La historia del poblado de ex-FARC que visitó la ONU y el embajador de China

En el municipio de Manaure, se encuentra Tierra Grata, la vereda donde desde 2016 viven excombatientes de las FARC y que ahora buscan convertirla en un nuevo corregimiento del país. Más de 65 niños han nacido allí y los esfuerzos comunitarios ya han permitido la construcción de un acueducto comunal y un sistema de electrificación. Esta es su historia.

Juan Pablo Contreras Ríos
13 de enero de 2025 - 11:50 a. m.
Tierra Grata es una vereda ubicada en el municipio de Manaure, a media hora de Valledupar, y es el lugar adonde llegaron hace ocho años 162 excombatientes de las FARC para hacer su proceso de reincorporación.
Tierra Grata es una vereda ubicada en el municipio de Manaure, a media hora de Valledupar, y es el lugar adonde llegaron hace ocho años 162 excombatientes de las FARC para hacer su proceso de reincorporación.
Foto: Marcos Guevara- La Rotativa
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Desde una de las colinas más altas que rodean la vereda de Tierra Grata, en Cesar, Yarledis Olaya —conocida en la guerra como Jaqueline—, excombatiente de las FARC y hoy líder social, mira con orgullo la ciudadela que se ha levantado en esa región tras la firma del Acuerdo de Paz.

Hacia el norte se ve un amplio grupo de casas bien construidas, algunas con murales pintados a mano y otras con muros grises, pero todas con pequeñas salas exteriores en donde los firmantes se reúnen a conversar y tomar café. Atrás, se ve una extensa selva, y al fondo la ciudad de Valledupar. En días soleados, la postal termina con una imagen de los picos de la Sierra Nevada de Santa Marta y justo al frente la Serranía del Perijá.

Tierra Grata es una vereda ubicada en el municipio de Manaure, a media hora de Valledupar, y es el lugar adonde llegaron hace ocho años 162 excombatientes de las FARC para hacer su proceso de reincorporación. Los pobladores del lugar aún recuerdan esa tarde de noviembre de 2016 cuando llegaron en fila a lo que sería el Punto de Preagrupamiento Temporal, donde empezarían la entrega de armas. Ese día iban uniformados, llevaban en la espalda todo su equipaje de campaña, en el hombro un fusil y en su mente la incertidumbre de no saber cómo serían sus vidas tras años de lucha armada.

Casi todos aceptan que tenían desconfianza los unos de los otros y que sintieron aún más desconcierto cuando llegaron al espacio ofrecido por el Gobierno y este solo era un vasto espacio de tierra limpiado de maleza, donde debían ubicar su nuevo campamento.

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De ciudadela a corregimiento

De Punto de Preagrupamiento, Tierra Grata avanzó y se convirtió en un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), y a la vuelta de casi ocho meses ya se habían construido 18 alojamientos, donde cada firmante tenía una habitación pequeña levantada en tejas de zinc y muros de drywall.

Al llegar al lugar uno de los primeros objetos que se puede ver es un gran mapa que está puesto sobre una lámina de metal. Sobre él está trazada la organización de la vereda y el sueño de sus pobladores para sacar adelante un proyecto de vivienda que ya avanza con la construcción de 75 casas de las 150 que quieren terminar, no solo para los firmantes de paz, sino también para algunas víctimas del conflicto.

Hoy, Tierra Grata es un poblado de 24 hectáreas que en 2018, tras la acreditación, consiguió el título de vereda gracias al largo trabajo de liderazgo de la Junta de Acción Comunal, integrada por los mismos excombatientes. Ahora, el sueño es mayor porque quieren convertirse en un corregimiento.

“Ya estamos en diálogo con los concejales de Manaure y con el alcalde para que pasemos a ser un corregimiento y con eso ya podemos tener un inspector de Policía, más atención en salud y, bueno, más presencia del Estado para levantar este espacio”, manifestó Abelardo Caicedo —antes conocido como Solís— un excombatiente de las FARC y líder social de Tierra Grata.

Inicialmente, el ETCR solo tenía seis hectáreas, pero desde hace unos meses, hicieron una colecta y cada uno de los firmantes de paz puso $1 millón para poder comprar una parte de la finca y empezar a levantar sus casas allí.

“Este terreno es en arriendo, pero nosotros hablamos con el dueño de todo esto para comprar 24 hectáreas. Los que no tenían el dinero tuvieron que pedir un préstamo, pero en total recogimos $150 millones y pudimos comprar esta zona donde ya se está construyendo”, dijo el líder social.

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En el antiguo ETCR estuvo hace una semana Carlos Ruiz Massieu, jefe de la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, y el embajador de China, Zhu Jingyang, quienes celebraron el crecimiento de Tierra Grata y la resiliencia que han tenido los firmantes para sacar adelante su territorio.

“Los firmantes han demostrado su compromiso con el proceso de reincorporación y es muy importante ver sus proyectos y su desarrollo, pero también es necesario ver los rezagos que quedan en el proceso para poder trabajar en la construcción de los sueños que se trazaron hace ocho años”, dijo Ruiz Massieu.

Una apuesta por el arte

Es una mañana de martes y los niños corren con sus juguetes por las calles destapadas del poblado y gritan sin cesar bajo el intenso sol de principios de enero.

“Gracias a Dios acá la seguridad es buena. No puedo decir que nunca hemos sido víctimas de delitos como la extorsión, pero afortunadamente no nos han matado a ningún firmante de paz”

Excombatiente de las FARC que vive en Tierra Grata

Profe, profe, ¿cuándo es que nos va a volver a dar el taller? —pregunta un niño apenas ve a Marcos Guevara, el docente de fotografía del antiguo ETCR.

Marcos, de 35 años, dejó las armas en 2016 e hizo su proceso de reincorporación en Tierra Grata con la gran apuesta de usar el arte para reparar inmaterialmente al territorio. Ahora, el joven estudia Gestión Cultural y Comunicativa en la Universidad Nacional, sede La Paz.

“Yo hacía fotografía antes, cuando estaba en Barranquilla. Luego entré a la organización, pero solo podía tomarle fotos a las manos o a la naturaleza con una cámara que me prestaban, pero nunca pude verlas”, dice el joven que hoy lidera La Rotativa, un proyecto que surgió en 2016 para documentar el tránsito a la vida civil.

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Marcos y María Fernanda Pinilla, una artista visual que se unió al proyecto de La Rotativa, han levantado en Tierra Grata una galería de arte, donde venden café producido en la Serranía del Perijá por una víctima del conflicto armado. En ese espacio también tienen un semillero de fotografía en el que enseñan artes visuales a niños entre los 10 y los 18 años.

La Rotativa también ha sido la estrategia usada por Marcos y sus compañeros para avanzar en el proceso de reconciliación con las comunidades del Cesar. Según el joven, el arte es una herramienta para acercarse al corazón de las personas y poder romper las barreras que se construyeron durante medio siglo de conflicto.

“La gente se da cuenta de que está aprendiendo y las artes permiten hacer una catarsis. La sanación en comunidad no ha sido fácil, pero es más llevadero a través del arte”, dice el joven, quien con frecuencia recorre las veredas cercanas a Tierra Grata para llevar talleres de teatro, danza y fotografía a los niños de los campesinos que viven en el municipio de Manaure.

En La Rotativa también está Vanessa, una joven de 19 años, quien llegó al ETCR en 2017 para acompañar a su padrastro en el proceso de reincorporación. Vanessa tiene en sus manos una cámara Canon 5D con un lente de 105 mm que la ha acompañado desde hace tres años, cuando Marcos le dio las primeras lecciones. Ya terminó el bachillerato, pero aún no ha podido entrar a la universidad a estudiar Fotografía. Sin embargo, es muy apegada a su profesor e inquietamente le pide más consejos para poder dominar el aparato.

Tierra Grata, ejemplo de reincorporación

El ETCR de Tierra Grata ha sido resaltado entre los otros 24 poblados de las extintas FARC por tener un proceso emblemático de reconciliación con las comunidades aledañas.

Acá nos ha funcionado la convivencia porque hacemos reuniones con las comunidades y hablamos sobre la región. Si algo no les gusta de nosotros ellos nos lo dicen y nosotros podemos trabajarlo. Igual con ellos. Cuando nosotros entregamos las armas, eso fue lo primero que tuvimos en cuenta: que teníamos que respetar y cumplirles a las comunidades”, asegura a Colombia +20 José Francisco Guerrero, uno de los excombatientes de las FARC, mientras camina por las callejuelas que hay entre una casa y otra en medio de las dos montañas.

“Nosotros no sabíamos cómo se iba a desarrollar esto, pero las cosas avanzaron muy bien. Cuando yo firmé el compromiso de paz con el pueblo colombiano y dejé las armas, nunca pensé que volvería a ser papá. No estaba entre mis planes y más porque yo ya tenía un hijo, pero mire, llegamos acá, la vida nos cambió y ahora tengo a mis dos niños pequeños”, dice. Ana Beatriz, de seis años, y Alfonso Manuel, de cuatro, hacen parte de los más de 65 niños que han nacido en Tierra Grata desde la firma del Acuerdo de Paz.

Los firmantes de paz que viven en Tierra Grata han levantado su vereda con esfuerzo propio, pero siempre han puesto sobre la mesa la necesidad de que el desarrollo de esta no solo sea para ellos, sino que también ayude a las personas que viven en las inmediaciones del ETCR.

“La lucha de nosotros fue por el bienestar del campesinado, y con el desarrollo de Tierra Grata hemos hecho un proceso de reparación para que nuestros vecinos también se puedan beneficiar de servicios como el agua y la luz. Todos acá tenemos necesidades, pero seguramente los campesinos que viven alrededor se pueden beneficiar con nuestros proyectos productivos”, dice un firmante de paz.

El servicio de agua llega a Tierra Grata gracias a la construcción de un acueducto comunal que fue levantado entre la comunidad, los firmantes de paz y el Ejército, quienes unieron esfuerzos para conectar una tubería artesanal desde un río cercano hasta el centro del ETCR. De ese mismo canal de agua se sirven algunos campesinos de la zona, que carecían de un sistema de agua antes de que llegaran los excombatientes. La red de luz también es compartida con algunas casas de la región.

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El arraigo por el territorio

Tierra Grata tiene un puesto de salud, un colegio con dos salones, un jardín infantil, una tienda de abarrotes, un parque público y un gran salón social, lo que hace del espacio un pequeño pueblo que se levantó con fuerza desde hace ocho años.

La primera imagen que tienen los excombatientes cuando se encontraron con un lote desierto ha ido desapareciendo y en sus mentes ahora está la fotografía de una ciudadela, donde han cosechado sus mejores recuerdos tras regresar a la vida civil.

Las madres de la vereda tienen la certeza de que quieren seguir trabajando por el desarrollo del territorio, pues fue allí donde tuvieron a sus hijos y es allí mismo donde quieren que crezcan en un espacio alejado de la violencia. Así mismo, agradecen que entre los planes de la vereda aún no han tenido que contemplar la idea de construir un cementerio.

“Gracias a Dios acá la seguridad es buena. No puedo decir que nunca hemos sido víctimas de delitos como la extorsión, pero afortunadamente no nos han matado a ningún firmante de paz. Eso lo tenemos que agradecer en medio del panorama tan difícil que vive el país”, dijo el hombre, aludiendo a los más de 445 exguerrilleros que han sido asesinados en los últimos ocho años.

La Serranía del Perijá ha sido considerada como un fortín de los grupos armados. Durante los años del conflicto, las FARC y otras guerrillas como el ELN usaron el territorio como zona de refugio para levantar campamentos, ejercer control social sobre la población, mantener a los secuestrados en cautiverio y reclutar menores para robustecer su accionar criminal en la zona fronteriza.

Fueron muchas las comunidades afectadas por la guerra y es por eso que la mayoría de los pobladores de Tierra Grata sienten la necesidad de reparar el territorio cumpliendo su compromiso con la paz. También son quienes ahora luchan contra los grupos armados que están instalados en el territorio.

“Nosotros queremos que Tierra Grata sea un territorio de paz, no solo para nuestros hijos sino también para todas las personas que están en estos municipios. Ya fueron años difíciles”, dice una mujer con rasgos indígenas, quien también fue madre tras dejar la guerrilla de las FARC.

La economía de esta vereda ha crecido con fuerza en estos ocho años desde la firma del Acuerdo de Paz. En la vereda hay una fábrica de botas en la que trabajan 10 personas (entre excombatientes y familiares), quienes al día producen unos 30 pares de zapatos que son comercializados en ferias y veredas de la zona. De hecho, el proyecto llegó hasta el Programa Mundial de Alimentos, que compró 2.500 pares de botas para entregar a migrantes que estaban en resguardos en Cúcuta, Maicao y otras ciudades fronterizas.

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La fábrica está levantada con muros de drywall y tejas de zinc. Tiene un área de producción y una bodega donde se guardan los insumos para la elaboración del calzado. Además, tiene un pequeño mostrador en donde se exhiben los seis diseños que se fabrican en el taller. Hay unas cafés, otras negras, unas azules y unas de colores combinados. Cada par de botas cuesta $135.000.

A unas casas de la fábrica también está el taller de confecciones, donde una docena de hombres y mujeres trabaja frente a su máquina de coser para sacar un lote de jeans y camisetas. Allí también venden maletas de lona y gorras que llevan el nombre del ETCR: Territorio de Paz.

A la vereda solo es posible acceder por una trocha que los conecta con el corregimiento de San José del Oriente, pero entre los deseos de la comunidad está que pronto se pueda agilizar en los trabajos para pavimentar el acceso, haciendo que Tierra Grata cada vez esté más cerca de ser declarada un corregimiento.

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Juan Pablo Contreras Ríos

Por Juan Pablo Contreras Ríos

Comunicador social- periodista de la Universidad Externado de Colombia. Se interesa por temas judiciales, políticos y de orden público.juanpablocr3006jcontreras@elespectador.com

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