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Rafael se levantó de un golpe seco. Era la madrugada del primero de enero del 2023. Pronto se cumplirían tres años sin saber nada de Nina, su esposa durante los últimos 32 años. Había soñado que, desde una loma, Nina le hacía señas con su mano derecha para que se acercara, junto a ella unos perros la acompañaban desde donde Rafael estaba, parecía que ella cabalgara sobre ellos.
Dos semanas después recibió una llamada: “encontramos a Nina”, le dijeron del otro lado de la línea. Era viernes 13 de enero de 2023. Como pudo, llegó hasta Bogotá para cumplir la cita de quien lo iba a llevar hasta donde estaba la mujer con la que compartió los últimos 32 años de su vida. Sentía nervios, ansiedad, un frío le hacía temblar las piernas, las manos le sudaban. Su fuente era de toda confianza y le había asegurado que, en algún lugar de Fusagasugá, Margot Pizarro Leongómez, o Nina, como todos la conocen, había sido localizada.
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Nina y Rafael se conocieron algunos meses después de que Carlos Pizarro, hermano de Nina, fuera asesinado. Rafael era en ese momento un militar retirado del Ejército colombiano. Ella, una exguerrillera del M-19 que soñaba con seguir trabajando por un país distinto, enarbolando las banderas que su hermano le había dejado, y que a ella le enorgullecía enarbolar. En ese momento desde el trabajo con el café exótico de Guayatá, región de Boyacá en la que ella y Rafael vivieron durante casi 30 años, y también desde el trabajo con las mujeres de los territorios del Valle de Tenza en el departamento de Boyacá.
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Pero años después, su enfermedad, demencia frontotemporal, haría que Nina empezara a vivir muy prematuramente, antes de cumplir sus 70 años, en un hogar geriátrico al que “Rafa”, como ella le dice de cariño, siempre llegaría.
Alejandra Valdez, en una visita que hizo desde Australia en 2020, donde vive, a Guayatá, le dijo a Rafael que se tenía que llevar a Nina a Bogotá para que le hicieran un chequeo médico. Rafael, según cuenta, accedió pero Nina nunca volvió.
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Era viernes 13
El hogar en el que Nina vive desde hace un tiempo (ha sido imposible saber a ciencia cierta hace cuánto tiempo está en ese lugar), es una casa cuya fachada tiene el ladrillo pelado.
El color verde de su balcón de madera, al que llevan a varios ancianos a hacerles juegos, leerles cuentos y sentarlos a que vean el verde muerto de Fusagasugá, contrasta con los violetas, rosados y fucsias que adornan la parte interna de esa casa rodeada de ventanales con reja verde oliva y techos que hacen ver al lugar como una especie de maloca. Los tubos de electricidad pasan por debajo de las tejas de zinc, tejiendo ante los ancianos, los enfermeros y las visitas inesperadas una telaraña de color aguamarina que deja al desnudo el triperío, la miseria y la angustia con rubor que hay en ese lugar al que nadie debería llegar.
Rafael llegó al sitio acompañado del hombre que le ayudó a ubicar a Nina. Junto a ellos estaba Fabio Piñeros y otros miembros del equipo de abogados de Rafael. Todos estaban ansiosos por ver a Nina.
Antes de entrar al parqueadero principal del ancianato, Rafael recordó su sueño. Frente a él, dos perros, los mismos que se le aparecieron en el sueño de la madrugada del primero de enero, ladraban de felicidad y voleaban la cola para saludar a los visitantes. La enfermera que les abrió el portón levantó su mano derecha: “sigan”. Y él pensó: “Aquí está Nina”.
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Al entrar al gran salón vieron a Nina. Le estaban haciendo una terapia en sus brazos. Nadie decía nada. Con esfuerzo, lograba mover sus brazos. La coordinación en sus piernas, según contaron trabajadores del lugar, anda cada vez más difusa y en algún accidente perdió varios dientes del maxilar superior. Así que su rostro se ve más arrugado, como dominado por el maleficio del olvido.
Eso no es todo: para que no se levantara y evitar futuros accidentes, Nina, la que atravesaba lomas caminando, recorría los cafetales de Guayatá en un solo día y patrulló junto a su ‘Rafa’ todo el Valle de Tenza, era amarrada a una silla.
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Fueron muchos los intentos que Rafael hizo para contactar a la familia de su esposa. Por ejemplo, en julio del 2022, Guayatá fue condecorado por el Congreso de la República a razón de sus 200 años de fundación. Para el evento, que fue celebrado dentro del Congreso, Nina Pizarro fue invitada por haber sido promotora del crecimiento de Guayatá a través de los proyectos productivos con campesinos y campesinas del territorio.
Al no poder asistir, invitaron a Rafael en representación de ella. Luego de la ceremonia, Rafael buscó a María del Mar Pizarro, sobrina de Nina y actual representante a la cámara por Bogotá, “pero nadie me atendió. Yo lo único que pedía era que alguien de la familia Pizarro me dijera por qué no me dejaban ver a mi Nina”. Consultamos a María del Mar Pizarro para conocer su versión sobre ese encuentro, pero hasta la publicación de este artículo no había respondido.
Fueron 19 meses sin saber nada de Nina. La última vez que Rafael supo algo acerca de su esposa fue a finales del año 2021 cuando la pudo localizar en un hogar geriátrico ubicado en Chía, Cundinamarca. En circunstancias que aún no han sido aclaradas, Nina Pizarro Leongómez fue separada de su esposo el 3 de febrero del año 2020; la internaron en el mencionado lugar de Chía al que Rafael logró encontrar, “gracias al amor que le tengo a Margotsita”, como él le dice a Nina. Sin embargo, semanas después de que logró ese primer reencuentro con Nina, ella fue trasladada a un lugar que conocían pocas personas, entre esas, sus dos hermanos, Juan Antonio Pizarro, Eduardo Pizarro y, su hija, quien dice ser su tutora, Alejandra Valdez Pizarro.
Desde esa época, la búsqueda de Rafael por encontrar a Nina no se ha detenido. Ha llamado incontables veces a los hermanos de su esposa. Ha intentado establecer comunicación con Alejandra Valdez, con quien, según el abogado de Rafael Rojas, “no ha sido posible llegar a un acuerdo amigable para que se le permita a Rafael ejercer su derecho de ver a su esposa. Rafael no ha querido demandar por no hacerle daño a Alejandra, la hija de su compañera”. También han intentado hacer conciliaciones con la comisaría de familia de Guayatá, pero nada había dado resultado: Nina estaba desaparecida.
La ausencia de Nina ha significado para ‘Rafa’, como le dicen en Guayatá, meses de desesperación y angustia, así lo manifiesta una evaluación psicológica que la Comisaría de Familia de Guayatá le hizo a Rafael cinco meses después de que Nina fuera llevada a un hogar geriátrico. El documento, que fue entregado por el equipo de abogados de Rafael para la realización de esta nota indica lo siguiente:
“Valorados y analizados los datos obtenidos mediante la presente, se determina que el señor Rafael Rojas presenta inestabilidad emocional con signos de ansiedad y episodios depresivos que ha afectado su área personal, social, económica y espiritual, teniendo que reevaluar su proyecto de vida. Dentro de los problemas que pueden ser objeto de atención clínica, se evidencian problemas relacionados con el grupo primario de apoyo determinado por presunta separación de su pareja permanente (esposa)”.
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La dedicación de Nina por sacar adelante un proyecto que aportara a la posibilidad de crear una vida digna para los campesinos tuvo varios logros, como lo recuerda Fabio Guerrero, exalcalde de Guayatá y compañero de trabajo de Nina en distintos proyectos: “la manera en la que Nina impulsó el proyecto cafetero, no solo en Guayatá sino en toda Boyacá, es algo que todos los campesinos le van a agradecer siempre. Ella es muy importante para nosotros, entre otras, porque gracias a muchos esfuerzos y gestiones que ella hizo, logró que mil campesinos de Guayatá tuvieran acceso al Sisben. ¿La gente cómo no la va a querer si ella hizo tanto?”
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Nina reconoció a Rafael, y solo por eso valió la pena haber esperado 19 meses: “se quedó mirándolo y empezó a preguntar: ¿Rafa? ¿Rafa?”, dice Piñeros.
Aunque a Piñeros le sorprendió que Nina haya reconocido a Rafael, lo que más le estremeció no fue eso: “cuando llegamos a la habitación donde Nina está hospedada, el nombre de la titular de la habitación era: Margot Valdez Pizarro. Quedamos impactados”. Cuando Piñeros preguntó por el cambio de apellido, la respuesta de la persona que les estaba haciendo el recorrido por el lugar fue: “la orden de la tutora fue esa. Dijo que era para proteger a Margot”.
Cuando me comuniqué con el ancianato en el que Nina se hospeda, cuyo nombre no se mencionará para proteger su salud y privacidad, la persona que contestó dijo: “aunque no estoy autorizado a contestar sus preguntas, cada huésped que llega acá se le registra con el nombre que aparece en su cédula”. Y colgaron el teléfono.
Sin embargo, la siguiente foto demuestra que a Nina Pizarro sí la tenían registrada en este lugar con el primer apellido de su hija, Valdez.
Hubo algo que animó a Rafael a seguir trabajando por poder estar en libertad junto a su esposa, sin el miedo de que luego de su visita la vuelvan a cambiar de lugar: “cuando ‘Rafa se estaba despidiendo de ella, ella lo abrazó. Le agarró duro los brazos y le dijo: Rafa, no pierdas tus fuerzas, y luego se le perdía la mirada”, contó el abogado Piñeros.
La guerra la dejó sin sus hermanos Carlos y Hernando. La vejez la despojó de su memoria. Y su hija le quitó el apellido, lo que ella más amaba.
Para este artículo también nos comunicamos vía WhatsApp con Alejandra Valdez, hija de Nina, a quien le preguntamos, entre otras cosas, por qué a Rafael Rojas no se le permite acercar de manera constante a Nina desde hace ya 3 años. Y por qué fue registrada en el mencionado ancianato con el apellido Valdez. Sin embargo, aunque contestó el mensaje, no respondió estas preguntas.
Hoy, Rafael sigue emprendiendo luchas para que el derecho que tiene de ver a su esposa sea respaldado por “las autoridades”, como él lo dice, “puse un derecho de petición al hogar donde está Margot para que me den respuesta de su situación de salud, del accidente de sus dientes y del manejo que le están dando a su enfermedad”.
En el fondo, la batalla no es solo por eso. Más allá del dolor de Rafael, el pulso por hacer que Nina vea la luz pública nuevamente lo están dando los pobladores de Guayatá. Ellos y ellas sueñan con que algún día Nina Pizarro pueda sentir el café que cultivó, oler la tierra que creó para su gente, saborear el grano exótico que descubrió para el mundo y volver a dejar, para siempre, su corazón en el pueblo que la dejó nacer de nuevo.