Ricardo Silva Romero: “Nuestra literatura se ha hecho toda en medio de la guerra”

El escritor habla acerca de su libro Río Muerto en el que trata temas como el duelo y la desintegración de los lazos familiares a causa de la violencia. Además, el autor cuenta cómo encontró la historia desde la realidad y la ficción.

20 de octubre de 2020 - 04:19 p. m.
Ricardo Silva Romero  es autor de las novelas 'Relato de Navidad en La Gran Vía', 'Walkman', 'Tic', entre otras.
Ricardo Silva Romero es autor de las novelas 'Relato de Navidad en La Gran Vía', 'Walkman', 'Tic', entre otras.
Foto: Archivo - Luis Ángel

Río Muerto, la más reciente obra de Ricardo Silva, relata una historia a las afueras de Belén del Chamí, un pueblo que aún no consigue aparecer en el mapa de Colombia. El mudo, Salomón Palacios, es asesinado a unos pasos de su casa. Después de los primeros días de duelo, su viuda, la corajuda y deslenguada Hipólita, vuelve de la oscuridad del tormento para perder de una vez por todas la cordura y salir a buscar su propio fin. En entrevista con El Espectador, el escritor habla del proceso de escritura y de cómo encontró los hechos que narra en su publicación.

¿Cómo nace la historia de Río Muerto?

Fue en el año 2017, después de firmados los acuerdos de paz, cuando en un trancón infernal una víctima me contó que había votado “no” en el plebiscito porque a su padre lo habían asesinado en la puerta de la casa. Yo estaba listo a escribir una novela de ciclismo que tenía pendiente hacía años, pero me comprometí a convertir eso en una novela con la capacidad de entrar en los personajes, la belleza y la violencia del lenguaje, el humor, la manera de mostrar las cuatro dimensiones de semejante duelo, la historia que acababan de contarme.

¿Cómo determina hasta dónde llega la realidad y dónde comienza la ficción?

Tendría que decir que la historia es cierta, como lo son sus personajes, pero que una vez uno se ha decidido por el género de la novela, que hacía parte de mi compromiso con ese testimonio, lo que sucede no es que esté falseando ni mintiendo, sino que me estoy valiendo del método de la ficción para que se viva y se entienda lo que está sucediendo con los personajes y los lugares. Todo es verdad, pero no hay mejor manera de experimentar lo que vivió otro que la manera de la ficción: los protagonistas y los paisajes tendrán otros nombres, pero no es solo para cumplirles la promesa de volverlos seres de novela, sino, sobre todo, para retratarlos mejor.

¿Dónde reside la esperanza de este libro?

Creo que quienes lo han leído han concluido que se trata de una novela tan dura como su historia, pero que, como es el relato de una asfixia, su clímax se parece a un respiro: Río Muerto es la historia de un duelo insoportable, como los duelos de los cadáveres insepultos y de sus familias, pero también es una historia de amor más allá de la muerte y una historia de coraje que es una reivindicación de tantos fantasmas, de tantas víctimas.

¿Las muertes violentas son un tema recurrente y poderoso en la literatura?

Son un tema recurrente de toda la literatura, sí, de toda la ficción, porque como se dice en Río Muerto desde el principio: “no es lo mismo morir que ser asesinado”. Quien muere de viejo consigue ejercer su derecho de narrarse a sí mismo: de comprender, desde el tercer acto de su vida, de qué se trataron los dos primeros. Así, quien muere de viejo puede concluir quién fue. Pero quien es asesinado se queda atrapado en este mundo con la ilusión de que alguien algún día llegue a narrarlo, a comprenderlo, a definirlo. Una muerte violenta es un fracaso de la especie, claro, porque ata para siempre a quien lo pierde todo con quien se permitió a sí mismo arrebatárselo. Una muerte violenta impide que se cumplan las cinco etapas del duelo y rompe para siempre una familia.

¿Cómo logra narrar de forma tan profunda la muerte, la orfandad y el dolor de la pérdida?

Creería que de alguna u otra manera siempre se narra cualquier historia en el contexto de la muerte: suele haber una muerte en todas las ficciones para que el lector recuerde que estar sobre el escenario de la vida es tener a las espaldas la tras escena de la muerte. Creo que tiendo a hacer evidente esto que digo, y es que he hecho evidente la muerte en los libros que he escrito, porque tengo esa sombra muy presente, pero en el caso de Río Muerto, además, tenía encima el duelo de la muerte abrupta de mi propio padre, que no deja de ser para mí un golpe. Tengo muy presente lo que he sentido cuando he perdido a alguien. Lo tengo claro porque en mi familia ha habido dos tíos asesinados, el tipo de vida que se vive luego. Tengo todos esos fantasmas muy cerca.

¿Por qué es importante que hechos de violencia, muerte, pérdidas y víctimas se sigan contando a través de la ficción?

Hay que redoblar esos relatos porque la violencia no cesa, la violencia no para. Pienso que es importante narrar a las víctimas porque quizás el problema más grave de nuestra sociedad sea su incapacidad, aprendida de un Estado que ha preferido la fuerza a la convivencia, el dominio a la democracia, de reconocer políticamente a una enorme parte de su ciudadanía. Nuestra literatura se ha hecho toda en medio de la guerra. Como la guerra no termina, sino que muta y se empobrece, nos hemos visto llamados a narrarla sobre la marcha como conjurándola, como ofreciendo algo de justicia y algo de reconocimiento político a tantas mujeres y tantos hombres que han sido ninguneados, menospreciados, despreciados y aniquilados por esa política de la subyugación.

¿Estamos condenados a la violencia?

No. Mientras sigamos vivos, y nos veamos obligados a la esperanza, no estamos condenados a nada. Se nos ha dicho lo contrario durante siglos. Se nos ha educado para creer que cierto país tendrá que prevalecer sobre los demás países que se dan en este territorio tan misterioso para que lleguemos a aquella paz que es el propósito de cualquier sociedad que se respete. Se nos ha negado el derecho a la terapia y al pensamiento dramático, el pensamiento en tres actos que cree en la posibilidad de la enmienda y la transformación. Pero mientras sigamos con vida y ganas de vivir, tenemos por delante una cantidad de soluciones, de salidas.

¿Cree que la literatura es una forma de darle voz a los miles de historias de víctimas que ha dejado el conflicto armado?

Sin duda lo es. No solo le da voz a la víctima que la requiera o que la pida, como me la pidieron a mí, sino que da dimensiones a su horror, a su drama. Río Muerto es una novela porque valerse del género hacía parte de su promesa, pero también creo que no hay otra forma más efectiva ni más justa de dar a conocer una experiencia en el mundo.

¿Es Río Muerto un relato de duelo y de alguna forma la literatura ha ayudado con el dolor?

Sospecho que acudimos a la ficción justamente porque necesitamos digerir y poner en su lugar lo que vivimos, pues la ficción sirve para digerir lo invisible que se le sale al cuerpo de las manos. El poeta Ángel Marcel, que siempre le aclara a uno el mundo, suele repetir que el arte es un bastón, una muleta, porque la vida humana necesita de algo más para seguir siendo. Río Muerto es un relato de duelo que tal vez sirva a quien esté viviendo su propio duelo. Eso han dicho los lectores. Yo soy un ejemplo de que la novela es una terapia de grupo. Yo acepto, mejor dicho, que escribo y leo como quien se ha entregado a una terapia para no dejarse abrumar por tantas orfandades que se nos van apareciendo, y no me preocupa reconocer que para mí eso es ganancia. Todo lo demás que pase con el resultado.

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