El pizzero que les cocina a los damnificados en Mocoa

Lidera la cocina que los mismos afectados instalaron en el Instituto Tecnológico de Putumayo y que está a punto de ser cerrada. A pesar de los kits del Gobierno, la gente extraña la comida casera.

Pilar Cuartas Rodríguez
08 de abril de 2017 - 03:00 a. m.
El pizzero que les cocina a los damnificados en Mocoa

A 20 manos se prepara la comida para los 965 damnificados que se refugian en el Instituto Tecnológico de Putumayo (ITP) tras la avalancha que les quitó la vida a más de 300 personas. A un lado está Julieth, una niña de 14 años que menea con cuidado la aguapanela con limón; al frente se ubica la monja Jesusita, que ayuda a servir, y agachada, pelando papas, está Andrea, quien sólo quiere contarle al que se le atraviesa que su nieta de ocho meses la salvó de rendirse cuando le sonrió a carcajadas en medio de los gritos de sus vecinos arrastrados por la ola de lodo y piedras el 31 de marzo. (Lea aquí: Historia de supervivencia en Mocoa: "Íbamos saltando de techo en techo")

Las dos cocinas comunitarias en ese albergue de Mocoa se instalaron desde el sábado para pelearle al hambre. Muchos de los afectados no comieron ni bebieron agua durante un día, han pasado hasta cuatro con la misma ropa y las náuseas son constantes porque el aire huele a muerto. Cada vez que un camión de los que transportan los cadáveres pasa por las calles, incluso si va vacío, deja el pútrido aroma. No dan ganas de probar bocado.

En un principio, los refugiados eran cerca de 1.500, el ITP era el albergue más grande de la ciudad. Pero debido al hacinamiento (hasta 60 personas por salón), el Gobierno empezó a reubicarlos y la cifra disminuyó en un 36 %. Con leña, los damnificados han cocinado por una semana, y desde las 4 de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche están preparando alimentos. El artífice de esta labor se llama Jesús Holguín, un pastuso de 30 años que llegó el sábado a la capital del Putumayo luego de ver las desgarradoras imágenes en los noticieros. (Lea aquí: La historia detrás de la foto del rescate del cuerpo de una recién nacida en Mocoa)

Desde las 4 a.m. hasta pasadas las 10 p.m., los afectados preparan comida en el ITP. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Por no tener la experticia, su ayuda fue rechazada en la Defensa Civil y la Cruz Roja. Así que siguió caminando hasta llegar al albergue, donde ofreció sus conocimientos como pizzero y fue aceptado. Desde entonces no ha dejado de estar al pie de las cuatro ollas. Ni siquiera lo detuvo su espalda, adolorida por dormir en el piso la primera noche. “Chef”, lo llaman todos. Los alimentos han sido donados por personas y organizaciones, a pesar de que el Gobierno ha enviado comida preparada.

La gente agradece la ayuda estatal, pero añora su comida casera. Sobre todo los niños y bebés que piden sopa, ya que las raciones diarias del Gobierno son de seco y bajas de sazón. “No quieren comer eso, necesitan sopa de sancocho, sopa de fideo. Por eso nosotros mismos les cocinamos, porque sus cuerpos no pueden desfallecer. No es justo que nos vayan a desmontar las cocinas que con tanto esfuerzo hemos construido”, dice María Elena Benítez, una de las líderes pendientes de los 17 salones donde habitan temporalmente los damnificados. (Lea aquí: Perritos de Mocoa, los otros afectados que pocos han atendido)

Según Jesús, funcionarios le dijeron que las cocinas comunitarias tenían que desinstalarse por salubridad. Tiene rabia y le brota en lágrimas. “La gente lo que necesita es comer, y comer bien. El desayuno del Gobierno llegó hoy a mediodía y el almuerzo a las 5 p.m.”, relata. Antes de que se anunciara el cierre, el pizzero estaba tratando de conseguir pipas de gas y cinco cocinas industriales, porque cocinar a leña es muy demorado.

Los damnificados se distribuyen tareas para ayudar a cocinar un sancocho para el almuerzo. / Gustavo Torrijos - El Espectador

Sólo le quedan tres días en Mocoa, la meta que se propuso para enseñarle a la gente a cocinarles a sus vecinos, familias y amigos. No se quiere ir sin preparar este sábado una jugosa pizza que alegre a los afectados, para lo que está gestionando que le envíen el horno que dejó en Pasto. “No extraño nada de mi casa, porque sé que donde vivo voy a estar bien. Voy a extrañar más cuando me vaya. Lo que estoy haciendo es poquito, pero espero que la gente coja riendas y más el Gobierno, que ayude”, cuenta el Chef.

A Jesús Holguín todos lo saludan en el ITP, pero afuera es un héroe ignorado. Salvó del hambre a miles de personas, dejó abandonado su negocio de pizzas en Pasto, les dio sus ahorros a su mamá y su hermana para que sobrevivieran mientras él estaba en Mocoa, y nunca le negó un bocado a quienes se lo pidieron, así fuera a medianoche. Ahora quiere ser bombero, “hacer algo mejor para ayudar”. En cada rostro que ve recuerda el dolor de una familia tras una tragedia. La desaparición de su padre a manos de la guerrilla hace 21 años lo hace entender estos dramas. (Lea aquí: Diever Ramírez, héroe en la avalancha de Mocoa)

Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador

Llevaba cinco días sin hablar con su mamá, quien es masajista. Sólo viajó con $100.000, que ya gastó, y al ofrecerle la posibilidad de una llamada se puso a llorar. “Mamá, no te preocupes que de hambre no me muero. Eso es lo de menos, estoy bien. Manden más ayuda, colaboren más, eso no más le pido. Agua es lo que más se necesita. ¿Cómo está Kelly, la bebé, Gina, Michelle y Ángelo? ¿Ya se gastaron lo que les dejé? Estamos hablando. La bendición”. Colgó, dio las gracias y se fue a cocinar.

Pilar Cuartas Rodríguez

Por Pilar Cuartas Rodríguez

Periodista y abogada. Coordina la primera sección de “género y diversidad” de El Espectador, que produce Las Igualadas y La Disidencia. También ha sido redactora de Investigación. @pilar4aspcuartas@elespectador.com

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