Como dicen en redes sociales: imagínese vivir en Noruega y perderse de ver a Colombia paralizado por el final de una telenovela. Algo así pasó en 2001, cuando casi todo el país se sentó en el horario prime para ver el desenlace de Yo soy Betty, la fea. Lamentablemente, es justo esa parálisis que produce estar frente al televisor lo que, entre muchas otras cosas y por años, le han criticado a la televisión: que embrutece a las masas.
Pero ¿y si las novelas están haciendo más por la memoria histórica de Colombia de lo que creemos? En un país en el que durante 35 años se dejó de dar la clase de historia, quizá la actuación de Andrés Parra le enseñó más a la audiencia —sobre todo a los jóvenes— del narcotraficante Pablo Escobar y sus acciones sobre la población; o la de Ana María Estupiñán en la serie La niña sobre el reclutamiento forzado de menores.
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Esa es la tesis del trabajo Transmisión de la historia a través de medios del entretenimiento, del laboratorio de investigación Gumelab, un proyecto del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín en el que trabajan historiadores, politólogos, comunicadores y profesionales de otras disciplinas de Colombia, Brasil, Chile, Alemania y Estados Unidos en lo que llaman “telenovelas de la memoria”. El proyecto, en el que coopera el Instituto Colombo-Alemán para la Paz (CAPAZ), es dirigido por la investigadora e historiadora colombiana Mónika Contreras Saiz.
“El éxito de las telenovelas en Latinoamérica es que crean algo que es intangible y poderoso: identificación. Si tú no te sientes identificado es posible que no veas, no consumas eso que estás viendo en la televisión. Al crear esa identificación paralizan los países, pero sobre todo —y aquí está la clave— ponen conversación, nos ponen a dialogar”, explicó Contreras a Colombia+20.
Por años las capas más humildes de la sociedad quedaron relegadas de ese diálogo histórico y muchas voces jamás fueron escuchadas y eso incluyó las narrativas sobre el conflicto armado. Con una guerra tan violenta como la que vivió Colombia en los años 80 y 90, la concentración de las fuerzas era derrotar a ese enemigo y mostrarlo como un rival sin matices o, al menos, sin presentar otros lados de esa contienda de los que hoy somos más conscientes, porque antes no los conocíamos.
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“Colombia tiene una tradición larguísima de novelas de este tipo. La mala hora, de 1975, con esa guerra feroz entre liberales y conservadores —que dejó de lado lo que vivían las víctimas—; La mala hierba, de 1982, con un trasfondo sobre los negocios ilícitos de la marihuana, y una más reciente que quizá la gente recuerde más: Hombres de honor, de 1995, una serie que hasta donde sé fue financiada por el Ejército y que si uno analiza tuvo un impacto brutal en la gente que decidió enlistarse y en la forma en cómo se veía a los militares”, detalla Contreras.
Para la historiadora, el tiempo y la madurez del público han hecho que se evolucione de productos como la “narcoficción” —que se convirtió en el formato por excelencia en Colombia— a otros más incluyentes y complejos. “Ya no se trata solo del boom de la narcoficción, que tanto marcó nuestra televisión, que también presentaba solo un punto de vista y exotizaba nuestra realidad, sino que las telenovelas empezaron a dar un viraje hacia la construcción de memoria y a decir sí hay narcotráfico, pero esto está entrelazado con el paramilitarismo, el origen de la guerrilla y el problema de tierras, y eso volvió el relato más polifónico”, afirma.
Así, la televisión, el medio por excelencia de la cultura popular, ha intentado diversificar los puntos de vista sobre los hechos del país, sus protagonistas, convirtiendo a las telenovelas en el medio por el que muchas personas en América Latina aprenden de historia reciente. “Novelas como Escobar, el patrón del mal, La niña, El sol no sale para todas, me atrevería a decir que también Distrito salvaje o incluso la más reciente Noticia de un secuestro buscaban una representación política real. Es lo que llamamos la autentificación de la realidad, porque ya no se está usando el ‘cualquier parecido con la realidad es coincidencia’, sino que aquí salen los nombres reales, imágenes reales, archivo histórico y todo esto viene de los procesos de memoria que como país empezamos a hacer, de la necesidad de verdad y de la posibilidad que hemos tenido en diversas justicias y otras acciones para conocerla”, explica.
Según Contreras, ese viraje comenzó con el inicio de la desmovilización de los paramilitares, en 2005, y la llegada de Justicia y Paz, porque los procesos de memoria, reconciliación, perdón y verdad empezaron a estar en la esfera pública y despertar la conciencia histórica.
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“En la saturación de noticias y todo eso que están dándonos los medios todo el tiempo, es posible que ciertas cosas pasen desapercibidas; entonces la clave secreta es entretenimiento, porque a él acudimos de forma voluntaria. Si prendemos el televisor o vemos una serie por nuestra voluntad y ahí me están mostrando algo a lo que yo no le había prestado atención, me es más fácil digerirlo, aceptarlo, y eso empieza a despertar mi conciencia”, explica Contreras.
El trabajo que han adelantado desde el instituto también muestra que ese tipo de productos de televisión han provocado un diálogo intergeneracional. “Cuando las telenovelas narran hechos que ocurrieron mientras transcurría la vida de la mayor parte de sus televidentes, o por lo menos la vida de sus padres, inevitablemente evocan algo en los televidentes de esa época y a su vez pueden convertirse en memorias emblemáticas”, dice el trabajo publicado por Contreras, quien lo resume así: “Como son cosas que vivió gran parte de la audiencia o están en nuestra memoria familiar, pues vas y le preguntas a tu mamá, a tu tío, a tu abuela. Ahí hay conversación”, afirma.
Lo más importante para la investigadora no solo ha sido la transmisión de esa historia por televisión y las telenovelas, sino la recepción que han tenido y la transformación en lo que pensamos sobre esos hechos: “Ahí no hay buenos completamente buenos ni malos completamente malos. Eso abrió la conciencia a las causas sociales históricas. Estamos viendo el porqué de eso que nos pasó y a lo mejor cómo hacemos para no repetirlo”.
La investigación por ahora abarca a Colombia con tres novelas Pablo Escobar, el patrón del mal; Narcos y Tres Caínes; y a Chile con Los 80, más que una moda y Dignity. Ambas tratan temas de la dictadura de Augusto Pinochet.