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Sandra, la célebre viuda de Manuel Marulanda
Estaba estudiando tercero de bachillerato en Bucaramanga cuando su papá la llamó para que cuidara a siete de sus hermanos (eran 18) en la finca, pues su mamá había enfermado por un nuevo embarazo, esta vez fuera del útero. Fue así que Sandra dejó para siempre el colegio en unas vacaciones de Semana Santa, a la edad de 16 años.
El retorno a la finca de sus padres le significó, además de perder la posibilidad de estudiar y ser médica como había soñado desde pequeña, la oportunidad de conocer a las Farc. Al comienzo le dio miedo, pero luego, cada vez que pasaba la tropa, salía a mirar a una mujer que le causaba admiración porque tenía mando sobre los hombres guerrilleros.
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En menos de un año, huyéndole a un matrimonio, a una vida llena de hijos y de oficios domésticos, y atraída por aquella comandante, Sandra Ramírez se vinculó a las Farc, en 1981. “Yo entré por mi mamá, al verla con todos esos hijos, al ver que su vida se le iba en criar, cocinar y lavar. Cada vez que mi papá la maltrataba, ella nos decía que soñaba un destino diferente para sus hijas mujeres y se preocupó mucho porque estudiáramos, pero éramos muchos y no había recursos”, recuerda de su adolescencia.
Entrar a la guerrilla le significó a Sandra esforzarse para mostrar sus capacidades y ganarse un puesto en el mando. Pero pronto pudo especializarse en enfermería, más adelante se preparó para ser radista, aprendió sistemas y en pocos años llegó a ser la compañera sentimental, la radioperadora y la secretaria del máximo jefe de las Farc, Manuel Marulanda.
Estuvo a su lado por 24 años, hasta que el octogenario guerrillero murió en sus brazos de un ataque cardíaco en marzo de 2008. En medio de la más fuerte arremetida militar del Plan Patriota, Sandra siguió su vida como combatiente, hasta que el secretariado la designó como la única mujer que representaría a las Farc en los diálogos exploratorios en La Habana.
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Estuvo en la isla, en esa difícil etapa que dejó la agenda y las bases sentadas para seguir la negociación, hasta la instalación de la mesa en noviembre de 2012. De nuevo en Colombia tuvo tareas varias, como la capacitación de la tropa, las comunicaciones. Estuvo en Arauca y en Norte de Santander, donde volvió a tener mando en el frente 33.
Allí estaba, expectante a los diálogos, cuando la volvieron a llamar a La Habana en julio de 2016, a recibir capacitación para entrar a conformar el Mecanismo de Monitoreo y Verificación. Hoy, hace parte de las seis mujeres de las Farc que están en la máxima instancia de este mecanismo, a cargo de las operaciones que se desarrollan en las 26 zonas veredales y puntos transitorios.
“Aquí hay una cantidad de mujeres valiosas, guerreras, todas tenemos más que merecido el puesto”, dice sobre sus otras compañeras: Olga Marín, encargada de la comunicación estratégica; Damaris, a cargo de la logística; Diana Lozada, quien maneja todos de los reportes información; y María Soler, quien se dedica a verificar las investigaciones sobre las posibles violaciones del cese al fuego.
Concluida la difícil tarea de coordinar las operaciones para el traslado de sus casi 7.000 compañeros de lucha hacia las zonas veredales y puntos transitorios, su misión consiste ahora en coordinar las operaciones para la salida del personal encargado de hacer pedagogía, de los movimientos de logística hacia las zonas, de los movimientos de guerrilleros para recibir atención en salud.
Sandra dice convencida que su elección para este cargo se debe a sus 34 años de vida en las Farc, a su capacidad de cumplir las tareas que le han asignado, a su lealtad y firmeza. “Fíjese que la jefe de la oficina de Bucaramanga es una mujer, se llama Gloria Martínez, y la de Medellín, es Erika Montero”, dice sobre sus compañeras que ocupan otras responsabilidades importantes en el mecanismo a nivel regional.
A sus 52 años, Sandra será, sin duda, protagonista de las deliberaciones del congreso constitutivo del partido político en el que se transformarán las Farc. Está segura de que alguna tarea le delegarán sus jefes en esa nueva etapa.
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Pero lo que más anhela es reencontrarse con toda su familia, a la que no veía durante décadas. “Hace poco vi a mi mamá, no la veía hace 18 años. Ella me reclama porque la abandoné, pero era imposible tener contacto con ella”, se duele. Tres de los hijos de Marulanda que ella le ayudó a criar desde pequeños están esperando entregar sus armas en las zonas veredales. Su único hijo de sangre es civil y ya le dio una nieta.
Karen Narváez, teniente de la Armada colombiana
“Participar en el monitoreo del cese bilateral en Colombia es ser parte de la historia mundial”, dice la teniente Karen Narváez con una sonrisa de medio lado. Ella es una de las cinco mujeres que hacen parte del grupo de 107 militares de la Armada Nacional de Colombia que participan en el Mecanismo de Monitoreo y Verificación. Viene de una familia de suboficiales de la Armada. Es la primera mujer de su familia en entrar a la Armada y la primera en llegar a ser oficial.
Desde que escuchó sobre el mecanismo tripartito creyó que sería una gran experiencia. Por eso, cuando lanzaron la convocatoria para participar en el mecanismo ella se presentó y se emocionó mucho cuando fue elegida. “Considero que este es el inicio de los sueños cumplidos se muchos colombianos, incluyendo los militares”, dice. Sus papás no están asustados por los riesgos que implica desarrollar ese trabajo. Lejos de ello, ella y su familia sienten que el proceso les brindará más seguridad y tranquilidad.
Cuenta que tenía curiosidad por conocer a miembros del secretariado de las Farc y cuándo los vio empezó a analizarlos desde área de experticia: el análisis psicológico. Cursó psicología en la Universidad Cooperativa de Colombia, luego una especialización en tratamiento de trastornos emocionales y afectivos, y por último una maestría en psicología clínica. Esos conocimientos, así como su trabajo con víctimas de la Armada, la ayudaron a ver la guerra desde muchas facetas y entender el dolor que causan las decisiones tomadas en el contexto del conflicto.
En el Mecanimso trabaja en la oficina de personal en la instancia nacional, eso significa que debe coordinar con los representantes de las Farc y de la ONU el movimiento del personal en cada una de las zonas veredales. Esta experiencia, explica, ha sido muy interesante porque le permite trabajar con personas de diferentes países, ideologías y pensamientos, y entender un poco más las diferentes culturas, costumbres laborales y experiencias para verificar y controlar los incidentes que puedan surgir.
Marlen Chicas de López, capitán del Ejército de El Salvador
Es una de las tres mujeres en el grupo de 33 militares que llegaron desde El Salvador a Colombia para apoyar el proceso de desarme de las Farc. Los salvadoreños, luego de haber vivido 12 años de conflicto, llegan cargados de experiencias y aprendizajes sobre los proyectos que funcionaron en el país los retos que trajo consigo el posconflicto.
A los 32 años, Chicas ha logrado el más alto rango logrado por las mujeres en el Ejército de El Salvador y espera seguir ascendiendo. Hizo parte de la segunda promoción de mujeres militares del país centro americano que empezó a admitirlas desde el 2001.
Por su especialización en comunicaciones la situaron en el nivel nacional del Mecanismo de Monitoreo y Verificación. Se encarga, junto con un delegado del Gobierno y de las Farc, de instalar antenas de radio y equipos de comunicaciones en cada una de las zonas veredales. Un tema nada fácil ya que se trata de ubicar dispositivos en zonas sin servicio de electricidad y de tal manera que la señal llegue aún entre escarpadas montañas.
La experiencia colombiana es su primera misión de carácter internacional y la primera vez que pasa todo un año lejos de su país, de su esposo y de sus dos hijos. Explica que, entre todo el trabajo, busca espacios para poder llamarlos y agradece a su esposo que asumió el reto de quedarse solo con ellos por tanto tiempo.
Para ella es importante participar en esta misión porque es vital para el país pero también porque ayuda a romper algunos estereotipos que se han creado en diferentes partes del mundo sobre los colombianos. Uno de los preconceptos, explica, es que los guerrilleros de las Farc, por haber estado toda gran parte de su vida en guerra, son diferentes o tienen trastornos. “Una vez los conocí me di cuenta de que son comunes y corrientes. De hecho, se parecen mucho a nosotros, los integrantes del Ejército, por su disciplina militar”, concluye.