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La minga indígena y su protesta pacífica

La protesta pacífica de la minga, que se movilizó desde Cali a Bogotá, fue una muestra de resistencia y paz en momentos de agitación en los que las protestas sociales estaban marcadas por la violencia.

Marcela Osorio Granados
06 de diciembre de 2020 - 02:00 a. m.
Desde abril de 2019 los intentos para facilitar una reunión han sido fallidos.
Desde abril de 2019 los intentos para facilitar una reunión han sido fallidos.
Foto: Diego Cuevas

Hermes Pete tiene la secuencia de imágenes grabada en la mente. Transcurren en su cabeza como escenas cortas de una película, con sonidos fuertes y nítidos. Se ve a sí mismo sentado en uno de los vehículos de la caravana. Adelante y atrás suyo, decenas de carros y chivas siguen la misma fila que avanza a buen ritmo llevando a bordo a más de 8 mil indígenas. O quizás eran 7 mil, o tal vez 9 mil, al final la cuenta se hizo difícil de seguir. La escena sigue. Pete mira hacia la ventana y en una loma ve a varias personas que, con la bandera de Colombia en hombros, salen a su encuentro para ver el paso de la caravana. Hay gritos de apoyo, suenan los pitos de los carros y se leen pancartas y carteles con mensajes de admiración. También hay lágrimas de emoción de sus compañeros y de las personas del común que se van encontrando por el camino. Pasó en Cali, Armenia, Ibagué, Fusagasugá y en Bogotá durante los cinco días que duró el recorrido de 600 kilómetros que hizo la Minga por la Vida, el Territorio y la Democracia, para llegar a la Plaza de Bolívar de la capital, y en un acto simbólico pedirle de nuevo al presidente Iván Duque un diálogo directo con las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes del país.

“La entrada a Bogotá fue triunfal. Fue sorprendente ver cómo la gente salía a recibir a la minga, las calles estaban llenas, había gente en los andenes y en los puentes. Uno miraba los edificios y veía la bandera del CRIC en un cuarto o quinto piso. Nos impactó mucho y nos demostró que la gente anhela un cambio estructural, una propuesta diferente de país”, sostiene Hermes Pete, consejero mayor del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), al señalar que 10 años atrás el panorama habría sido otro.

El impacto por la buena acogida que tuvo la caravana a su paso se debió, en alguna medida, a que incluso antes de que comenzara la minga desde varios sectores habían intentado estigmatizarla y desprestigiarla. Se dijo que estaba infiltrada, que lo que buscaba era la toma socialista del Estado y que la movilización en Bogotá generaría caos y protestas violentas. El resultado, sin embargo, fue bien distinto al pronosticado por los críticos: la movilización fue pacífica y tuvo un importante respaldo ciudadano. Eso sí, la cita con el presidente Duque no se logró.

Desde abril de 2019 los intentos para facilitar una reunión han sido fallidos. En ese entonces la posibilidad se abrió tras una protesta que durante 26 días mantuvo bloqueada la vía Panamericana, y la minga invitó al primer mandatario a una reunión en Caldono (Cauca), para hablar de los problemas que preocupaban a las comunidades. Sin embargo, la iniciativa fracasó al no haber consenso sobre el lugar en el que debía realizarse el encuentro: desde el Gobierno insistían en que fuera en recinto cerrado con algunos representantes de la movilización, y del otro lado pedían un diálogo abierto, de cara al pueblo y con participación de todas las comunidades. Este año la minga pidió de nuevo al presidente un encuentro, esta vez en Cali, pero la propuesta tampoco prosperó.

“El presidente no se sentía capaz de generar una conversación de cara al país, mirando a los ojos, en un debate sincero. O puede que simplemente tenía miedo. El que quedó mal ante el país fue él, no la minga. Siempre manifestó a través de sus voceros que el movimiento indígena le iba a hacer un juicio político a través de la jurisdicción especial indígena, nosotros le manifestamos que no era un juicio, era un debate. Por eso, al darnos cuenta de que no nos iba a escuchar, cambiamos nuestra postura y decidimos ir hasta Bogotá a posicionar la minga como un ejercicio de resistencia propio de los pueblos, recogiendo intereses, propuestas y preocupaciones de distintos sectores”, cuenta Pete.

Para las comunidades la minga representa la fuerza, el trabajo colectivo en busca de un bien común: la defensa de la vida, el territorio, la paz y la democracia. De ahí su convocatoria, su capacidad de reunir a miles de autoridades, consejeros, ancianos, jóvenes y niños para recorrer medio país solo con el propósito de que su voz sea escuchada. Porque los reclamos siguen siendo los mismos. Políticos, más que reivindicativos, pues en los territorios los siguen masacrando, sus líderes caen asesinados en los pueblos, sus comunidades están en riesgo y amenazadas por intereses económicos legales e ilegales, han perdido las tierras ancestrales y los programas y políticas públicas de desarrollo pocas veces tienen en cuenta sus necesidades. “Buscamos la manera de unir alrededor del tema de país, porque esto no es algo que solo afecte al Cauca o a los indígenas. En esa medida trabajamos sobre el marco de propuestas y por eso el carácter de la minga era político, porque esto no es de plata o falta de recursos, es de jugársela por la vida, la tierra, la democracia y la paz”.

La llegada de la minga a Bogotá el 18 de octubre se dio, además, en un escenario complejo, poco después de unas semanas convulsas que había vivido la ciudad en medio de manifestaciones y episodios de violencia por casos de brutalidad policial. Por eso la calma de la movilización y la imagen de la Guardia Indígena encabezando las caminatas y portando solo bastones de mando, dejó lecciones y acalló las voces de quienes esperaban desmanes por doquier. La minga fue sinónimo de paz, y como señala Hermes Pete, demostró que no se puede estigmatizar ni criminalizar la protesta social, que la Guardia no está llena de vándalos ni guerrilleros como lo han señalado muchas veces y que la fuerza de un pueblo puede mover masas cuando la búsqueda es la misma.

Se fueron dos días después, dejando todo en orden, en calma, con la misma motivación con la que llegaron, con la frente en alto y la certeza de que había sido un triunfo y no una derrota. “Muchos dirán que perdimos porque el presidente no nos recibió. Pero nosotros queríamos ir a Bogotá a posicionar la minga, y eso lo logramos. Seguiremos con nuestro camino, porque la idea es sembrar la semilla, contagiar de resistencia al pueblo colombiano, que salga a hacer valer los derechos. La minga fue una ganancia enorme, el presidente es pasajero, no va a estar ahí toda la vida”, puntualiza el consejero del CRIC.

Marcela Osorio Granados

Por Marcela Osorio Granados

Especializada en temas de política, paz y posconflicto. Magíster en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia. Periodista con 15 años de experiencia en prensa, periodismo digital y creación y presentación de productos audiovisuales.@marcelaosorio24mosorio@elespectador.com

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JuanR(72920)06 de diciembre de 2020 - 04:49 p. m.
Los indigenas caucanos solo sirven para taponar la via Panamericana, cultivar coca y amapola en sus resguardos, invadir tierras privadas, violar a niñas de sus propias comunidades, exigir todo gratis al gobierno de turno. Las tierras que les han adjudicados los diferentes gobiernos desde hace décadas, las trabajan solo un 95%. Vengan al Cauca y averiguen que pensamos de esos vagos mantenidos.
  • JuanR(72920)06 de diciembre de 2020 - 04:53 p. m.
    Ah me olvidaba! Faltó decir que vienen a Popayán a tumbar nuestras estatuas. Que pensarian ellos si los "blancos" fueramos a sus resguardos a dañarles sus imagenes ancestrales? No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. Trabajen vagos! Vivan y dejen vivir!
MarcoA(cc67q)06 de diciembre de 2020 - 03:37 p. m.
Larga vida a la MINGA Indígena, a su ejemplo y coraje. La MINGA es vanguardia política y fuerza popular, ingredientes para iluminar el camino de transformación que le urge a Colombia.
-(-)06 de diciembre de 2020 - 01:51 p. m.
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