Nathalia y Rodrigo,seguimos luchando por la vida y por la naturaleza

Un miembro "del mismo grupo de gente rara" de Nathalia Jiménez y Rodrigo Monsalve, los ambientalistas asesinados en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, les presenta este homenaje.

John Edward Myers * / Especial para El Espectador
29 de diciembre de 2019 - 10:26 p. m.
Amigos y familiares de Nathalia y Rodrigo organizaron un encuentro en el Parkway en Bogotá para despedir a la pareja con velas y flores. / John Edward Myers - Especial para El Espectador
Amigos y familiares de Nathalia y Rodrigo organizaron un encuentro en el Parkway en Bogotá para despedir a la pareja con velas y flores. / John Edward Myers - Especial para El Espectador

Quería publicar este relato hace varios días, pero la tristeza, rabia e impotencia que sentí no me dejaban. Y en varias ocasiones me senté a escribir y terminé ahogando el dolor y los llantos en varias pintas de Cajicá Miel.

Me enteré de la noticia el domingo 21 de diciembre, tras una llamada de mi amigo Jota Arango, el fotógrafo paisa, quien hace varios años vive en Santa Marta en una casa alquilada de Ximena Jiménez, la mamá de Nathalia. Jota me contó que la pareja estaba desaparecida desde el día viernes 20 de diciembre y me pidió que moviera mis contactos y redes para apoyar la búsqueda.

Tuve la buena fortuna de conocer a Nathalia en marzo de 2016 en Minca. Yo estaba acompañando a un grupo de pajareros experimentados y destacados periodistas cuando concluíamos una gira por la Sierra, estrenando la nueva ruta de aviturismo del Caribe colombiano, el ya famoso Northern Colombia Birding Trail. Antes del viaje, Inés Cavelier, la subdirectora de Patrimonio Natural, me había comentado “en Minca, vas a conocer a Nathalia; es todo un personaje, te va a encantar”.

Nathalia estaba terminando un trabajo de campo en la Sierra y llegó a Minca para compartir el transporte a Santa Marta con nosotros. A pesar de haber llegado muy tarde, exhausta, y después de varios inconvenientes, llevaba puesta una gigante sonrisa y se tomó el tiempo para presentarse y conversar con cada uno de los invitados especiales. Tenia un aura tangible y brillante, que hizo que los demás se sintieran cómodos, importantes y escuchados.

Durante los años siguientes coincidí con Nathalia y Rodrigo en varias ocasiones. Y aunque no eramos amigos cercanos, formábamos parte del mismo grupo de gente rara --dedicada y excéntrica-- que amaba y vivía en la Sierra: conservacionistas del mar, de la tierra y del agua; defensores del pueblo; pajarólogos; productores de kombucha y cacao; antropólogos; indígenas e indigenistas.

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Después de un momento temporal de esperanza por un reporte indicando que la pareja había sido observada caminando de forma desorientada por las playas cerca de Buritaca durante la tarde del domingo 22 de diciembre, recibimos la confirmación del peor escenario de esta pesadilla el lunes 23 de diciembre en las horas de la mañana.

“Creo que es de lo más bajo que ha pasado en este país de mierda,” me dijó un amigo artista que no quiso ser identificado.

País de mierda es una expresión que evito usar debido al hecho de que yo no soy de acá. Pero tengo que confesar que, en algunos casos, como ante un doble asesinato extrajudicial por ejemplo, tiene sus méritos.

El mismo lunes que salío la trágica y devastadora noticia, los amigos cercanos y familiares de Nathalia y Rodrigo organizaron un encuentro en el Parkway en Bogotá para despedir a la pareja con velas y flores (y muchos perros) al lado de la Estatua del Almirante Padilla.

Esa noche en el Parkway, la luz de centenares de velas alumbraba un pendón colgando entre dos arboles mostrando la ya icónica imagen de Nathalia y Rodrigo, abrazados y sonrientes, mientras la canción Nostalgia de DJ Shakti (Rodrigo) soñaba melódicamente y surreal en la fría noche decembrina. Las palabras "No murieron en vano", "Seguimos luchando", "Hasta la muerte", "Siempre sea con dignidad", "Nathalia y Rodrigo" enmarcaban la pareja en imortalidad.

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Mientras daba mis respetos, reconocí la cara de Mariana Pinto, ecóloga y amiga cercana de Nathalia. “Lo que más me enseñó Nathalia fue el amor por la vida”, me compartió mientras nos hicimos a un lado, cerca de un grupo local practicando Tai Chi. Mariana formaba parte del grupo iconoclasta que mencioné, de los bichos raros de Santa Marta, trabajando en la Fundación Herencia Ambiental mientras termina su tesis doctoral sobre el jaguar y la conectividad sociocultural entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía de Perijá.

“Esto que pasó con ellos”, siguió, “muestra que la gente como nosotros no tiene espacio. Nos sentimos amenazados”.

Cuando regresaba a la casa esa noche me preguntaba cómo se hubiera sentido el almirante José Prudencio Padilla al saber que hoy en día, más de 200 años después de la independencia de Colombia, y más de una década después de la “desmovilización” de las Autodefensas Unidas de Colombia, los herederos de Hernán Giraldo andan como Pedro en su casa asesinando lideres sociales y ambientalistas sobre la Troncal del Caribe.

Al siguiente día, 24 de diciembre, recibí de parte de una amiga de la Defensoría del Pueblo en Santa Marta (quien también ha sido amenazada en multiples ocasiones) una carta a Rodrigo Monsalve y Nathalia Jiménez de sus compañeros de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia. Les dejo un párafo escrito por sus amigos:

"Nathalia y Rodrigo, de ustedes nos queda su legado. Esperemos que su muerte no sea en vano y que sirva para despertar esta sociedad adormecida por la ignorancia y el temor a cambiar, a pensar y a vivir en un mundo cada vez más incomprensible, donde lo más elemental, que es el respeto por la vida, lo recuperemos como especie".

*  Conservacionista, pajarero, atleta de montaña. Actualmente es el director de innovación social para Conservación Internacional Colombia. Las opiniones expresadas son suyas.

Por John Edward Myers * / Especial para El Espectador

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