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—Bueno, ¿y por dónde cojo?
—Decida usted. Pero ojo, que si va por el puente de 7 de abril va a encontrar peajes a la lata.
Son más sinceros que los políticos. Sacan plata, sí, pero no mienten diciendo que será usada para invertir en la sociedad. En sus rostros está el deseo por lucrarse e invertir para que la fiesta siga por, al menos, dos días más.
Usan pelucas multicolores, crestas puntiagudas, trenzas de cabello postizo o un simple trapo para cubrirse los rostros del "mono" que ataca sin compasión, minutos previos a la llegada del mediodía. Andan con los cabellos oxigenados, las caras enmaizenadas y los cuerpos aguardientados. Son apresados por el espíritu carnavalero y lo aprovechan para salir a las calles en busca de dinero.
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Se trata de personas que, durante los cuatro días de fiesta, se dedican a detener vehículos y las técnicas les sobran: andar por la mitad de la calle con la mano alzada, estirar una cabuya desde un andén hasta el otro para que funcione como barrera antimovimiento, aproximarse a las ventanas cuando los carros pasan por baches que los ralentizan. Luego fruncen el ceño con la cabeza levemente inclinada y abren la palma de la mano; ponen en escena la expresión 'plata fácil'.
Los taxistas nunca antes estuvieron más felices de la existencia del vidrio polarizado y los seguros en las puertas. Sí, les temen, sí, son prejuiciosos. Sus preconcepciones nacen de experiencias amargas sucedidas en los barrios 7 de Abril, La Sierrita, Continente, Kennedy, Santuario; lugares en que grupos con nombres curiosos, como los Toma Sopa, llevan a cabo sus fechorías.
Fueron ocho peajes clandestinos durante una carrera que costó $12.000. Iban a ser $15.000, pero el quejido de una señora consiguió reducir el precio. Es fácil intuir la razón que motivó al taxista a intentar cobrar más de lo necesario y cuál sería el paradero potencial de los $3000 restantes.
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