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Relatos país: el premio que honra el legado de Guillermo Cano Isaza

A 39 años del asesinato del director de El Espectador, la fundación que lleva su nombre entregó por primera vez un premio que exalta la crónica como herramienta para narrar a Colombia desde sus regiones, memorias y voces menos escuchadas. La crónica ganadora es “Cuando el miedo se llena de agua”, un relato sobre la cotidianidad del pueblo San José de Uré en Córdoba.

Redacción Colombia

17 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.
Relatos país: el premio que honra el legado de Guillermo Cano Isaza./Imagen de referencia.
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El periodismo que defendió Guillermo Cano Isaza se basaba en una idea simple, pero exigente: escuchar. Escuchar a las regiones, a las víctimas, a quienes viven el país lejos de los focos mediáticos. Este 17 de diciembre, cuando se cumplen 39 años de su asesinato, esa visión toma nueva forma con la primera entrega del premio Relatos de país. Una convocatoria que reúne historias desde distintos rincones del país, donde la crónica se erige como herramienta para comprender la diversidad, los desafíos y las voces que conforman la nación. Con este premio, se rinde homenaje a la memoria de Cano, quien entendió que, solo a través de la escucha profunda, se puede contar verdaderamente el país.

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El premio Relatos de país, impulsado por la Fundación Guillermo Cano Isaza, nace de esa convicción profunda de que Colombia se entiende mejor cuando se cuenta desde lo simple, desde lo cotidiano, desde las voces que rara vez llegan a las portadas. En esta primera edición, el jurado recibió 129 textos provenientes de distintos rincones de Colombia, marcados por memorias familiares, conflictos territoriales, resistencias comunitarias y relatos íntimos atravesados por la historia colectiva. La deliberación final destacó no solo la calidad literaria de los textos, sino también su capacidad para construir sentido de país, para narrar lo que duele, lo que resiste y lo que persiste, sin recurrir a lugares comunes ni miradas complacientes.

El primer lugar fue otorgado a Alex Manuel Galván Guzmán por su crónica “Cuando el miedo se llena de agua”, un relato situado en San José de Uré, en el Alto San Jorge cordobés. Licenciado en Ciencias Sociales, especialista en Derechos Humanos y Memorias Colectivas, Galván ha desarrollado una trayectoria como investigador social y escritor centrada en los mundos de vida anfibios, el conflicto armado y el dolor de la naturaleza. Miembro de EntreRíos museo, fue nominado al Premio Gabo 2025 por su trabajo sobre resistencia “queer” en la comunidad embera katío. En su texto ganador, el jurado destacó una voz propia, potente y contenida, capaz de retratar el miedo sin estridencias y de convertir la vida cotidiana en una síntesis de país.

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El segundo lugar fue para Esteban Ortiz Montoya, autor de “El bajo Anchicayá: donde la selva canta y la esperanza muere”, una crónica de viaje escrita desde Cali que combina observación sensible, memoria ambiental y reflexión social. Psicólogo y magíster en Educación de la Universidad Javeriana, Ortiz ha trabajado durante décadas en el desarrollo humano, la educación y la construcción de organizaciones con sentido social. Su obra literaria dialoga con esa mirada humanista, y en los últimos años se ha ampliado a la fotografía de aves y naturaleza, con publicaciones en instituciones académicas, ambientales y culturales. Su relato fue valorado por una prosa musical que contrasta la exuberancia del territorio con la violencia que lo asedia.

El tercer reconocimiento fue para Catalina Porras Suárez, periodista y creadora audiovisual, por su texto “Bajo el techo del diablo”, una crónica que recorre la historia y la cotidianidad del municipio de Tópaga, en Boyacá. Porras ha desarrollado un trabajo que cruza investigación, crónica y periodismo de soluciones, con énfasis en la experiencia humana y la relación entre cuerpo, territorio y comunidad. Ha escrito para medios como Bienestar Colsanitas y Bacánika, y su escritura se caracteriza por una observación atenta y empática. El jurado destacó su capacidad para narrar lo local sin exotizarlo y para convertir detalles culturales, religiosos y simbólicos en una lectura compleja del pasado y del presente.

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Además de los tres textos ganadores, el jurado otorgó un reconocimiento especial al texto “Donde el silencio habla: la vida de Kendrik en Providencia”, de Luz Marina Livingston Bernard, una crónica sobre un joven pescador sordomudo que se perdió en el mar. La autora falleció pocos días después de enviar su texto, y el homenaje póstumo subraya el sentido profundo del premio: preservar voces, cuidar relatos y entender la escritura como memoria viva. Asimismo, el jurado recomendó la publicación de otros siete trabajos finalistas, como estímulo a sus autores y como muestra de la diversidad narrativa que emergió en esta primera convocatoria del premio en memoria del director de este diario.

La Fundación Guillermo Cano Isaza recalcó en la convocatoria para el premio que revisar el correo de los lectores era, para él, una forma de entender a Colombia. “Con historias de Campoalegre en el Huila o de Hatillo de Loba en Bolívar; con noticias de Puerto Nariño en Amazonas o de Manaure en La Guajira, con crónicas de Jardín en Antioquia o de Ipiales en Nariño, Cano iba armando el rompecabezas colombiano y al publicar en El Espectador las realidades de cada lugar, contribuía a que los colombianos nos descubriéramos como país y que, como tal, buscáramos en conjunto la conformación de una sociedad más justa y más igualitaria para todos”.

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Ese mismo gesto inspiró la convocatoria: leer el país a través de quienes lo habitan, reconocer la diversidad cultural, los oficios, los conflictos, la geografía y las memorias que componen la vida cotidiana nacional. En tiempos de polarización y ruido, el premio apuesta por la pausa, la escucha y la palabra bien trabajada. El jurado resumió los relatos seleccionados como trabajos que no idealizan la realidad, pero tampoco renuncian a la esperanza; que narran, desde la herida, la dignidad y la persistencia, el país que don Guillermo Cano defendió: uno que se reconoce en sus márgenes, que enfrenta la violencia sin negarla y que confía en la palabra como herramienta para lograr esa sociedad “más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera” que describió en el último editorial que firmó hace ya 39 años.

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