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Con campamentos y clubes se garantiza educación a población migrante en la Guajira

En tres municipios de la Guajira, se trabaja en la nivelación escolar de los niños y niñas que necesitan refuerzo en habilidades de lectura y escritura. Con esta acción, que parece sencilla, han logrado que estos estudiantes se inserten mejor en el sistema educativo y no deserten. También previenen y atienden diferentes violencias que afectan a la población venezolana y colombiana.

Redacción Colombia +20
18 de enero de 2022 - 06:49 p. m.
Save the Children realiza campamentos de lecto escritura en instituciones educativas de la Guajira.
Save the Children realiza campamentos de lecto escritura en instituciones educativas de la Guajira.
Foto: Cortesía

Un niño de 11 años, al que llamaremos Jesús, tenía problemas de comportamiento en su casa y en la escuela. Casi siempre respondía con violencia a los otros estudiantes, no quería estudiar ni hacer tareas, perdió el interés en las clases. Su situación empeoró durante la pandemia, al punto que la mamá, una joven cabeza de hogar y madre de cuatro hijos, pidió ayuda al colegio. Se sentía impotente y no sabía qué hacer con él. Ella tenía que trabajar todo el día para llevarles algo de alimento y el niño ya era inmanejable. Jesús tuvo la oportunidad de acceder a uno de los campamentos de lecto escritura que por esos días estaba abriendo Save the Children en una institución educativa de Fonseca, en la Guajira. “El caso fue muy difícil porque el chico no quería hacer la prueba y no lo podíamos obligar. Después de varios intentos, aceptó hacer la prueba que les hacemos a todos los niños y niñas que nos referencian los docentes de los colegios para saber en qué nivel debía empezar su nivelación”, cuenta Yusti Guerra, la oficial de educación de esta organización no gubernamental en la Guajira.

Tras la evaluación, Jesús quedó en el primer nivel llamado “letras y sílabas”, es decir, su habilidad para leer y escribir estaba en el nivel más básico, como de un niño de primer grado. Su proceso fue largo. En cada nivel se demoró mucho más de los 10 días que las docentes del campamento crearon para esta estrategia.

Cuando logran superar el nivel de letras y sílabas, los alumnos pasan al nivel de palabras, después al de oraciones y párrafos y finalmente llegan al nivel de cuentos. En el momento en que superan esta última prueba, los estudiantes terminan el campamento y se integran nuevamente a las clases regulares en su colegio.

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“El niño se demoró mucho más tiempo, pero fue un trabajo muy gratificante. La mamá fue y nos agradeció mucho. Nos contó que su comportamiento y actitud mejoró, que dejó de ser violento y ahora sí quiere estudiar. Los docentes también reportaron que su cambio fue notorio”, cuenta feliz Yusti.

Esta docente que nació en Maicao se emociona al reportar los resultados de los campamentos que crearon en julio de 2021, en plena pandemia, con el apoyo del gobierno de Canadá, bajo el programa “El mundo es mi hogar”. Inicialmente están trabajando en tres colegios en Fonseca, tres en San Juan del Cesar y 5 en Riohacha.

Ya han pasado por los campamentos 105 niños y niñas del colegio María Auxiliadora, y 120 más del José Eduardo Guerra, de San Juan del Cesar. En Fonseca ya atendieron 106 estudiantes y ahora, en febrero, empezarán uno más en la Institución Agropecuaria de Fonseca que tendrá a 121 estudiantes. La idea es que hacen un campamento en un colegio y solo cuando terminan pasan a otra institución educativa. No tienen afán en mostrar cifras, les interesa que los procesos culminen a satisfacción.

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Los beneficiarios son niños y niñas entre los 8 y los 12 años, provenientes de población migrante y de comunidades receptoras. Ellos reciben cartillas para cada nivel, materiales de estudio y un kit escolar que les sirve para todo el año. “Los docentes y los materiales son suministrados por Save the Children, las instituciones educativas deben reportar los estudiantes que necesiten el refuerzo de las habilidades y prestar sus instalaciones para el campamento”, explica Liseth Amaya Medina, líder de calidad educativa de la Secretaría de Educación de La Guajira, entidad con la que se coordina todo el trabajo.

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Este es uno de los proyectos que ha mostrado resultados muy efectivos y casi de manera inmediata, explica la funcionaria. “Estamos trabajando con Save the Children desde hace como 6 años, y se hizo más fuerte cuando comenzó el más reciente proceso migratorio. Este proyecto nos ha permitido trabajar de manera articulada con los rectores de las instituciones educativas que dan acogida a la población migrante, para fortalecer modelos educativos flexibles, que permitan el acceso y la permanencia de estudiantes en extra edad, para que puedan recibir nivelarse e insertarse en el curso que le corresponde por su edad”, dice Liseth.

Esos chicos que llegan en extra edad son los que más se desmotivan y no vuelven al colegio. No les resulta fácil estudiar con niños y niñas mucho más pequeños, se sienten fuera de lugar. Cuando logran nivelarse y entrar al curso que le corresponde por su edad se disminuye casi a cero la posibilidad de deserción, explica la funcionaria.

Y eso es justamente lo que ha podido comprobar el grupo docente que coordina Yusti. Prácticamente todos los niños y niñas que han pasado por los campamentos han logrado insertarse mejor en sus cursos o avanzar a los que corresponden por su edad. “Ellos logran disfrutar la lectura, pueden avanzar mejor en sus otras materias. Es que en el campamento no hay notas, no hay presión por aprobar. Nuestra estrategia es lúdica, todo es un juego y siempre hacemos actividades socioemocionales porque desafortunadamente estos niños y niñas están expuestos a diversas formas de vulneración de sus derechos”, relata Yusti con un dejo de tristeza.

Y cuenta que a través de esas actividades han podido detectar muchos casos de violencias y abusos contra los estudiantes. “Es triste ver cómo en las instituciones educativas no logran detectar estos casos. A nosotros nos ha tocado activar las rutas de atención frente a diferentes violencias y vulneración de derechos. Estos niños y niñas no merecen estar pasando por estas situaciones”.

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Dentro de los aprendizajes que les ha dejado esta estrategia está la necesidad de hacer talleres para padres y madres. Yusti cuenta que varios de ellos se han acercado a preguntar porque sus hijos e hijas les han tratado de enseñar el manejo de sus emociones. “Un día una señora me contó que su hijo de apenas ocho años trató de calmarla y enseñarle a respirar para que se calmara en un momento de ira. Eso muestra el impacto de este trabajo”.

Otra de sus metas es llegar con los campamentos a niños y niñas no escolarizados. Siente que es una obligación ir a buscarlos. “Queremos garantizar acceso y permanencia, nos reportan casos de que en algunas instituciones educativas les niegan cupo a los migrantes por los documentos o no saben tratar a los niños y niñas en extra edad. Esto no es un favor, es un derecho”, dice airada.

Los clubes de niñas

Otro de los proyectos de “El mundo es mi hogar” son los clubes de niñas que fueron creados para tratar de cerrar brechas históricas desigualdad de oportunidades entre niños y niñas. Según Daniela Rueda, oficial de género de Save the Children, las niñas en la Guajira tienen más barreras para acceder a la escuela y permanecer en ella, por eso deben trabajar con otros actores, líderes y, sobre todo las lideresas, y con padres y madres de familia.

Los clubes de niñas también abrieron durante pandemia. Fue más difícil porque el equipo de la organización debía hacer encuentros con los líderes y lideresas y muchas de estas personas no querían asistir por temor al contagio. Casi todos los contactos se hicieron por teléfono y por whatsapp. Así lograron hacer un mapeo de los sitios estratégicos para hacer los clubes. Con ayuda de estas personas contactaron a las niñas y realizaron un proceso de inscripción. “Queríamos hacer algo formal y por eso llenamos formatos de ingreso, para consultar sus necesidades, cómo viven ellas, cuáles son sus condiciones familiares. Los encuentros son semanales y duran dos horas y media. Las chicas reciben refrigerio y materiales para hacer las actividades lúdicas”, narra Daniela.

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Por ahora, tienen clubes en tres municipios, Riohacha, San Juan del Cesar y Fonseca (en la vereda los Toquitos). Algunos funcionan en la parte urbana o en lugares periféricos donde se ha expandido la ciudad, como ha sucedido en Riohacha con la población migrante.

Uno de los retos más difíciles ha sido superar las barreras culturales, sobre todo con la población indígena. “Tenemos un equipo multicultural y multiétnico. Tenemos que manejar un enfoque de diversidad. No podemos llegar a imponer una visión occidental ni decirles a los mayores y líderes que su manera de pensar es incorrecta. No podemos cuestionar del todo sus tradiciones”, explica Daniela.

Por eso, ahora trabajan más con los liderazgos femeninos Wayú, que se han venido fortaleciendo últimamente para quitarse estigmas de lado y lado. Parte de su estrategia es hablar de mitos y derrumbarlos. Así hablan de salud sexual y reproductiva, de autoestima y prevención de violencias de género, de rutas de protección, les explican a qué entidades pueden ir cuando se violan sus derechos. Las niñas tienen diversas procedencias: son arijunas (no indígenas) Wayú, migrantes y afro, así que los mensajes deben llegar bien a todas.

Les entregan kits de higiene menstrual (les dicen kits de la dignidad) y ya están trabajando en paralelo con papás y mamás, con quienes se reúnen cada 15 días para hablar de crianza sin violencia, de temas de género y hacen seguimiento a niñas que necesitan algún tipo de protección.

Para Daniela, los resultados son positivos, pese a que empezaron hace poco, en julio del año pasado. Ya se están extendiendo en la medida de que la población ha accedido a la vacunación y también con la vinculación cada vez más estrecha y constante de los líderes de las comunidades. Ellos han ayudado en la identificación de las niñas y de los espacios para que los clubes cuenten con baño, que estén acondicionados a las condiciones climáticas, que se ubiquen cerca de la comunidad.

Daniela reconoce que han tenido que adaptar sus metodologías. “Hay niñas que han dejado de estudiar hace mucho tiempo, por la migración y la pandemia y no se adaptan a las sesiones, tenemos que indagar y entender los gustos de las niñas, sobre todo porque los grupos son diversos.

El reto ahora es incluir en la estrategia a los niños. Daniela quiere así prevenir que ellos se conviertan en perpetradores de formas de violencia contra las niñas y las mujeres.

La educación como entorno protector

María Inés Fernández, gerente territorial Save the Children, en La Guajira, explica que estas actividades que despliegan en territorios como la Guajira pretenden lograr que la educación y las instituciones educativas se conviertan en entornos protectores para niños, niñas y adolescentes en este momento de crisis migratoria. El objetivo máximo debe ser que estos menores de edad y los que están en las comunidades receptoras continúen su proceso educativo y que sus vidas puedan cambiar.

Y para eso, dice María Inés, la organización emprende acciones encaminadas al fortalecimiento de las autoridades locales, al trabajo con los líderes comunitarios, con los docentes en temas de formación y también apoyan con insumos a los colegios, para que alcancen a brindar un servicio educativo digno. Eso incluye el abastecimiento de agua de las escuelas, entrega de elementos de bioseguridad, donación de implementos y materiales educativos, y procesos de diagnóstico para hacer mejoras en la infraestructura escolar.

“También trabajamos con las familias de los niños y niñas que están en refuerzo escolar para mejorar sus habilidades y, trabajamos con diferentes actores comunitarios en prevención de violencias, reconocimiento de los derechos, empoderamiento y para eso vinculamos a las autoridades locales en temas de formación para que nos ayuden a identificar esas necesidades urgentes y poder responder con un trabajo articulado con otras organizaciones”, asegura.

Es urgente esa ayuda, la crisis migratoria no da espera. En un municipio como Maicao, por ejemplo, la población venezolana registrada oficialmente es de 150 mil personas, el 40% son niños, niñas y adolescentes que no pueden acceder a servicios básicos porque no tienen documentación. Son ellos y ellas los más afectadas en medio de una población muy vulnerable.

Esa articulación de entidades y recursos, explica Liseth, de la Secretaría de Educación del departamento: “Tenemos la mesa de educación de emergencia conformada por todos los aliados del sector educativo. El objetivo es detectar y mitigar cualquier situación que ponga en riesgo la permanencia de los estudiantes en el sistema educativo. Con el flujo migratorio nos hemos quedado cortos en infraestructura y personal docente. Allí se identifican esos colegios y se busca cómo apoyar con docentes, útiles escolares, uniformes. O cuando hay emergencias por sequías o inundaciones, también se da respuesta”.

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