Coronavirus: ¿peligroso para las democracias?

La necesidad de tomar acciones extraordinarias para controlar la pandemia de COVID-19 —emergencia nacional, cuarentena, estado de excepción, toques de queda y controles militares— facilitan que algunos mandatarios acaparen más poder y abusen de los derechos de los ciudadanos.

Angélica Lagos Camargo / alagos@elespectador.com
08 de abril de 2020 - 03:00 a. m.
Medidas tomadas en algunos países para controlar el COVID-19 sirven de excusa para violar derechos humanos.  / AFP
Medidas tomadas en algunos países para controlar el COVID-19 sirven de excusa para violar derechos humanos. / AFP

“Disparar a matar”: esta fue la más reciente orden que dio el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, a los militares para controlar la cuarentena que aplica en el país por la pandemia de COVID-19.

No dudo. Mis órdenes son para la policía y el ejército. Si hay problemas o surge una situación en que la gente pelea y sus vidas están en peligro, disparen a matar; muerto, a cambio de causar problemas, te enviaré a la tumba”, amenazó Duterte.En Filipinas, cerca de 17.000 personas han sido detenidas en las últimas semanas por violar el toque de queda y el confinamiento. Human Rights Watch denunció, además, los castigos que se están imponiendo: permanecer encerrados en jaulas para perros durante horas bajo el rayo del sol o recibir golpes. Medidas que vienen antecedidas por la decisión del Congreso de otorgarle al presidente Duterte “poderes especiales” por la emergencia nacional del coronavirus.

Un cheque en blanco para un mandatario que suele aprovecharse de las crisis: en la guerra contra las drogas, que lleva tres años, han asesinado a 27.000 personas en sospechosas circunstancias que no se han investigado, según ha denunciado la ONU. Por eso los filipinos temen lo que pueda pasar en la emergencia sanitaria. Las Fuerzas Armadas fueron puestas al frente de la crisis, por encima del Departamento de Salud. “Estamos en guerra contra un enemigo invisible y necesitamos gente entrenada en el arte de la guerra”, dijo el general retirado Carlito Galvez, el hombre fuerte del país contra la pandemia.

En India, bajo el poder de Narendra Modi, se ordenó el confinamiento de 1.300 millones de personas, bajo la vigilancia estricta de agentes de la ley, que no tienen reparo en golpear con palos y usar gases lacrimógenos contra quienes se atrevan a violar el aislamiento. En Hungría, el primer ministro, Viktor Orban, recibió luz verde del Parlamento para gobernar por decreto bajo un estado de emergencia, de duración indeterminada.

“Bajo el pretexto de enfrentar la crisis, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha frenado el funcionamiento del sistema judicial que lo procesa por corrupto, bloqueado la elección del nuevo presidente del Knesset, desplegado un sistema de vigilancia a la ciudadanía por celular y manipulado a los medios, práctica reconocible en otras múltiples democracias”, advierte la internacionalista Arlene B. Tickner.

Con estos poderes especiales, los “gobiernos pueden suspender la aplicación de ciertas leyes por decreto, desviarse de las disposiciones legales e introducir medidas extraordinarias en temas de economía y seguridad de los ciudadanos”, alertan analistas. Jerónimo Ríos Sierra, doctor y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, habla sobre los retos que plantea el coronavirus. “Una realidad que cabe esperar es un retorno del nacionalismo exacerbado y el chovinismo, lo cual puede ser peligroso”.

El experto advierte la gravedad de la crisis en América Latina por la “percepción de inseguridad que predomina en buena parte de los países. Ante esta situación, democracias y dictaduras, izquierdas y derechas acuden al uso de los militares en aspectos de seguridad. En Colombia están acostumbrados por el conflicto armado, pero igualmente esto sucede en escenarios aparentemente progresistas como Brasil y México”, explica.

El centro de pensamiento International Crisis Group alerta en un informe sobre cómo la pandemia puede alterar el “statu quo” global y el peligro de que algunos líderes extiendan por tiempo indefinido las medidas que han tomado, como prohibición de marchas y protestas, para así acabar con sus críticos.

“La batalla en nombre del coronavirus puede anticipar cambios peligrosos”, anticipa el historiador español Miguel Benito. “El gran peligro es que con el auge de demagogos y populistas en los últimos años, la pandemia ofrece un marco peligroso para el futuro de las democracias”.

Benito explica que la Primera Guerra Mundial puede ser el gran ejemplo de lo que puede pasar, pues “supuso el colapso del orden europeo conocido hasta ese momento. Tres grandes Estados desaparecieron —el imperio austro-húngaro, el otomano y el ruso, y también supuso el fin del Segundo Reich alemán y la crisis, sobre todo económica posterior— y todo eso permitió el ascenso de Hitler”. El historiador agrega que aquel viejo mundo previo a la Primera Guerra Mundial abrió el paso a totalitarismos históricos: el soviético y el nazi.

“Los gobiernos de mentalidad autocrática ven en una crisis como esta una oportunidad para requerir poderes draconianos y mantener el control”, coincidió Phil Robertson, subdirector de Human Rights Watch para Asia. “Para algunos, responder a la crisis se traduce en restringir la libertad de expresión, obstruir medios independientes y castigar activistas”.

En Turkmenistán, el gobierno decidió desaparecer la palabra “coronavirus” y castigar a los medios de comunicación que la usen.

El primer ministro de Tailandia, el general golpista Prayut Chan-ocha, declaró el estado de emergencia con el que puede censurar medios de comunicación y reprimir a la oposición. En países como Singapur, Malasia e Indonesia, los medios también están en el ojo del huracán, pues se han promulgado leyes que castigan la difusión de “noticias falsas”; algo bueno si no fuera porque la veracidad de la información la deciden esos gobiernos. Le recomendamos: ¿De Rusia con amor? El dilema de la ayuda como herramienta geopolítica

En Camboya —cuyo primer ministro, Hun Sen, también solicitó poderes de emergencia— han sido detenidas 17 personas por compartir “información falsa” sobre el COVID-19, entre ellos cuatro miembros del opositor Partido para el Rescate Nacional, ilegalizado en 2017. Esto, en la práctica, ha convertido al país en un régimen unipartidista liderado por él. Además, “Vietnam y Laos están censurando la libertad de expresión en la red con leyes contra las noticias falsas para considerar no factual cualquier comentario que no les guste”, denuncia HRW.

Analistas temen que en América Latina pase algo similar, particularmente en Venezuela. Geoff Ramsey, director para Venezuela del centro de investigación WOLA en Washington, asegura que “el coronavirus le puede dar a Maduro un pretexto para avanzar en un proyecto autoritario. Con el anuncio de una cuarentena nacional, está dándoles a los cuerpos de seguridad un cheque en blanco para aterrorizar a la población y mantener un grado de represión temeroso”.

“El terrorismo ha sometido al estrés a nuestras democracias, pero en esta pandemia el riesgo es distinto. Esa admiración por China y Rusia, que parece que gestionan más eficazmente las crisis que las democracias occidentales, puede llevar a algunos a inspirarse en ellos y tomar medidas radicales. Con un problema adicional, esa imagen es ficticia, pues ahora es que empieza a mirarse qué tan reales fueron los datos de la enfermedad en China; algunos hablan de 40.000 muertos”, asevera Benito.

En situaciones extremas como esta, “el gran riesgo es que las propias sociedades occidentales abdiquen de sus convicciones democráticas o liberales y estén dispuestas a aceptar menos libertad por mayor seguridad”, concluye.

Ante el llamado a la mesura por parte de la Unión Europa y la ONU a gobiernos como los de Hungría y Filipinas, entre otros, por las posibles violaciones de derechos humanos, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, fue tajante: “Les dije claramente a los quejosos europeos que no tenía tiempo para discutir cuestiones legales indudablemente fascinantes. pero teóricas cuando hay vidas para salvar”.

Por Angélica Lagos Camargo / alagos@elespectador.com

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