Transformación y adaptación son quizá las palabras que más protagonismo han tomado en medio de la pandemia, y no es para menos cuando el entorno se caracteriza por la incertidumbre y un cambio vertiginoso. Esta realidad, que ha impactado en todas las áreas de la vida, cobra especial relevancia en lo laboral y profesional, ya que las necesidades requeridas son puntuales y, como tales, requieren soluciones puntuales.
En este contexto, la academia, como siempre, es un aliado perfecto para saber leer los momentos por los que transitan las sociedades y, con su experiencia, formar a esas personas en habilidades y conocimientos que estén alineados con los requerimientos tanto de las empresas públicas como el sector privado, que requieren talento para enfrentar los retos y apostarle a un desarrollo sostenible.
Y más cuando desde diferentes organizaciones se habla de actualización y nuevos conocimientos. El año pasado, el Foro Económico Mundial hizo un estudio donde indicaban que más del 50 % de los empleados tendrán que formarse de nuevo en un plazo de cinco años.
“Creo que ese tiempo será más corto. Ya estamos en el camino de la formación para toda la vida. Y lo vemos con personas que están regresando a la academia después de años sin estudiar, porque no tienen las habilidades que ahora requieren sus cargos”, señala Patricia Salgar Hurtado, decana de Desarrollo Profesional del CESA.
En este entorno laboral que cada día exige más habilidades y conocimiento, la actualización es casi que obligatoria. Esto lo ha entendido perfectamente el CESA que se ha puesto en la tarea de desarrollar un portafolio de programas que le dé a las personas las herramientas necesarias para enfrentar los cambios repentinos ocurridos en el último año, sacar sus empresas y sus retos profesionales adelante y poder evolucionar.
“Como educadores, tenemos la responsabilidad de acompañar a las personas y empresas en ese proceso. Por eso mantenemos una estrecha relación con el sector real, con el que trabajamos permanentemente y es algo que también nos diferencia. Esto nos permite garantizar la pertinencia de nuestros programas, ofrecer una formación muy práctica y fortalecer el networking”, indica Patricia Salgar.
Entre las necesidades actuales se demuestra la falta de competencias blandas, la capacitación pertinente del talento, crear una cultura que promueva el cambio y, sobre todo el tema digital, indispensable en el proceso de transformación. Hasta los mismos egresados del CESA, que son altos directivos, están pidiendo formación en temas digitales para responder a los cambios actuales. Más que una necesidad de las empresas, es una responsabilidad personal de entrenarse y estar a la vanguardia, pero también enfrentarse a esa realidad que deja claro que el modelo de formación cambió para siempre, convirtiéndose en un modelo de formación para toda la vida.
En ese modelo, la universidad tiene la responsabilidad de estar presente en todos los momentos de desarrollo profesional de una persona, para que no pierda vigencia profesional. De ese modo, las universidades tienen el reto de tener un abanico de programas diverso y una reprogramación constante. Ahí está el verdadero reto de desarrollar contenidos que se adapten a la realidad del momento y las necesidades de las empresas.
El CESA es consciente de su impacto y al ser una universidad monodisciplinaria —es decir, que está enfocada en un área específica, en este caso la Administración de Empresas y el mundo de los negocios—, “podemos ser más ágiles, dinámicos y diseñar programas más personalizados, que entiendan el potencial de sus estudiantes y no agruparlos. Es trabajar desde la autenticidad y así crear mayor valor”.
Esto lo realizan a través de su amplia oferta educativa que incluye programas de posgrados como especializaciones y maestrías y más de ochenta cursos no formales, que en el último año han tomado fuerza por la necesidad de actualizarse.
Por lo general, las personas tienden a comparar qué es mejor, pero, como lo define Patricia Salgar, “son realidades diferentes, que responden a necesidades distintas, pero ambos cuentan con la calidad y la pertinencia que requieren los entornos y ese actuar de forma inmediata”. Porque por ejemplo, un programa de posgrado exige mínimo un año en formación, pero los cursos no formales son de máximo 120 horas; todo depende de la necesidad y el momento.
“También es importante que además del formato y la duración, los contenidos sean pertinentes con las necesidades profesionales. En el CESA por ejemplo, hemos creado programas que son pioneros en el país, como la Maestría en Liderazgo en Transformación Digital, la Maestría de Innovación y Emprendimiento y las enfocadas en temas financieros como la Maestría en Mercados Bursátiles y Mercados Financieros”, afirma Patricia Salgar.
Con la coyuntura de la pandemia, que va en aumento, esa educación no formal es el área de mayor crecimiento de formación en las universidades y esto se debe, en gran medida, a que las mismas empresas están pidiendo colaboradores mejor capacitados en menos tiempo, lo que, en conclusión, beneficia tanto a la empresa como a la persona.
“Contamos con una oferta amplia para que las personas logren sus objetivos profesionales y puedan responder a las necesidades de las empresas, que están levantado la mano y pidiendo ayuda en un proceso que no es fácil. Porque esas transformaciones requieren inversión, planeación y estrategia, que cuanto mejor se haga, más sostenible será en el tiempo”, puntualiza Salgar.