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Agua Bonita (Caquetá), el primer centro poblado de excombatientes de las Farc

Mientras en otros espacios de reincorporación el Gobierno está negociando los predios, en La Montañita los exguerrilleros ya son los dueños de la tierra. Ya funcionan como corregimiento y están listos para quedarse después de agosto.

Sebastián Forero Rueda - @Sebasforeror
15 de julio de 2019 - 12:00 p. m.
La biblioteca es ahora un centro de formación a distancia para excombatientes y sus hijos.  / Fotos Mauricio Alvarado
La biblioteca es ahora un centro de formación a distancia para excombatientes y sus hijos. / Fotos Mauricio Alvarado

No para de llover en Agua Bonita. Llevamos casi una hora sentados en una mesa del estadero con Federico, uno de los líderes de este espacio de reincorporación del Caquetá, mientras afuera el diluvio va embarrando todos los caminos. La idea es averiguar por qué este espacio es el más exitoso en todo el país, el de mostrar, “la joya de la corona”. Federico Montes es el gerente de la cooperativa y una de las caras más visibles de Agua Bonita.

—¿Por qué es tan exitoso este espacio?

—Yo no lo llamo éxito. Considero que también hemos tenido suerte. En la mayoría de los espacios uno mira que se están haciendo muchos esfuerzos para mantener el proceso y sacarlo adelante. Pero sí hay que resaltar la capacidad que hemos tenido para mantener una dirección unificada. Aquí todos trabajamos hacia un mismo objetivo. Hoy lo que tenemos es que Agua Bonita nació siendo una zona veredal, pero esto va a ser un corregimiento. Eso es lo que estamos proyectando.

A lo que hoy es el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Agua Bonita, ubicado en el municipio de La Montañita (Caquetá), a menos de una hora y media de la capital, Florencia, llegaron hace más de dos años alrededor de 300 guerrilleros en armas. En su mayoría, habían integrado el Bloque Sur y venían de los frentes 3, 14 y 15.

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Quienes hoy permanecen aquí recuerdan su llegada al espacio, en medio de una movilización masiva en el municipio. Sus habitantes los recibieron celebrando que se había acabado la guerra, dispuestos a acogerlos en su territorio. De esos primeros que llegaron, aquí permanecen alrededor de 170, que junto con sus familias suman una población de alrededor de 250 personas. La línea divisoria entre excombatientes y miembros de la comunidad se va haciendo cada vez más difusa.

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—¿Por qué habla de que este espacio es un proyecto piloto de sociedad?

La sociedad es en su práctica lo que sean las relaciones de producción. Si existe un modelo de producción cooperativista donde todos aportamos, todos trabajamos y todos percibimos los resultados de ese esfuerzo colectivo, quiere decir que va a ser una sociedad que va a estar enmarcada por otro tipo de principios. Si hay unos que producen individualmente, va a haber unos intereses individuales por encima del colectivo, pero si logramos mantener esa producción colectiva, podemos generar un nuevo prototipo de sociedad.

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Lo colectivo

En Agua Bonita hay un proyecto de piscicultura, otro de piña, un estadero, una gallera, una miscelánea, una panadería, una fritanguería, un reservorio de semillas y desde hace unas semanas una planta despulpadora de frutas. Eso sin contar los cultivos de pancoger que han sembrado los excombatientes.

Todo es colectivo. Betsy Ruiz, una de las líderes del espacio, lo explica así: “Acá lo social lo coordina la junta de acción comunal; lo económico, la cooperativa, y lo político, el partido”. Ella es la presidenta de la cooperativa, encargada de la coordinación de los proyectos productivos. El proyecto bandera en el espacio es la piña. Actualmente tienen 2,5 hectáreas sembradas con esa fruta y lo que cosechan tiene principalmente dos destinos: la venta directa en Florencia, por su cercanía al ETCR, y la despulpadora de frutas, donde la transforman. El proyecto de la piña fue autogestionado por los excombatientes y todo el proyecto de la planta despulpadora lo financió el Fondo Europeo para la Paz de la Unión Europea, la cooperación portuguesa y contó con presupuesto del Gobierno Nacional.

El otro gran proyecto es el de piscicultura, con el que tienen cuatro piscinas, con capacidad para 8.000 peces cada una, entre tilapia, mojarra y cachama. Allí hacen el levante de los peces y después los pasan a dos lagos para terminar el proceso. Lo comercializan en Florencia, en el marco de una alianza que tienen con el Programa Mundial de Alimentos (PMA).

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Aunque están organizados en comités, todo es de todos. El mejor ejemplo es lo que sucede todos los martes. “Ese día es muy bonito, porque todos salimos y se hace un trabajo en comunidad. El más fuerte se va a echar pala, a arreglar la carretera, a arrancar pasto, a fumigar; las mujeres que tienen niños pequeñitos se van a hacerles aseo a las casas, a barrerlas, limpiarlas. Todos tienen que hacer algo. El que no va, tiene que pagar $30.000”.

Sin embargo, reconoce Betsy, lo colectivo se ha perdido. “La forma en la que empezamos a vivir aquí, por ejemplo, en estas casitas, hace que la gente comience a individualizarse y cada cual a pensar como quiera y como pueda vivir. Esas paredes son una barrera, nos dividen como sociedad. Yo en el monte sabía si mi compañero amanecía enfermo porque lo estaba mirando, pero aquí no. Cada cual hace su vida y para nosotros eso es muy doloroso”.

Aun así, el modelo productivo que plantean en este espacio es transgresor. Quieren demostrar que no se necesitan muchas hectáreas de tierra para producir, justo en el departamento con los dos municipios más deforestadores del país: San Vicente del Caguán y Cartagena del Chairá.

Lo que actualmente les permite hablar con tranquilidad de la manera en que quieren producir, de sus proyectos y de su futuro en el espacio es que ellos son los dueños de la tierra. Es tal vez el primer ETCR que resolvió este tema, fundamental en el proceso de reincorporación. Mientras en muchos otros espacios el Gobierno está negociando con los propietarios el valor de los predios, aquí ya están titulados a la cooperativa. El dueño, un sacerdote, les vendió en $200 millones, con facilidad de pago.

“Mensualmente tenemos que pagar $5 millones. Llueva, truene, pase lo que pase, cada mes hay que aparecer con los $5 millones. ¿Que de dónde los sacamos? De todo lo que tenemos acá, lo que vende la fritanguería, la panadería, o sea de todos los pequeños negocios hacemos que quede un poquito de cada cosa para pagar”, explica Ximena Narváez, presidenta de la junta de acción comunal del espacio, que aún no es junta porque no ha sido legalizada, pues se trata todavía de un ETCR, no de un centro poblado como tal. Sin embargo, para ellos opera como si lo fuera.

Pero gran parte de los ingresos que genera la cooperativa viene de las muy frecuentes visitas que recibe el espacio, al estar tan cerca de una ciudad capital y haber establecido alianzas con universidades de todo el país. Ello es rentable, porque ya tienen habilitados hospedajes para los visitantes, que cuestan alrededor de $20.000, los recorridos guiados por todo el terreno del ETCR, que pueden durar tres horas, cuestan $40.000 por persona, más todos los otros ingresos por alimentación y demás. En esta visita, se acababa de ir una delegación de la Universidad del Tolima y llegaba una de noventa estudiantes de la Universidad Nacional.

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Mientras hablamos con Federico, se terminan de ir los visitantes que asistieron a la inauguración de la planta despulpadora de frutas, construida en el marco del proyecto Territorios Caqueteños Sostenibles para la Paz. Estuvieron Gabriela Soares, embajadora de Portugal; Francisco García, jefe de cooperación de la Unión Europea; José Leonel García, alcalde de La Montañita, y delegados del Gobierno Nacional.

En la misma jornada también se graduaron diez excombatientes en el manejo de dicha planta, con el SENA, e inauguraron la Biblioteca Popular Alfonso Cano.

—¿En el ETCR mantienen las jerarquías que tenían en la guerra?

—Claro, hay una jerarquía. En la práctica son los comandantes de los frentes que están aquí los que llevan la batuta. Otra cosa es que a nosotros nos han asignado la tarea de ser los responsables de la junta, del partido y de la cooperativa, pero todo el equipo tiene la madurez y la experiencia para saber qué hacer, cómo, cuándo y con quién.

Hay otra clave para que Agua Bonita sea lo que es hoy en día. En este espacio no se ha ido ninguno de los líderes militares de la guerra que se concentraron aquí. Los antiguos comandantes de los frentes 3, 14 y 15 aún permanecen en el ETCR y aunque las caras visibles son Federico, Ximena o Betsy, ellos son la autoridad en la sombra.

Entre esa dirigencia está, por ejemplo, Raúl Gómez Urrea, conocido como Wílmer Medina, excomandante del frente 15, quien en su momento fue uno de los hombres más buscados en el Caquetá, luego de el Paisa. Está también Colacho Mendoza, otro dirigente de esa estructura.

“Ellos (y otros) están acá, trabajan acá, pueden pasar por el lado suyo con la guadaña, con la peinilla, son muy callados, pero son nuestros jefes, para nosotros son como el consejo de mayores. Todo pasa por oídos de ellos”, explica Betsy. “A ellos no les gusta la parte visible, esto que hacemos nosotros de atender al uno, escuchar al otro, que vayamos allí, que la foto”, agrega.

“Mucha gente dice: ‘Bueno, si mi jefe se va yo me voy’, pero ellos no se van, ellos siguen acá”, resume Betsy.

Francisco García, de la Unión Europea, coincide en que parte del éxito de Agua Bonita está en los liderazgos fuertes y positivos, pero también en la integración de los excombatientes con la comunidad y con el Ejército. “Aquí los militares no son solo una fuerza de seguridad. Ellos y la ARN ha sido claves para coordinar acciones. El Estado es el único que puede hacer esta tarea”, explicó.

Y resalta que en cada visita a este espacio se ven los avances. “Cuando vinimos por primera vez estaban planeando la ebanistería, y ya tienen los equipos; estaban empezando la biblioteca y hoy tienen un espacio para formación con quince computadores que hemos ayudado a proveer; había dos piscinas de peces y ahora hay cuatro”, resalta.

Y como dato anecdótico cuenta García que los excombatientes ya le pidieron apoyo para crear y celebrar sus propias fiestas patronales.

Y todo esto ocurre a un mes de que se termine la figura jurídica de los ETCR. Sin embargo, como aquí ya tienen definido el tema de la propiedad de la tierra, saben que nada pasará el próximo 15 de agosto. “Lo que le hemos invertido a este caserío ha sido mucho. Lo que tenemos acá en su gran mayoría es del fondo común de nosotros. Los que estamos acá seguiremos desarrollando nuestros proyectos productivos, trabajando, bregando para sacar esto adelante”, señala Ximena.

Federico sentencia: “Lo fácil era decir: ‘Esto no va pa’ ningún lado, vea cada uno arrégleselas’, lo difícil era crear un proyecto de sociedad y lo tenemos”.

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Por Sebastián Forero Rueda - @Sebasforeror

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