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‘Tenemos una incapacidad histórica para poner fin a la guerra’: Gonzalo Sánchez

El profesor Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica entre 2011 y 2018, habla con El Espectador para analizar el posconflicto en Colombia. Invita a encontrar maneras de cómo resolver lo que dejó la guerra, cómo profundizar la democracia y a preguntarse cómo pensar en función de memoria histórica en paralelo a cuando se exacerban las “tentaciones autoritarias”.

Diego Arias - Especial para El Espectador
05 de septiembre de 2023 - 09:10 p. m.
Profesor, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica y sociólogo experto en el estudio del conflicto.
Profesor, exdirector del Centro Nacional de Memoria Histórica y sociólogo experto en el estudio del conflicto.
Foto: Óscar Pérez

La trayectoria del profesor Gonzalo Sánchez es extensa y notable. Abarca estudios e investigaciones sobre la violencia y el conflicto pero también aportes significativos a la construcción de paz. Lo hace desde su diversa experiencia y entendimientos de la paz, los conflictos y la condición humana, siendo filósofo, historiador, abogado y escritor y sobre todo, como un colombiano comprometido con el país.

Destacan de entre esos compromisos, muy especialmente, el haber dirigido entre 2011 y 2018 -período Gobierno de Juan Manuel Santos- el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH).

En este diálogo con El Espectador aporta luces a la compresión del conflicto armado, la complejidad del momento presente y los desafíos presentes y futuros.

Un texto suyo evoca a uno de los generales de la Guerra de los Mil Días, Benjamín Herrera, quien sentenció que las guerras eran como los ríos: ‘Cuando llegan al mar, ya no son los mismos del origen, han sumado muchos afluentes’. ¿Cómo caracterizaría el conflicto de hoy?

Cito con frecuencia el símil porque plantea eficazmente el tema de las transformaciones de un conflicto largo como el nuestro. Los orígenes cuentan, desde luego, pero no ver la trayectoria, los desenlaces del recorrido, induce a muchos errores de caracterización. En líneas gruesas hemos transitado de un conflicto Estado-insurgencias, a un conflicto multidimensional con intersecciones a menudo refractarias al deslinde. El conflicto hoy es mucho más extendido, más heterogéneo y más intrincado. Y no es solo contra el Estado. Este ha sido permeado a través de complicidades, drenaje de recursos para la guerra, redes de apoyo internacionales…

Otro contexto: Reviven las guerras de la memoria

¿Cree, como lo sugiere Francisco Gutiérrez, que estamos frente a la inminencia de un nuevo ciclo de la guerra ?

Con ligeras variaciones coincido con el profesor Gutiérrez en las grandes caracterizaciones y ciclos de la violencia en Colombia: ciclo de las guerras civiles, ciclo de La Violencia, ciclo de las insurgencias, y hace ya un tiempo, el ciclo de lo que pudiéramos llamar de los entramados criminales. Creo que lo que Francisco pretende resaltar es que hay muchos signos que apuntan a esa eventualidad del nuevo ciclo, pero no los vislumbra como fatalidad. Su intención es alertar al Estado y a la sociedad sobre el riesgo: si no cerramos bien los compromisos de la Habana, y estamos pagando funestas consecuencias de los incumplimientos del gobierno anterior, podemos irnos al despeñadero. Hay una afirmación al comienzo de su libro que plantea el momento actual como una competencia entre corceles: los que empujan hacia la paz, y los que empujan hacia la desestabilización. Deja abierta la pregunta, “¿quién llegará primero?”. Es un diagnóstico preventivo…en esas estamos.

Desde el Informe ‘Basta Ya’ que se publicó siendo usted Director del CNMH, se ha cuestionado mucho la incapacidad de la sociedad para reconocer la existencia de un conflicto, y asumir las consecuencias de lo que hay que transformar para superar la guerra…

La montaña informativa y argumentativa existente hoy sobre las abrumadoras cifras de víctimas y las revelaciones de las atrocidades, a través de escenarios como las audiencias de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), hacen casi imposible seguir negando el conflicto. La divergencia hoy se da más bien en el cómo resolverlo, si profundizando la democracia, o exacerbando las tentaciones autoritarias. Es la atmósfera intelectual bajo la cual nos seguimos moviendo en toda América Latina.

¿Nos sigue faltando mucho por entender las voces de las derechas, de los “contras” de los procesos políticos y de paz?

Tenemos mucho sobre las ideas liberales, y sobre las ideas socialistas. Nuestros grandes debates han sido entre próximos, que mientras más próximos, más sectarios. No hemos crecido en el debate de antagonistas. El estudio de las derechas se le dejó a los extranjeros: la tesis doctoral en Oxford de Christopher Abel sobre el partido conservador; el estudio de James Henderson sobre las ideas Laureano Gómez; y el reciente de Harvey F. Kline sobre Álvaro Uribe.

Pero hay que ir más allá. El espectro político es hoy mucho más variopinto. Ya no hay derecha, sino derechas. Y esas derechas son muy distintas de las dictatoriales del cono Sur, aunque compartan rasgos fundacionales. La derecha ya no es tan inmóvil como nos la representamos. De hecho, hoy parece más inmóvil la izquierda, instalada en viejas aunque vigentes banderas de igualdad. Dormida sobre sus herencias históricas, se ha dejado arrebatar de la derecha su función trasgresora de antaño.

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¿Quiere decir que se están borrando las diferencias?

No, no diría eso. Diría que se están actualizando a ritmos diferentes, con desventaja para la izquierda. El historiador argentino Pablo Stefanoni subraya el viraje aludiendo al auge de una “derecha insurgente” que cuestiona a la vez los vicios de la izquierda y de la democracia, mientras la izquierda cree que tiene todo ya construido y duerme sobre sus viejos laureles.

¿Y para Colombia cómo es el panorama?

El aggiornamento de la izquierda colombiana resulta más complejo ya que no ha superado totalmente la tensión entre armas y política. El lento aprendizaje democrático de la vieja izquierda insurgente ralentiza el ritmo modernizador del conjunto de la izquierda en el país. La guerra es un peso muerto para la democracia y para la izquierda.

¿Cómo explicar en este país el miedo a las reformas?

Partamos de esta premisa: la elección del primer presidente de izquierda mostró que Colombia estaba preparada socialmente, pero no institucionalmente para el cambio. El desfase entre movimiento social y rigidez institucional-legal marca el drama del gobierno Petro. Lo lamentó en reciente entrevista a Cambio. Cualquier propuesta de reforma institucional es interpretada aquí como una amenaza, como una subversión del orden democrático.

¿Y cómo juega ahí el modelo insurreccional?

La promesa de transformación por la vía de las armas perdió momentum en todo el continente. Negarse a reconocerlo puede costar derramamiento inútil de mucha sangre. Pero aclaremos, si el modus operandi perdió vigencia, el contenido, las demandas y tareas aplazadas se tornan aún más urgentes. Algo que también deberían entender las elites políticas, sociales y económicas del país. Históricamente hemos confrontado violencias negociables. Cuando quedemos solo con las cada vez más innegociables, pero altamente organizadas, estaremos perdidos. La frustración puede tomar formas mucho más complejas y devastadoras que la rebelión armada.

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¿Tenemos una incapacidad histórica para poner fin a la guerra?

Es al menos lo que nos ha pasado hasta hoy. El cálculo pragmático se ha impuesto sobre el cálculo estratégico: “Arreglemos con estos y después veremos qué hacer con los otros”. Las negociaciones inconclusas y al menudeo, no son otra cosa que la condición de reproducción inexorable de la violencia. Es lo que hace necesaria la Paz Total. Complejísima, sí. Pero las dificultades para juntar lo negociable y lo no negociable, lo criminal y lo político, lo narco y lo social, no son argumento contra la Paz Total. Ese es justamente el reto principal: partir de la complejidad. Hasta hoy hemos partido de lo simple y nos ha ido mal. Partamos ahora de lo complejo, que es lo real.

¿Y cómo ve al Gobierno en esta apuesta estratégica?

El país tiene que entender que el asunto no es si Petro fracasa o no. El asunto es si fracasamos, o nos repensamos como nación. Colombia después del experimento, exitoso o frustrado del cambio, no va a volver a ser el mismo país políticamente. Pase lo que pase, el gobierno Petro ha hecho más visible lo que es inevitable transformar. Petro le puso agenda al país para las próximas décadas.

El Acuerdo Nacional no es simple carta de sobrevivencia para el gobierno: el Acuerdo Nacional es urgencia histórica para la realización de grandes tareas democráticas pendientes, que van más allá de los arreglos electorales o del juego parlamentario. La arquitectura del Acuerdo requiere de estadistas que vuelvan sobre lo fundamental y con visión de futuro.

Ha señalado usted que el enfoque de negociaciones parciales de paz, con todo y los logros que suponen, fueron no obstante semilla de futuras guerras. ¿La perspectiva de la Paz Total, revierte esa tendencia?

La línea de vamos por partes y acumulamos, ha dejado abiertas las puertas para el eterno retorno. Así lo muestra la historia de las negociaciones desde el Frente Nacional a hoy. ¿Qué nos queda como lección histórica? Que debemos ir por el todo para tratar de cerrar las previsibles compuertas de la repetición.

Mientras no encontremos la forma abordar de manera integral (aunque diferenciadamente) las diversas aristas de las violencias, los grupos que no encuentren lugar en los acuerdos buscarán amparo en las supérstites estructuras criminales. Hemos vivido tantas veces la ilusión de estar asistiendo al cierre definitivo, y la historia de las negociaciones escalonadas nos sigue enrostrando tercamente la persistencia de la repetición. La dificultad del cierre es la que nos ha llevado a una historia de repolitizaciones obligadas para poder enfrentar los pendientes.

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¿Y a la necesidad de idear nuevos incentivos?

Sí, hay que generar incentivos diferenciados para los distintos actores. Hay que atender simultáneamente demandas de origen (la justeza o no del alzamiento armado); demandas identitarias o de reconocimiento (las que les permiten ser sujetos negociadores ) y demandas aspiracionales (su futuro lugar en la política o en la sociedad).

¿Y qué es lo más difícil en eso?

Alcanzar el respaldo de la población. Sin amplio apoyo y legitimidad social, los armados difícilmente van a rebajar sus cartas. Juegan con la inercia de los incentivos que el narcotráfico o la minería ilegal les proporcionan.

Una reflexión final de esta conversación…

Colombia tiene que reinventarse, no en continuidad sino en ruptura con sus pasados violentos. No puede seguir siendo decimonónica en el siglo XXI. No se trata de revolución, sino de simple modernización. Frenarla es hacerle el juego al aislamiento como microproyecto nacional. Merecemos algo más.

Por Diego Arias - Especial para El Espectador

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Gustavo(94702)06 de septiembre de 2023 - 12:23 a. m.
Los intereses de la clase dominante y el lastre histórico de la elitización del poder han mantenido al 90% de la población en subordinación mediante los tres soportes del Estado; La iglesia, la fuerza armada y el congreso. Además la influencia del snobismo y el extranjerismo como ideales de progreso económico han dersviado la visión de progreso interno creando las economias ilegales como fuente válida de riqueza como único aspecto valido para ser ciudadano de bien .
jorge(27765)06 de septiembre de 2023 - 02:43 p. m.
Mucha luz en medio de tantas tinieblas. Excelente artículo para la reflexión, análisis y formación de opinión. Muchas gracias al Dr. Gonzalo Sánchez.
Norma(12580)06 de septiembre de 2023 - 04:34 p. m.
Excelente y claro. Nos convoca a participar en los procesos que puede contribuir al surgimiento de un nuevo país que al abordar todos los conflictos de distintos orígenes e intereses, nos lleven a resolver las violencias crónicas de este país. Lograrlo no será el triunfo de este gobierno que ha abordado sin tapujos la realidad, será el triunfo de toda la sociedad colombiana. Gracias por sus innumerables aportes.
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