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Combatiendo el estigma del sida

La organización sin ánimo de lucro Fundamor atiende a niños enfermos con VIH que han sido abandonados por sus familiares. Guillermo Garrido Sardi, su creador, es uno de los nominados en la categoría salud y bienestar.

Dora Glottman
12 de noviembre de 2014 - 01:01 p. m.

uillermo Garrido Sardi sabía que su vida tenía que cambiar. Hace más de 20 años fue víctima de un secuestro del cual no le gusta hablar; sólo cuenta que hubo un momento decisivo en el que entendió que, si quedaba en libertad, su vida estaría al servicio de otros menos afortunados. “No quiero que esto parezca una promesa. Es un llamado que al comienzo no tuve claro”, asegura.

Fue un habitante de calle quien le mostró el camino a seguir. En medio de su búsqueda de una transformación, Garrido visitó en Bogotá uno de los primeros hogares colombianos para enfermos con sida. Ahí conoció a un indigente enfermo. “Él cogió una libreta, se puso a escribir nombres, arrancó el papel, me lo entregó y me dijo: ‘Estos son diez indigentes en Cali que se están muriendo de sida. Búsquelos’”, recuerda.

Siguió las instrucciones, se fue a Cali y empezó la búsqueda. No fue fácil. Por miedo al rechazo, muchos se escondían bajo los puentes, en pequeños callejones y alcantarillas. Finalmente los encontró y creó con ellos el primer hogar Fundamor, en San Antonio (Valle), en 1992. Con el apoyo de su esposa, Virginia, y sus hijos nació la fundación que se dedicaría a cuidar enfermos de sida durante sus últimos días de vida.

“Con el tiempo comenzaron a llegar niños con sida. Eran los hijos de padres que fallecieron por la enfermedad, pero que si eran bien atendidos no tenían por qué morir”, asegura Garrido. Fue por cuenta de esos pequeños sobrevivientes que Fundamor cambió su misión y se dedicó a terminar de criar y sacar adelante a esa generación. A la fecha, la fundación ha tenido que enterrar 12 niños, pero más de 600 han sobrevivido. Además de asegurarles el 100% de cobertura en salud, la organización también se encarga de su educación y transición hacia la vida adulta.

“Yo no conozco mi familia, mi familia es este lugar”, dice uno de los jóvenes beneficiarios. Es imposible saber si tiene familiares, pues lo dejaron abandonado y, según la experiencia de Garrido, eso sucede cuando son padres enfermos que saben que les queda poco tiempo de vida. Lo cierto es que hoy es un adolecente que quiere con ser joyero profesional y puede darse el lujo de soñar. Sabe que tiene que cuidarse, pero también que va a vivir.

La crianza de esos niños es como la de cualquier otro hasta que cumplen cierta edad y llega el momento de tener una conversación con Garrido. Una charla que, como dice el joven, les salva la vida. “Cuando tienen uso de razón se les dicen las cosas de frente, la enfermedad que tienen y que deben tomarse todos los días los medicamentos. A la hora que toca. Poco a poco van entendiendo que tienen que cuidarse”, explica este titán.

El hogar de Fundamor en Cali está lleno de vida, de sueños. Garrido no olvida los nueve enfermos de sida que fallecieron en la primera casa que fundó, recuerda su travesía entre las entrañas de una ciudad que no los comprendía y, peor aún, que les temía. Por eso hoy los evoca mientras a su alrededor juegan niños y adolescentes que, gracias a su cuidado y a la ciencia, no correrán la misma suerte.

Por Dora Glottman

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