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A Alba Estela Maldonado Guevara se le despertó la conciencia social cuando era una niña. Sucedió cuando fue derrocado el coronel Jacobo Árbenz Guzmán, considerado el último de los presidentes de la primavera democrática en Guatemala. Con nueve años, Alba supo que en esos días de junio de 1954 terminaba una década de esperanza y que se instauraba una de represión.
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A sus 73 años, Alba recuerda que el golpe de estado significó “una represión terrible contra todo aquel que expresara actitudes democráticas y contra los que habían sido beneficiados por la Revolución de Octubre (así se llama la revolución que el 20 de octubre de 1944 derrocó al gobierno de Federico Ponce): la persecución, la gente escondida, exiliada, los campesinos asesinados por miles… Aunque uno sea muy joven sí se queda uno con la idea de lo que se tuvo y de lo que se perdió”.
Seis años después de la caída de Árbenz, Alba (más adelante se haría llamar ‘Lola’) se incorporaba a los grupos juveniles del partido comunista, y por lo tanto a las fuerzas armadas revolucionarias. Luego haría parte del grupo que fundó el Ejército Guerrillero de los Pobres Guevarista. Y más adelante sería una de las protagonistas de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, el movimiento que firmó la paz con el gobierno de Guatemala en 1996.
De ahí en adelante, su energía se la dedicó a la política y a la coordinación de diferentes proyectos sociales: fue la primera secretaria general de un partido político en Guatemala, diputada, vicepresidenta de la comisión de la mujer del Congreso de su país, entre otros. Ahora está dedicada a la memoria histórica
Alba conoce muy bien cómo se confeccionó el proceso de paz en su país. Por eso, fue una de las invitadas al congreso “Para no volver a la guerra”, que se realizó en Medellín del 23 al 25 de abril de 2018. Allí habló con Colombia 2020 sobre su experiencia en este proceso de paz.
¿Qué recuerda usted de los primeros pasos en Guatemala para lograr la paz?
En esos años había un movimiento revolucionario muy fuerte en Centroamérica. Estaba la guerrilla en El Salvador, en Nicaragua, en Guatemala. Pero hubo una convocatoria, establecida en los Acuerdos de Esquipula, por parte de los gobiernos para finalizar la guerra en toda la región.
¿Cómo recibió su movimiento guerrillero esta convocatoria?
Nosotros tomamos la convocatoria. Pensamos que había que agarrar ese guante y proponer un diálogo si en realidad había un espíritu para lograr la paz y construir una democracia. Realmente sí había una voluntad de encontrar una solución.
¿Cómo fue el inicio de ese proceso de diálogo?
Fue titubeante, con subidas y bajadas. Hubo desacuerdos y desconfianzas, pero los vencimos por medio de un proceso de consensos. Mantuvimos un diálogo durante cinco años. Luego de conocernos y saber qué se podía esperar del otro comenzamos la segunda etapa: la negociación.
¿Cuáles fueron las principales dificultades del proceso de negociación?
Todo este proceso duró 10 años, en los cuales hubo cuatro gobiernos diferentes. Entonces cada uno llegaba con una postura distinta. Por ejemplo: hubo un presidente que dijo: ‘preséntenme en 15 días la propuesta de tal acuerdo’. Ese tipo de cosas dependía de cada presidente o de cada grupo que estuviera en la negociación. Sin embargo, en esos cuatro gobiernos se avanzó.
¿Qué recuerda del primer acuerdo?
Fue el acuerdo global de derechos humanos. Exigimos que fuera el primer acuerdo sustantivo que se firmara por el nivel de violación constante e histórico de los derechos humanos en Guatemala. Si se mantenía el nivel de represión contra la sociedad, contra las organizaciones, no se podía seguir con la negociación. O se cumplía con los derechos humanos o simplemente se rompía la negociación.
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¿Cuáles fueron los aspectos más positivos del proceso?
El signo de la negociación fue el consenso. Hubo participación significativa de la sociedad civil. Por ejemplo: en el acuerdo de identidad y derechos de los pueblos indígenas hubo representaciones y participaciones de agrupaciones indígenas. Y así participaron miembros de la iglesia, los empresarios, las mujeres... se formaron entidades para discutir las temáticas de cada grupo, de cada sector. Eso fue una cosa importante.
Luego de más de dos décadas de firmado el acuerdo, ¿cuáles cree que fueron las principales fallas?
Falencias hubo muchísimas porque fue producto de un consenso. A veces sentíamos que no eran los acuerdos que hubiéramos querido lograr. Pero fuimos conscientes de la importancia de cada uno de estos acuerdos, de la trascendencia y el espíritu que tuvieron desde el principio: de transformar en alguna medida las estructuras y el propio Estado de Guatemala, que había sido caracterizado por ser un estado contrainsurgente, que identificaba al pueblo como su enemigo.
¿Los acuerdos siguen vigentes?
A los 21 años de haber sido firmados, estos acuerdos siguen siendo la agenda para la transformación de Guatemala. Estarán empolvados, olvidados, incumplidos casi todos, pero que de todas maneras siguen siendo lo que se pretendió desde antes de entrar en el periodo de diálogo.
¿Cuáles fueron los principales incumplimientos?
Se crea la institucionalidad de la paz, pero en lo concreto los acuerdos no se cumplieron. Lo poco que se logró fue lo relacionado con la mujer: se crearon la defensoría de la mujer indígena, la secretaría de la presidencia de la mujer. Pero se han ido debilitando con el paso del tiempo. No tienen presupuesto. Son logros importantes que se han ido adelgazando hasta prácticamente ser inoperantes.
Algunos acuerdos se han cumplido porque la gente se ha apropiado de ellos, no por voluntad del gobierno. Por ejemplo: el acuerdo de identidad y derecho de los pueblos indígenas. Pese a la marginación, represión cultural y discriminación, los pueblos indígenas, que fueron los participantes directos en la gesta revolucionaria, están haciendo todo lo posible por ejercer sus derechos y por asumir la identidad que les había sido negada.
Los imcumplimientos que usted menciona pudieron haber roto el proceso y haber llevado nuevamente a la guerra
Yo creo que en Guatemala no va a haber otra guerra. Esos procesos también tienen su fin y la sociedad guatemalteca está empezando a manifestarse de otras maneras. Esas formas son las que se van a dar, no necesariamente armadas. Es la lucha política, a la cual tiene derecho el pueblo.
¿Cómo hicieron para blindar los acuerdos?
Ocho o nueve años después, el Congreso -en ese entonces yo ya era diputada- aprueba convertirlos en acuerdos de Estado. Al ser acuerdos de Estado son de obligatoriedad. Así lo hicimos nosotros. Pero lo mismo ha dado. No hay voluntad de cumplirlos. Y en algunos casos la sociedad los ha olvidado por un asunto que es importantísimo: si la sociedad no se siente beneficiada con los acuerdos, los deja pasar. Si se siente beneficiada, se apropia de ellos y estos se empieza a reflejar en una actitud de exigencia, demanda o presión social para que se sigan cumpliendo.
Habla usted permanentemente del incumplimiento del gobierno, ¿y la guerrilla sí cumplió?
Nosotros como movimiento revolucionario cumplimos fielmente el compromiso adquirido. Nos incorporamos de manera activa y propositiva a la sociedad Guatemalteca. Y ahí estamos aportando en diferentes estados a la sociedad, pero el gobierno no cumplió.
Cuáles son las lecciones del proceso en Guatemala
La lección más importante es no confiarse. Hay compromisos. Hay acuerdos. Tenemos que cumplirlos. Por otra parte, una sociedad consciente, organizada, una sociedad civil que realmente cumpla con su papel, puede ser la garante del cumplimiento de los acuerdos. El factor determinante es la gente, organizada, consciente. Hay que promover la organización.
¿Cómo evalúa el papel de la guerrilla en Guatemala?
En la comisión de la verdad quedó establecido que fue la respuesta a una situación de violencia, de marginación, de opresión hacia los pueblos indígenas y hacia la sociedad Guatemalteca, donde no había espacio para desarrollarse como seres humanos. A nosotros no nos dejaron otro camino. Los costos fueron elevados, individuales y colectivos. Los pueblos indígenas fueron las víctimas mayoritarias. Sobre ellos cayó todo el odio, el racismo, la discriminación y la elaboración teórica de la contrainsurgencia. Ahora, por lo menos, sectores importantes de los 22 pueblos indígenas están expresando su identidad y sus derechos.
¿Y cómo evalúa su paso por la guerrilla y después en la política?
En ambos aspectos cumplí con mi deber. Mi compromiso con mi pueblo sigue siendo el mismo. Ahora estoy dedicada a temas de la memoria histórica para que se conozca la realidad de la lucha, las motivaciones desde el movimiento revolucionario, toda la parte del ideal, de la propuesta, del espíritu con el cual nos involucramos en este esfuerzo, para que se conozca esta parte de la historia, que es muy dura.