevo desfiles y representaciones de la masacre que ahora llamaban batalla.

El protocolo fue el de siempre. Las autoridades en sus carpas y el pueblo al rayo del sol. Hasta la Fuerza Aérea Colombiana rindió un homenaje con tres aviones A37B que resonaron e hicieron que todo el pueblo mirara al cielo cada vez que pasaban con su estela de estruendo. Llegaron las condecoraciones. El gobernador le impuso la Orden al Mérito José Antonio Galán a la vicepresidenta. La escena fue prueba irrefutable de que la política es dinámica. Sobre la sangre de los charaleños y de los próceres de la Independencia, se condecoró a una representante de la ideología opuesta a las guerrillas comuneras.

Luego llegaron los discursos y se explicó el porqué de la “Batalla” del Pienta. El gobernador precisó que Martha Lucía Ramírez ayudó para que Santander entrara al Pacto Bicentenario, lo cual habilitó un presupuesto de medio billón de pesos destinados a construir la carretera Charalá-San Gil-Duitama. Además, hizo lo que él mismo llamó un repaso de la historia a “grandes zancadas”. Habló de inmolación con un regionalismo patriotero exacerbado y dijo que en la “Batalla” del Pienta los charaleños “tuvieron como arma la fuerza de sus corazones”, lo que permitió “que nuestro Libertador lograra la victoria”.

Al finalizar su discurso, Didier Tavera anunció la obtención de otro rubro importante que donará el gobierno nacional: $12.800 millones para la construcción del parque lineal Monumento a la Batalla del Pienta. Los aplausos sonaron como el estruendo de la revista aérea de los A37B. Acto seguido, Martha Lucía Ramírez tomó la palabra; le agradeció al pueblo, saludó y dijo que, aunque nació en Cundinamarca, se sentía “más santandereana que nunca”. Agregó que el parque iba a traer “muchísimos turistas aquí a Charalá”. Acotó que el olvido había durado 200 años y que, según su visión, el parque iba a saldar esa deuda.

Ramírez sostuvo que era crucial “no solo honrar la historia, sino a partir de la historia construir una nueva identidad en el recorrido hacia el Tercer Centenario”. Estas palabras las acompañó ratificando que la cátedra de Historia sería reintroducida “en el pénsum de todos los estudiantes”. Qué palabras llamativas, porque fueron los mismos simpatizantes del gobierno actual los que eliminaron la cátedra de Historia y borraron con una firma las distintas memorias de la patria. Lo preocupante es que ahora ellos van a organizar un discurso hacia el Tercer Centenario únicamente con el relato histórico que ellos imponen y el ejemplo no es otro que la misma masacre de Charalá.

Ante este panorama, traigo la voz del doctor en Historia y especialista en el siglo XIX colombiano Armando Martínez Garnica. El profesor Martínez no admite estos disparates históricos. Afirma que fue un “desocupado” el que se inventó la Batalla del Pienta, la cual debe ser catalogada como masacre y en Charalá. Además, es claro al decir que, si bien hubo un derramamiento de sangre, difícilmente los charaleños sabrían que sus muertes le darían el triunfo definitivo a Bolívar justamente el 7 de agosto en el Puente de Boyacá, pues no “eran adivinos” para saber que ese enfrentamiento se iba a producir justo ese día. Esto demuestra que el azar ayudó a la victoria, por la masacre realista en Charalá, y no por la estrategia militar.

Martínez ironiza: “el gobernador de Santander está diciendo lo siguiente: ‘primero fue Santander y después Boyacá. Sin el 4, no pudo haber el 7’”. Esta frase es una crítica mordaz al exacerbado regionalismo del gobernador, pues el profesor Martínez sostiene que no hay documentos que hablen de la “gran batalla multitudinaria del Pienta”, que más bien este doloroso episodio “es una especie de Bojayá”. Asimismo, es certero al referirse a los intereses departamentales que vienen de tiempo atrás: “Los charaleños le pidieron ocho años al presidente Santos una estatua de 8.000 millones”.

Santos no se las aprobó, pero este Pacto Bicentenario sí, sin importar que el proyecto del parque carezca de precisión histórica y busque implantar un monumento beligerante, donde si se es fiel a los documentos, debería hacerse un monumento solemne que evoque el dolor de una masacre y no la furia de una batalla.

El boceto a escala ya se exhibió ante los ojos de la vicepresidenta y lo ejecutará el arquitecto Juan José Cobos; desde este trabajo escultórico se hará un cambio en la historia real para imponer el relato turístico y oficial. Si así es como se construirá la identidad del próximo Centenario, con relatos acomodados a intereses turísticos y no educativos ni históricos, pues necesitamos que las guerrillas académicas, ya sin sangre, salven la patria.

Por Farouk Caballero / especial para El Espectador

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