La maldad y la cuarentena, por Alejandro Buenaventura

Un dramaturgo y su mirada al poder de lo maligno en los argumentos narrativos de lo que llama "las maquinarias de alienación masiva", que por estos días de confinamiento operan como terapia de escape durante la pandemia.

Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador
11 de mayo de 2020 - 07:44 p. m.
Un ejemplo de exploración de maldad: la serie ‘Escobar, el patrón del mal’, del Canal Caracol. Andrés Parra personificó al narcoterrorista Pablo Escobar. / Cortesía
Un ejemplo de exploración de maldad: la serie ‘Escobar, el patrón del mal’, del Canal Caracol. Andrés Parra personificó al narcoterrorista Pablo Escobar. / Cortesía

En estas horas y estos días y eternidades terribles, pero muy productivas, de la cuarentena o reclusión o confinamiento, según las opiniones ideológicas de cada cual, no nos ha quedado más remedio que mirar películas comerciales y series realizadas con magistralidad tecnológica, perfección casi absoluta en el lenguaje del cine, buenos y grandes intérpretes, imaginación desmedida, creatividad portentosa, pero, en su gran mayoría, malas.

Pero ojo, no malas en el sentido en que siempre se interpreta la crítica o el comentario. Cómo se podría decir que son “malas” si nos apasiona verlas, nos sientan horas y horas, a todo tipo de espectadores, frente a la pantalla y producen millones y millones de dólares, especialmente en momentos como este, en que el común no tiene nada más que hacer. (Recomendamos otra columna del autor sobre la envidia).

Digo malas porque en general son una apología de la maldad.

La maldad. Sí, los argumentos se apoyan fundamentalmente en la maldad adornada de algunos buenos sentimientos melodramáticos de ternura, acciones nobles, solidaridades momentáneas, heroísmos inútiles, amores bochornosos y hasta pornográficos, de un realismo que no tiene nada de mágico, enmarcados cuadros de violencia que, en ocasiones llegan a ser macabros.

La maldad, eterna desesperanza del ser humano desde tiempos remotos. ¿Por qué la maldad genera mucho más argumentos que la bondad o sencillamente la normalidad? Es agobiante el esquema. Cada cinco minutos surge una nueva “maldad” cuando la anterior empieza a agotarse y se puede perder al espectador. No debe haber reposo para la maldad. La queremos, nos fascina, la deseamos, cada cual anhela la maldad como una especie de venganza catártica contra lo que le sucede en la realidad y no se puede contrarrestar ni erradicar. Los guionistas lo saben, lo administran, lo van dejando salir sistematizado, son los puntos de quiebre exactamente dosificados y en la mayoría de las ocasiones la acompañan de su hermana gemela, la crueldad y prima hermana: La Violencia.

Pero miremos un poco que se ha dicho de la maldad:

Una investigación en la que han participado científicos daneses y alemanes ha identificado el origen común de la maldad humana y lo han llamado el “factor oscuro de la personalidad”, o FACTOR D, y hasta han precisado nueve puntos determinantes:

El egoísmo es el primero de ellos y puede definirse como la preocupación excesiva por el beneficio propio a expensas de los demás y de la comunidad. El segundo es el maquiavelismo,  una actitud manipuladora e insensible hacia los demás, acompañada de la convicción de que el fin justifica los medios.
La desconexión moral es el tercero de los rasgos oscuros de la personalidad y se define como un estilo de procesamiento cognitivo que permite comportarse de manera amoral sin sentir el más mínimo remordimiento por ello. El narcisismo, cuarto rasgo, se define como una auto-admiración excesiva, acompañada de un sentimiento de superioridad y de una necesidad extrema de atraer la atención de los demás todo el tiempo que sea posible.
La creencia persistente de que uno es mejor que los demás y que por lo tanto merece ser tratado mejor, es el quinto rasgo oscuro de la personalidad y se llama derecho psicológico. La psicopatía, sexto rasgo, se define como la falta de empatía y comportamiento impulsivo. El sadismo es el séptimo rasgo y se define como el deseo de infligir daño mental o físico a otros por placer. Y el interés propio (entendido como el deseo de promover y destacar el propio estatus social) y el rencor, definido como destructividad y disposición a causar daño a otros, incluso si uno corre el riesgo de infligirse daño a sí mismo, son respectivamente el octavo y noveno rasgos oscuros de la personalidad establecidos en esta investigación.

Y es extraño, porque en la vida diaria no pasa nada. Son menos los muertos que los vivos. La gente va y viene, trabaja, vive, tiene hijos amigos, come todos los días, unos mal otros mejor, baila, bebe, se la pasa echando chistes, cuentos, casi todo el mundo o tiene novia o está casado, lee estudia o trabaja y lleva la plática. Sale a hacer ejercicio, a caminar, a trotar, se monta en la bicicleta, estorba en la moto, pelea o se abraza, pero nada de eso le sirve a las películas, nada de eso emociona, apasiona o le hace comprar una boleta para verlo en el cine.

Entonces volvamos al principio. El oficio de sentarnos, como un descaso del aparente no hacer nada por culpa de nuestro indeseado visitante, todas las noches, a ver las películas que nos proporcionan con toda comodidad las maquinarias de alienación masiva, me ha permitido caer en cuenta del poder que tiene la maldad en los argumentos.

Para que exista algo de bondad, es decir de ternura, de amor, de amistad, tiene que ser como oposición al mal, porque, de lo contrario, el argumento se agota, es más, como dicen y muestran grandes personajes del cine y el teatro y la literatura, “quieren hacer el bien, pero qué culpa tienen si les ha salido el mal”.

Shen-Te, la heroína de El Alma Buena de Ceshuan, estupenda obra de Bertold Brecht, es tan buena y caritativa con el prójimo, que los dioses bajan a premiarla y le montan una tabaquería para poder continuar. Pero la caridad quiebra el negocio y entonces tiene que inventarse un Tío malo, Shui-Ta que saca a los mendigos, organiza el capital y el trabajo y cuando la gente tiene que elegir entre los dos elige a Shui-Ta.

¿Desde cuándo existe la maldad? ¿Y desde cuándo el cine ha tenido que hacer uso de ella para fabricar sus producciones? ¿Desde el cine mudo? ¿Desde las pantomimas de Chaplin luchando contra el hambre en la Quimera del Oro? ¿O defendiéndose de esos barrigones que lo patean? ¿Qué porcentaje de fotogramas tienen las escenas del mal en las grandes películas del cine del Siglo XX y en qué tiempo dramático logra imponerse el bien en la mayoría de los famosos films de acción, o de guerra, o de gánsteres de Hollywood? En muy pocos, porque si el bien triunfa nadie lo cree. Porque la humanidad vive del mal. Entre el mal y el triunfo de la bondad solo se produce en el cielo. Desde las trece monedas que recibe Judas en “La historia de Cristo” o “Por un puñado de dólares” hasta “Caracortada”, el dinero ha sido el determinante argumental, el poderoso dinero que maneja a los hombres y los lleva hasta el abismo. Las malas de las telenovelas son mucho más interesantes y apetecidas que las buenas y le dan más fama y más posibilidades a las actrices. Los buenos son personajes de mentiras que arrancan lágrimas y suspiros, pero nadie los sigue.

Ojalá nunca se acabe la maldad, dicen los grandes productores de todos los tiempos, porque si la maldad se acaba, se acaban los argumentos y entre más malo es el mundo y más encerrados estemos por el sistema del mal y por el sistema del virus, más necesitamos de asesinatos, de venganzas, de disparos, de sangre, de mutilados y quemados y violadas y… de películas que nos desgarren el alma.

* Toda una vida dedicada al arte y más específicamente al arte escénico en todas sus manifestaciones, el teatro, el cine, la televisión. Como dramaturgo, libretista, guionista, director de actores y director de puesta en escena, actor y hasta tramoyista. Con algo de novelista, cuentista y poeta.

 

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Por Alejandro Buenaventura * / Especial para El Espectador

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