La pandemia acelerará el reemplazo del hombre como factor de producción vía IA

Para este investigador de Harvard, las cifras que habrán de reflejar la tragedia de esta pandemia y su impacto económico serán razones que justifiquen un cambio de paradigma en la producción humana, acelerando su sustitución por la inteligencia artificial.

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J. Mauricio Gaona* / Especial para El Espectador
10 de abril de 2020 - 02:10 p. m.
La pandemia acelerará el reemplazo del hombre como factor de producción vía IA
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A medida que el mundo se dirige a 100 kilómetros por hora hacia una recesión económica sin precedentes, con millones de personas y empresas en todo el planeta afrontando algún tipo de cuarentena durante semanas o meses y en medio de una de las peores pandemias de la historia registrando hasta el momento 1.62 millones de personas infectadas y más de 97.000 muertos, la pandemia actual producirá un cambio estructural ineluctable: la sustitución eventual del hombre como factor de producción.

Hasta antes del coronavirus COVID-19, la carrera frecuentemente disputada entre las opciones de productividad humana y las ventajas de productividad que las máquinas ofrecen parecía menos definida. En efecto, con el propósito de hacer de los humanos agentes altamente productivos, promover el bienestar general de la población y aumentar la competitividad de las empresas a nivel global, varias ideas ganaron terreno en los dos últimos decenios, a saber: el teletrabajo, el trabajo a distancia (trabajo remoto) y los espacios de trabajo compartido.

De hecho, inversiones millonarias en el sector inmobiliario (particularmente en espacios de trabajo compartido) se han realizado en todo el mundo para facilitar el desplazamiento de personas a su lugar de trabajo ya sea tan solo tomando un ascensor o caminando unas cuadras desde su casa. Empero, la naturaleza misma del virus COVID-19 que hoy en día impone el distanciamiento social como una precaución inescindible, ha hecho que el trabajo a distancia sea nuestra última opción disponible para seguir adelante con nuestras vidas.

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Antes del COVID-19, la inversión en inteligencia artificial (IA) ya estaba en aumento, mostrando un ascenso constante al ir de 12 billones de dólares en 2017 a 60 billones proyectados para el 2021. Estas cifras, sin embargo, no tienen en cuenta inversión privada en lo que algunos ven como la respuesta tecnológica-existencial ante el ascenso inexorable de la inteligencia artificial (inteligencia humana mejorada IE).

Dichas cifras se relacionan más con el incremento global de inversión realizada principalmente en Estados Unidos, China, Canadá, Japón, Australia, India, Singapur, Alemania, Francia, el Reino Unido y Rusia con respecto a la inteligencia artificial general actual (machine and deep learning AGI), inteligencia artificial del futuro (inteligencia artificial cuántica QAI) y tecnología-cuántica relacionada (quantum computing technology).

Sin duda alguna, a medida que las empresas pierden billones de dólares en ingresos y aquellas que aún pueden pagar salarios se ven desprovistas de sus empleados tras cierres voluntarios u obligatorios impuestos por gobiernos en todo el mundo, el COVID-19 emerge como el evento desencadenante que conducirá a la aceleración del reemplazo del hombre como factor de producción mediante maquinas y robots desarrollados a través de inteligencia artificial.

A estas alturas, gobiernos, organizaciones internacionales, empresas y universidades han hecho ya la transición hacia el trabajo a distancia o remoto. Asimismo, a este punto las personas que interactúan dentro de estas organizaciones han vivido de primera mano las restricciones y, muy probablemente, los efectos psicológicos que produce una interacción tan limitada. De hecho, a pesar de los beneficios directos (menos tiempo para desplazarse, reducción de estrés, aumento de la creatividad) y las ventajas incidentales que ofrece el trabajo a distancia (reducción de costos ambientales, operativos, médicos y legales), investigación sobre el impacto psicológico del trabajo remoto señala el aislamiento, la depresión, el liderazgo pasivo y la falta de comunicación (disminución del trabajo en equipo) como algunos de los efectos más consecuentes y característicos.

A pesar de preocupaciones existenciales, de derechos humanos y socioeconómicas relacionadas con la automatización, la premisa fundamental que promueve un mundo automatizado es bastante simple y, en muchos casos, inevitable. En efecto, a diferencia de los humanos, las máquinas no se enferman y, por lo tanto, no detendrán la producción, especialmente cuando ésta es más necesaria. En medio de una pandemia y en un mundo totalmente automatizado, las máquinas podrían proporcionar a los humanos una muy necesaria cadena ininterrumpida de suministro de alimentos y equipo de emergencia médica (pruebas, ventiladores, máscaras, guantes, camas de hospital), así como atención médica automatizada y supervisada a distancia con un riesgo mínimo o nulo de infección. Los beneficios tangibles tanto en vidas humanas salvadas como en lograr una actividad económica sostenida durante tiempos de crisis son, al menos a corto plazo, ciertamente indiscutibles.

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No obstante, los efectos de esta sustitución a largo plazo y en relación con la interacción, funcionalidad y propósito de la existencia humana son mucho más complejos; algunos de los cuales, por ejemplo, incluyen: ¿Qué haríamos entonces con los millones de seres humanos que no logren la anunciada transición hacia otras tareas creativas, altamente especializadas o de gestión productiva? ¿Cómo podría un mundo totalmente automatizado asegurar el consumo continuo, la dignidad humana, fuentes de ingreso para todos sus habitantes e igualdad socioeconómica entre personas y países?

Desafortunadamente, es poco probable que estas preocupaciones estén a la vanguardia del proceso de automatización acelerado que se avecina. Después de todo, el proceso de toma de decisiones del hombre moderno, sus sistemas políticos y sus líderes no se caracterizan precisamente por tener o construir sobre una mentalidad a largo plazo.

Eventualmente, en el mundo post-COVID-19, las cifras que habrán de reflejar la tragedia de esta pandemia y su impacto económico se convertirán en las razones que justifiquen el cambio de paradigma en la producción humana. Por tanto, tomar decisiones sobre nuestro futuro durante un presente tan incierto requerirá no sólo competencia y visión sino muy especialmente, sabiduría. En el efecto irreducible de nuestro tiempo, el retorno a la normalidad es desde ahora una ilusión perceptible.

* Investigador del Instituto de Políticas y Leyes Globales de la Universidad de Harvard (IGLP), Investigador Visitante de la Facultad de Derecho de Harvard (HLS), y O’Brien Fellow de la Facultad de Derecho de la Universidad de McGill (CHRLP).

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Por J. Mauricio Gaona* / Especial para El Espectador

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