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Jacobo Efraín tenía dos años y medio. Se sentaba en la sala para tomar su tetero y empezaba a hablarle a una foto de mi papá. Le contaba que había calentado antes de jugar fútbol, como él le había enseñado. Mi mamá, Evelyn Valbuena de Varela, y yo no sabíamos qué hacer y decidimos quitar el portarretrato. No sabíamos cómo decirle al niño que su abuelo, quien lo cargaba para todo lado y lo trataba como a un hijo, ya no iba a estar. Que lo habían asesinado.
Mi papá era Efraín Varela Noriega, un abogado y periodista que fundó la emisora Meridiano 70 y dirigió el noticiero Actualidad informativa de Arauca, en el que denunciaba la corrupción y cuestionaba tanto a políticos como a grupos ilegales. También fue corresponsal y colaborador de El Espectador. Era docente de la Universidad Cooperativa de Colombia. El Doctor, como yo le decía, era mi profesor de derecho, mi jefe en la emisora y mi centro.
Aunque nació en Ciénaga, Magdalena, quería a Arauca como si fuera su tierra natal. Ese departamento, con la reserva de petróleo más grande del país, ha sido el fortín de muchos grupos armados, desde paramilitares hasta la guerrilla. La riqueza de su tierra también ha sido su maldición.
A mi papá lo asesinaron un viernes, 28 de junio de 2002. Tenía una audiencia en Bogotá y otra en Arauca. Decidió ir a la que era en Arauca, que comenzaba a las 4:00 p.m. Antes de eso, a las 2:00, tenía una invitación a un grado de Enfermería en la Universidad Nacional, sede Orinoquia. Se fue con mi tío Nicolás Valbuena Camejo, hermano de mi mamá, y con su esposa. Cuando volvían, los detuvieron en la vía a Caño Limón, luego los bajaron del carro y dejaron ir a mis tíos. A mi papá se lo llevaron.
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Mi tío suplicó que también dejaran ir a mi papá, que le dieran una oportunidad; pero le dijeron que no, que él debía morir. Me llamaron de la emisora y la secretaria me dijo: “¡Asesinaron a su papá!”.
Salí corriendo del centro de estética corporal, donde también trabajaba, pedí que me cuidaran al niño. Uno mantiene la esperanza de que esa persona siga viva y lo empecé a llamar varias veces al celular. Tenía angustia y zozobra. Cuando llegué al lugar en el que estaba tendido tras ser acribillado, fue muy duro verlo ahí y saber que no lo podía tocar, detallar todo lo que estaba alrededor, cómo había quedado. Después llegó el fiscal a hacer el levantamiento y me tocó ver cómo lo metían al carro. Son imágenes constantes, muy difíciles de olvidar.
Antes, durante y después de la muerte de mi papá hemos recibido amenazas. En el proceso, que ha sido largo y que lo han intentado archivar, me han vigilado. En 2015 el Consejo de Estado reconoció que existió complicidad por parte de miembros de la Brigada XVIII del Ejército Nacional al permitir las acciones armadas del Bloque Vencedores de las Auc contra mi padre. El paramilitar, Andrés Darío Cervantes Montoya, alias El Chichi, fue el autor material del homicidio y está condenado, pero espero que se sepa la verdad y quién fue el autor intelectual. Los paramilitares acusan a un político. Sigo pendiente del proceso, vivo en Arauca en la casa de mis padres, con mi esposo y mis dos hijos.
Mi papá me recalcó que uno tiene que buscar el diálogo y no la guerra. Eso es lo que me ha mantenido viva. Uno sí queda con el dolor, pero toca sobrellevar las cosas.
Hace un año, con la muerte de mi mamá, volví a sentirme en el limbo. Siempre hablábamos de él: de cuando se conocieron, cuando nacimos mi hermana y yo, cuando fuimos al mar, cuando grabábamos los comerciales de la emisora. Intento devolver el casete, recopilar todo, recordar cada paso y cada momento. Y en especial, siempre buscar otra salida a los problemas. Él también hizo un doctorado en derechos humanos y solución de conflictos y nos repetía que hay que hablar y decirle no a la violencia. Eso fue lo mejor que me enseñó El Doctor.
Viví el conflicto desde pequeña y mi mamá me contaba que mi papá tenía un programa radial muy polémico y lo querían desterrar de Arauca. Mi hermana Isabel murió a los tres años de edad a causa de un aneurisma. Mi papá empezó a trabajar en Radio Caribabare de Saravena, en Arauca, y volvieron las intimidaciones. En ese tiempo fueron las Farc. Pusieron una bomba en la emisora, él alcanzó a salir. A mí me tocó irme de Arauca cuando tenía ocho años a vivir a la casa de unos tíos en Bogotá. No crecí con mis papás, solo venía de vacaciones. Por el conflicto no conviví con ellos como debía ser.
Mis papás manejaron la situación y trataban de mantenerme alejada de los problemas. Al volver, tras catorce años en Bogotá, me di cuenta de todo. A veces me prohibían salir y al otro día llegaba la noticia de que habían asesinado a alguien. Ahí me daba cuenta de que me estaban cuidando.
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Él tenía la costumbre de entrar a mi cuarto en la noche. El día antes de que lo mataran, entró a mi habitación, se quedó mirándome:
—¿Qué está haciendo?
— Orando
—Ore por mí.
Después ocurrió algo extraño. Mi mamá y yo estábamos hablando y él le dijo a mi hijo: “Qué pesar que yo no te puedo ver crecer”.
Le dije que dejara de ser bobo, que yo me moriría primero. Se quedó callado. Estaba raro, no hablaba, no me miraba, nada.
Mi hijo fue un apoyo para nosotras. Nos ayudó a superar el dolor. Yo tenía veintitantos años y mi vida cambió. Me tocó asumir la responsabilidad de la emisora. El Doctor ya me venía preparando y me dejó la gerencia y ser la cabeza del hogar.
Si él estuviera vivo, mis hijos estuvieran en otras condiciones. Aunque soy esteticista, abogada y comerciante, se me dificulta pagarle la universidad a Jacobo Efraín, quien ahora tiene 18 años.
También tuve problemas para graduarme de Derecho, por lo que fue fundamental el apoyo de mis compañeros y el de mi mamá. La economía de mi casa se afectó muchísimo, porque mi papá era la base.
El sueño de mi hija Nicol, de 9 años, era conocer a su abuelo, porque se lo nombro mucho y ella me pregunta: “¿Cómo hubiera sido él conmigo? ¿Será que me hubiera aceptado?”.
Creo que El Doctor estaría contento con su familia, con sus perros, jugando fútbol, compartiendo con sus amigos y en la emisora.
Tiempo después de la muerte de mi papá tuve que entregar Meridiano 70 a uno de los socios, porque fue muy difícil sostenerla. Recibí amenazas y tenía mucha presión. Pensé que, si me pasaba algo a mí, mi mamá y mi hijo quedarían solos, así que preferí quedarme sin empresa, pero con vida.