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Viaje a las entrañas del cañón del Micay: así se vive en el mayor fortín de la disidencia de Mordisco

En este rincón del Cauca se encuentra el corregimiento de El Plateado, uno de los principales enclaves cocaleros del país. El control de este punto se ha consolidado como el talón de Aquiles de la negociación de paz entre el Estado Mayor Central y el Gobierno Petro. Crónica de un recorrido por la región.

Cindy A. Morales Castillo
17 de marzo de 2024 - 05:14 p. m.
Hay pintas y pancartas que cuelgan de palos improvisados o de los mismos cultivos de coca con mensajes alusivos a los frentes que comandan la zona.
Hay pintas y pancartas que cuelgan de palos improvisados o de los mismos cultivos de coca con mensajes alusivos a los frentes que comandan la zona.
Foto: Cindy A. Morales Castillo

Un viejo campero surca con mucha dificultad el complejo de montañas que componen al cañón del Micay, la herida más palpable del Cauca. Esa hendidura geográfica, donde confluye sin piedad el conflicto, está ubicada en uno de los puntos del país que con más frecuencia ha visto pasar a todos los grupos armados dispuestos a arrasarla.

El jeep va atestado de personas. Tres con el conductor, seis atrás y otros tres en el techo. Pasa con rapidez sobre el montón de piedras sueltas apiladas que componen la trocha. Adentro se siente el movimiento de lado a lado. Una mujer se agarra de la silla cada vez que rozamos el vacío.

En medio de un bosque de niebla el conductor frena en seco, pero nadie se sorprende. Todos esculcan sus bolsos y sacan sus documentos. De una caseta de madera salen dos hombres altos y una mujer muy jóvenes. Todos usan un camuflado que está empapado. Ya van tres días sin parar de llover. Dejan los fusiles en la garita, se acercan al vehículo y reciben las cédulas comunitarias, una suerte de carnés que fungen como el único pase de entrada válido en este punto de la cordillera occidental, donde el control absoluto lo tiene el Estado Mayor Central (EMC), la mayor disidencia de las antiguas FARC.

En el carné deben estar sus datos completos: foto, lugar de nacimiento y de residencia, nombre de la comunidad a la que pertenece y un contacto que lo avale. Debe quedar claro la razón del viaje y si no, sin ninguna sutileza, preguntan por qué está ahí o si tiene permiso para moverse. No se admite abiertamente, pero sin ese papel suceden dos cosas: o la persona debe devolverse o se queda hasta que alguien confirme la razón de su paso por la zona. “A veces toca andar con dos o tres cédulas dependiendo de pa’ donde va uno”, cuenta un pasajero. El control es tal que incluso circulan memes sobre ello.

El campero sigue su lucha contra la trocha y por momentos parece que esta tierra no quiere que entre nadie. Dos o tres veces, alguien debe bajarse y acomodar las piedras para que las llantas pasen. “Al menos hay camino”, dice uno de los viajeros del jeep. Y tiene razón. El resto de la marcha hasta El Plateado es, en su mayoría, un desafío a la física: una llanta que roza por centímetros los hilos del despeñadero y un constante arañar del polvo para no caer al precipicio.

El cañón del Micay siempre ha sido un territorio en disputa, cuyo esplendor y dolor se deben, entre muchas otras cosas, a los cultivos de coca y los actores que se juntan en el negocio del narcotráfico. No hay un solo punto de su paisaje donde no se vea el verde brillante y vivo de esa mata que uniforma las montañas desde el pico, pasando por las faldas, las laderas y los valles. Los pocos espacios donde no hay coca los conquistan cafetales, platanales y la maleza que, tarde o temprano, al igual que los campesinos, terminarán forzados a ceder su tierra a la mata.

“Si no se mueve la coca, en este punto del país no se mueve nada. Todos vivimos directa o indirectamente de la coca. Eso determina si uno come o no”, dice una habitante de esta región, que concentra el 75 % de los cultivos de esa hoja que existen en el Cauca.

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Dentro del cañón del Micay —ubicado entre los municipios de Argelia, El Tambo y López de Micay—, el corregimiento de El Plateado se alza como el fortín más custodiado por la disidencia comandada por Iván Mordisco. En menos de 20 años, ese caserío creció hasta triplicar en tamaño y población al casco urbano de Argelia y convertirse en una de las zonas más disputadas del sur del país.

Durante el último año, ese punto ha sido el talón de Aquiles de la negociación de paz que el EMC adelanta con el gobierno de Gustavo Petro. Entre otras cosas porque su conexión geográfica lo convierte en un corredor estratégico de economías ilícitas que nutren el poder económico de esa disidencia. Por ello, el Gobierno ha intentado tomar el control y que en ese punto se haga el plan piloto para implementar la política de sustitución de cultivos de uso ilícito.

Ahora más que nunca podría decirse que, por todo ello, el cañón del Micay es la prueba de fuego de esos diálogos, que ya completan cinco meses. De hecho, este domingo una parte de las delegaciones de Gobierno y el grupo disidente -que viajaron hace dos días al Cauca- empezaron una reunión que busca acelerar el acuerdo de transformación territorial que desde octubre ha estado paralizado y que, según conoció Colombia+20, no pudo concretarse en el cuarto ciclo de negociaciones que terminó hace una semana en Guaviare.

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Semanas antes de la llegada del Gobierno, en medio de la mayor tensión entre el Ejército y el EMC por el control de El Plateado, Colombia+20 hizo un recorrido por la región y evidenció la complejidad de aterrizar la apuesta del Gobierno en este territorio.

“El Gobierno dijo que quería llegar aquí… que venga, pero con proyectos y propuestas. Nosotros nunca nos hemos opuesto a que el Ejército entre al territorio con eso de la Operación Trueno, por ejemplo. A lo que sí nos hemos opuesto es a lo que el Gobierno dice. El presidente dice: ‘vamos a recuperar el Cañón del Micay’. ¿Recuperar qué si nunca ha invertido un solo peso? Para nosotros no hay ninguna recuperación. Aquí solo ha habido guerra, desplazamientos y amenazas contra los líderes sociales”, dijo a Colombia+20 Juan Pablo Giraldo, líder de la zona.

Petro, cuya elección presidencial fue apoyada por el 85 % de los votantes de El Plateado, mostró su primera acción directa para tomar el control de esta región en agosto de 2023, cuando lanzó la operación Trueno, que desembarcó a más de 1.000 militares en la región con la promesa presidencial de “liberar al Micay de la economía ilícita” para transformarlo en “una región cafetera en manos del campesinado de la región”. A eso le sumó un mensaje a los disidentes: “He dado la orden al Ejército de tomar El Plateado. No nos podemos vestir de revolucionarios y ser traquetos en el alma”.

Sin embargo, siete meses después, el mandato del jefe de Estado sigue sin cumplirse. Lo mismo ocurre con un acuerdo de “transformación territorial” para el Micay impulsado por el EMC que no tiene ningún avance significativo hasta ahora.

La ruta que no existe en los mapas y es custodiada por disidentes

Para llegar al corazón del Micay hay dos vías. La carretera 25 de las rutas nacionales, que pasa por los municipios de El Bordo y Balboa. Es la opción que permite llegar hasta Argelia con menor riesgo de retenes de grupos ilegales. Pero la historia es otra por la vía que inicia en El Tambo. Desde ese municipio, el precio es otro: el cañón también es un animal en custodia.

La ruta ni siquiera aparece en los mapas de Google, pero existe y se configura como un paso a la parte más inaccesible del Micay. Es la zona que está controlada por la disidencia de Mordisco, conformada en su mayoría por excombatientes de las antiguas FARC que se apartaron del Acuerdo de Paz.

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Ese fue el recorrido que hizo este diario por centros poblados y aldeas como Huisitó, Honduras, La Hacienda y La Paz, y el corregimiento de San Juan de Micay con destino a El Plateado (ver mapa), donde en octubre pasado se selló un polémico acuerdo entre el Gobierno y ese grupo armado —revelado por Colombia+20— para permitir que hombres del Ejército y la Policía pudieran ingresar durante tres días al corregimiento y custodiar las elecciones regionales .

El pacto fue leído como un pedido de permiso a la disidencia para que la fuerza pública pudiera ejercer su labor, y terminó con la expulsión de casi 200 militares tres días después.

Mapa de una parte del cañón del Micay. Dé clic en los puntos para conocer más sobre cada zona.

El único trecho que aparece en Google es el que comunica a El Tambo con Huisitó, un trayecto de 40 kilómetros que, según los cálculos de Google, toma una hora y media, cuando en realidad puede tardar el doble por las condiciones del camino. Todo lo demás es ese cúmulo de piedras que no han sido pisadas por la autoridad estatal, excepto el día en que salieron a la fuerza los soldados que no respetaron el acuerdo de El Plateado.

En toda la zona el EMC es la ley y la autoridad. Es quien resuelve las controversias, controla qué carro sube y cuándo, impone el impuesto de gasolina, de cultivos y hasta el de carreteras, que pagan casi todos para mejorar esa trocha; además, regula los más de 15 laboratorios de procesamiento de pasta base y las cuatro estaciones de gasolina que se alcanzan a contar en los casi 150 kilómetros de camino que recorrimos. Es el custodio, amo y señor.

Desde muy pronto el paisaje está inundado de coca y, por si quedan dudas de quién manda en el territorio, hay pintas de grafiti en las destartaladas señales del camino, en casas, tejados, postes de madera, en algunos jeeps y pancartas que cuelgan de palos improvisados o de los mismos cultivos. En todos el mismo mensaje: “Frente Carlos Patiño, 59 años de lucha”, o “Frente Jaime Martínez”.

Otros letreros le hacen homenaje a Jacobo Arenas o Manuel Marulanda Vélez, los fundadores de las FARC, guerrilla que controló el Micay desde la década de 1980 hasta el 2016, cuando el frente octavo salió por cuenta de la firma del Acuerdo de Paz. También hay carteles con la imagen de quienes traicionaron el proceso y se rearmaron para apoderarse de la región, como Leider Johani Noscué (‘Mayimbú’), quien lideró la Jaime Martínez hasta que fue asesinado en 2022. Algunos más están sobrepuestos a inscripciones del ELN. Eso sí, todos culminan con la frase “Seguiremos defendiendo al territorio y a sus comunidades”.

“A lo que sí nos hemos opuesto es a lo que el Gobierno dice. El presidente dice: ‘vamos a recuperar el Cañón del Micay’. ¿Recuperar qué si nunca ha invertido un solo peso? Para nosotros no hay ninguna recuperación”

Juan Pablo Giraldo, líder de la zona

Huisitó, un pueblito de no más de 10 calles polvorientas, es el punto que conecta con el resto de poblados de la zona y se podría decir que es el más desarrollado de ese tramo, al menos hasta que se llega a El Plateado. A la plaza principal, que solo tiene una vía pavimentada con placa huella, llegan los jeeps con comida y suministros -la mayoría, insumos que sirven para los cultivos de coca o su transformación en pasta base-.

El resto son casitas de un piso con tejas de zinc que contrastan con las camionetas 4x4 de alta gama, los billares, los prostíbulos y los numerosos puntos donde se juega cacho, el juego de dados. Es normal ver a grupos de hombres alrededor de la mesa apostando -y perdiendo plata-.

Es que casi todos los espacios públicos los ocupan los hombres, incluso son ellos los que hacen la “inspección sanitaria” a las mujeres que ejercen la prostitución. Les piden un carné de salud donde tienen acceso a toda su historia clínica y que deben certificar que no poseen Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS). Aunque las ETS son transmitidas tanto por hombres como por mujeres, el trámite es solo para ellas. Casi todos los pueblos tienen esa misma reglamentación.

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Algunos de los máximos comandantes que se mueven por la zona tienen como epicentro este punto del Cauca, donde todo pasa a ojos de todos. En la plaza la gente se da cuenta de los forasteros y esos mismos ojos que no dicen nada parecen comunicarlo todo. Están pendientes de las camionetas que suben y bajan, de quienes llegan a la calle que sirve como terminal de transporte y de quienes se bajan de los jeeps. Cuentan, informan y advierten. Allá nada pasa si no se autoriza que pase. Y por la misma razón, nadie habla.

Al menos 40 minutos más abajo por una trocha que empieza a hacerse cada vez más estrecha está Honduras, un caserío compuesto por apenas cuatro cuadras de casas de madera pintadas de colores vivos, ubicadas alrededor de una precaria cancha de fútbol y con una piedra azul gigante con el salmo 22 de la Biblia inscrito: El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Lo más exótico del lugar es un pequeño hotel ubicado en el segundo piso de una de las pocas casas hechas en concreto. Un hombre muy joven custodia el lugar con un arma de largo alcance que intenta camuflar en su espalda. El caserío es apenas un lugar de paso que marca la mitad del camino hacia El Plateado. Al ser uno de los puntos más bajos del cañón, permite tener control sobre todo lo que sube y baja hacia los otros corregimientos y veredas.

De vez en cuando un par de perros se ladran entre sí y al fondo de la cuadra se ve el humo de un modesto caldo que se cocina lentamente y sin proteína. La mayoría de las personas evitan hablar con nosotros y con mucha dificultad nos responden el saludo. “Si usted llegó hasta Honduras es porque ya le dieron el permiso de pasar. No hay otra posibilidad para hacer ese cruce”, dice una pobladora de la región.

A esas alturas ya se divisan con claridad las aguas del río Micay -que en algunos tramos se mezcla con el río Joaquín- y que van delineando el cañón. El afluente es una de las vertientes más importantes del Pacífico por su conexión con el mar y porque permite el paso hacia el Valle del Cauca y Nariño. Esa es la razón por la que es una de las rutas de drogas más apetecidas y, por tanto, más disputadas. Según la Fundación Paz y Reconciliación, Pares, los principales nichos en disputa por las estructuras armadas ilegales son “las rutas y la salida al océano Pacífico para el envío de lanchas con droga hacia Centroamérica, el tráfico de gasolina y armas, la minería ilegal y los cultivos de uso ilícito en las partes altas de los ríos”.

En San Juan de Micay, una de las últimas paradas antes de llegar a El Plateado, pernoctaron los soldados que fueron expulsados de El Plateado. La población, temerosa de dar posada a los uniformados, dispuso de varias banderas blancas en las calles del pueblo, la cancha de fútbol y hasta en el “puente” quebrado que antes había a la entrada, y que han quedado como rastro de ese día.

Aunque casi nadie se anima a hablar, algunos líderes se acercan con una larga lista de reclamos.

“Tenemos vías porque nosotros las hemos construido con esa hoja de coca que quieren sustituir. Desde aquí nadie se opone a eso, pero es que no lo han hecho. El PNIS (Programa Nacional de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito) fue un fracaso. Querían que dejáramos de sembrar para quedarnos sin nada como les pasó a otros lugares. Ni qué decir de los colegios, los puestos de salud, la ambulancia. Eso ha sido un trabajo de la comunidad”, dijo a Colombia+20 el líder Giraldo.

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Justo el día de nuestra visita, el colegio del corregimiento, llamado Centro Educativo Nayita, conmemoraba el grado de niños y niñas del programa de atención a primera infancia. La ceremonia ocurría en uno de los tres salones cuya construcción está terminada.

Los otros siete salones no llegan ni a obra negra. Son más tierreros delimitados por polisombras y palos de caña, que también sostienen las pizarras. Además, no hay pupitres fijos. Todos están amontonados bajo un techo improvisado a la espera de que quien lo necesite, tome uno.

Las mamás de los niños dicen que como los escritorios no alcanzan, los estudiantes o pierden la clase ese día o les toca tomar la lección cuando haya jornada en la tarde. Los padres denuncian que, algunas veces y sobre todo cuando llueve, los profesores tienen que juntar a varios cursos para tomar lecciones conjuntas.

El Plateado, el talón de Aquiles de los diálogos de paz

El destino final de este viaje aparece ante nuestros ojos tras pasar al menos dos retenes y una imponente montaña. El sol se posa sobre los tejados de zinc de las primeras casitas del barrio Puertas del río, el punto de entrada a El Plateado.

No son ni las 9 de la mañana y hay música por todo lado. Sale de cada cuadra, de las tiendas de abarrotes, de las droguerías, de los mercados de baratijas y de una u otra tienda donde ya hay hombres bebiendo. Suena música de plancha, vallenatos, las emisoras que alcanzan a coger señal y norteña, sobre todo música norteña. Ese mismo día de la visita se anuncia a todo taco que la banda MX se presentará en el coliseo del corregimiento.

Hay puestos de jugos y dulces, de raspados y de una bebida con dulce de caña. En la plaza central, la misma a donde llegaron los soldados tras el polémico acuerdo con el Gobierno para custodiar las elecciones, cuelga una pancarta enorme con la cara de Manuel Marulanda Vélez que dice: Bloque Occidental Jacobo Arenas. Frente Carlos Patiño.

El resto del paisaje está compuesto por casas en ladrillo, sin pañetar, otras a medio construir y unas cuantas ostentosas, con vidrios polarizados, mármol en la fachada, de tres o cuatro pisos.

Los guerrilleros pasean por el pueblo sin camuflado porque no es necesario. “Aquí uno sabe quién es quién”, me dice con discreción una líder de la región.

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La presencia de miembros de la disidencia en territorios como El Plateado plantea retos importantes y es uno de los temas sobre la mesa de diálogos. De hecho, uno de los documentos claves que se logró en la cuarta ronda de conversaciones, llamado ‘Protocolo de comunicación para evitar incidentes y contacto armado con la fuerza pública’, establece en una de sus claúsulas: “El Estado Mayor Central ratifica su compromiso de no permanecer ni transitar armados ni uniformados en cabeceras municipales ni en vías primarias; se extiende este compromiso a los centros poblados donde haya presencia permanente de la Policía Nacional, las vías terrestres primarias y secundarias”.

Según conoció este diario, ese fue uno de los temas que tomó más trabajo acordar en la mesa, especialmente por lo que pasa en el Cauca. La reunión que tendrán las delegaciones en El Tambo y que, según conoció Colombia+20, se extenderán por el resto de semana, tendrán que tocar ese punto.

Casi todo el pueblo se concentra en una competencia de motocross que se está realizando ese día. La pista es una de las tantas calles de barro ubicadas a orillas de los que muchos llaman “la cerca” o “el límite”, que no es más que un río que funge como frontera entre la zona donde comienza el poder de esa disidencia del lugar donde están ubicados los soldados del Ejército.

Apenas arriba de ese río, en la punta de una montaña, se ve una antena de transmisión donde, según los pobladores, está el campamento del Ejército. Hacia ese lugar es justo donde se alza la “parte” alta de Argelia en la que el control lo disputa la Segunda Marquetalia, la otra disidencia de las FARC, y una facción del ELN.

La importancia de ese punto del cañón del Micay también radica en que es el enroque entre lo que llaman la parte baja y la parte alta de una porción generosa de ese enclave cocalero. Desde El Plateado es de donde sale el grueso de la cocaína que se produce en la zona. El alcaloide navega sin problema por el río Micay desde San Juan de Mechengue, pasa por López de Micay y puede tomar la salida hasta los corregimientos de Boca Grande y Candelaria.

A ese corredor estratégico le debe su poder económico la disidencia de Mordisco del Cauca, que se basa en las extorsiones y narcotráfico. “Allí también hay explotación ilícita de oro y una acción depredadora sobre el río Micay y toda la ruta del narcotráfico, de la cocaína”, explica Camilo González Posso, que además de ser el jefe negociador del Gobierno, ha investigado durante décadas la violencia en Colombia.

Además, los dos frentes que operan en la zona, el Jaime Martínez y Carlos Patiño, no son tan proclives a los diálogos como otras estructuras del grupo y eso, señalan varios informes, podría convertirse en un “palo en la rueda” para las negociaciones.

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“Nosotros esperamos que no sean ese palo en la rueda en el proceso. Lo único que podemos decir es que tenemos un vacío para agilizar esta territorialización, esos planes territoriales y la acción frente a economías ilícitas. Pero es cierto que hay una lentitud que tenemos que superar. Eso es cierto. Esto ya es una apreciación política que yo haría y es que sí hay resistencia a una intervención efectiva de las instituciones del Estado y a la presencia de la Fuerza Pública es lo que no ha permitido que se vaya más allá en la suscripción de protocolos de implementación”, dice González Posso.

Un reciente informe entregado por la fundación Conflict Response (CORE) sobre las disidencias de las FARC pone de presente esos obstáculos en el proceso de paz y las divisiones internas. “La importancia que el EMC le ha dado a mantener el control del Cañón de Micay y lograr el control de todo Argelia, según numerosas fuentes, es motivado por un interés de controlar los cultivos de coca, los cristalizaderos y las rutas del tráfico hacia el Pacífico”, dice el documento.

La otra vía por la que sale la droga parece un imposible porque parte de López de Micay hacia la región del Naya, una productiva ruta que hace tiempo dejó de ser un tramo oculto. El camino tampoco existe en los mapas, pero varios pobladores cuentan que se hace a lomo de burros y que se está cobrando un impuesto con el que se está construyendo una “carretera” con salida al mar. La “obra” cuenta con la ayuda de algunos frentes del EMC que están presentes en el Valle del Cauca.

Desde cualquiera de esos dos puntos del Pacífico caucano salen sumergibles cargados de kilos de cocaína con rumbo hacia Tumaco, Buenaventura y otros destinos.

Están construyendo una carretera con un impuesto que le cobran a casi todos, incluso a los raspachines, para el mantenimiento de la vía. Es para esta, pero algo destinan para la otra hacia el mar”, cuenta un poblador que como casi todos prefiere no dar su nombre.

Con ese panorama a cuestas, el Gobierno intentará que las reuniones de la próxima semana con esa disidencia se conviertan en acuerdos concretos para el Cauca -como se han tenido con Caquetá y Catatumbo- de cara al quinto ciclo de diálogos que se realizará después del 20 de abril en Ocaña, Norte de Santander.

El reto es enorme no solo para que los frentes del Cauca se comprometan con estas negociaciones de paz, sino porque el Gobierno necesita acelerar el proceso y mostrar avances. Pero sobre todo ello, una presencia del Estado en esos territorios podría impedir el acelerado aumento de otros grupos que intentan ingresar al territorio, como la Segunda Marquetalia y el ELN. Espere ampliación de este tema en la segunda entrega de este reportaje que en la edición impresa y digital de Colombia+20 de El Espectador de este lunes.

✉️ Si le interesan los temas de paz, conflicto y derechos humanos o tiene información que quiera compartirnos, puede escribirnos a estos correos: cmorales@elespectador.com; jrios@elespectador.com o aosorio@elespectador.com.

Cindy A. Morales Castillo

Por Cindy A. Morales Castillo

Periodista con posgrado en Estudios Internacionales. Actualmente es la editora de Colombia+20 de El Espectador y docente de Narrativas Digitales de la Universidad Javeriana.@cinmoralejacmorales@elespectador.com

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