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"Me interesa cómo producimos una paz en pequeña escala": Alejandro Castillejo

El recién nombrado comisionado de la Verdad cuenta cómo ha desarrollado su trabajo con víctimas, especialmente de desaparición forzada, y de su especial interés en que la Comisión de la Verdad pueda crear condiciones para un futuro en paz.

Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena
09 de abril de 2020 - 02:30 p. m.
Castillejo se desempeñaba como director del Programa de Estudios Críticos de las Transiciones Políticas de la Universidad de los Andes. / Cortesía.
Castillejo se desempeñaba como director del Programa de Estudios Críticos de las Transiciones Políticas de la Universidad de los Andes. / Cortesía.

Este 8 de abril la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad anunció la persona que asume el cargo de comisionado que ocupaba Alfredo Molano Bravo, quien falleció el pasado 31 de octubre. Alejandro Castillejo Cuéllar es el nuevo comisionado de la Verdad, quien se integra inmediatamente al pleno de esta institución y tendrá a su cargo el esclarecimiento de la región de la Orinoquía. Castillejo, de 53 años, es nacido en La Habana (Cuba). Es doctor en Antropología y profesor asociado de la Universidad de los Andes. Sin embargo, su trabajo ha estado también fuera de las aulas, en los procesos de transición de sociedades como la sudafricana y la peruana, y en el campo colombiano.

En entrevista con este medio, el comisionado explica su trabajo con víctimas, su interés en el enlace entre la reconstrucción del pasado y la posibilidad de un futuro con paz en pequeñas escalas, así como las relaciones entre conflicto y territorio.  

¿Por qué se presentó a este cargo?

En principio porque por un lado tengo una experiencia en temas relacionados no solo con la memoria sino también con las operaciones de la memoria a través de instituciones concretas en Colombia, en Perú, en el África. Y, en segundo lugar, yo creo que el país está pasando por un momento complejo que necesita que todos aquellos que podamos aportarle, echarnos cosas en el hombro y echar el país para adelante, tenemos que hacerlo.

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Su conocimiento y trabajo de paz en sociedades en transición, sobre todo internacionalmente, es muy conocido. ¿Cuál ha sido su trabajo en el campo colombiano? 

Desde que vuelvo a Colombia, en 2004, me he concentrado en todos los procesos que se gestan de manera institucional, a raíz, entre otras cosas, de la Ley de Justicia y paz porque hay una apertura de términos, conceptos e instituciones. De ahí lo que hago es meterme de lleno a trabajar con organizaciones de víctimas de diferentes violencias en varias partes del país. Entonces empecé a trabajar creando metodologías para acompañar el proceso de Fiscalías satélite de Justicia y Paz, para hacer mapas y buscar cuerpos; así como para reconstruir historias del Meta. En todo ese proceso tejimos vínculos con organizaciones campesinas. En el Pacífico también, trabajando con organizaciones de jóvenes, de desplazados. Desde hace poco, trabajando con organizaciones campesinas en Arauca. Todo mi trabajo está más allá de la universidad.

Va a llegar a dirigir la Comisión en una región como la Orinoquía. Y en esta región Alfredo Molano, que tenía un perfil distinto, llevaba un trabajo especial en contar la colonización campesina, el despojo, el origen del conflicto. ¿Usted cómo piensa continuar con ese trabajo?

Lo primero que tengo que hacer es llegar a conocer el detalle de lo que Alfredo estaba haciendo. De Alfredo siempre respeté su capacidad de movimiento. Para mí eso también es vital. Creo que hay que seguir haciendo una recolección y lectura de las relaciones entre violencia y territorio, centrados en las muchas fuentes que hay también en toda esa región. Es una región a la que he ido en diferentes ocasiones, entonces hay mucha expectativa para mí. Pero creo que lo más importante es una comisión caminante, itinerante, que no solamente resuelva uno de sus mandatos, que es el conocimiento del pasado, sino que sea una comisión acompañante de las cosas que suceden allá, de procesos. No obstante, las diferencias con Alfredo, que pueden haber sido muchas o pocas, creo que también hay una serie de coincidencias importantes, como el hecho de respetar la palabra de otros, ponerle al testimonio y al relato una preocupación por comunicar, el caminar.

¿Cómo ha sido su trabajo en la búsqueda de los desaparecidos?

Este fue un trabajo que fue construido con Asfaddes (Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos) desde hace mucho tiempo. Yo no tengo vínculo con la Unidad de Búsqueda, pero a lo largo del trabajo y la cercanía con Asfaddes, pues hemos logrado construir modos de búsqueda, sensibilización y reflexión sobre temas de desaparición. Y últimamente estoy trabajando mucho en esta noción de la vida social de la búsqueda, que es qué significa para un país buscar a una persona que ha sido desaparecida, cuáles son los lenguajes, las personas, los procedimientos que se interceptan todos en ese gran proyecto que se llama búsqueda. En últimas decir que la búsqueda es una responsabilidad múltiple. Ha sido un proceso mío como académico, pensando todo el problema de la ausencia, porque he escrito sobre fracturas, silencios y ausencias.

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Usted, desde la Universidad de los Andes ha apoyado la iniciativa de la Universidad de la Paz. Una de las sedes que propone este centro plural es en el Meta. ¿Ve posibilidad de articulación con la Comisión de la Verdad?

En principio, de mi parte personal estoy dispuesto a explorar todas esas posibilidades. Hemos estado discutiendo el tema de la Universidad de la paz, creo que es un concepto que hay que profundizar más, sacarlo a veces de las definiciones institucionales. No es tanto hacer edificios. Yo he conocido universidades de la paz aquí en Colombia, que les podría llamar así, porque hay escuelantes y redes de personas que se han dedicado a rescatar conocimientos sobre la guerra, la memoria y la supervivencia en medio de la guerra, y se han inventado procedimientos caminantes e itinerantes para eso. Aquí lo chévere sería lograr aglutinar todas esas iniciativas, pensar en su cristalización real, y en la medida en que yo pueda ser un artífice, escuelante o enlazador de mundos, pues por supuesto que voy a estar presto para explorar cualquier posibilidad.

¿A qué le quiere poner la lupa?

Me interesa cómo reproducimos el pasado, cómo legitimamos la narración histórica. Me interesa ponerme la lupa a lo que vendría después de una Comisión, cómo producimos una paz en pequeña escala, cómo reproducimos a través de instituciones relaciones que nos permitan la construcción del otro como un prójimo con el cual uno puede vivir. También las múltiples presencias de la Comisión en el territorio, porque eso es lo que crea las condiciones de posibilidad para el futuro. Eso en particular me inquieta, porque es una de las responsabilidades que tenemos, y también ser conscientes de que una Comisión no puede resolver miles de cosas.

Diría que como comisionado, regionalmente hablando, me inquieta la intersección entre grandes procesos históricos dentro del conflicto armado y microprocesos personales. Digamos, entre lo macro del proceso de violencia y lo micro de la experiencia de los seres humanos en los momentos de la supervivencia y de las decisiones que se toman. Por el momento no tengo ningún caso para emblematizar, creo que hay muchas cosas que tenemos que resolver. 

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Usted tiene un proyecto para capturar sonidos en diversos territorios, ¿de qué se trata?

A raíz del último libro que escribí completo, que se llama Archivos del dolor, que es un texto que escribí sobre excombatientes y grupos de mujeres en Sudáfrica en una masacre que hubo allá, llegué a la conclusión de que estaba cansado por las palabras. Y ahora que estaba trabajando en el tema de la desaparición, pensé que las palabras se me habían quedado pequeñas para lo que yo quisiera hacer para representar, como académico, el fenómeno en sí mismo, las experiencias de las personas y lo que quiere decir para una sociedad, para un grupo de personas, habitar una herida, en este caso la herida de la desaparición. Terminé inventándome un laboratorio de estudios sobre el sonido. Y comencé a pensar en qué pasa si yo hago ciencias sociales, no solamente desde las palabras, sino también desde los sonidos. ¿Cómo sería tener un libro escrito con sonidos? ¿Cuáles son los productos que emergen del trabajo académico a través de los sonidos y no de las letras? 

De ahí nace este proyecto que se llama Ecologías acústicas de la violencia y la memoria en Colombia. Y como estaba relacionado con mi texto de la desaparición, a lo que me dediqué fue a grabar los sitios de la desaparición y los sitios de la muerte en Colombia, desde los viajes hasta Mapiripán, hasta el otro lado del Meta, al Pacífico, el Caribe, y fuera de Colombia también. Y he estado construyendo un archivo gigante de sonidos que me parece que pueden proveer otra posibilidad de narrar lo que ha pasado en Colombia, pero narrarlo a punta de sonidos concatenados, estructurados, diseñados y todo eso. 

¿Piensa que puede ser un elemento para hacer pedagogía del informe de la Comisión?

Aspiro a traer a la Comisión algo de eso. Para mí está lleno de retos que van desde lo conceptual hasta lo puramente técnico. Este archivo tiene potencial pedagógico para la Comisión, una universidad, un profesor. Tiene potencial para permitir que la gente vibre escuchando algo, porque el sonido, como fenómeno físico, pasa por el cuerpo de uno y tiene un efecto afectivo en los seres humanos, que no hemos explorado. Una Comisión es como una gran caja de resonancia que lo que hace es permitir que una sociedad covibre, porque una Comisión es también un aparato de escucha, no es solamente un mecanismo legal, científico o técnico. Es una manera estructurada de escuchar. La Comisión de la Verdad es un calibrador del oído colectivo, y en eso el sonido es fundamental.

Por Beatriz Valdés Correa - @beatrijelena

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