El nuevo amanecer de las artesanas de Florencia

En la urbanización La Gloria, de la capital del Caquetá, diez mujeres conforman el colectivo Sueños de Paz, que crea piezas decorativas ecológicas basadas en los símbolos de la Amazonia.

Estefanía Pardo Donado
10 de octubre de 2019 - 10:00 p. m.
Las artesanías amazónicas llevan por nombre “Ñatamus”, que en lengua Uitoto significa “nuevo amanecer”.  / Juan Pablo Gaitán.
Las artesanías amazónicas llevan por nombre “Ñatamus”, que en lengua Uitoto significa “nuevo amanecer”. / Juan Pablo Gaitán.

En los años 80 la narcohacienda El Puerto —ubicada en zona rural de Florencia, Caquetá, que perteneció a Leonidas Vargas, alias el Viejo— era una versión reducida de lo que fue la Hacienda Nápoles para Pablo Escobar. Dentro de ella había una pista de aterrizaje, un club social, una pequeña réplica de la plaza de toros de Las Ventas de Madrid y una discoteca. Los habitantes de ese municipio fueron testigos de fiestas que duraron días. Vargas, quien fuera el capo del narcotráfico en Caquetá, tenía más de cien hectáreas para hacer y deshacer a su antojo.

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En 2004, ese terreno pasó a manos del Estado y en 2010 se decidió crear una urbanización para reubicar a las familias damnificadas por la temporada invernal y a la población víctima de la violencia, con una proyección de 4.500 viviendas, entre edificios y casas. Hoy, el lugar donde estaba la hacienda es una zona urbana en la que se está terminando de construir el proyecto habitacional de vivienda gratuita más grande del Caquetá.

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“Los beneficiarios fueron llegando poco a poco. Hasta hoy tenemos aproximadamente 1.200 viviendas. El 95 % de los residentes son población víctima de la violencia”, dijo Diana Tamayo, directora regional Caquetá de ACDI-VOCA, ONG norteamericana que fomenta el crecimiento de iniciativas que generen oportunidades y mejoren la calidad de vida de las comunidades.

En este barrio también queda la sede de La Casa del Pensamiento llamada “Club Juvenil”, donde dictan talleres de audiovisuales, tejidos, danza, teatro y es el punto de encuentro para un grupo de mujeres artesanas que hicieron catarsis de un pasado violento a través de las manualidades.

Son diez mujeres que conforman el colectivo artesanal Sueños de Paz, una iniciativa que lleva unos cinco años en funcionamiento y se dedica a fabricar piezas para decorar interiores. Ellas se definen como “un círculo de protección, hermandad y reconciliación”. El objetivo principal de sus artesanías es construir un mejor futuro para ellas y sus familias.

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“Nosotras vivimos solamente de esto. Somos madres cabeza de familia, entonces estamos dedicadas a crear y vender para mantener nuestros hogares”, dijo María del Rosario Arrigui, miembro del colectivo de artesanas.

María Nelsy Moreno también hace parte de la inciativa. Nació en Manizales, pero se radicó en Florencia hace más de treinta años. Esta docente de profesión, con más de 25 años de experiencia, se vio forzada a huir de la vereda San Vicente donde trabajaba. Entre el final de los años 80 y principios de los 90 los profesores de las zonas rurales eran amenazados por los grupos armados ilegales, como las Farc, quienes se asentaron al norte del Caquetá, y los paramilitares, al sur del departamento. “Desde entonces no quise seguir ejerciendo porque la cosa se puso muy difícil”, explicó la mujer.

Los docentes, en esa época, fueron víctimas de la violencia guerrillera, estatal y paramilitar. La Federación Colombiana de Educadores (Fecode) registró que entre 1986 y 2011 fueron asesinados 889 de sus afiliados, 2.733 fueron amenazados, hubo 122 detenciones arbitarias, cuarenta secuestros, 53 desapariciones, 37 víctimas de atentados y 19 torturas, según el libro Sindicalismo asesinado, de Juan Carlos Celis Ospina.

Moreno se mudó al barrio La Gloria luego de que su mamá recibiera una casa en esa urbanización, porque la suya estaba ubicada en una zona de riesgo por posibles deslizamientos en las temporadas invernales. No conocía a nadie en el sector hasta que en 2015 la invitaron a una reunión en la Casa del Pensamiento.

“Fui citada junto a un grupo de mujeres víctimas del conflicto a una reunión en la que nos planteaban la idea de hacer artesanías y aceptamos. Siempre me han gustado las manualidades y pues llegué a donde era. Desde entonces estamos vinculadas al colectivo artesanal”, aseguró Moreno.

Las artesanías amazónicas llevan por nombre Ñatamus, que en lengua uitoto significa “nuevo amanecer”. “Quiere decir que como venimos de una etapa de sufrimiento nosotras volvimos a nacer con este proyecto. Volvió a salir el sol”, dijo Arrigui Navia.

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Las piezas están hechas con papel reciclable. “Para armarlos se deja el papel en remojo, luego se licua y cuando está secándose se revuelve con Colbón. Mientras eso pasa, vamos dando la forma de la escultura con alambre y luego se va fabricando con el papel convertido en masa. De ahí debemos dejarlo al sol”, explicó la artesana.

El secado depende del clima, explicaron las mujeres, luego sigue el lijado y estucado para luego volver a dejarlo al sol. Finalmente se pintan, resinan y quedan listos para la venta. Sus formas y colores quedan a elección de cada artesana. Cada una le impone su estilo. Los precios varían por tamaño. La artesanía más pequeña cuesta $15.000, las piezas más grandes están entre $60.000 y $70.000 aproximadamente.

Con su trabajo permitieron que el departamento registrara su primera artesanía ante Procolombia, empresa que trabaja por el turismo internacional y la inversión extranjera en el país. Han logrado exportarlas a Italia, Alemania y recientemente a Canadá. En un día hacen unas treinta unidades.

Con sus Ñatamus pretenden dar a conocer a Florencia como un municipio productor y exportador de arte y cultura. Las artesanas de la Casa del Pensamiento trabajan a diario para cambiar el estigma de violencia que por más de cincuenta años marcó esa zona del Caquetá.

Por Estefanía Pardo Donado

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