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Rosalina Tuyuc no se demora un minuto recogiendo su largo pelo liso entre la cinta tejida que termina por rodear su cabeza. Esa última prenda completa su traje maya. Ella es una mujer indígena, también es defensora de derechos humanos y luego se convirtió en víctima de la militarización que dio paso al conflicto armado de ese país, cuando secuestraron y desaparecieron a su padre y luego a su esposo. A partir de entonces direccionó su lucha hacia la búsqueda de los desaparecidos, la memoria del conflicto, la verdad de lo ocurrido y la justicia para quienes cometieron los crímenes.
En Guatemala el 93% de las violaciones a los derechos humanos, registradas por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, recae sobre el Estado. Esto incluye al “Ejército nacional, las Patrullas de Autodefensa Civil, los comisionados militares, otras fuerzas de seguridad del Estado y los escuadrones de la muerte”. En el 4% de los crímenes los perpetradores son grupos sin identificar y en el 3% la responsabilidad es de la guerrilla. Esto entre 1960 y 1996, año en el que se firmó la paz.
Tuyuc es cofundadora de la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA), una organización de la sociedad civil que agrupa a más de 9.000 mujeres y que ha denunciado las violaciones a los DDHH (genocidio, violencia sexual, masacres, asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, principalmente), ha buscado a los desaparecidos y ha hecho memoria para dignificar a las más de 200.000 personas asesinadas y 45.000 desaparecidas. Esta semana está en Colombia en el Diálogo de saberes internacionales sobre desaparición forzada: una perspectiva regional, organizado por el Colectivo Orlando Fals Borda, donde ha compartido su experiencia con víctimas y expertos.
¿Por qué decidió defender los derechos humanos cuando ya estaban dadas las condiciones para quedarse callada o esconderse?
Yo empecé a participar de muy joven en todos los procesos de organización de las mujeres, antes de todo el conflicto en Guatemala, puesto que en las comunidades generalmente nuestras familias nos van involucrando. Nuestras mamás a partir de los quehaceres de la casa, de aprender a hacer todos estos trajes, así como los varones con su papá. Entonces para nosotros es necesario contribuir para que la gente tenga techo, trabajo, comida y se le respete su vida y su forma de ser. Pero después del terremoto, a mediados del 79 llegó la presencia militar al pueblo y empezaron los primeros secuestros contra conocidos, compañeros con los que trabajábamos todo el tema de desarrollo. Esto creó un miedo profundo. En mi caso, aparecía mi nombre en una lista negra y toda la gente me decía que el Ejército me andaba buscando.
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¿Qué hizo entonces?
Ese año yo obtuve una beca por parte de la iglesia católica para prepararme como enfermera y servir en un hospitalito, para así ayudar a minimizar toda la situación precaria de salud. Lamentablemente, yo no pude ejercer la enfermería allá porque a mi regreso, en febrero del 80, el Ejército creyó que yo no estaba estudiando, sino que me había ido a preparar con la guerrilla. Esa fue una acusación muy fuerte que generó la persecución contra mi persona. Para entonces ya habíamos perdido a varios compañeros, otros del comité de reconstrucción también estaban desaparecidos y nuestra presidenta del grupo de cooperativa había sido secuestrada y ejecutada extrajudicialmente. Mis papás decidieron que era mejor ir a buscar trabajo en la ciudad capital, aunque fuera lavando baños, pero así podría sobrevivir la guerra.
¿Qué pasó luego?
Desde que yo salí del pueblo como desplazada, nunca supe más que había pasado con mi familia. Prácticamente se perdió toda la comunicación, puesto que el Ejército siempre ponía puestos de control en las carreteras. Para resguardar la vida de mi familia mejor nunca ya me comuniqué con ellos, hasta el año 84, cuando supe que mi papá había sido secuestrado y desde ese entonces yo siempre pensé que algún día lo iba a encontrar vivo a muerto. Para encontrar su cuerpo, sus huesos, yo me involucro y me hago cofundadora de CONAVIGUA y junto a estas miles y miles de mujeres buscamos a nuestros esposos, a nuestros padres. Al final somos una familia de familiares desaparecidos y trabajamos en esa búsqueda de ellos.
¿Por qué era importante una organización de mujeres en esos momentos de guerra?
Porque fuimos las mujeres las que más sufrimos las consecuencias de la guerra. Los esposos fueron desaparecidos, fueron masacrados, pero también fuimos las mujeres las que pagamos la violencia. Son entre 60 y 80 mil mujeres que fueron víctimas de violencia sexual, una y otra vez. Y no era posible dejar que eso siguiera sucediendo, que siguiera denigrando la dignidad y el honor de las mujeres. Era necesario levantar la voz de las mujeres. Por eso cuando CONAVIGUA surge denunciamos todos esos abusos, llevamos procesos judiciales, como el de un grupo de mujeres que en los años 90 fueron violadas colectivamente y ganamos ese proceso. Fueron encarcelados los responsables materiales, aunque los responsables intelectuales se fugaron. Pero es un caso emblemático en el que las mujeres destapamos la agresión sexual masiva contra niñas, adolescentes, señoritas, madres embarazadas y abuelas. A ellas el Ejército las tomó como botín de guerra, como para dejar sellado el poder de las armas, el del Estado, que contra ellos nadie podía. Y esas mismas leyes nosotras las agarramos para desnudar esas acciones del Estado. Fue necesario organizar a las mujeres, darles mucho ánimo y herramientas de vida, en las que las mujeres puedan decir que son capaces de haber aportado.
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Además de la denuncia, ¿cómo más trabajaron para llegar a firmar la paz?
Al principio nuestra primera manifestación fue contra la militarización y participaron 33.000 mujeres en las calles, frente al palacio, frente al legislativo. En eso aprendimos a hablar con la prensa, a hablar de incidencia, de cabildeo con las instituciones del Estado. Buscando apoyo en la academia para hacer propuestas de ley: trabajamos una ley contra la discriminación racial, la ley de dignificación para las mujeres, la ley de reformas que nos da el derecho a ser propietarias del terreno, apenas en el año 99. Además, fuimos la primera organización social que propuso una ley de servicio militar voluntario. Al final tuvimos que sentarnos directamente con el Ejército para poder trabajar en conjunto esta ley y, 17 años después, la aprobaron. Hemos luchado y trabajado incansablemente en la justicia transicional, también en la formación y capacitación a las mujeres, porque las de nuestra organización, en su gran mayoría, no saben leer ni escribir, pero sí conocemos la historia, somos sabedoras de nuestro arte, de nuestra medicina, de nuestra alimentación, de la relación profunda con la madre tierra, con el agua, con los bosques y todos los lugares sagrados.
Ahora hacemos el diálogo intergeneracional, que es muy importante. Solo así los conocimientos no se van a neutralizar o a quedarse en el olvido.
En Colombia se incluyó un capítulo étnico en la terminación del conflicto. ¿Usted, como mujer indígena maya, cómo ve esta decisión?
Yo pienso que es muy importante el tener un capítulo específico, porque a veces cuando se dice que el tema indígena debe ser transversal, es muy genérico y no genera seguridad. El tener un capítulo especial nos puede ayudar a que los pueblos indígenas veamos esto como una herramienta para impulsar políticas públicas a favor de nuestros pueblos, porque tenemos nuestros propios sistemas: de salud, educativo, de desarrollo, de protección, de justicia y también político. En el caso de Guatemala nunca pedimos una legislación que norme esos contextos, sino más un sistema que reconozca y que respete. Todos estos procesos encaminados desde los pueblos indígenas son necesarios como la creación de diálogo con los sistemas oficiales, pero no que las venga a normar, porque antes de la existencia del Estado estaban los pueblos indígenas y afrodescendientes.
¿Qué ha impedido que ustedes puedan buscar, localizar, identificar y entregar a los desaparecidos?
El impedimento es de parte del Estado, que no nos ha apoyado. Si bien es cierto que la Fiscalía puede aprobar una exhumación, desde los servidores del Estado, como el Ejército, la Policía y muchos otros que saben dónde dejaron ubicados a nuestros seres queridos, no colaboran para decir por dónde exactamente están. Nosotros sabemos que nuestro país está lleno de cementerios clandestinos en lugares públicos como las escuelas, los hospitales, puestos de salud, las iglesias... y hemos encontrado otras familias que no son las nuestras, porque la impunidad con la que se actuó fue tan fuerte que quizás muchos pensaron que con todos estos cementerios clandestinos nunca los íbamos a encontrar, pero creo que es la madre tierra, nuestra amiga y madre nos está colaborando para devolvernos a muchos familiares.
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¿Han trabajado en esos cementerios?
Hemos trabajado cientos de ellos, pero las fuerzas armadas de nuestro país desalojaron muchos cementerios clandestinos antes de que se retirara el Ejército. Y no sabemos por dónde los tiraron (a sus familiares). Esto también se ha agravado porque todos estos cementerios están en terrenos privados y los dueños no permiten hacer este trabajo. En otros, como son lugares públicos, se construyeron edificios sobre ellos, y nos dicen: bueno, si quieren hacerlo, ese edificio se va a destruir y ustedes deben dejar construido. Eso es económicamente imposible. Otros los convirtieron en basureros, entonces lo que nos queda es rescatar esos lugares y declararlos sagrados. De hecho, en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico hay una recomendación de declarar calles, lugares y parques a la memoria de las víctimas, pero no conocemos ningún proyecto, solo los que han venido desde las organizaciones de víctimas.
Hace unas semanas hicieron la inhumación de 172 cuerpos, ¿qué significó ese hecho para ustedes?
Esa inhumación que hicimos es la primera en toda la historia del conflicto armado donde se deja establecido un centro específico para los desaparecidos. Las 172 osamentas no tienen nombre, y dejamos más de 6000 nombres sin cuerpo. Lamentablemente el Estado cuando no provee lugares para dignificar la memoria de los desaparecidos, debemos hacerlo nosotras, cuando es posible hacerlo, debemos hacerlo. Porque este será un lugar de encuentro entre los vivos y los muertos, el lugar de encuentro para el respeto y la dignificación, para el diálogo. Miles de nosotros cada 2 de noviembre (día de los muertos) no tenemos donde llevar flores y velas a nuestros muertos.
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En este encuentro ha conocido mujeres víctimas de Colombia, ¿qué se lleva de ellas y qué mensaje les da?
Yo veo que, así como comenzamos nosotras, es todo un proceso: tenemos muchas cosas en la cabeza, pero poco lo concretizamos. Yo creo que acá han avanzado mucho en cuanto a la documentación, la construcción de memoria escrita y visual, y eso es muy importante. También lograr que la academia se meta en esto, porque la memoria y la historia son deberes de toda la sociedad. Ojalá todas las víctimas de acá logren el respaldo de la sociedad civil, de la academia, del sector religioso... porque es del sector político muy poco se puede esperar. Lo importante es que haya unas redes en torno a los compromisos con los desaparecidos, pues eso da mucha vida a futuro. En Guatemala ya son 21 años después de la paz y muchas cosas nos faltan, pero las concreciones las vamos marcando las víctimas, porque el Estado nunca se va a comprometer con la verdad y sería triste que nosotros mismo nos alejemos de ella.
¿Para ustedes qué debe ser la paz?
Para muchos la paz solo va a ser el desarrollo y la inversión, para nosotros debe dignificar a la persona, la memoria de quienes con su sangre y con su vida marcaron la firma de la paz y marcarán lo que falta, porque todo esto es alcanzable teniendo voluntad política. Pero se abre con nosotros y nunca se va a abrir sin nosotros. Yo animo a todos a creer en lo que hacemos, en esta creación de redes por la vida, la verdad, la justicia, porque es necesario hacerlo. La verdad está en nuestras manos y se construye paso a paso, siempre va a costar, todavía, muchas vidas. Lo importante es hacer que la oscuridad vaya alumbrando la luz de la paz, la esperanza y la verdad.
¿Usted cree que es posible la reconciliación después de la guerra?
La paz conlleva verdad, justicia, reparación. La reconciliación nosotros la vemos como el último paso. El problema de la reconciliación es que no se puede hacer en el aire. Siempre nos van a pedir perdón y reconciliación, el problema es que nadie acepta la responsabilidad y nadie da la cara. Para mí la reconciliación es fruto de la verdad, de la justicia, de la reparación, de la aceptación de culpas y del compromiso de no volver a hacerlo. A veces me preguntan a mí ¿usted no quiere perdonar? A lo mejor sí, cuando sepa dónde está mi padre, cuando sepa por qué lo secuestraron, cuando sepa del paradero de mi esposo, cuando tenga una explicación.