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A las 7:30 p.m. del 8 de enero de 1988 gobernó la oscuridad en Corozal (Sucre). Como ya se había vuelto costumbre, el suministro de energía se interrumpió y las viviendas quedaron sumidas en la penumbra. A los pocos minutos, en la variante que conduce al barrio San Juan, se escucharon varios disparos. La víctima: Ovidio Assia Vergara, profesor y reconocido líder sindical del departamento, quien había luchado por subir el salario de los maestros de la región.
Falleció en el instante. Fue en ese momento cuando decenas de personas se acercaron para confirmar el homicidio que se había anunciado a través de un panfleto semanas antes. Ovidio Assia, cuando recibió la amenaza, intentó buscar protección y les dijo a los miembros de la Asociación de Educadores de Sucre (Ades), de la que era director, que sentía temor por su vida. Pero todo quedó ahí.
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En Sucre se sabía que en la zona había presencia de un grupo de paramilitares autodenominado “Amigos de Colombia”. Pero su actuación, al parecer, estaba sujeta a órdenes de terratenientes y hombres poderosos que se habían opuesto a todo lo que significara la lucha sindical.No se sabía cómo, pero Ovidio, director del colegio San Francisco de Asís de Sincelejo, los estaba incomodando. "Ser muy correcto fue quizás la razón para que le quitaran la vida", asegura su hija Jenny Assia, quien tenía siete años cuando lo asesinaron.
Sus familiares recuerdan que cuando el profesor Ovidio recibió la amenaza él dijo: "Yo no he hecho nada malo, yo no tengo por qué irme, ¿por qué tengo que esconderme? Luchar por los derechos de los más necesitados no es un delito".
A él lo veían hablando con campesinos y obreros y mantenía en reuniones frecuentes con los demás maestros. Se oponía de manera abierta a los bajos salarios que les pagaban y también mediaba ante problemas que ocurrían en el municipio. Aun lo recuerdan porque fue uno de los gestores del estatuto docente (decreto 2277 de 1979), que establece las condiciones básicas para ejercer la docencia; el escalafón de los maestros; los estímulos de carácter profesional y académico. "Fue un hombre que vivió por defender los derechos de la clase trabajadora, especialmente del magisterio. Él quedó huérfano de madre a los ocho años y siempre se preocupó mucho por atender las necesidades de los trabajadores. Fue un activista entregado", agrega Jenny.
Mientras en Sucre se cernía sobre los profesores y movimientos de izquierda una amenaza apremiante, en el país la situación no era menos compleja. En pleno gobierno de Virgilio Barco estalló el primer auge paramilitar en Colombia. Los asesinatos de los líderes de la Unión Patriótica, el partido político que había nacido de los acuerdos del gobierno de Belisario Betancur y las Farc, se incrementaron a partir de 1986. Al tiempo en que crecían los crímenes, se multiplicaba el número de integrantes de los paramilitares: se calcula que en 1987 tenían 650 miembros en armas, para 1988 creció a 1.500.
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Para los conocidos de Ovidio, ese grupo armado fue el responsable de haberlo interceptado esa noche. Según los testigos, los atacantes se movilizaban en una motocicleta y en un vehículo. Éste último le cortó el paso a Ovidio en el momento en que se disponía a subir por una pendiente y el parrillero de la motocicleta fue el encargado de dispararle. Desde la noche del crimen se barajó la hipótesis de que detrás del crimen estaban dos agentes del Estado.
El asesinato puso en alerta a otros dos maestros que también habían sido amenazados. Mercy Cuello, con quien Ovidio tuvo un hijo y quien trabajaba como docente de primaria en el corregimiento Sabanas de Pedro, jurisdicción del corregimiento de Los Palmitos, fue trasladada de nuevo a Corozal. Los otros profesores, por fortuna, lograron escapar de las balas del paramilitarismo, dicen los líderes sindicales de Sucre.
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“Le estaban haciendo la cacería”
Según Mercy Cuello, ese viernes Ovidio llegó a la casa de ella a las 2:00 p.m. para pedirle que le ayudara a hacer en máquina de escribir las cuentas del colegio. Él era alto, trigueño y de hablar tranquilo. Le dijo que ese trabajo no podía tener ningún error ni enmendadura. Quería presentarlo ese mismo día en la tarde.
Mercy estaba haciendo el trabajo con una sola mano, mientras con la otra sostenía su bebé de 24 días de nacido, (Ovidio tuvo en total ocho). Ella se equivocó en la digitación al menos tres veces y Ovidio le pidió que le dejara cargar el niño. Ella se rehusaba. “Sentía mucho miedo de entregárselo”. Ese día, finalmente, Mercy no alcanzó a terminar el trabajo y Ovidio le dijo que lo presentaría el lunes.
Posteriormente dijo que iba a salir a cobrar el arriendo de una casa que tenía por la avenida Carmelo Percy. Se subió en su moto, un ejemplar vetusto y averiado, y se fue. Corozal quedó a oscuras en medio del habitual apagón y alcanzó a hacer la diligencia que tenía pendiente.
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Mientras hay testigos que aseguran que la mujer a la que visitó para cobrarle el mes de arriendo le dijo que no se fuera, que era peligroso que estuviera en la calle, otros afirman que ella nunca le abrió la puerta. Según Mercy, en el trayecto, le alcanzaron a gritar que no tomara por la variante que lleva al barrio San Juan, porque lo iban a matar, pero el ruido estridente de su moto le impidió escuchar. A los pocos minutos fue encontrado sin vida. “Le estaban haciendo la cacería”, dice Mercy.
Ese fue apenas el inicio de una serie de muertes e intimidaciones en contra de profesores y líderes en Sucre que tenían una preocupación común: la lucha sindical. El rastro de Honorio Cuello Muñoz, amigo inseparable de Ovidio, se perdió el 14 de abril. Era campesino y también sindicalista. “No había recibido amenazas y hoy, 30 años después, no sabemos nada de él”, relata Mercy Cuello, quien hoy tiene 66 años. Ellos presumen que el paramilitarismo también estuvo detrás de su desaparición.
Sin respaldo institucional
“A nosotros nos dejó algo muy importante: valorar el trabajo de las personas, ser despegados de las cosas materiales. Salimos adelante sin la ayuda de nadie, porque ni el Estado ni el sindicato se acercó a tendernos la mano”, denuncia Jenny Assia, quien asegura que a pesar de que su padre llevaba más de 17 años de servicio, no les reconocieron una pensión.
Finalmente, los familiares de Ovidio nunca se enteraron si las investigaciones para esclarecer su muerte tuvieron algún resultado. El tiempo también agotó su esperanza. La justicia que no se hizo entonces probablemente no la hará tres décadas después. En Sucre, sin embargo, las más enérgicas reuniones de la Ades se realizan en un auditorio que lleva el nombre de Ovidio Assia Vergara. Esa es la manera en la que honran su memoria.
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Desde hoy y hasta el próximo domingo en el portal web de Colombia 2020 se publicarán los perfiles de siete profesores que fueron asesinados en el marco del conflicto armado.
El especial es un homenaje a quienes han dado la vida ejerciendo la enseñanza y a quien en medio de todas las adversidades de la guerra se dedicaron a construir paz desde las aulas.
Asimismo, hacer memoria sobre el ejercicio docente y su legado en Colombia representa un homenaje para quienes trabajan en territorios que siguen padeciendo la confrontación armada.