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Casi tres años después de haber llegado como la primera embajadora de Irlanda en Colombia, Alison Milton se va para Dublín a liderar las relaciones entre su país y Gran Bretaña, en uno de los momentos más difíciles por el impacto del Brexit en las relaciones de las dos naciones. Se va triste porque siente que le faltaron muchas cosas por hacer, pero explica que la decisión estuvo motivada en sus tres hijos adolescentes (13, 15 y 17 años), quienes estuvieron muy renuentes a dejar su vida en un pequeño pueblo irlandés para vivir en Bogotá. Además, una de ellas fue víctima de acoso en el colegio, y esa circunstancia, junto al encierro por la pandemia, hizo que no la pasaran bien. “Colombia ha quedado en nuestras almas y corazones, no nos vamos con una sensación negativa, son experiencias de la vida con las que nos hacemos más fuertes”, dice con un nudo en la garganta.
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¿Qué se lleva de Colombia?
Vine en 1997, pasé un mes en Bogotá, Pasto y Popayán, y me fui pensando en volver. Me impresionó ver que a pesar de todas las dificultades que vivían, los colombianos tenían esa alegría, esa calidez, esa resistencia y siempre estaban tan orgullosos de su país. Me llevo la impresión de que los colombianos son gente demasiado buena. Este país está lleno de contradicciones. Hay una violencia bastante impactante. Solo en una semana ocurren casos como el de una mujer joven, enfermera, que iba para su trabajo y la violaron y la mataron en Ciudad Bolívar, o el asesinato de Dilio Bailarín en Chocó, un indígena que estaba pescando con sus amigos a la orilla del río, o las noticias de la violación de niñas en comunidades indígenas. El país se acostumbró a escuchar estos actos violentos.
¿Cómo hicieron en Irlanda, que tuvo un momento muy fuerte de violencia, para no naturalizarla?
En mi país pasaron muchas cosas, pero nunca se naturalizó la violencia, siempre hubo un rechazo fuerte de la sociedad. Nos preguntamos siempre: ¡cómo fue que llegamos a ese nivel de violencia! En Colombia han existido varios grupos armados, pero el Acuerdo Final significó que el más grande foco del conflicto durante las últimas cinco décadas dejara las armas. ¡Eso es increíble! Entiendo que hay gente que no quiere a los ex-Farc, pero hay que reconocer que son 13 mil personas que han rechazado la violencia. Este hecho debería usarse como ejemplo para otros grupos y para convencer a la sociedad de que esta es la mejor opción. Hay que preguntarse, ¿cómo lograr rechazo generalizado?, ¿cómo crear un movimiento de jóvenes que rechace todos los actos violentos?
¿Cuál es su balance de las jornadas de protesta social?
En todas partes del mundo el COVID-19 y el encierro han dejado a la gente desesperada. Gracias a las redes sociales estamos viviendo un ambiente global de protesta. En Colombia fue bastante fuerte y hubo expresiones de violencia en las calles; hay mucha frustración porque la gente quiere los cambios de un día para otro. Es cierto que a veces la única manera de cambiar las políticas públicas es protestando, pero no se puede permitir que todo se salga de control, se hizo mucho daño. Una de las cosas que me ha impactado es la desigualdad, que está en el centro de las protestas. La reforma al sistema tributario es dolorosa para todos. Para alguien que gana poco, dar el 3 % de sus ingresos es mucho, pero para un millonario no es nada. Debe buscarse una visión de futuro compartido, que la gente sienta que el sistema es transparente. Un gran empresario muy reconocido me dijo un día: “Para tener un país mejor, nosotros tenemos que sufrir un poco”. Se trata de hacer un nuevo contrato social en el que se pueda tener confianza en la institucionalidad.
Yo pago el 52 % de mis ingresos como funcionaria pública, deducido antes de recibir mi salario, pero tengo la confianza de que el más pobre, que tiene un salario mínimo, paga menos.
La gente no está dispuesta a pagar impuestos para que se pierda la plata en corrupción.
En Irlanda también tuvimos corrupción, pero cuando nos juntamos a la Unión Europea asumimos estándares exigentes, entramos en la modernización, nos convertimos en un país que reconoce las normas internacionales. Hay un rechazo unánime a la corrupción. Hoy es imposible que alguien te pida una coima. En el pasado tuvimos los “sobres marrones”, que pasaban debajo de la mesa; aprendí que aquí se llama mermelada.
¿Qué viaje y qué lugares le quedan en la memoria?
La primera vez que fui a La Guajira. Lo hice porque Irlanda estaba comprando mucho carbón de Cerrejón y quise ver la situación de derechos humanos para hacer un informe. Y vi tanta desconfianza en las instituciones del Estado, tanto abandono, tanta pobreza. ¡Uf, era una mezcla tan compleja! La empresa estaba enfocada en cumplir sus metas y lo hacía al 110 %, pero creo que, si no se oye, si no se ve lo que está pasando alrededor en la comunidad, si se decide cumplir las reglas como un check list, se pueden perder los esfuerzos. Y luego está Chocó. Me encantan las mujeres, son increíbles, tan alegres, tan vivas, tan grandes y fuertes. La última vez fui con la embajadora Patricia Llombart, de la Unión Europea, y vimos esas ganas enormes de los jóvenes por estudiar, cada uno tenía su sueño. Nunca voy a olvidar el viaje al Amazonas. Se puede leer mucho, se pueden ver todos los documentales, pero solo cuando estás en la selva entiendes que es inimaginable. Hay una riqueza inmensa y un turismo muy sencillo que cuida lo que tienen.
Usted se conectó especialmente con las mujeres…
Fui a Pasto un día con la Comisión de la Verdad y hablé sobre la experiencia de Irlanda, sobre la necesidad de mantener la fe y la esperanza. Al final me encontré con una mujer de 28 años que perdió sus padres en la guerra: la mamá fue desaparecida por las Farc y el papá asesinado por paramilitares, y ella estaba ahí hablando de perdón, de seguir adelante, de que no quería arruinar su vida, quería ser mamá y recordó cómo cuidó a sus hermanos que vieron cómo el padre fue asesinado. Y me pregunté, ¿cómo se puede ser así? Esas son las mujeres que construyen este país.
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¿Qué misión la impactó?
Esta semana fui a Alto Guayabal, a la orilla del río Jiguamiandó, una comunidad a la que hace una semana le mataron a uno de sus líderes, cuando pescaba a la orilla del rio. Peleé mucho para ir allá, me dijeron que no se podía, que era peligroso, que no había condiciones, que el clima. Invité a los embajadores de Suecia y Países Bajos, y fuimos con el comisionado de la Verdad, Leyner Palacios, a conocer su situación actual. Ellos dijeron que no quieren más vivir en guerra, me impactó ver a chiquitos de tres años cargando carteles pidiendo que pare la violencia.
¿Cuál es el papel de los embajadores en esta situación?
Me siento impotente cuando visito esas comunidades, pero estoy allí para decirles: “Sí me importa”. Hay instituciones buenas, funcionarios buenos. Conocí al general Juvenal Díaz, hablamos de los temas más álgidos y veo que hay mucha gente dentro de la Fuerza Pública que sí quiere que la situación mejore, pero a veces no saben cómo hacerlo y a veces se sienten solos, porque son apenas una parte del Estado. No somos ingenuos, no nos sentimos héroes, es un honor hacerlo, es un privilegio visitar estas comunidades y acompañar a sus líderes como lo hacemos con Argemiro Bailarín.
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¿Qué mensaje nos deja?
Hay tres palabras que mencioné cuando el presidente Duque me condecoró con la Orden de San Carlos en la Casa de Nariño: esperanza, perseverancia y unidad. Colombia ha logrado mucho con el Acuerdo de Paz, es único, es un modelo mundial. No sean tan duros consigo mismos, el Acuerdo habla de 15 años, pero puede ser más y no importa, hay que seguir. Tener perseverancia sobre los logros obtenidos hasta ahora, ojalá sean irreversibles. El Partido Comunes ha hecho reconocimientos y tiene que seguir haciéndolos, hay que perseverar para que más grupos lleguen al momento de rechazar la violencia. Y sobre la unidad, es más difícil hablar. He notado que todos se sienten orgullosos de ser colombianos, pero no todos se sienten incluidos, algunos se sienten diferentes, aislados, abandonados, no aceptados. Cada persona quiere encajar en una denominación específica y eso impide tener un país bajo una sola bandera, hay que dejar las etiquetas a un lado y unirse para que este país, con tanta riqueza, pueda salir adelante.
