Tras un recorrido de cuatro horas en lancha desde su pueblo, Puerto Merizalde, un corregimiento ubicado entre las montañas y el río Naya que limita con los departamentos del Valle del Cauca y Cauca, cuatro integrantes de la Asociación de Mujeres Ainí llegaron al casco urbano de Buenaventura para narrar la historia de su organización, de su liderazgo y de la relación con su territorio.
Con algunas de las lideresas de esa organización trabajamos hace dos años haciendo un mapeo de organizaciones de mujeres víctimas del conflicto armado en Buenaventura. Ahora nos volvimos a encontrar para hacer pública su historia, a propósito de los 23 años de la masacre que las motivó a ser un referente de lucha en su territorio.
Esta vez el encuentro fue en el casco urbano de Buenaventura, en el palenque El Congal, sede del Proceso de Comunidades Negras-PCN, un movimiento que ha luchado por el reconocimiento y la protección de los derechos de las comunidades afrodescendientes en Colombia. Lo elegimos por la relación entre el quehacer de las lideresas y el PCN. Además, su infraestructura brindó comodidad, confianza y cercanía por su parecido con muchas de las viviendas tradicionales de la costa Pacífica, en las que predomina la madera.
Antes de iniciar, Naya Nidiria Ruiz, una de las lideresas más representativas de Mujeres Ainí, sacó de una canasta plantas, limones y bejucos, que dispuso junto a dos velas y un vaso de agua para construir un mandala tradicional. Esa es su manera simbólica y espiritual de permitir que las energías fluyan, se protejan y se respeten durante su narración.
Naya empezó hablando del significado que tiene para ella llevar el mismo nombre del río en el que ha vivido durante sus 33 años: “Es la conexión con el territorio para defender los derechos humanos y reivindicar cada uno de esos hechos que nos han marcado”.
Los hechos a los que se refiere Naya Nidiria se relacionan con el conflicto armado que vivió su territorio. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, desde los años 80 llegaron a los pueblos aledaños al río Naya grupos armados como las extintas FARC-EP, el ELN y las AUC que se han disputado estos territorios rurales aprovechándose de la zona montañosa de la cordillera Occidental que conduce al río y su desembocadura en el mar Pacífico para convertirlos en rutas del narcotráfico.
¿Por qué desaparecieron a nuestros familiares?, ¿cuáles fueron las causas de la guerra?, ¿están dispuestos a pedir perdón?, ¿por qué su ideología cambió en contra del pueblo?, fueron algunas de las preguntas que la comunidad hizo a excombatientes de FARC durante un encuentro de reconocimiento de la Comisión de la Verdad
A su paso, estos grupos cometieron secuestros y asesinatos selectivos, reclutaron de manera ilegal a los niños y las niñas a sus filas, controlaron la vida de las comunidades afrodescendientes e indígenas bajo amenazas y cometieron graves violaciones a los derechos humanos. Uno de los hechos más recordados es la masacre del Naya, en la que paramilitares del Bloque Calima de las extintas AUC asesinaron a decenas de personas, acusándolas de ser colaboradoras de la guerrilla.
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Las cifras aún no son claras. La Comisión de la Verdad, en su informe, citó el artículo ‘Masacre del Naya: un crimen de lesa humanidad que permanece en la más absoluta impunidad’, escrito por el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), en el que mencionan que las cifras oficiales reconocen 32 personas asesinadas. Sin embargo, el documento plantea que hay un subregistro en el que se incluyen los cuerpos que fueron arrojados a abismos; dato que coincide con los más de 100 casos de personas asesinadas, según la Comisión Nacional de Territorios Indígenas.
De acuerdo con el volumen ‘Hasta la guerra tiene límites’, que forma parte del informe final de la Comisión de la Verdad, estos hechos tuvieron lugar entre el 10 y el 13 de abril de 2001, y como consecuencia, cerca de 3.000 personas fueron desplazadas forzosamente.
Luego de 23 años, esos hechos y afectaciones posteriores siguen en la memoria colectiva de los nayeros. Naya Nidiria tenía apenas ocho años cuando su familia sufrió la desaparición de un hermano, su cuñado y un primo, a quienes honra desde su labor de lideresa. Naya prefiere no hablar mucho de estos eventos, para ella es más importante hacer memoria y resaltar la resistencia y fortaleza de su comunidad. De esa manera se ha inspirado para ejercer su papel y lograr, junto a las Mujeres Ainí, documentar más de 70 casos de desapariciones ante la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), entidad creada por el Acuerdo de Paz de 2016.
Danny Ruiz, hermana de Naya Nidiria, es la representante legal de Mujeres Ainí y contó con orgullo que la asociación la integran 287 mujeres y 13 hombres afrodescendientes, y que surgió por la necesidad de reclamar sus derechos, de formarse en derechos humanos, en participación ciudadana y en prevención de violencias de género para liderar procesos comunitarios de reconstrucción de la memoria de sus pueblos y trabajar por una sociedad en paz.
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“El sentir de sus fundadores se origina en la resiliencia y la resistencia ante los hechos victimizantes sufridos en el trasegar de los años, teniendo como pilar fundamental la formación principalmente de mujeres, y de hombres, en un liderazgo en el que se refleje la familia como base fundamental”, explicó Danny.
La asociación se formalizó en 2014, pero el proceso no fue fácil. Danny recordó que una de las principales barreras que encontraron fue el patriarcado y habla de lo difícil que ha sido romper el estereotipo de roles de género que les han sido impuestos culturalmente a las mujeres en su comunidad. Ellas se sentían limitadas para participar en los espacios de toma de decisiones, porque les recordaban que debían dedicarse al cuidado de los hijos y la familia. Sin embargo, las Mujeres Ainí encontraron en estas barreras una motivación para ejercer su liderazgo con determinación e incidir tanto en la familia como en procesos sociales.
“Nosotras estamos dándoles a entender al territorio y a la sociedad que somos valientes y estratégicas para responder a ese fortalecimiento social, al hogar y a la sociedad, que tenemos cualidades importantes y relevantes para poder transformar la sociedad”, dijo con determinación la lideresa.
Las Mujeres Ainí también llevaron al palenque una tela pintada a mano en la que ellas mismas escribieron frases como “Paz y territorio” y “Mirándonos al espejo”, junto a la imagen de un hombre y una mujer tomados de la mano. En este mural quieren representar la importancia de la paz en el territorio, la defensa de la vida y el trabajo colectivo de hombres y mujeres que aportan a la construcción de su comunidad.
En estos 10 años, las Mujeres Ainí han acumulado una importante experiencia. Por ejemplo, entregaron un informe a la Comisión de la Verdad, mediante una representación en la que Naya Nidiria simuló que remaba en el río y juntaba elementos de la naturaleza, como la tierra y el fuego, para transmitir las voces poco conocidas de la comunidad.
Danny, por su parte, explicó que también buscan potenciar la visión empresarial de sus integrantes a través de proyectos productivos como el emprendimiento “Flores de Ainí Panadería y Pastelería”, en el que transforman materias primas cultivadas por ellas mismas, como la papa china, una planta que produce un tubérculo con que elaboran panes, harinas, galletas y otros derivados que son parte de la alimentación propia de estas comunidades rurales. Con su venta, aportan a la economía familiar haciendo uso de los recursos que da la tierra.
Mientras Naya Nidiria construye el mandala, explica que también producen y venden velas en su comunidad. Las usan en distintas ocasiones en las que desean alumbrar la esperanza, como en velorios, en el tradicional Día de Velitas o en las velatones que realizan cada agosto en conmemoración del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, cuando se reúnen con otras familiares de víctimas para encender la luz con la esperanza de iluminar el camino hacia la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos.
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Los retos de vivir detrás del mar
Las Mujeres Ainí cada año realizan en diferentes lugares de la región del Naya, un torneo de fútbol en el que participan 50 niñas, niños, adolescentes y jóvenes hijos e hijas de personas dadas por desaparecidas, tanto afrodescendientes como indígenas, para sembrar en ellos semillas de paz, hacer resistencia en el territorio y protegerlos del conflicto armado. Esta línea la lidera Rullery Garcés, un joven líder que reconoce con gratitud ser portavoz de los sueños y necesidades de estas nuevas generaciones.
“Hay una juventud que está detrás del mar que necesita ser escuchada. Yo soy uno de esos jóvenes que a lo largo de los años y de la experiencia con la Asociación de Mujeres Ainí, he estado en otros espacios siendo esa voz de esos niños y de esas niñas… Al hablar de sueños nos quedamos cortos porque cada uno de ellos quiere crecer y sueñan con servirle a ese territorio, sueñan con capacitarse, con salir a la universidad, con ser deportistas o ingenieros”, dice Rullery.
El líder juvenil también mencionó que vivir en la ruralidad genera retos para que cualquier persona pueda ejercer fácilmente sus derechos. Salir del Naya a la ciudad resulta costoso. Dependiendo de la marea, del tipo de embarcación, del motor y del lugar del cual salga el viajero, los pobladores deben pagar entre 200.000 y 500.000 pesos. El recorrido puede durar entre 3 y 5 horas para llegar al casco urbano de Buenaventura, donde se concentran las actividades comerciales, educativas y estatales.
El Distrito de Buenaventura es el más grande en extensión en el departamento del Valle del Cauca; la zona rural representa el 98 % del territorio. Hay cuatro universidades y todas se encuentran en el centro urbano, lo que obliga a los jóvenes que desean ser profesionales a salir de sus territorios y convivir en la ciudad. Los que logran hacerlo deben enfrentar necesidades en una de las ciudades más difíciles para sobrevivir, ya que de acuerdo con el DANE presenta una tasa de pobreza multidimensional del 41 % (datos de 2018).
Sin embargo, tanto Danny como Naya son ejemplo de superación en el campo académico y son referentes por retribuir a su comunidad los conocimientos adquiridos. Las dos hermanas lograron graduarse de licenciadas en Educación con énfasis en Ciencias sociales y estudiar diplomados en Antropología, profesiones que complementan sus facetas de lideresas. Actualmente, Naya Nidiria trabaja en la Unidad de Restitución de Tierras y Danny en un proyecto comunitario con la Iglesia Evangélica Luterana de Colombia.
Un camino de logros
Naya Nidiria hizo un recorrido por los principales logros de la asociación, al cumplir casi 10 años de haberse formalizado, y destacó la construcción de la Casa de la Mujer, un espacio protector de refugio y acompañamiento a mujeres víctimas de violencias basadas en género que obtuvieron gracias al apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Este refugio forma parte de la ruta de atención. Una vez que llegan a la asociación, las víctimas se direccionan al Hospital San Agustín, el único en la zona, para que desde allí sean remitidas a las instituciones del Estado.
En el listado de logros de la asociación, Naya Nidiria menciona la participación que tuvieron en el acto de reconocimiento de responsabilidad que hizo la Comisión de la Verdad con 20 excombatientes de las extintas FARC, quienes dejaron sus alias y se presentaron con sus nombres de pila ante familiares de personas dadas por desaparecidas.
“Eso permitió que ellos nos contaran algunas verdades y nosotros pudimos hacerles varias preguntas: ¿por qué desaparecieron a nuestros familiares?, ¿cuáles fueron las causas de la guerra?, ¿están dispuestos a pedir perdón?, ¿por qué su ideología cambió en contra del pueblo?… Nos abrazamos, nos estrechamos las manos… Ainí logró convencer a una mamá, una señora de aproximadamente 70 años que perdió a cuatro hijos y a su esposo, quienes están aún desaparecidos, de llegar para verse con los firmantes de paz”, recordó Naya.
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Otro resultado de su aporte a la comunidad tiene que ver con el reconocimiento de uno de sus saberes ancestrales. Cinco parteras de las Mujeres Ainí participaron en el proceso que lideró la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa) en representación de Colombia para lograr que la partería fuera declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en diciembre de 2023.
América Medina, la mamá de Naya y Danny, fue una de las parteras de Mujeres Ainí que heredó este legado de su abuela Genoveva y de su mamá Eleuteria, de quienes también aprendió a curar dolencias, a masajear el vientre, a instruir con dietas naturales a las mujeres en embarazo y a apoyar la labor de parto con ayuda de la naturaleza. Las parteras usan bebidas hechas a base de poderosas plantas medicinales en reemplazo de los fármacos que los médicos utilizan para inducir el parto en clínicas.
Con unas ramas de galve en sus manos, doña América explicó el poder sanador de esta planta, que ha marcado a varias generaciones: “Son muy importantes porque cuando me traen a una mujer dando a luz, lo primero que analizo es el tiempo de gestación y si ya se va pasando, entonces, pensando en la criatura que tiene, se le dan tomitas, pero de las mismas hierbas, ahí el dolor va aumentando hasta que ya nace”.
Esta práctica es parte de la cotidianidad de doña América, quien dice no saber cuántos bebés ha ayudado a nacer en el Naya. Las 50 parteras que habitan el territorio realizan esta labor de manera voluntaria y así pueden compartir sus conocimientos sobre el cuidado de otras mujeres.
El papel de parteras, curanderos y remedieros de la comunidad es vital, ya que en toda la cuenca del río Naya, que tiene 120 kilómetros de longitud, hay un solo hospital, ubicado en la zona baja. Para acceder a los servicios de salud, los pobladores de las comunidades ubicadas en la parte alta del río deben contar con dinero suficiente para los largos y costosos recorridos. Esto sin contar con que no todas las personas disponen de una lancha con motor, dijo Naya Nidiria.
Sanación individual y colectiva
Ahí, en el palenque, al lado del mandala, las mujeres me mostraron un álbum con fotografías de distintos momentos de su trayectoria y de su territorio. Mientras me iban contando sobre cada experiencia retratada, también mencionaban que los pobladores del río Naya tienen distintas actividades de subsistencia que realizan según su ubicación en las cuencas baja, media y alta.
Algunos practican la pesca artesanal, la siembra de pancoger (como la papa china), el corte de madera, la cacería, la minería artesanal; recogen también la piangua, un molusco habitante del manglar que es parte fundamental de la alimentación en el Pacífico.
El vínculo de las Mujeres Ainí con su territorio tiene una gran importancia en los espacios que promueven su sanación o en los actos de memoria en los que participan. Muestra de ello es el mandala que crearon en el palenque, pues sus elementos naturales están acompañados de una intención de paz y protección. Así, cada una se protege espiritual y emocionalmente al escuchar y acompañar a las demás.
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“Si uno no está preparado física y psicológicamente y desde la armonización personal, uno se hace un daño por el estrés y el impacto emocional a la salud mental. Para nosotros, cambiar lágrimas por sonrisas también es como hacer ese sincretismo; más en mi caso, que tengo la responsabilidad de conectar entre las tristezas y la alegría, pero también con las verdades. Se les pide a Changó, a Yemayá, a Obatalá, que acompañen en este proceso y nos abran los caminos”, dice Naya Nidiria, al reconocer que en su propio territorio es casi imposible acceder a atención para la salud mental, por la falta de centros asistenciales.
Consulté después a la especialista en salud mental Ayda Pantoja, de la ONG Heartland Alliance International, organización que abandera la salud mental en el sector humanitario en Colombia, y me explicó que todas las estrategias empíricas basadas en la cotidianidad permiten tener en pie a estas comunidades para afrontar sus dolores y luchas, y este proceso de resistencia femenina de Mujeres Ainí no es la excepción.
“Cuando vemos que las mujeres tienen esa oportunidad de encontrarse con otras mujeres, no quiere decir que no sientan la tristeza o que de pronto no se presenten algunos de esos síntomas, pero lo que sí se puede identificar es que hay un mejor manejo de esa sintomatología. Cuando se está sola durante un tiempo prolongado, el nivel de sufrimiento es muchísimo mayor. De ahí la importancia de resaltar lo colectivo, pero sin desconocer la vivencia del sufrimiento en cada una”, comentó la especialista.
Después de una mañana de entrevistas y ya sobre el mediodía, las Mujeres Ainí hicieron su propio balance, reconociendo que les falta lograr una real inclusión en espacios como el Consejo Comunitario al que pertenecen. Por ahora, continuarán fortaleciendo sus liderazgos y su organización, lo que sin duda será un aporte para que las narrativas de su pueblo sigan apostándole a la esperanza y al cambio, sin dejar de hacer memoria. Su historia y su proceso dejan el mensaje de que aun en circunstancias difíciles, la fuerza de los pueblos étnicos prevalece.