Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Una de las revelaciones que hizo este año Salvatore Mancuso en la Comisión de la Verdad fue que al líder indígena y ambiental Kimy Pernía lo habían arrojado paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) al río Sinú, en Tierralta (Córdoba).
Fue un crimen de Estado, aseguró el exjefe paramilitar en un video durante el encuentro sobre la verdad indígena que organizó la Comisión. Agregó que la orden de asesinarlo vino de agentes estatales que veían como un estorbo la oposición de Pernía a la construcción de la represa Urrá sobre el río Sinú. Su desaparición y asesinato ocurrió el 2 de junio de 2001. Diecinueve años después su cuerpo no ha sido hallado. Luego de la confesión de Mancuso, la hija de Pernía, Martha, se paró frente al río y arrojó rosas como una forma de despedirlo.
Durante el conflicto armado los ríos se convirtieron para los grupos ilegales en uno de los mecanismos más efectivos para ocultar las evidencias de sus crímenes. Son hoy cementerios acuáticos donde reposan los cuerpos de miles de desaparecidos.
De acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica, más de 1.080 cuerpos han sido recuperados de 190 ríos colombianos. Las Auc serían las responsables del 68 % de esos casos y las guerrillas de al menos el 8 %.
¿Cómo hallar a estos desaparecidos y de qué manera la arqueología, la antropología forense y la ingeniería pueden aportar? Esto lo debatieron expertos durante el Seminario Internacional Forensic Tech en noviembre de este año, organizado por el Equipo Colombiano Interdisciplinario de Trabajo Forense y Asistencia Psicosocial (Equitas).
Entre ellos estaba Jorge Escobar, profesor del Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad Javeriana. Ha dedicado su carrera a hacer modelos matemáticos para saber el comportamiento del agua en las ciénagas o cómo proyectos hidroeléctricos afectan los caudales de los ríos.
Desde 2019 forma parte del equipo del Instituto Javeriano del Agua y Equitas, que está desarrollando un modelo matemático en el río La Miel, entre Norcasia y Samaná (Caldas) para establecer cómo es el recorrido de los cuerpos según la profundidad, velocidad y características del río.
Este modelo ayuda a analizar las posibles trayectorias que pudo tener un cuerpo humano a partir de diversos escenarios, por ejemplo, si para el momento de la desaparición llovió, bajó el caudal del río o hubo una tormenta. Para esto se apoyan en la información que por décadas ha recogido el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
Pero, además, “no es lo mismo que un cuerpo se transporte en un rápido con altas velocidades, pero poca profundidad; en un remanso, una zona más tranquila y donde está quieto más tiempo, o en una moya, donde las velocidades verticales pueden chupar el cuerpo”, explica Escobar. Este análisis les permitirá establecer los lugares donde la mayoría de los cuerpos pudieron haber quedado.
El modelo es mucho más complejo de lo dicho aquí. El equipo trabaja con troncos de madera y bombas para simular un cuerpo humano y el recorrido que haría. De acuerdo con Escobar, lo que siempre pasa es que el cuerpo sale a flote y es cuando se han dado los casos de habitantes que los entierran en las riberas. Ahí hay un trabajo de campo de las ciencias sociales y forenses para hablar con la comunidad y dar con estos sitios.
Cuando los restos óseos quedan en el fondo del río puede entrar la arqueología. Con jornadas de buceo, ecosondas multihaz, georradares, magnetómetros o sonares se puede rastrear lo que hay en el fondo. Salvador Estrada, otro de los invitados al Forensic Tech, trabaja en la Subdirección de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México. Él ha encontrado restos humanos prehispánicos en cenotes y manantiales de este país.
Cuenta que la búsqueda bajo el agua depende de la profundidad y qué tanta luz solar alcance a llegar. En México también apoyó con la búsqueda de un cuerpo arrojado a un río. Recuerda que por la falta de luz tuvieron que bucear a ciegas y hacer el recorrido a tacto, sin lograr encontrar a la persona. Para eso, señala, se tiene que revisar la geografía del río y aprender lo más que se pueda de ese espacio.
Otro inconveniente es la dispersión de los restos óseos por las mismas dinámicas de los ríos, como lo mencionó Jorge Escobar. Los huesos de las manos, pies y la mandíbula son los primeros que se desarticulan, mientras que el tronco es lo último que se mantiene unido.Estrada señala que con una buena investigación, equipos, tiempo y financiación se puede lograr algún hallazgo. Señala el caso de Naia, un esqueleto que tiene casi 13.000 años y que fue hallado a 30 metros de profundidad en un cenote de la Península de Yucatán. Es de los restos recuperados más antiguos y completos que se han localizado en América, asegura.
Posterior a la recuperación de estructuras óseas, y en el caso de desaparecidos de manera forzada, Estrada afirma que arqueólogos y forenses tienen que trabajar de la mano para extraer el hueso del agua sin afectarlo y hacerle un proceso de conservación para que se pueda extraer material genético o analizar características físicas particulares.
El modelo matemático del Instituto Javeriano y Equitas es el primer ejercicio de este tipo que se está haciendo en el país. De 187 casos de desaparecidos que logró documentar Equitas junto a organizaciones sociales de Caldas, han logrado establecer que al menos siete de esas personas fueron arrojadas el río La Miel entre 2000 y 2007. “Es muy difícil encontrarlos, pero hay gente en el país que sí estamos haciendo todos los intentos posibles para buscarlos”, resalta Jorge Escobar.
Le recomendamos leer:
*La historia del reencuentro con un hombre desaparecido hace 35 años.
*Los tesoros de una madre que la violencia no le logró arrebatar.